Jorge Montes está convencido de la necesidad de apoyar a las comunidades campesinas. A pesar de haber sido perseguido, encarcelado y amenazado, este líder social de la zona de la Alta Montaña en los Montes de María no se detiene. ¿Por qué?
Este artículo hace parte nuestro especial #LaPazEnLosMontesDeMaría, un trabajo en conjunto entre ¡Pacifista! y Diario de Paz.
Por Koleia Bungard*
Conocí a Jorge Montes una tarde de julio en el parque de El Carmen de Bolívar, un municipio a 114 kilómetros al sudeste de Cartagena de Indias. Conversamos por varias horas. Me contó la historia de un proceso pacífico que ha unido a miles de campesino en torno a la paz. Llevan décadas luchando por la reconciliación en respuesta al conflicto armado que azotó su territorio.
Por estos meses Jorge Montes Hernández está más ocupado que nunca. Es el coordinador del Movimiento Pacífico de la Alta Montaña, el ala política del Proceso Pacífico de Integración y Reconciliación de la Alta Montaña, del que hacen parte más de cuatro mil familias campesinas. Su nombre encabeza la lista de este movimiento en las elecciones al Concejo del municipio. Espera alcanzar una curul en las elecciones locales del 27 de octubre. Ya fue concejal una vez, pero tuvo que abandonar su cargo, pues fue encarcelado en medio del primer montaje judicial del que fue víctima en el año 2003.
Durante el conflicto armado, en los 14 corregimientos y las 52 veredas que componen la subregión de la Alta Montaña, alrededor de 600 personas fueron asesinadas, tres mil tuvieron que desplazarse, se destruyó el tejido social y hubo una crisis humanitaria que hoy los campesinos comienzan a superar. Jorge participó con los propios campesinos en la escritura de las memorias de esos años. Fueron publicadas en Un bosque de memoria viva, un libro a la vez doloroso y esperanzador sobre el impacto de la violencia en esta región del país.
En palabras de Jorge: “En la Alta Montaña nos ocupa un tema ahorita, que es el tema de la paz. Nosotros soñamos con que Montes de María sea un territorio de paz y estamos convencidos de que somos nosotros quienes tenemos que luchar por esa paz. Y por eso el proceso nuestro se llama de Integración y Reconciliación, porque el conflicto aquí dejó unas barreras invisibles entre las comunidades”.
A pesar de las preocupaciones de su madre y de su hija –conviven con un líder social conocido y siempre activo al que muchas veces y de muchos medios han tratado de silenciar–, él no descansa.
“Mi mamá nunca ha querido que yo esté en el liderazgo. No me gusta vivir con ella porque desde que llego a la casa es: ‘¿Pa’ dónde vas?’, le digo que voy para una reunión. ‘Ahhh, tú y tus benditas reuniones, ¡déjate de eso!’, y toda esa cosa. Pero yo no puedo”.
Después de terminar el bachillerato en el Liceo nocturno de El Carmen de Bolívar, Jorge hizo un curso de sistemas y otro como auxiliar de enfermería. Durante los años críticos del conflicto armado en los Montes de María en los años noventa y principios del 2000, Jorge cuenta que tenía un carro y transportaba productos agrícolas, pero siempre terminaba usando el carro para otra cosa: “cargaba dos, tres muertos diarios”. Por momentos, debió vivir escondido por amenazas de la guerrilla. Luego, trabajó como promotor de salud, pero también renunció porque llevar insumos a los centros de salud lo ponía en el ojo de los paramilitares: decían que las vacunas qué él llevaba no eran para los niños sino para la guerrilla.
En medio de tanta presión armada, de bloqueos económicos y de una comunidad resquebrajada y sumida en una crítica situación humanitaria, Jorge decidió hacer algo. “Yo dije, me toca es guardar este carro y si yo soy útil para la sociedad, debo serlo, que las comunidades me alimenten, yo no me voy a morir de hambre. Entonces guardé el carro y empecé la lucha”.
Lucha por los campesinos
Hoy, Jorge Montes reparte su vida entre atender reuniones, visitar las veredas, acompañar a su gente y hacer campaña electoral para su postulación al Concejo de El Carmen de Bolívar. Más allá de las reuniones y tareas programadas cada día, en general, como él mismo enumera, sus misiones son estas: defender los derechos humanos, luchar porque a los campesinos se les escuche, porque se invierta en el territorio y se reparare a las víctimas del conflicto armado.
