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La palabra más usada

Staff ¡Pacifista! - junio 10, 2015

Víctima, de todas, es la palabra más manoseada. ¿La razón? En este país todos, de alguna manera, somos víctimas.

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Por: Natalia Otero Herrera

Víctima es, tal vez, la palabra que más se ha escuchado desde que asumimos que Colombia está en medio de un conflicto armado interno.

Número de víctimas que dejó la masacre tal. Víctimas de tal región. Víctima desmembrada. Víctima en La Habana. Víctima desplazada. Víctima reparada. Víctima sobreviviente. Víctima desaparecida. Víctima asesinada. Víctima reclutada. Siete millones de víctimas, un tablerito que cada día puntea hacia arriba…

Víctima, de todas, es la palabra más manoseada. ¿La razón? En este país todos, de alguna manera, somos víctimas.

Relato de Jacqueline Castillo. Víctima de crímen de Estado. Desaparición forzada, asesinato, falso positivo. Bogotá- 2007:

“Jaime, mi hermanito, como acostumbraba hacer los domingos, llamó a mi hermana para pedirle que le tuviera listo el almuerzo, que ya le caía a Álamos, donde vivían. Nunca llegó.

Era el 10 de agosto de 2008 y fue la última vez que alguno de la familia le escuchó la voz. Lo buscamos durante una semana y no apareció. Me fui para Medicina Legal, en Bogotá, a poner el denuncio. A partir de ese momento fui todos los días a revisar los cuerpos NN que llegaban. Ninguno era él. Después me asignaron una investigadora del CTI para revisar los cuerpos que llegaban de afuera de la ciudad.

Pasó el mes y no teníamos nada. Yo escuché las noticias sobre los casos de Soacha, pero no creí que fuera posible que Jaime estuviera dentro de ese grupo de falsos positivos. La investigadora me insistió que revisara entre los cadáveres que habían llegado de Ocaña, Norte de Santander, porque todavía quedaban once sin ser identificados.

La muchacha me pasó una lista en la que solo un cadáver coincidía con la edad de Jaime, 42 años. Tomó los datos y me mostró las fotos. Era mi hermano. Pero yo no quise creer, entonces llamé a mis otros hermanos a que vinieran a rectificar. Efectivamente, era él.

Figuraba como guerrillero muerto en combate en Ocaña, el 12 de agosto.

Jaime nunca salió de Bogotá. Vivía en Álamos Norte. Tenía una carpintería y, de vez en cuando, trabaja en el semáforo de la Calle 80, en donde está el ÉXITO, que apropósito fue el último lugar en donde lo vieron. El día anterior estuvo almorzando conmigo. Lo desaparecieron el 10 de agosto y el 12, en 48 horas, terminó convertido en un guerrillero dado de baja. Toda una sorpresa para nosotros.

Cuando fui a Ocaña a hacer el reconocimiento del cadáver, entré a la Fiscalía y me mostraron las fotos del levantamiento. La desaparición había ocurrido dos meses atrás. Jaime aparecía junto a otro muchacho que yo había visto acá en Bogotá. Todavía había muchos cadáveres que no estaban identificados, todos en una finca. El señor del terreno nos dijo que el cementerio estaba lleno, igual que Medicina Legal, y que él había decidido arrendar su pedazo de tierra para una fosa común.

Ahora, enterrado en Bogotá, llevamos siete años con el cuerpo y nada se ha resuelto. No hemos empezado ni la primera audiencia. Y para sumarle al caso, tenemos una deuda de dos millones de pesos porque los cementerios solo permiten hasta cuatro años de entierro. Pero como estamos en plena investigación no podemos sacarlo. ¿Pero le parece justo que tengamos que saldar la deuda nosotros?

Como vimos que las madres de Soacha estaban fortalecidas, decidimos reunirnos con ellas y el personero. Ahí nos unimos y desde entonces trabajamos juntas. Hacemos las conmemoraciones y hace una semana tuvimos el primer encuentro de víctimas de ejecuciones extrajudiciales. En él reunimos al fiscal, a ochenta víctimas y exigimos que los generales se presentaran para respondernos, porque los soldados solo reciben órdenes de arriba. A mitad de año vamos a intentar el segundo encuentro, en el que esperamos participen 200 víctimas.

Respecto al caso individual esto ha sido solo tristezas. No ha habido nada, como le digo. Sabemos quiénes fueron los militares, pero ellos siguen ganando su sueldito y sus ascensos.

Una víctima del Estado, es igual a una víctima de grupos armados, amabas son lo que son: víctimas. Lo que pienso es que en este momento, en medio de un proceso de paz, el ejemplo debería empezar por casa y los primeros que tienen que reconocer los crímenes son los de este lado. Si no lo hacen, todo esto es una estupidez”.

Relato de Fernando, ‘El Chichi’. Víctima de las Farc. Extorsión, asesinato, desplazamiento, despojo. Cesar- 2007:

“Iba subiendo por Chiriguaná, al sur de Valledupar, hacia Buenos Aires, en donde tenía una hacienda de unas 40 hectáreas. Llevaba una novilla que iba a vender cuando Guillermo León, un vecino, me encontró en el camino y me dijo que ojo con la guerrilla, que venían a buscarme y que si me encontraban iban a matarme. Nos tenían fichados a mí, a los Palomino y a los Olaya porque éramos dueños de tierras bastas. De esta zona del Cesar salía de todo: vacas, mulas, queso, café, panela, puercos, vallenato…Y la guerrilla lo quería todo bajo su control.

