Los jóvenes de las comunas más populares de la ciudad, ahora le apuestan al arte para vencer la violencia y construir paz.
Medellín se hizo tristemente célebre por la violencia. Parte del reconocimiento que ganó como una de las ciudades más peligrosas del mundo se dio gracias al Cartel, la poderosa estructura criminal encabezada por Pablo Escobar. Pero ellos no fueron los únicos que usaron las armas para consolidar su poderío en la ciudad. La guerra en esta ciudad, sin embargo, ha tenido más protagonistas: milicias afines a las guerrillas de izquierda, grupos paramilitares, bandas asociadas al narcotráfico, combos, grupos de autodefensa, y hasta la fuerza pública.
Un informe de la Corporación Región —una organización civil que procura construir una sociedad más justa—, titulado Medellín 1993-2013: Una ciudad que no logra encontrar el camino para salir definitivamente del laberinto, asegura que, solo entre 1980 y 2012, en Medellín fueron asesinadas 87.104 personas.
La violencia y la muerte se instalaron en lo barrios periféricos, conocidos también como comunas. Fueron los jóvenes de allí –sobre todo los más pobres–, quienes la encarnaron y la padecieron. La vulnerabilidad, la marginalización, la pobreza y las dificultades los pusieron en primera fila. Las opciones, por un tiempo, fueron limitadas: morir, huir o vincularse a grupos armados. Después vino el estigma, los jóvenes se volvieron peligrosos, representaban el mal.
Pero así como la violencia se abrió paso, las formas de resistencia también lo hicieron: “una mirada a la situación de la ciudad en materia de violencia durante los últimos años pone de presente que no todo ha cambiado, pero que tampoco todo sigue igual”, dice el informe de Región.
Prueba de ese cambio se evidenció en el Primer Encuentro Nacional de Acción Juvenil por la Paz 2016, organizado por el proyecto de Diálogos y Capacidades para la Paz Territorial, en cabeza de la Ruta Pacífica de las Mujeres y liderado por la Oficina del Alto Comisionado para la Paz en alianza con la Red de Territorios por la Paz, la Conversación Más Grande del Mundo y Colombia Joven. En el evento se reunieron jóvenes de todo el país que le han apostado a una diversidad de iniciativas, que van desde lo cultural hasta lo social, para hacer frente a a diferentes formas de violencia para construir paz desde sus territorios. Por Medellín destacaron las dos a continuación.
Son Batá – Comuna 13
Gran parte del país conoció la Comuna 13 en Medellín después de la Operación Orión, que ha sido, hasta ahora, la acción militar urbana más grande del país. Desplegada en el año 2002, bajo el mandato de Alvaro Uribe Velez, Orión ha sido cuestionada por diversos sectores sociales, que denuncian un trabajo coordinado entre paramilitares y fuerza pública para expulsar a las milicias guerrilleras de ese territorio. Hubo muertos, pero más desaparecidos. Se calculan 300 –aunque la cifra no es del todo precisa–, que hoy se presume, están en la Escombrera, una montaña al respaldo de la comuna que terminó convertida en fosa común.
Pero ahí mismo, en la 13, se creó Son Batá. Una organización artística, cultural y sociopolítica, que nació por iniciativa de jóvenes, que en su mayoría son de padres chocoanos, y que en 2005 decidieron, a través de la música, la danza, el teatro, las manualidades, la producción musical y audiovisual, rescatar los saberes y la identidad cultural afrodescendiente para resistir y generar opciones de vida alejadas de la violencia.
“Por allá en los años 90, John Jaime Sánchez, Jhon Fredy Asprilla y Carlos Alberto Sánchez empezaron a hacer rap. La gente los veía muy locos, pero los dejó tranquilos. Cuando las operaciones Mariscal y Orión ellos se preguntaron ¿por qué nosotros no somos un número más de los muertos, de los desaparecidos? Una de las conclusiones fue porque eran artistas. Sabiendo eso empezaron a llamar a los amigos, a los hermanos, y así se formó toda esa familia”, dice Bomby, líder del grupo Bantú que hace parte del colectivo Son Batá.
A partir de entonces empezó esa búsqueda de identidad, de reivindicar lo que son. Durante ese proceso fueron a Brasil, a Guapí (Cauca), a San Basilio de Palenque (Bolívar) y Quibdó (Chocó). Los integrantes de Son Batá son hijos de la diáspora africana, que terminó acentada en la costa pacífica, pero que ante las dificultades se ha seguido desplazando, y muchos de ellos terminaron en las laderas de la Comuna 13, en el camino que conecta a Medellín con Urabá.
“Estaban intentando blanquearnos, nos decían cosas como: vos porque hablas así golpeado, por qué tenés los rasgos pronunciados y los labios así. Pero sabes qué encontramos, que lo negro no es malo”, dice Bomby. El viaje a sus raíces les dejó sonidos ancestrales y autóctonos que terminaron por fusionarse con el rap y el reggae.
