La mala hora de Santos y la turbulencia del país | ¡PACIFISTA!
La mala hora de Santos y la turbulencia del país
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La mala hora de Santos y la turbulencia del país

Colaborador ¡Pacifista! - marzo 21, 2017

OPINIÓN | Mentiras, corrupción y mala suerte, los problemas que debe enfrentar para continuar con los acuerdos.

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El presidente de Colombia, Juan Manuel Santos. Foto: Sergio Quinteros/Télam/cf
Por José Antequera*

No sería raro que, de vez en cuando, el Presidente Juan Manuel Santos se encerrara en el baño a solas con su Premio Nobel de Paz. Que se viera en el espejo a sí mismo como un campeón incomprendido y subvalorado. Que luego pensara en lo que debió haber hecho para que su premio fuera más una medalla que un escudo.

Hay que imaginarse al tipo tomando la decisión de anunciarle a su país que empezaría un nuevo proceso de paz después de tres fallidos con las Farc. Los 411 billones de pesos gastados durante seis décadas de guerra en Colombia, según los estudios de la ONG Indepaz, no sólo fueron invertidos en armas, uniformes, aviones y helicópteros. Una grandísima parte de ese gasto, y otro tanto que pusieron los medios de comunicación por su propia cuenta, se dedicó a justificar la ofensiva militar afirmando a la guerrilla como el mayor problema del país; una banda terrorista con la que no se podía negociar y a la que había que destruir aceptando hasta los vínculos entre agentes del Estado y el paramilitarismo para la salvación de la patria.

Santos le dijo al mundo que su proceso de paz con esa banda de terroristas, entonces, tenía que ser refrendado por el pueblo y mantuvo esa promesa durante cuatro años de negociaciones. Al final, si ganaba el SI habría paz y si ganaba el NO habría guerra. Pero la realidad es que al momento de la votación en el plebiscito del 2 de octubre de 2016 ya no había alternativa. Independientemente del resultado las Farc ya habían decidido que se convertirían en partido político con una imagen favorable creciente. Y la única cosa que podía hacer el gobierno era asegurar esa posibilidad, o bombardear a los guerrilleros inermes en pleno siglo XXI, en vivo por Facebook live.

Si Santos se mira al espejo con su Nobel de Paz por estos días tiene que pensar en esas decisiones, deseando que el Premio se convierta en un tanque de oxígeno. El galardón se lo dieron, según el Comité noruego, para fortalecer su posición frente a la difícil etapa que tendría que comandar por el resultado del plebiscito: ganó el NO por 58.259 votos. Y la peor consecuencia no fue tener que hacerle arreglos al Acuerdo de la Habana que había suscrito con la guerrilla y presentarlo por segunda vez con correcciones para que empezara su implementación en el Congreso. Lo peor fue que ahí se terminó de romper la coalición de partidos que le sostenía, la Unidad Nacional, para entrar en un período de soledad con pulgas.

El Presidente Santos nunca ha contado con suficiente carisma para compensar su difícil posición. Le tocó, además, la época de las vacas flacas con el precio del petróleo, después de varios años de esfuerzos por poner este recurso en el primer renglón de la economía nacional contra todos los pronósticos, porque Colombia no es un país petrolero. Además está pagando el precio de una contradicción que el pueblo al que apeló para validar la paz no acepta ni tiene por qué aceptar. Que la paz, la promesa de un mejor país avance al tiempo que avanzan muchas cosas que saben amargo como el aumento del desempleo y el aumento de impuestos, entre otras. Así que cuando el gerente de su campaña a las elecciones de 2010 confesó que la multinacional Odebretch financió dos millones de afiches, violando topes de campaña y a cambio de quién sabe qué clase de compromisos, el Presidente ya venía en bajada.

Si el Presidente Santos entrara con su Nobel de Paz al baño tendría que salir con la certeza de que más que una medalla, un escudo o un tanque de oxígeno, lo que tiene es un certificado de valor que supone una inmensa responsabilidad. Un poco de agua fría en la cara y bien podría ver lo mucho que tiene para hacer cumplir la verdadera promesa que desea su pueblo, aunque no sepa muchas veces qué es lo que quiere. A la guerrilla no le interesa en este momento sumarse al coro de reproches, sino sacar el proceso adelante y asegurar que los Acuerdos se cumplan, ni más ni menos. Tiene a la comunidad internacional comprometida, parlamentarios que entienden que la transición es una obligación histórica para modernizar el país y ciudadanos jóvenes por miles que han demostrado con movilizaciones masivas en las calles que no van a permitir un nuevo fracaso en la búsqueda de la paz.

Lo más difícil de ahora en adelante son las mentiras que también están creciendo en Colombia con la excusa de la pos-verdad, magnificándose por redes sociales de internet. La campaña por el NO en el plebiscito fue una campaña política pensando en las elecciones de 2018, enfrentando los valores y los miedos de una parte de la sociedad colombiana, muy arraigados entre la comunidad cristiana. Los opositores al proceso de paz difundieron y difunden todos los días falsedades sobre supuestas consecuencias apocalípticas como que los Acuerdos de la Habana incluían medidas que promoverían la homosexualidad en los niños. En esa batalla en la que no importa tanto lo que es sino lo que parece ser, juegan un papel fundamental los medios de comunicación, acostumbrados a convertir las peleas políticas en rating en vez de intervenir con la verdad.

En Colombia se sigue atravesando una situación de crisis después del plebiscito del 2 de octubre. De allí puede salir la oportunidad de hacer de la paz una política nacional de largo plazo, a pesar de las diferencias, en función de la democracia y el progreso con un mínimo de justicia para la gente. Pero si Juan Manuel Santos no se espabila y los medios no se ubican con claridad en la defensa del esfuerzo monumental por inventar un futuro posible para el país, la imagen en el espejo en la que se mira el Presidente puede convertirse en una pesadilla.

*José Antequera Guzmán es activista político y miembro de Paz a la Calle.

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