El crimen ocurrió en el entonces municipio de Usme.
Hace 25 años, cuando las Farc, el ELN y un sector del EPL —agrupados en la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar— dialogaban en Caracas (Venezuela) con el gobierno de César Gaviria, el bloque Oriental de las Farc asesinó a siete funcionarios judiciales en una trocha del entonces municipio de Usme (Cundinamarca). Los cuatro funcionarios del juzgado 75 de instrucción criminal de Bogotá, junto a tres integrantes del Cuerpo Técnico de Investigación (CTI) de la Fiscalía, murieron después de que la guerrilla activara una carga explosiva al paso del vehículo en que se transportaban. Quienes sobrevivieron, excepto una persona, fueron rematados. Era la época en que las Farc intentaban cercar Bogotá.
El equipo había salido del complejo judicial de Paloquemao en la tarde del 26 de noviembre de 1991 para levantar el cuerpo del dirigente comunal liberal César Naranjo, también asesinado por las Farc. El crimen fue condenado en todos los medios, pero rápidamente olvidado. A diferencia de las sangrientas toma y retoma del Palacio de Justicia (1985) y de la masacre de La Rochela (1989), en las que también fueron asesinados funcionarios judiciales, la masacre de Usme nunca alcanzó un lugar en la memoria colectiva sobre la guerra colombiana. Ocurrió en el año en que se expidió la nueva constitución, cuando el presidente César Gaviria intentaba firmar la paz con la Coordinadora y consolidar lo previamente firmado con el M-19 y otras guerrillas.
El pasado viernes, cuando se cumplieron 25 años de la masacre, el Fondo de Solidaridad con los Jueces Colombianos (Fasol) reunió a los familiares de las víctimas para conmemorar el crimen. Al evento asistió Nora Navarrete, la única sobreviviente. El día del atentado, ella tenía 35 años y trabajaba como secretaria del juez 75, Luis Miguel Garavito.
Hacía 10 años que Nora, hoy de 60, no se reunía con las esposas, los hijos y los nietos de sus compañeros asesinados. Hablamos con ella sobre el crimen y lo que vino después.
¿Qué recuerda del 26 de noviembre de 1991?
Ese día salimos a una diligencia después del medio día. Íbamos para Usme a hacer el levantamiento del cuerpo de un dirigente de una vereda. Como una hora antes de llegar al sitio la Policía se quedó, íbamos solos. En un punto estalló una bomba, y luego remataron a disparos. Murieron los siete compañeros que iban conmigo. Fue terrible ver que le caía un disparo al uno y al otro, y que se estaba acabando la vida de esas personas y uno no podía hacer nada.
Esta es la hora que uno no sabe qué decirles a los familiares. Todo el mundo quiere que uno le cuente paso a paso lo que pasó, minuciosamente qué dijo el uno, qué dijo el otro, pero yo estaba en el mismo problema… ni siquiera sabía si estaba herida o no.
¿Cómo se protegió de los disparos?
Me quedé quieta. El mismo susto lo coge a uno de sorpresa, y uno no sabe qué está pasando. Ellos (los guerrilleros) siguieron disparando, y al buen rato llegó la Policía. Nos sacaron al médico y a mí, porque él todavía tenía pulso, y en una camioneta nos llevaron al hospital de Usme. Cuando íbamos no muy lejos, el médico falleció.
Yo llegué al hospital y de ahí me trasladaron a la clínica de la (desaparecida) Caja Nacional. Milagrosamente, no tuve heridas de consideración. Pero es una cosa tan triste que 25 años después uno no se repone. Y, más bien, pienso en estos muchachos (los hijos de sus compañeros muertos), que han tenido que levantarse solos. Creo que simplemente no era mi día, y que eso hace más duro lo que pasó, porque nunca me he podido explicar exactamente. Y si yo no me explico, ¿cómo serán estos pobres familiares?