Además de la producción musical, la gran propuesta de Son Batá incluye Territorio de Sueños, un proyecto que busca hacer que los niños crean que sus fantasías son posibles. La consigna es simple: si yo puedo, porque los otros no. “Yo en este momento, por ejemplo, estoy estudiando música en la Universidad Eafit”, dice Bomby. En el último año, al proyecto han llegado más o menos 7 mil niños de diferentes municipios entre los que se cuentan Montería, Arboletes, San Juan de Urabá, Caucasia y al Bagre, además de Medellín.
A Bomby lo hizo soñar John Jaime, uno de los fundadores de Son Batá y vecino suyo. Desde que tenía 10 años, Bomby lo escuchaba tocar el clarinete y se imaginaba haciendo lo mismo. También soñaba viendo a Snoop Dogg y a Busta Rhymes, dos gigantes del rap en el mundo. “Si tu ves que tu vecino es abogado, el otro ingeniero industrial y al otro lo ves en televisión, ya tenes muchas opciones para creer, para querer, no siempre la misma. Eso es”, dice Bomby.
Años después se cumplieron los sueños. Hoy Bomby, con 20 años, canta, toca el clarinete y estudia música en una universidad privada de Medellín. Por su parte, Son Batá se ha presentado dos veces en el Festival de música afro Petronio Álvarez, la primera ante 40 mil personas y la segunda ante 140 mil. Además han ganado un premio ese evento y otro de la revista Shock. Ahora sueñan con darle el primer Grammy a la Comuna 13.
Kolectivo Clown Nariz Obrera – Comuna 3
La risa como antídoto contra el dolor. Esa es la premisa de Nariz Obrera, un proceso de organización juvenil, nacido en la comuna 3, Manrique, ubicada en la zona nororiental de Medellín, que en las épocas de bonanza de Pablo Escobar fue en considerada la cuna de sus sicarios.
Este colectivo de Clown, conformado por cuatro payasos, fue creado en el 2005 con la idea de denunciar, narrar y reflexionar a partir del humor. Más allá de ser un grupo juvenil de barrio, Nariz Obrera es un proyecto político que fundamenta su postura y su proyecto artístico en el respeto, la solidaridad, la insumisión, el antimilitarismo, la rebeldía, la dignidad, la economía solidaria y la libertad. Lo suyo es teatro pedagógico, comunitario y reivindicativo.
Las obras, además de hacer reír, son su herramienta para denunciar y cuestionar cosas como el modelo de desarrollo que se impone en los territorios, la dominación patriarcal sobre el cuerpo de las mujeres, el desplazamiento, la precariedad que se vive en la ciudad y el cuerpo como territorio vulnerado por la religión.
Pero hay un tema en particular que es prioritario para Nariz Obrera: las mujeres y sus luchas. La intención es acompañarlas movimientos y manifestaciones, respaldarlas. “Desde esas luchas se empiezan a desplegar otro montón de causas. Creo que es la primera que, si nosotros como sociedad nos diéramos cuenta de que tan importante es darla y ganarla, podríamos llegar a construcciones de transformación más sólidas”, dice Mauricio, uno de los integrantes del grupo de Clown.
Son un grupo de hombres que se preocupa por la mujeres y sus intereses. Hombres que trabajan en la creación, difusión y apropiación de nuevas masculinidades. “Somos hijos de mujeres cabezas de familia. Mujeres que durante toda su vida se la pasaron trabajando, rebuscandose y pensando cómo hacían para sacar adelante a sus hijos. Mujeres que terminan siendo, no víctimas, sino sobrevivientes al conflicto armado”, dice Mauricio.
La nariz, según los integrantes del colectivo, termina siendo una máscara, pero que no oculta sino que devela. A través de la nariz se revela lo que aquellas mujeres obreras han callado. Es un homenaje a las madres, a sus madres.
El colectivo tiene diferentes proyecciones: la formación interna de sus integrantes que involucra el fortalecimiento técnico y artístico, y la discusión política. También tiene una escuela de formación de personas de la comunidad y la construcción de público. “Necesitamos payasos, pero payasos con sentido crítico. Payasos que se pongan una nariz no solo para hacer reír al otro, sino para mostrar la realidad que otros no están viendo. Desafortunadamente hay un montón de sistemas, o de lazos, o de hilos invisibles que hacen que las personas no vean la realidad que les toca”, dice Mauricio.
En el Kolectivo Clown Nariz Obrera se consideran Jajajaistas, y quieren mirar la realidad desde la risa, su principio fundamental como payasos. Una risa que facilita la comprensión de sus denuncias, de sus descontentos. Una risa que no se acaba sin antes dejar una piquiña que lleva al análisis, a la reflexión.
“Ya hemos llorado mucho. Hemos sufrido, hemos enterrado nuestros cuerpos. Creo que no podemos olvidar, pero sí podemos recordar riendo. Porque riendo también se sana el alma y eso es lo que necesitamos, lo que necesita este país, sanar el alma y creo que el mejor antídoto es la risa”, dice Mauricio.