Hombres gays: no valgo menos por tener una discapacidad | ¡PACIFISTA!
Hombres gays: no valgo menos por tener una discapacidad Ilustración por Tyler Boss.
Leer

Hombres gays: no valgo menos por tener una discapacidad

Staff ¡Pacifista! - septiembre 6, 2017

Muchos hombres gays son muy físicos, se comunican la atracción por medio de las miradas y yo no tengo ojitos para hacerles. Muchos sienten pánico de tener una relación con alguien que no ve o que está en silla de ruedas.

Compartir

Esta es la quinta entrega de #ChaoDiscriminación, un especial de ¡PACIFISTA! y Sentiido que explora las historias de personas que por su identidad de género u orientación sexual han sentido la discriminación incluso por parte de quienes encasillamos en una misma “comunidad”. Lea acá la entrega anterior.

Por: Camilo Santana*

Durante buena parte de mi vida alcancé a tener un 20 por ciento de visión por un ojo. Por el otro nunca he visto. Y con eso hice maravillas.

Ahora tengo 34 años y soy administrador de empresas, especialista y magister en Mercadeo y estudiante de doctorado. He sido profesor, investigador, gestor empresarial y asesor en emprendimiento e innovación en la Universidad Nacional.

En 2016 tuve una crisis de glaucoma. Desde entonces solo tengo un cuatro por ciento de visión y no sé si con el tiempo pueda recuperar más. Este cambio ha implicado algunos ajustes en mi rutina diaria, como no tomar Transmilenio, pero en general mi vida sigue igual.

De hecho, tener una discapacidad visual nunca ha sido un obstáculo para mí. Y hablo de “discapacidad” porque no es invidencia, alcanzo a ver algo. En todo caso a mí “invidente” me suena a quienes leen el tarot o algo así.

No es que una persona con discapacidad ‘no sea capaz’ sino que para ciertas actividades necesita un soporte especial.

Soy quien soy en buena medida por mi mamá, quien es ciega de nacimiento y desde muy temprano asumió sola las riendas del hogar. En mi casa nunca existió eso de “ponerse límites” como sinónimo de “no se puede”. Ella es una mujer fuerte pero también conservadora.

A los 17 años, después de haber salido con alguien que había conocido en un chat y faltando dos semanas para entrar a primer semestre, le dije: “mami, soy gay”. Crisis total. Vinieron los reclamos de “¿Con qué gente se está metiendo?” y “¿Por qué caminos anda?”. Me dijo que eso era cuestión de la adolescencia y que con el tiempo se me pasaría. Fue la primera y última vez que hablamos del tema.

Me di cuenta de que era homosexual en séptimo grado. Inicialmente sentí que me había enamorado profundamente de la hermana de un amigo. Duré tragado un buen tiempo hasta que descubrí que en realidad no me gustaba ella sino mi amigo. Un asunto de transitividad.

Una de las ventajas es que la gente antes de darse cuenta de que soy marica, notan que soy ciego. Eso me sirvió para que no me exigieran en el colegio que jugara fútbol o que fuera agresivo como los demás niños.

Además, mis compañeros dudaban de que alcanzara a ver los cuerpos de las chicas, eso me sirvió para no tener que decir nunca que estaban buenas o que alguna me gustaba.

La gente piensa que uno vive en un mundo aparte, lo que no es cierto. Pero esa creencia me ayudó para camuflarme.

Solamente una vez me molestaron. Estábamos viendo una película en la que yo estaba muy emocionado y se me salió el plumero. Uno de mis compañeros se volteó y me dijo “¡ay amigaaa!”, pero de ahí no pasó.

Con el tiempo descubrí que tener una discapacidad me hace una de las personas menos “aptas” para ser la pareja de un hombre gay. Pero eso ya dejó de preocuparme. La discapacidad aleja, la gente cree que solamente nos interesa ese tema, cuando también tenemos una orientación sexual, una identidad de género y deseos sexuales. Una característica no define la totalidad de un individuo.

La sexualidad, además, genera ansiedad y entre muchos hombres gays esto es evidente, lo que conduce a que uno sea intenso. En todo caso, los hombres que se acercan son muy pocos porque no saben cómo salir o cómo tratar a una persona con discapacidad. Les da pánico pensar en tener una relación con alguien en silla de ruedas o que no ve.

Cualquier diferencia genera barreras porque las personas en general, y entre ellas los hombres gays, son muy físicos. Se comunican la atracción a través de las miradas, haciéndose ojitos y resulta que yo no tengo ojitos para hacer. Lo bueno, es que hace mucho tiempo dejé atrás la ansiedad por tener pareja. Ahora estoy con alguien y me siento feliz pero si algún día terminamos yo seguiré siendo yo.

Pero llegar a esa conclusión no fue fácil. Hace unos años tenía una pareja, con él me fui una vez de paseo a Melgar un fin de semana. La primera noche se armó en el hotel una fiesta solo para hombres. La luz se fue bajando hasta que se fue por completo. En ese momento podía pasar de todo. A mí las multitudes no me gustan, entonces tomé a mi novio de la mano y tuvimos la siguiente conversación:

—¡Vámonos!— le dije.

—Espérate un segundo.

—Por favor vámonos— le repetí tomándolo del hombro.

—Espérate, yo te digo cuándo.

No sé por qué pero subí mi mano y al hacerlo me encontré con dos quijadas juntas besándose. Fue una cachetada horrible: me pusieron los cachos enfrente mío. Llegamos a la habitación, hablamos y él me dijo la típica frase cliché: “tienes que tomar la mejor decisión para ti”.

Le dije que no seguiría con él, pero ahí no terminó todo. Estábamos hablando cuando alguien tocó la puerta. Él abrió y se volteó para decirme mientras salía del cuarto: “Tómate un tiempo para pensar las cosas. Voy a dar una vuelta”.

Pasé varios días sin comer, pero esa semana decidí que no seguiría aguantando el maltrato. No importa si soy mucha o poca cosa para alguien, igual merezco respeto. Yo no le tengo que agradecer a nadie por querer estar conmigo. Ni yo le hago un favor ni nadie me lo hace a mí, simplemente nos damos una oportunidad. No soy más ni menos que nadie.

Me demoré tres años en volver a tener pareja porque necesité pasar por un proceso de curación y fortalecimiento del auto respeto.

En las aplicaciones para conocer hombres el asunto es peor. Para iniciar la conversación uno debe poner fotos donde la cara y el cuerpo se vean muy bien. Los requisitos parecen los de la visa gringa: sin gafas, de frente, sin sombra. Les falta poner: “fondo blanco” y “3 x 4”.  Todos exigen “cero plumas” como si ningún hombre gay las tuviera.

Estas aplicaciones están diseñadas para que uno segmente y lo segmenten. Eso es discriminación. Si uno tiene un kilo de más es un gran problema. ¡Imagínense yo que tengo cuatro extra! Califican la ropa y la barba. La edad es otro dato de descarte. Yo, con 34 años, clasifico como “viejo”. Uno tiene suerte si de 50 contactos, al menos interactúa con uno personalmente más de una vez.

El cambio para mí empezará cuando dejemos de lado la palabra “minorías” y hablemos de “diferencias” porque todas las personas somos únicas. Si uno suma las diferencias por discapacidad, orientación sexual, identidad de género, raza, estrato, etc., el 70 por ciento del país seríamos minoría. Aprendamos mejor a reconocer y a respetar lo que hace único a cada quien.

*Este texto es producto de una entrevista a Camilo Santana por María Mercedes Acosta. El texto ha sido editado para ¡PACIFISTA! y Sentiido.