“El objetivo principal de nuestro proceso –dice– es un mejor vivir para nuestros campesinos. Entonces de ahí parte la reconciliación, porque nosotros decimos, si estamos con barreras, y cada quien por acá y por allá, es imposible que el desarrollo llegue. El desarrollo se logra poniéndonos de acuerdo todos. Utilizamos un proverbio de la Biblia que dice que ‘En la multitud de pensadores está la sabiduría’. Entonces nos reunimos, escuchamos las ideas, actuamos con democracia participativa. Hay muchas cosas que ir mejorando, que no se logran de hoy para mañana. Por eso se llama proceso, porque se va construyendo con esfuerzo y con paso lento, pero firme”.
Cada mes, los líderes de las comunidades se reúnen en una vereda distinta y hacen una asamblea. Por ser el coordinador general del proceso, el compromiso de Jorge es total. “Todos me llaman –dice– Cualquier cosa que sucede en cualquier comunidad, inmediatamente me buscan para darme parte de eso. Si toca escribir a la Defensoría, a la Personería, al Alcalde, al Gobernador, eso hago”.
¿Por qué haces todo esto, Jorge? –le pregunto–. ¿Por qué ser líder social en estos tiempos en Colombia?
“Yo siento que Dios me dio una capacidad que no la estudié –dice–, sino que nació conmigo, y que esa capacidad debo aprovecharla para poder reclamar, para dialogar con los mandatarios. Entre otras cosas, estoy convencido de que las comunidades vulnerables en el territorio no se desarrollan porque no saben cómo reclamar sus derechos. Los campesinos en su mayoría no leen, no escriben”.
Para el día siguiente a nuestro encuentro, Jorge tiene una agenda apretada: muy temprano debe estar en una reunión en Macayepo, un corregimiento a 36 kilómetros de El Carmen de Bolívar, “y de ahí me vengo corriendo porque hay una comisión que se va para Bogotá y debemos elaborar un documento que ellos deben llevar, con los puntos que van a discutir”.
Crónica de un montaje judicial
Ponernos en los zapatos de un líder social en Colombia no es fácil. El camino de Jorge Montes ha sido una lucha constante por enfrentar la injusticia, probar su inocencia y vivir libre para poder hacer su trabajo.
Durante el tiempo que hablamos, Jorge me transportó con sus palabras a un país que duele mucho. En su historia personal hay varios montajes judiciales, por uno de ellos estuvo preso durante tres años y asegura que intentaron envenenarlo en la cárcel. Aún sigue condenado, aunque tiene libertad condicional y todas las pruebas y testimonios para demostrar que fue víctima de otro montaje en su contra.
El primer montaje, cuenta, comenzó en octubre de 2007, cuando fue elegido concejal por la Alta Montaña. “De inmediato empezaron a decir que yo era el candidato de las Farc del municipio, y me capturaron después de las elecciones”. Estuvo dos meses preso y tuvo seis meses la casa por cárcel, con extensión al sitio de trabajo. Así resume él mismo todo lo que ha pasado desde que emprendió el camino del liderazgo social en su comunidad:
«Eso fue como una película –comienza Jorge–. Me fui a un municipio que está aquí cerca, a San Jacinto, y allá me llegaron en ese poco de camionetas. Me abordaron y enseguida me echaron adentro y me llevaron a Corozal. Eso era una caravana, se burlaban de mí en la vía: ‘Lo llevamos, por fin lo capturamos. ¿Creías que te ibas a burlar de la justicia?, pero a todo puerco gordo se le llega su San Martín’”, me decían.
»Me metieron a la cárcel La Vega –en Sincelejo, Sucre– y duré dos meses preso, ya siendo concejal. Me suspendieron durante todo el 2008 del Concejo y en el 2009, el 10 de febrero, revocaron la suspensión y le ordenaron a la mesa directiva del Concejo que me posesionara otra vez. Logré terminar mi periodo, pero con un perfil muy bajo, no me atrevía a participar como yo sé participar en los debates. Solo intervenía cuando debía intervenir.
»Luego, cuando apareció la Ley 1448 de 2011 –Ley de Víctimas y Restitución de Tierras– regresé adonde los campesinos a organizar de nuevo el tema de reparación integral con todas las víctimas de la Alta Montaña. Organizamos una caminata pacífica el 5 de abril de 2013 y logramos firmar 91 acuerdos con las autoridades locales, gubernamentales y nacionales. Desde ahí establecimos siete mesas de trabajo con las instituciones, mesa de agricultura, de víctimas, de educación y deporte, de infraestructura…
»Pero a los cuatro meses de esa caminata, el 9 de septiembre, me capturaron de nuevo, y esta vez el montaje sí estuvo muy bien estructurado. Todos los que me acusaron, que eran como quince, eran conocidos míos. Después supe que les pagaron para hacerlo. Y me metieron todos los delitos que se le meten a un guerrillero: homicidio, secuestro, extorsión, desplazamiento forzado en población civil, concierto para delinquir y rebelión. Me culpaban de ser miembro de los frentes 35 y 37 de las Farc.
