¿Qué pasaría si el río hablara? | ¡PACIFISTA!
¿Qué pasaría si el río hablara?
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¿Qué pasaría si el río hablara?

Staff ¡Pacifista! - abril 5, 2015

Este lunes se presentará por tercer año consecutivo Si el río hablara, una obra sobre las víctimas de los paramilitares que fueron arrojadas al río Magdalena. Entrevista con César Badillo, su director y protagonista.

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Por: Esteban Montaño

 

César Badillo se dio a conocer en Colombia por su papel protagónico en La sombra del caminante, la premiada ópera prima del director Ciro Guerra. Sin embargo, este actor bumangués de 58 años ha construido una extensa y silenciosa carrera en el Teatro La Candelaria, en donde ha participado en más de 40 obras durante los últimos 35 años. Badillo, más conocido en el mundo de las tablas como el “Coco” por su cabeza rapada, también incursionó en el rol de director en Si el río hablara, la primera obra de La Candelaria tras el retiro del maestro Santiago García.

Si el río hablara explora la forma como los ríos de Colombia se convirtieron en escenarios de la violencia paramilitar. Pero sobre todo, intenta entender las sensaciones de los familiares de las víctimas que fueron desaparecidas de esta forma. Esta obra se presentará este lunes 6 de abril como parte de la Muestra Nacional y Latinoamericana de Teatro y Conflicto. En este diálogo con ¡PACIFISTA!, Badillo cuenta detalles desconocidos de su historia personal y explica los aportes que el teatro puede hacer en una sociedad que intenta salir de una guerra de más de medio siglo.

PACIFISTA: ¿Cómo fue la decisión de dedicarse al teatro?

César Badillo: A mí me gustaba mucho recitar. Me aprendía de memoria textos muy largos y los echaba y mis tíos lloraban y me daban trago, por eso yo empecé a tomar muy temprano, pero por emoción. Me acuerdo de mis tíos con la lágrima y el aguardiente: “juepucha sobrino tan verraco” (risas) y me abrazaban. También veía muchos payasos de circos pobres y lucha libre, porque yo vengo de un barrio proletario. Ahí me encontré con el teatro social, muy comprometido, muy político, pancartudo de la época. Cuando terminé el bachillerato me di cuenta que yo podía moldear las emociones, que podía hacer reír y llorar. Aunque tenía la beca para ir a estudiar medicina a Moscú, decidí que quería hacer teatro. Entonces averigüé acá en Bogotá, porque las regiones no tienen oportunidades para los actores. Y gracias al apoyo de un tío que vivía acá me matriculé en la antigua Escuela Nacional de Arte Dramático que dirigía el maestro Santiago García. Y en esas ando todavía.

P: Usted ha dicho que venía de un hogar pobre de Bucaramanga, ¿qué tanto influyó eso en la elección de esta carrera?

C.B.: Mi papá era obrero mecánico de la industria del cemento, trabajó en la empresa de aviación, en talleres; era rebelde y sindicalista. Él se creyó el discurso de la izquierda demasiado a la letra, cuando se cayó el muro de Berlín le dio una depresión que casi lo mata. De ahí saqué la preocupación por la situación social y los deseos de cambiar el mundo. Mi madre fue una persona especial, era de una neurosis casi demencial, y además era mitómana. Ahora que lo pienso, la mitomanía de mi madre fue muy importante porque en el fondo el teatro es una gran mentira para dar una gran verdad, ¿no?

P: ¿Usted se considera un hombre de izquierda?

C.B.: Sí, pero de una izquierda no ortodoxa. Mi actitud ante lo rebelde se ha vuelto mucho más sagaz, más tranquila, más meditativa. Cuando yo llegué a Bogotá se pensaba todavía que por medio de las armas se podía conseguir el poder. Pero yo nunca creí en eso, nunca empuñé un arma, aunque sí admiraba y hasta idealizaba a los compañeros que estaban en la guerrilla. Yo siempre ejercí mi rebeldía a través del arte, pensaba que a través del teatro se podían cambiar cosas, aunque ahora me doy cuenta que eso también era demasiado pretencioso.

P:¿Cómo ingresó al Teatro La candelaria?

C.B.: Bueno, yo conocí al maestro Santiago García en la Escuela de Arte Dramático y también en un taller de investigación teatral de la que salieron hombres tan importantes como Fabio Rubiano. En esa época ya existía La Candelaria y siempre me interesó mucho por su proyecto estético y político, por su carácter investigativo, por la posición de rebeldía y por la coherencia en el discurso del maestro. Con él había una democracia económica en la que todos teníamos derecho a saber en qué se gastaba la plata y nunca cogió más plata de la que le tocaba por ser el director. Entrar fue muy jodido porque hay que pasar un año de stage, que es como estar a prueba, después uno se vuelve aspirante y después va a planta, pero esos son tres o cuatro años de proceso. Y cuando uno lo logra, se gana un sueldo mínimo y el almuerzo diario. Así que toca rebuscar también por otros lados.

 

P: ¿Qué otros trabajos le ha tocado hacer?

C.B.: Yo he tenido la suerte de estar siempre en cosas relacionadas con el arte. Gracias a mi trabajo me invitan a talleres, he participado en películas, dicto clases privadas, sirvo de jurado y curador de festivales, etcétera.