En esa época, el diario El Tiempo recogió el testimonio de un policía que dijo haberla visto a usted saliendo debajo de los cadáveres…
No, no… ¿tú te puedes imaginar cómo uno se mete debajo de los muertos? Al policía no le podía impresionar eso. Yo estaba sentada, y ahí sentada me encontraron. También dice ahí que los guerrilleros se llevaron unas máquinas de escribir y otros equipos. No es cierto. Ellos bajaron y remataron al juez, que iba adelante. Pero mientras yo estuve ahí sentada, no vi que abrieran puertas para sacar nada. Eso es falso.
Usted y el equipo iban acompañados por la Policía. En 1998, el Consejo de Estado consideró que los agentes no los protegieron y condenó a la Nación. ¿Está de acuerdo con la conclusión de ese alto tribunal?
Sí, claro, porque los policías iban a una gran distancia, a pesar de que esa zona era difícil. Además, los radioteléfonos no servían, y todo el mundo se preguntaba: “¿Qué pasó?, ¿por qué la Policía no viene?”. Entonces, nosotros seguimos, y ahí fue donde estalló la bomba y siguieron los disparos. Delante de nosotros también iban tres investigadores, pero súper adelante, los vimos dar la vuelta por allá arriba… y ellos no se devolvieron cuando sucedió el atentado.
Es más, al juzgado de nosotros ni siquiera le tocaba esa tarea. Hubo cualquier problema en el juzgado que debía ir, y entonces nos la asignaron y nos fuimos. No hubo ni objeción, nadie dijo: “No vamos”.
¿Cómo era ser funcionario judicial en esa época violenta?
A uno le tocaba ir a muchas zonas delicadas. Ahora pienso que el ataque nos hubiera podido pasar en cualquier otra parte. En ese entonces, en cualquier momento le hacían atentados a la Policía, al cuerpo técnico, a todo eso, y nadie tenía tranquilidad. Por eso nosotros siempre trabajamos en grupo.
¿A qué se dedicó después de sobrevivir al atentado?
Tan pronto sucedió esto, yo pedí una licencia sin remuneración. Me fui porque no me sentía capaz de estar ahí. Después trabajé un año en el Ministerio de Justicia y cuando volví a la Fiscalía llegué a la Dirección General. Duré 10 años más, pero entendí que estaba siendo masoquista, entonces me retiré. Y digo masoquista porque estando allí uno no sana las heridas del incidente, todo el tiempo está recordando.
Luego me fui de la Fiscalía y conseguí otro trabajo mejor, más tranquilo, nada con la justicia.
¿Fue reparada?
No, jamás. La justicia ha sido masacrada y al Estado no le interesa. Pasan y pasan cosas, y nunca he visto que hagan algo por las víctimas. De esta masacre, en particular, ni siquiera se habla. Inclusive, nunca vi que de todos los papeles que se hicieron en los juzgados, de los levantamientos, se consolidara una investigación. Las víctimas somos las únicas que recordamos los hechos. Es más, de la sentencia del Consejo de Estado, a mí no me tocó nada.
¿Cree que el Acuerdo Final que firmaron el Gobierno y las Farc puede contribuir a reparar a las víctimas?
Hay unas cosas que me convencen, y otras que no. Pero, al final, digo: Si se cree que así vamos a llegar a la paz, adelante. Porque lo que necesitamos es justamente eso: que se acabe toda esta violencia que no nos lleva a ninguna parte. Por ejemplo nosotros, que éramos simples trabajadores, que íbamos a hacer el oficio que nos tocaba, no teníamos por qué haber pasado por estas cosas tan horribles.
En el último año, las Farc se han reunido con las víctimas de Bojayá, con las de La Chinita y con los familiares de los diputados del Valle del Cauca. ¿Le gustaría tener un encuentro similar?
No, no sé, en este momento no te podría decir. A lo mejor sí, pero aquí me han tocado más fibras de las que ya tenía apagadas. De todos modos, me gustaría que en la Jurisdicción Especial para la Paz se tratara este crimen, así como se ha tratado el de La Rochela en otros escenarios. Es que fueron siete muertos que hacían parte de la justicia, siete trabajadores del Estado. Nos daría mucha tranquilidad que las Farc contaran la verdad de lo que pasó, porque nunca supimos. Yo creo que es necesario que eso salga a la luz.
¿Ha vuelto a Usme?
Nunca, ni quiero volver en la vida.