Este año el gobierno y los medios de comunicación hicieron de Walter Arizala el enemigo de Colombia. ¿Qué era de su vida cuando tenía 18 años?
Por: Santiago Valenzuela y Santiago de Narváez
En octubre del año pasado fueron asesinados al menos siete campesinos que cultivaban coca en Tumaco. Aunque un par de meses después, la Fiscalía imputara a dos oficiales de la Fuerza Pública por la masacre, esa fue la primera vez que el nombre de ‘Guacho’ aparecía ante la opinión pública. La revista Semana se refirió a él en los siguientes términos: “Para las autoridades los atacantes, al mando de un sujeto conocido con el alias de ‘Guacho’, harían parte de un grupo “residual” del Frente Daniel Aldana de las Farc, una de las columnas más temidas de la antigua guerrilla”. ‘Guacho’, quien supuestamente estaba detrás de los cultivadores de coca, moviendo los hilos, asomaba la cabeza en la prensa nacional.
Fue ese mismo mes cuando ‘Guacho’ concedió la única entrevista a un medio de comunicación y que el país pudo oír la voz del líder disidente de las Farc. En la entrevista para el canal RCN, el disidente aseguraba que alcanzó a estar durante cuatro meses en la zona veredal de ‘El Playón’ –como parte del Acuerdo de Paz con las Farc– antes de regresar a las armas.
Tuvieron que pasar cinco meses para que la cara de alias ‘Guacho’ saltara nuevamente a las primeras planas. El 26 de marzo de este año se confirmó el secuestro de tres periodistas del diario El Comercio de Ecuador por parte de los hombres de ‘Guacho’. Un mes después, en abril, se supo del secuestro de una pareja ecuatoriana que también estaba en manos del comandante del Frente Oliver Sinisterra (FOS). La revista Semana publicó entonces un artículo que se titulaba ‘Guacho, la cara criminal de la violencia en el Pacífico’, donde afirmaba que “los secuestros, asesinatos, terrorismo y narcotráfico revelan la incapacidad del Estado para manejar el posconflicto en esa región del país. El criminal Guacho está detrás de la violencia en la región”. (Las cursivas son nuestras).
En ese momento la onda del boom mediático no hizo sino expandirse. El fiscal general de la nación, Néstor Humberto Martínez, dijo en el mes de abril que “alias Guacho se ha convertido en el brazo armado del Cartel de Sinaloa y amenaza con convertir a Colombia en un problema geopolítico en la región”.
En julio, cuando ya se sabía que había mandado a matar a los tres periodistas y a la pareja ecuatoriana y se le atribuía el asesinato de tres agentes del CTI, ‘Guacho’ ya era el enemigo público número uno del país. Así lo aseguraba el periódico El Tiempo y el presidente Juan Manuel Santos decía: “Que no haya duda de que ‘Guacho’ y su gente pagarán”.
Ese mismo mes, en julio, la revista Semana sacó un informe en el que hablaba de un posible plan para “refundar las Farc”. Decía que ‘Guacho’ era apenas la cara visible de las múltiples disidencias de la guerrilla que ahora estaban teniendo control territorial y manejando las rutas del narcotráfico. ‘Guacho’ volvía a ser primera plana.
Y volvió a serlo cuando un informe del periódico El Tiempo aseguraba que sus tentáculos habían llegado hasta Bogotá, donde ahora estaba reclutando gente para que engrosara sus filas. Funcionarios del Ministerio de Interior, fundaciones y organizaciones sociales, salieron a desvirtuar esas afirmaciones: era muy poco probable que a un líder del negocio del narcotráfico en el sur occidente del país le fueran a interesar ‘ollas’ en Bogotá, que ya están controladas por los llamados ‘ganchos’.
En agosto hubo cambio de gobierno y con la llegada de Iván Duque a la presidencia el gobierno hizo énfasis en la lucha contra el crimen y la ilegalidad. Lucha que tenía una cara, un objetivo, visible: ‘Guacho’.
El 15 de septiembre hubo rumores de que en una operación del Ejército el líder disidente había sido dado de baja. “Espero poder decir que a ‘Guacho’ se le acabó la guachafita”, dijo el presidente Duque ese mismo día, mientras el auditorio desde el que hablaba estallaba en gritos y aplausos.
No murió. Pero los rumores sobre su posible muerte dejaron ver que el problema de la violencia en Tumaco y en la frontera con Ecuador no iba a desaparecer solo con que se “terminara la guachafita”.