P: Usted ha actuado en más de 40 obras a lo largo de su carrera, ¿cuál es la que más lo ha marcado?

C.B.: Hay varias, pero la que más me ha enseñado es una que se llamó El paso, que ocurría en una tienda ubicada en un cruce de caminos. El proceso fue muy bonito porque arrancamos haciendo una obra sobre Augusto César Sandino y cuando la fuimos a ver era un monstruo muy horrible. Entonces el maestro García dijo que eso no funcionaba y había que abandonarlo. O sea tocó botar a la basura más de un año de trabajo. Solo se salvó una improvisación, una pendejada de unos tipos que llegaban a una tienda y la dañaban, y de ahí nació El paso. Eso es lo más importante que he aprendido en La Candelaria, a abandonar lo que no funciona y eso es muy difícil, porque los artistas somos muy narcisos a ratos y nos enamoramos de cosas que pueden carecer de valor. También me gustaron mucho El diálogo del rebusque y El quijote.

P.: Me llama la atención que no mencione Si el río hablara…

C.B.: (Risas). Bueno, el río es la primera creación colectiva de La Candelaria después de la salida del maestro Santiago García. Eso ya la hace muy importante porque en ese momento el grupo se había dividido en tres partes y cada una empezó a buscar su propio rumbo dentro del Teatro. Entonces junto con las dos actrices que hacen parte de la obra empezamos a botar ideas y a tratar de encontrar una historia para contarle a la gente.

P: ¿Cómo surgió la historia de Si el río hablara?

C.B.: Toda obra nace de una necesidad. La de nosotros fue entender qué pasa con las víctimas y con su memoria, qué pasa con la sociedad frente a eso y cuándo nos vamos a enfrentar a ese problema. También nos interesaba el cuerpo como memoria y cómo se altera eso cuando el cuerpo es desmembrado. Eran ideas muy vagas y con eso empezamos a improvisar. Hicimos por ahí unas 80 improvisaciones, hasta que nos encontramos con la obra de Juan Manuel Echavarría sobre la gente de Puerto Berrío que saca los muertos del río Magdalena, los entierra y les cuida la tumba a cambio de favores. Ese fue el punto de quiebre, ahí encontramos el rumbo que queríamos.

P: Cuál es el mensaje que quieren dejar con esta obra

C.B.: Si el río hablara es la historia de una madre que, ayudada por un hombre muy extraño, viaja por el río buscando a su hija desaparecida. Con ello no solo exploramos el fenómeno del río como un escenario de muerte sino de la sensación de las víctimas en esa terrible situación. Con esta obra queremos dignificar a las víctimas de la violencia y, sobre todo, afirmar la vida en medio de tanta muerte.

P: Ustedes se han presentado cerca de 80 veces desde que la estrenaron en marzo de 2013, ¿cómo ha sido la reacción del público?

C.B.: Muy diversa. Hay gente que nos ha felicitado y seguro hay otros a los que les fue indiferente. En todo caso, nos preocupamos porque haya una elaboración estética bien rica, bien ambigua y polisémica. Eso va en la construcción dramatúrgica y no es una cosa a la loca, eso hay que pensarlo. No se puede ser arrogante de pensar “no me importa el público” pero tampoco de complacerlo en todo. Al espectador se le entrega un banquete para que él arme su propio plato; se le entregan elementos para que arme el poema en su cabeza.

P: Cuál es la función del teatro en una sociedad en conflicto permanente

C.B.: Es claro que el teatro no para guerras, ni quita el hambre. En cambio es una vía de conocimiento, de hacerse preguntas, de poner a pensar a seres sensibles, de circular ideas insólitas y ampliar la mirada sobre el problema, de alumbrar allá donde nadie alumbra. Con dos o tres personas que salgan tocadas, que se hayan divertido y que salgan conmovidas, eso ya es suficiente.

P: Ustedes están trabajando en una obra sobre Camilo Torres, ¿de qué se va a tratar?

C.B.: Es una creación colectiva dirigida por Patricia Ariza. Mi postura es que debe ser la historia de un fracasado pero con algo hermoso, es alguien que entrega su vida por los pobres pero al final es un acto fallido. A veces, como dijo Borges, las derrotas enseñan más que las victorias. Sin embargo, eso lo vamos a decidir como grupo y todavía falta mucho para el estreno.

P: ¿Qué pasaría si el río hablara?

C.B.: Uf, es una paradoja muy jodida. Por un lado se desbarataría esta vaina, habría un cataclismo porque sería abrir las heridas que todavía no sabemos cómo tapar. Pero por otro lado es necesario que el río hable, que haya la posibilidad de dejarlo hablar. El problema es que todos tenemos que escucharlo. El país va a tener muchos más años de dolor, pero eso finalmente se tendrá que cerrar. Es necesario que el río hable para que no se vuelva a repetir, para entender por qué ocurrió. Hasta acá lo que tenemos son heridas mal cerradas, por eso no hemos podido parar la violencia. Dejar que el río hable es como hacernos un exorcismo que nos va a hacer vomitar y sufrir, pero que luego nos va a permitir pasar la página y dar un salto en nuestra historia.

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Consulte aquí toda la programación de la Muestra Nacional y Latinoamericana de Teatro y Conflicto que se va a realizar entre el 5 y el 12 de abril en Bogotá.