»Entonces de ahí inicié una lucha campal por tratar de defenderme, agoté todo. Pero ninguna de las pruebas que presenté sirvieron. Me llevaron a Valledupar, en el departamento del Cesar, donde hay una cárcel de alta seguridad. Y ahí estuve tres años largos.
»En muchos momentos yo sentía que no estaba preso. Yo sentía que mis ideas estaban volando. Desde la cárcel yo escribía cartas para darles fortaleza a los líderes, les decía que no dejaran caer el proceso. Allá también escribí para el libro Un Bosque de Memoria Viva; escribir me quitaba el estrés. Pero de todas maneras, fueron años de martirio, hasta me envenenaron en la cárcel, mezclaron en el café dos medicamentos que le dan a los enfermos psiquiátricos.
»Después, en medio del proceso de paz con la guerrilla de las Farc en La Habana, me condenaron en primera instancia a 39 años de prisión. Yo apelé la condena inmediatamente, pero me trasladaron a Chiquinquirá, en Boyacá. Allí estuve 16 meses más. Allá, los de la guerrilla me ofrecían que me metiera en las listas de ellos, para que saliera de la cárcel, pero yo dije: jamás haría algo que esté en contra de mi moral. Si me toca pagar esa condena, yo la pago, pero yo no puedo decir eso, Dios sabe que yo no he matado, que no he pertenecido a guerrilla, que no he sido paramilitar, que no le he hecho daño a nadie. Me tocaba esperar, tener paciencia porque todo se da en el tiempo de Él, no en el tiempo mío…
»Hasta que aparece la Ley 1820, que fue creada para personas investigadas, procesadas o condenadas por delitos relacionados con las Farc. Entonces me agarro de ahí y hago mi solicitud de libertad basado en eso, y efectivamente me dieron la libertad condicionada. El día en que salí, el 5 de octubre de 2017, nadie lo creía.
»Ahora espero sacar mi condena del tribunal y pasar a la JEP. Ya firmé un acta, en donde digo que me someto voluntariamente para que definan mi situación jurídica. No es un acta como las de los guerrilleros, ellos firmaron algo que dice: ‘Me comprometo a no volver a utilizar las armas para atacar al Estado’. Aunque no soy ni fui nunca guerrillero, estoy condenado como miembro de las Farc, por lo tanto los beneficios que me otorga la Ley 1820 me dan las garantías para participar en política, aun teniendo un proceso en curso.
»Yo cuento con la ventaja de que los mismos comandantes de las Farc hicieron un video que está en YouTube. Ahí dicen que yo jamás he pertenecido a su organización, bajo ninguna modalidad. El Alto Comisionado para la Paz también verificó en los listados finales de combatientes de las Farc y mi nombre no aparece ni mi número de cédula.
»Entonces volví a El Carmen de Bolívar y a la Alta Montaña a trabajar en la misma lucha. Y en eso estoy. Aquí hay varios candidatos a la alcaldía, pero en Cartagena se reúnen las casas políticas, las casas dominantes: la casa García, la casa Turbay, la casa Cáceres, la casa Montes, que son senadores hoy presos en su casa por parapolítica. Ellos tienen el poder económico en el departamento para ganar esta alcaldía. Pero nosotros, desde el Proceso Pacífico de Alta Montaña, con el favor de Dios, queremos llegar al Concejo, conquistar por lo menos una curul.
»Entonces yo siento que estas ganas de luchar yo las llevo en la sangre, yo siento que las comunidades necesitan de personas que puedan ayudarles a defenderse ante el Estado, dice un amigo mío: ante este Estado criminal que realmente ataca».
Volver a la Alta Montaña
Es día de la Virgen del Carmen. Apenas termina su relato, la conversación con Jorge se detiene por un rato mientras oímos los juegos pirotécnicos y la banda de música del pueblo que está tocando un concierto en el atrio de la iglesia. Está cayendo la tarde y las personas que pasan por el parque lo saludan “¡Concejal!”, y él aprieta las manos de sus coterráneos, habla un poco con ellos, sonríe.
Todo lo que acaba de contarme salió naturalmente, como un río de memorias diáfanas al que no lo detiene nada. Después de todo lo que ha contado, y sabiendo que hoy, una vez más, está aspirando a un cargo político para apoyar a su comunidad campesina, le pregunto –como su mamá– si no será mejor tener un perfil bajo, no correr tantos riesgos. Pero esa pregunta no le sienta muy bien, es como dibujar un escenario de derrota.