“Creo que no va a pasar nada con la posible muerte de Guacho”, le decía a ¡Pacifista! Mario Cepeda, analista y director de Página 10, medio local nariñense, en un texto que publicamos en septiembre de este año. “Hay una configuración en los grupos armados, simplemente llegaría otra persona a ocupar el lugar de ‘Guacho’ y seguiría el conflicto y la producción de cocaína. No veo que una muerte pueda generar un impacto mayor que cumplir con un chivo expiatorio que se presenta en los medios nacionales, porque a nivel territorial las cosas son más complicadas”.
“Cuando se vaya el Ejército y pase el boom mediático”, seguía Cepeda, “lo fundamental es fortalecer la sustitución de cultivos de uso ilícito e inyectarle recursos, cumplir los acuerdos con las familias, fortalecer la institucionalidad en Tumaco y fortalecer el lado productivo, el del empleo, educación, cultura. Hay que hacer presencia militar, pero no descuidar la otra parte, la social, la que busca una atención integral”.
Ramón Aguirre, líder social en Tumaco nos dejó algo claro: “A nosotros no nos sorprende el tema de ‘Guacho’. Como él ha habido muchas personas. Ellos (los de ‘Guacho’) son apenas una arista de lo que pasa en nuestro territorio (…) Por más de que los capturen, vivo o muerto, esto no parará”, decía en su momento el líder social.
Ese mismo mes de septiembre, Rodrigo Londoño (‘Timochenko), antiguo líder de las Farc, dijo en entrevista a CNN que ‘Guacho’ era una figura intrascendente que estaba siendo maximizada por la importancia que los medios le atribuían.
Pasaron tres meses para que el presidente Duque lograra reciclar su ocurrente frase: “a Guacho se le acabó la guachafita”, dijo cuando confirmó la muerte del disidente, líder del Frente Oliver Sinisterra, el viernes de la semana pasada.
El espectáculo había terminado.
O no.
El telón de fondo detrás de Guacho
Cuando cumplió 19 años, la frontera sur no le ofrecía mayores oportunidades a Walter Arizala. Era 2008 y el gobierno de Álvaro Uribe desplegó todo el arsenal militar para acabar con las Farc. En ese entonces ‘Guacho’ ya hacía parte de la Columna Daniel Aldana de la guerrilla, una de las que controlaba Luis Édgar Devia, alias ‘Raúl Reyes’, comandante del Bloque Sur de las Farc y abatido el 1 de marzo de ese año en la provincia ecuatoriana de Sucumbíos. Arizala era, en ese entonces, uno de los cerca de 2.000 combatientes de la guerrilla que tenían que obedecer las directrices de Reyes.
Después de los diálogos del Caguán y del Plan Colombia, los cultivos de coca en Putumayo emigraron a Nariño y las Farc se fortalecieron como actores clave en el narcotráfico del sur occidente del país. El Bloque Sur era uno de los principales productores de cocaína. Esto se sabría con exactitud años más tarde. En 2013, por ejemplo, el Ejército reveló información sobre el tráfico de droga en el sur del país. Según el coronel Jorge Mora, en ese entonces comandante de la Brigada Especial Contra el Narcotráfico, las Farc tenían bajo su control el 80 % del narcotráfico en el país; tenían bajo su poder 48.000 hectáreas de cultivos de coca. En Nariño, donde estaba Arizala, la guerrilla controlaba 10.000 hectáreas de coca.
¿Qué opciones tenía Arizala en su juventud? Pocas. Entre ellas: la coca, la guerra. Información del DANE de 2010 señala que de los 180.000 habitantes de Tumaco, la mitad, 90.000, vivían con las necesidades básicas insatisfechas, es decir, sin acceso a servicios públicos, educación, salud, empleo. La misma fuente dice lo siguiente: “El 43 % de la población en Tumaco ha alcanzado el nivel de básica primaria; el 26 % la secundaria y el 4,7 % la educación superior. La población sin ningún nivel educativo es del 17,8 %”. El camino de la educación, en ese entonces, era el más intrincado. En 2013, el 70 % de los jóvenes que lograban terminar el bachillerato, según la Alcaldía, no lograban encontrar empleo – y las cosas no han cambiado mucho, de hecho, el índice de pobreza multidimensional actual en Tumaco es del 84,5 % –.