A finales de los 90 pagábamos al ELN veinte mil pesos mensuales como vacuna y nos dejaban en paz. Pero el día en que me anunciaron la muerte era 2007, plena época del Frente 41 de las Farc, el de alias ‘Willington’. Acá en la región a ese comandante lo llamábamos ‘Carequemada’ porque chiquito le quemaron la cara. El tipo es un cruce entre indio y costeño, imagínese la calidad de persona, ¡bravo! El ‘Caraquemada’ ya está preso, hace cinco años, en la cárcel de máxima seguridad de Valledupar, y ahí se quedará 30 más hasta que pague por los delitos de extorsión y secuestro que cometió.

Pero ¿qué? Eso no va a devolverme al hijo muerto, la tierra abandonada, los años que perdí en Venezuela ni el tiempo que lloramos por la vida miserable que nos dejaron. Eso ya estuvo. Ni los 200 mil pesos, que me dio Unidad de Víctimas en el primer mes que cobré la indemnización, me reparan. Ya fue.

¡Ay! Dame una mirada, llenita de cariños, dame una mirada que alegre mi canto. Y dime si me estás queriendo… Es el vallenato del alma, el que me ha acompañado a cada momento.

Le iba diciendo…Guillermo León me advirtió del aviso de la guerrilla, pero eso era cuento de siempre: un día llamaban a un vecino, al día siguiente a otro y uno caía en esa ruleta también. Había momentos que secuestraban a los pelados, los montaban en camiones y se paseaban por la plaza para que todo el pueblo los viera y se atemorizara. Cobraban fianzas de 500 millones y los soltaban. Ese día me fui para la finca, porque de todas maneras no tenía nada más que hacer. A la semana, mis dos hijos se fueron madrugados a ordeñar a las vacas. Volvió uno, el menor. Cuando salían solos yo los mandaba con un revolver 357 y la reacción del mayor fue dispararles a los tipos. No le dio a uno solo y, en cambio, ellos le devolvieron con una ráfaga y lo mataron.

Salimos la mujer, el hijo y yo, que quedé en cuero, con los calzoncillos puestos y más ná. Solo alcancé a sacar unos pesos que tenía debajo del colchón y nunca miramos atrás. No pudimos ni enterrar al hijo. Fui a denunciar a la policía de Chiriguaná: ‘Tengo el hijo muerto en la finca’, les dije, ‘si corremos podemos alcanzar a atrapar a esos bandidos’. Pero su respuesta fue que no era competencia de ellos este tipo de asuntos, que eso le tocaba al Ejército.

Dejé a la familia en Valledupar con una hermana y probé suerte por Venezuela. Allá trabajé de chef. Terminé haciendo empanadas en Maracaibo. Le mandaba los utensilios de aseo a la mujer en las cadenas que entraban de contrabando y algo de plata. Pero no era suficiente: allá ganaba de a dos millones y al convertirlo al peso colombiano, terminaban siendo 300 mil, que no alcanzaban.

Son las cosas del amor, naciste lejos del Valle, pero me muero por ti. Linda mujer, me muero por ti…

A los diez meses volví a Valledupar y compré un taxi. Desde entonces me dedico a esto. Mi hijo se enlistó al Ejército, y está allá desde agosto del año pasado. No recibo ayuda del Gobierno. No pude enterrar a mi hijo. No pude volver a mi tierra. Yo soy ganadero, no taxista. Mi hijo es campesino, no combatiente. Pero así somos las víctimas criadas para sobrevivir en esta guerra”.

***

Definición técnica:

El artículo 3° de la Ley 1448 de 2011, comúnmente denominada como Ley de Víctimas, define que se consideran víctimas a aquellas personas que, individual o colectivamente, hayan sufrido daños o violaciones a los derechos humanos establecidos en el Derecho Internacional Humanitario, ocurridos en el marco del conflicto armado, a partir del 1 de enero de 1985 hasta el día de hoy.  También son víctimas el cónyuge, compañero permanente y familiar en primer grado de consanguinidad, cuando a la víctima se le da por muerta o desaparecida.

Las víctimas de las que se trata esta ley, de acuerdo con el artículo 69, respecto a medidas de reparación, tienen el derecho a obtener medidas que incluyan la restitución, indemnización, rehabilitación y garantías de no repetición. Así, en el artículo 49, se les garantiza atención y asistencia por medio de la orientación y acompañamiento jurídico y psicosocial para acceder a la verdad, justicia y reparación.

La ley establece que los grupos armados organizados al margen de la ley no serán considerados víctimas. Así como las personas que hayan sufrido los daños por delincuencia común.

Las cifras

Víctimas registradas de conflicto armado: 7.175.718

Víctimas directas de desaparición forzada, homicidio, fallecidas y no activos para la atención:  1.316.289

Total de víctimas en los últimos tres años:

– 2013: 228.834

– 2014: 163.481

-2015: 2.905

Antioquia es el departamento con mayor número de víctimas: 277.037
El 2002 fue el año con mayor número de víctimas: 773.973

El desplazamiento ha sido el hecho victimizante más recurrido, llevándose el 79.5% de las víctimas: 6.211.973