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La paz armada

Staff ¡Pacifista! - febrero 25, 2016

OPINIÓN Gran parte de la tragedia que hemos vivido en los últimos 30 años se asocia con los rótulos que utilizamos para describir los procesos sociales.

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Columnista: Andrei Gómez-Suárez

Las palabras no son sólo palabras. Parafraseando a Wittgenstein, nombrar algo es similar a fijar un rótulo en una cosa; la forma como agrupamos las palabras depende de la finalidad que establece una clasificación y nuestra inclinación.

Por eso, aunque el título de esta reflexión puede ser leído de diferentes formas, el autor de la frase tiene una inclinación clara al agrupar estas palabras para rotular el hecho que las Farc busquen participar en política después de la firma del acuerdo final de paz.

La frase “avanzamos hacia la paz armada” la acuñó en un video de un poco más de un minuto Oscar Iván Zuluaga, argumentado una acción intimidatoria de las Farc en La Guajira, y ha sido recogida por columnistas con una clara postura crítica frente al proceso de paz, como Salud Hernández-Mora.

¿Cuál es la finalidad de acuñar esta frase? ¿Qué clasificación mental permite que algunos sectores reaccionen frente a un acto público de las Farc con esta dosis de emocionalidad que revive el fantasma del “proselitismo armado”? ¿Qué memoria del pasado privilegia y que drama esconde?

Durante los años ochenta, la expresión proselitismo armado fue utilizada por sacerdotes, líderes políticos conservadores y liberales (en esa época sólo había dos partidos), militares y empresarios, entre otros actores que se oponían al proceso de paz. No todos, pero algunos eran muy cercanos a los que Otto Morales Benítez llamó “los enemigos agazapados de la paz”.

La idea del proselitismo armado promovía ante los ojos del colombiano de a pie la imagen que las Farc utilizaban las armas para obligar a la población civil a participar en política. Aquellos que circulaban el término recurrían a la doctrina de la combinación de todas las formas de lucha para reforzar el temor de muchos colombianos: que las Farc estuvieran utilizando la negociación para fortalecerse militarmente y hacer la revolución.

Incluso para personajes como el exministro de Defensa y general (r) Fernando Landazábal Reyes, las Farc eran la punta de lanza del comunismo internacional que ponía en peligro la identidad nacional de un pueblo católico y democrático.

El Presidente Betancur cayó presa de la polarización que generó el discurso del proselitismo armado. Su actitud fue ambigua cuando tuvo que salir a defender la participación política de las Farc; la cual había sido acordada como parte de la transición de la guerra a la paz. A Betancur le faltó liderazgo para convocar a todos los sectores a apoyar el desmonte de la guerra.

Sin embargo, las Farc no fueron del todo consecuentes con esta gran apuesta de paz. En vez de profundizar su vocación política, se centraron en un discurso populista y un tanto guerrerista contra la burguesía, así polarizaron aún más a la sociedad colombiana. Desafortunadamente, las Farc fueron presa fácil de la provocación verbal de aquellos sectores que no comulgaban con su participación en política.

La falta de un mecanismo eficaz para proteger a los miembros de las Farc que participaron en la creación, lanzamiento y puesta en marcha de la Unión Patriótica (UP), una plataforma amplia que convocaba diferentes sectores políticos de la sociedad colombiana, resultó en una trampa mortal que desembocó en la intensificación de la guerra sucia contra varios movimientos sociales y populares y, a la postre, el genocidio de la UP.

A los asesinatos fuera de combate de algunos miembros desarmados de las Farc escogidos para hacer política, le siguieron asesinatos de sindicalistas, mujeres, jóvenes y cientos de simpatizantes de la UP. Esta violación flagrante a los derechos humanos fue ignorada por la mayoría de la sociedad colombiana gracias al uso constante del término proselitismo armado, que sostenidamente deslegitimaba la apuesta política en la que muchos sectores libremente acompañaban a las Farc.

Reconocer que gran parte de la tragedia que hemos vivido en los últimos 30 años está asociada con los rótulos que utilizamos para describir los procesos sociales es fundamental hoy para la sociedad colombiana. Colombia no puede volver a cometer el mismo error. El fracaso de la apuesta de paz de Betancur y las Farc ha costado la vida de más de 166.000 colombianos, según el informe ¡Basta Ya! del Centro Nacional de la Memoria Histórica.

Las palabras del presidente Santos, pocos días después del incidente de Conejo en La Guajira, donde tres miembros de la delegación de las Farc realizaron un acto público rodeados de guerrilleros, son una voz de alerta. No porque como lo han dicho hasta el cansancio muchas personalidades se violaron los protocolos secretos acordados entre las partes para hacer pedagogía en las filas guerrilleras, sino porque evidencian las presiones que Santos enfrenta desde sectores poderosos de la sociedad colombiana: políticos de varios partidos, militares en retiro, y empresarios.

En este momento el presidente Santos necesita el respaldo de muchos colombianos para no caer presa del discurso estigmatizante promovido por éstos sectores. Para ganar el respaldo nacional no es suficiente con alinear a los líderes políticos en la Unidad Nacional. Santos debe mantenerse firme en un discurso que privilegie la apuesta de poner fin al vínculo entre política y armas. Para lograrlo, es importante desmontar sintagmas que, como ‘la paz armada’, buscan acorralar la apuesta de solución política al conflicto armado y contribuyen a delimitar el marco de lo posible en el futuro.

La responsabilidad de las Farc no es menor; deben evitar caer de nuevo en la trampa de la polarización. Hablar de enemigos de la paz hoy no contribuye a entender las preocupaciones validas de algunos colombianos y revelar como las palabras han contribuido a la prolongación del conflicto armado.

Tanto el Gobierno como las Farc deben reconocer que transformar el lenguaje no sólo oxigena la negociación; su importancia radica, como lo señaló Gonzalo Sánchez en su visita al Instituto Alberto Merani ante 400 jóvenes de 16 colegios de Bogotá, en que  cambiar la forma como combinamos las palabras es también cambiar las estructuras culturales.

Por tanto, me atrevería a resignificar el título de este artículo y decir que creo en una paz armada con los sueños de todas las personas que habitan este país.