En la historia de Bogotá, aparecen varios clubs privados para fumar la droga ‘play’ del momento.
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Así como en Estados Unidos la cocaína se convirtió en un símbolo de la vida nocturna y la marihuana ha sido en todo el hemisferio occidental la hierba de la contracultura desde los 60, en Colombia el basuco ha ido construyendo su propia asociación: la droga del habitante de calle por excelencia.
Según el último censo realizado a esa población, en Bogotá el 73% de los habitantes de calle consume basuco. El dato contrasta con el 0.21% de colombianos que, según el último estudio de consumo de sustancias psicoactivas, ha probado esa sustancia alguna vez en la vida. El mismo estudio también señala que la mayoría de los consumidores del basuco pertenecen a los estratos 1 y 2.
Pero hubo una época no muy lejana en la que las pipas de basuco no solo ardían en los cambuches y las barriadas:
“Comodas poltronas de cuero con una mesa a cada lado. En las paredes, afiches de Botero, litografías, grabados. Mullidas alfombras, pesadas cortinas. Meseros discretos circulan con whisky y vodka. Mujeres elegantes, ejecutivos de vestido rayado, industriales que han dejado frente a la puerta el Mercedes con el chofer y el guardaespaldas. Conversaciones reposadas, de negocios o de política. Parece un exclusivo club privado. Y es un exclusivo club privado situado en el norte de Bogotá. La particularidad que tiene es que es un club para fumar bazuco” (escrito con Z. La RAE aprueba las dos maneras).
Así comienza Las casas del bazuco, un artículo publicado por Semana el 24 de marzo de 1986. El texto describe con lujo de detalles como era una noche en La casita escandinava, uno de muchos clubes en los que “una mezcla heterogénea de oficinistas y empresarios, prostitutas y extranjeros” se reunían en Bogotá para fumar basuco “la droga de moda (…) más secreta que la coca”.
–¿Cómo carajos termina la estirada clase alta de Bogotá enganchada a una droga que siempre ha sido vista como la cocaína del pobre?– le pregunté por teléfono al doctor Augusto Pérez, quien comenzó a trabajar con consumidores de basuco justo en 1986 y sigue haciéndolo hoy desde la Corporación Nuevos Rumbos.
“Es que para ese momento nadie lo veía de esa forma”, me contestó Perez.
Según Pérez, para finales de los ochenta existían al menos cincuenta lugares dedicados al consumo del basuco entre las calles 82 y 100 y la carreras séptima y quince, las manzanas más ricas de la ciudad y del país quizás. Al terminar el horario de oficina, estos lugares se llenaban de una clientela que llegaba en carro y era atendida por camareros que se pasaban la noche desarmando Marlboros para armar cigarrillos de tabaco con basuco.
Según Andrés López, director de Fondo Nacional de estupefacientes, es posible que algunos consumodores de cocaína esnifable se hayan visto atraídas por las “bondades” de la cocaína fumable, que tiene un efecto más potente, inmediato y fugaz.
La escena de los fumaderos de basuco en el norte de Bogotá cautivó a los corresponsales extranjeros que se encontraban por ese entonces en la ciudad:
“Basuco, la droga de moda de los ejecutivos en Colombia”, tituló El País de España el 25 de abril de 1986. El artículo habla de un “alto ejecutivo de una empresa constructora que es socio de uno de estos clubes” y que asegura gastarse entre 50 y 60 mil pesos (unos tres millones de pesos de la época) durante un fin de semana fumando basuco.
Unos meses después, en mayo del 87, Storer H. Rowley, del Chicago Tribune, dedicó una nota a dos hombres de 29 y 31 años ,”de pudientes familias colombianas”, que se encontraban en el centro de rehabilitación Prometeo por culpa del basuco.
La Encuesta Nacional de Consumo dice que hoy la prevalencia del uso de basuco entre los estratos 4, 5 y 6 es prácticamente nula.
Y luego, en septiembre del 87, Tom Quinn, corresponsal del LA Times, publicó su propia nota acerca de la “creciente epidemia de crack en Colombia”. El texto empieza con la historia de Jorge Rodríguez, un estudiante bogotano que vendió el apartamento y el carro de su familia para costear su adicción al basuco mientras sus padres vacacionaban en Estados Unidos.
Ya que, a parte de estas notas de prensa, no existen reportes oficiales acerca de la aparición y desaparición de los fumaderos de basuco del norte de Bogotá, nadie sabe cuáles fueron las verdaderas dimensiones del fenómeno entre la gente de clase alta. Según los datos publicados por Semana, solo en 1985 la fundación Prometeo atendió a 1.300 adictos al basuco.
Según el doctor Perez, y la Encuesta Nacional de Consumo, hoy en día la prevalencia del uso entre los estratos 4, 5 y 6 es prácticamente nula. Tampoco sabemos a ciencia cierta cómo ni por qué terminó el romance entre los ejecutivos y oficinistas del nororiente de Bogotá y una droga cuyo nombre es un acrónimo para “base sucia de coca”. Sin embargo, no es difícil suponerlo:
“Al cabo de pocos años, la gente comenzó a darse cuenta de lo dañino que era el basuco –recuerda el doctor Perez. Yo mismo atendí muchos casos de gente que había quebrado su industria, gente que había estrellado el BMW contra un poste por andar en una traba de basuco”.