OPINION Para que haya democracia en Colombia se necesita un acuerdo de paz viable. Es así de sencillo y de difícil.
Columnista: José Antequera
Lo que quedó después del 2 de octubre fue una crisis. “La trampa de la paz”, la llamó Yezid Arteta en una de sus columnas en Semana. El presidente Juan Manuel Santos no pudo romper el cese al fuego y hacer la ‘pastranada’ del Caguán. Las Farc no pudieron hacer otra cosa que mantener su decisión ratificada en la X Conferencia. Uribe, Ordoñez y el mismo Pastrana sólo pudieron comenzar a lanzar sus propuestas, porque ya estaban cantadas las reglas de juego: hace años se viene cocinando en Colombia el imperativo del repudio a la victimización y a la guerra, con la consecuente obligatoriedad de la vía de las soluciones políticas y la clausura de las vías violentas en el discurso. Las movilizaciones gigantescas fueron la expresión y la afirmación de ese mismo imperativo en la mente de una generación: paz o barbarie, para bien y para mal.
Esa obligatoriedad de la ruta de las soluciones políticas marcó un camino lógico urgido por las movilizaciones ciudadanas: escuchar a todos los que se podía y se tenía que escuchar en un período de diálogo nacional, acelerar el cabo suelto del proceso con el ELN (que ahora encabeza desde el Gobierno un líder del partido Conservador, donde también está Pastrana) y llevar las propuestas a la mesa de La Habana como escenario legítimo de negociación para producir un nuevo acuerdo.
Mientras tanto, el movimiento de Uribe ha sido también previsible. Uribe fue presidente ocho años con la misma bandera que hoy defiende y que parte de un planteamiento doctrinario, como le gusta decir a José Obdulio Gaviria: la negación del conflicto armado (el consenso que conduce tarde o temprano a la solución política y negociada del conflicto) y la afirmación de la amenaza terrorista (una tesis flexible que se alimenta del miedo, que sustituye el consenso activo y que permite un autoritarismo con fines funcionales al enriquecimiento injusto y corrupto de muchas personas).
Así que, durante el proceso de paz, Uribe no renunció a su postura y después del resultado del plebiscito, la mantiene. Por eso lo que ha hecho ha tenido el objetivo concreto y visible de reclamarse como el representante de los que votaron No y como el líder de los otros que hicieron campaña con él, no para buscar una renegociación, que sería una contradicción con su ADN, sino para volver a puntear en la carrera del poder. El único deporte que conoce.
Mientras el proceso de paz está en sala de cirugía, la estrategia de Uribe se encamina a seguir disputando el contenido de la democracia como lo ha hecho siempre, y por lo que no es casual que sus banderas siempre lleven ese término (“Seguridad Democrática”, “Centro Democrático”). De diferentes modos hemos escuchado a los líderes mayores y jóvenes del CD, de algunas iglesias cristianas y de otros grupos, llamar a respetar la democracia defendiendo los resultados del plebiscito; es decir, el triunfo indiscutible del NO, para luego defender que el nuevo acuerdo corresponda a esa victoria y que haya un mecanismo de refrendación también democrático.
El problema es que si en La Habana se están haciendo ajustes a los acuerdos es porque se reconoce el resultado del plebiscito. Y si se está hablando de movilizaciones, asambleas ciudadanas, cabildos abiertos, es porque defendemos la ampliación y la diversificación de la democracia. Pero los términos son indefinidos para el uribismo por razones concretas.
La línea discursiva del jefe, la insistencia en defender ahora la democracia y la indefinición del término hacen previsible el futuro próximo. Sin importar lo que piensen los votantes del No, Uribe querrá ubicarse como su único representante para decir que el nuevo acuerdo no es nuevo y que la democracia ha sido traicionada. Y no importa cuántas marchas se hayan hecho. No importa cuántas víctimas existan y cuántas hayan clamado por la paz. No importa que la paz sea un derecho y que 60 años hayan demostrado que sólo se puede garantizar por la vía del diálogo y la negociación. No importa el Nobel. No importa lo que quiera la comunidad internacional. Uribe dirá que lo que importa es la democracia. Que lo que importa es la victoria del 2 de octubre. Y vendrán a decirnos que escojamos el bando: con ellos y con la democracia o contra ellos y por el nuevo acuerdo. Están pintando las paredes del hueco donde se cayeron.
No podemos tener duda de que el resultado del 2 de octubre produjo una crisis. Esa afirmación no significa negar los resultados del plebiscito. Significa defender la paz, ni siquiera como derecho, sino como principio fundamental del Estado y de la persona humana, y como la precondición de la democracia.
Si en algo deberíamos ponernos de acuerdo para hacer la paz es en el rechazo a esa defensa de la democracia vacía, quecuyas fallas y fracasos se constatan precisamente en la historia de la guerra que tenemos que terminar. Ocho millones de víctimas son una de las razones por las que en Colombia no se puede hablar de la “democracia” de la que habla Uribe. Los falsos positivos son una entre otras razones por las que no se puede hablar de Seguridad “Democrática”. Las mentiras del gerente de la campaña del No, son una entra otras razones por las que no se puede hablar de Centro “Democrático”. No podemos convertir la trampa de la paz en una trampa de democracia vacía y falseada.
Porque para que haya democracia en Colombia se necesita un acuerdo de paz viable. Es así de sencillo y de difícil.