“Mira –me dice– aquí se da un proceso de paz, en donde los únicos beneficiados son los campesinos, porque fueron los que vivieron desde sus territorios toda esa guerra cruel. Y hoy el campesino quiere la paz, quiere que los Acuerdos de Paz se mantengan, mientras que el mismo gobierno quiere acabarlos. Entonces yo siento que tengo un deber moral con esta tierra, con estas comunidades. Mi mamá pelea conmigo y llora y me dice que me vaya: ‘Vete, vete, vete, para alguna parte, no estés más aquí’. Pero yo siento que yo soy útil aquí, que yo en otra parte no sirvo para nada”.
También, aunque con un poco de pena, le pregunté algo básico: ¿cómo hace para sobrevivir? ¿Cuál es fuente de ingresos? Es evidente que el trabajo comunitario es costoso. La región es extensa y él está siempre yendo de una comunidad a otra. ¿Cómo sostenerse?
“Pues ese es el problema del caso –responde Jorge–. Los líderes sociales no tenemos sueldo, nosotros lo hacemos por amor al territorio, por amor al campesino, porque queremos ver reconocidos sus derechos. Contamos con algunas organizaciones como Sembrandopaz que, por medio de algunos proyectos que ellos gestionan, tienen la capacidad de brindarnos un transporte, un hospedaje para una reunión, pero que yo tenga una entrada mensual, que me paguen un sueldo, no, para nada”.
Antes de despedirnos, Jorge me anima a conversar con otros líderes sociales del Proceso Pacífico de la Alta Montaña, así tendré una idea más amplia de lo que ha pasado y lo que buscan estas más de cuatro mil familias organizadas en esta subregión de los Montes de María.
Cuando ya ha caído la tarde y tengo que regresar a Sincelejo, Jorge me ofrece llevarme en su moto hasta la entrada del pueblo, a la carretera en donde debo tomar el bus. Mientras voy en su moto pienso, inevitablemente, que estoy en peligro solo por ir con él, temo que algo le pase, nos pase. Entonces le pregunto si, con tanta cosa que le ha sucedido y tantas amenazas, nunca ha tenido escolta. Él se ríe, es claro que no comparte mi temor: “Yo nunca he tenido escolta. No creo que yo pueda ir en una camioneta con escoltas mientras mi gente va a pie. La seguridad es para todos o para ninguno”.
En otras entrevistas que he hecho a líderes sociales colombianos, algunos me han pedido que no publique nada, que cambie sus nombres o que no incluya fotos. Es un tema sensible en estos años, cuando han sido asesinados más de cuatrocientos líderes sociales desde la firma del Acuerdo de Paz con la ex guerrilla de las Farc. Cuando le pido consentimiento a Jorge para publicar esta entrevista, él me dice: “Di las cosas como son, di que soy un líder social, yo no tengo por que cambiar eso, porque eso es lo que soy yo. No me da miedo que el mundo lo sepa, porque ya el mundo lo sabe. Yo no tengo nada que esconder: aquí todo está dicho y todo está a la luz”.
A Jorge lo anima la idea de escribir una autobiografía, pero ahora su tiempo está más limitado que nunca porque está haciendo campaña para el Concejo. Dice que después de octubre le gustaría sentarse a escribir al menos el borrador. Y lo quiere hacer como un regalo para su hija, para contarle en más detalle por todo lo que ha pasado y para animarla a ella a luchar también. “Mi hija me vive diciendo que escriba un libro sobre mi vida. Me dice: ‘Papito, tienes que escribir todo lo que te ha pasado, que estuviste en la cárcel, que te persiguieron, todo, para que cuando ya no estés, otra gente sepa cómo es ser un líder social’”.
El cansancio asoma en su voz y en su mirada. Mientras el bus en que yo voy sale de El Carmen de Bolívar, él se monta a su moto y se va a cenar a la casa de su madre. Los imagino en la conversación de siempre: ella preguntándole para dónde va mañana, y él diciéndole que para otra reunión.
*Koleia Bungard es periodista y editora de Diario de Paz Colombia
Fotografías y apoyo editorial: Lina Flórez
Muy pronto, la asociación Sembrandopaz, que siempre ha acompañado la organización de esos campesinos, abrirá una Vaki para apoyar el Proceso de la Alta Montaña y el trabajo de líderes sociales como Jorge Montes. Considera donar y aportar a la paz en este territorio.