El Tumaco que le tocó a Guacho fue –es– el de la pobreza, la violencia y los desplazamientos. De acuerdo con datos del Observatorio de la Presidencia para los Derechos Humanos, entre 2000 y 2011 fueron asesinadas 2.063 personas allí; esto lo convirtió en el cuarto municipio más violento de Colombia. Otro dato: mientras que en 2010 tenía una tasa de homicidios de 142 por cada 100.000 habitantes, en el país el promedio era de 32. Nacer en Tumaco, siguiendo esta lógica, implicaba tener un riesgo de morir cuatro veces mayor que en otra ciudad del país.
En cuanto a desplazamiento, el mismo gobierno reconoce que en un lapso de 10 años, entre 2001 y 2011, fueron desplazadas 56.092 personas del municipio, de las cuales 10.547 eran niños. En ese mismo período, paradójicamente, el puerto nariñense recibió a 23.778 personas desplazadas, muchas de ellas del norte otras zonas en conflicto, como el sur de Córdoba. A ‘Guacho’ le tocó el Tumaco de los Rastrojos, que llegaron después de la desmovilización del bloque Libertadores Sur de las Autodefensas. También, seguramente, sintió la presión de los más de 7.000 hombres de la Fuerza Pública que Uribe envió a la frontera.
Es probable que, entre sus 20 y 23 años, Arizala combatiera con las Autodefensas Campesinas de Nariño, los Rastrojos, el Ejército y el frente Mariscal Sucre del ELN. Todos estos grupos armados se disputaban las rutas fluviales y terrestres para sacar la droga del país.
De soldado a comandante
En 2018, a diferencia de lo que pasaba hacía una década, Arizala ya no era un hombre más de las filas de Raúl Reyes. Se convirtió, después del Acuerdo de Paz en el comandante del Frente Óliver Sinisterra (FOS), una de las primeras disidencias de las Farc. Ya no era un combatiente de rango medio que pasaba desapercibido. Era el hombre despiadado que ordenó el asesinato de tres periodistas ecuatorianos y de una pareja de civiles secuestrada en la frontera, el hombre de confianza del Cartel de Sinaloa y luego el más perseguido en el país, con dos circulares rojas de la Interpol encima.
Cuando se firmó el Acuerdo de Paz, en noviembre de 2016, los líderes de las Farc presentían que la columna Daniel Aldana probablemente se desintegraría en el proceso de reincorporación. Así lo explica la Fundación Ideas para la Paz (FIP): “Las FARC venían divididas no sólo porque gran parte de sus integrantes estaban totalmente absorbidos por el narcotráfico, sino también porque sus estructuras de milicias o redes de apoyo en Tumaco no habían logrado integrarse y actuaban más como una estructura de subcontratación delincuencial; además, muchos combatientes perdieron la confianza en el gobierno por la muerte en combate de Óscar Armando Sinisterra Ramos, alias ‘Oliver’, en 2015, tercer cabecilla de esa estructura con gran ascendencia entre la tropa, en especial por su rol en el atentado contra la estación de Policía de Tumaco en 2012. De ahí el nombre del Frente Oliver Sinisterra”.
La columna móvil Daniel Aldana estaba fortalecida cuando se firmó la paz. La coca, los enlaces en el exterior y la capacidad militar estaban intactas. De ahí a que surgieran varios grupos disidentes, como las Guerrillas Unidas del Pacífico (GUP), al mando de Víctor David Segura Palacios, alias ‘David’, dado de baja en septiembre de este año. Este grupo, según la Fundación Paz y Reconciliación, es el enlace con el Cartel Jalisco Nueva Generación de México, mientras que el Frente Oliver Sinisterra ha trabajado de la mano con el Cartel de Sinaloa. La estructura armada comandada por ‘Guacho’ hasta hace días, según el gobierno, puede tener entre 500 y 700 hombres. Ambas disidencias se formaron con milicianos que estaban en la columna móvil Daniel Aldana de las Farc.
Mientras que las GUP se han fortalecido en el casco urbano de Tumaco y en los municipios Roberto Payán, Ricaurte y Olaya Herrera, el Frente Oliver Sinisterra controla la región de Alto Mira y Frontera y los corredores de movilidad de los ríos Mira y Mataje, los cuales conducen a la salida al océano Pacífico por Ecuador. En la región, según información de la Fiscalía y otras organizaciones, pueden salir, en su máxima producción, 315 toneladas de cocaína mensualmente. ‘Guacho’ creó laboratorios subterráneos, estrategia que hasta el momento le ha servido a la disidencia para exportar la droga.
Walter Arizala se fue, pero los índices de pobreza y los cultivos de coca siguen intactos. La producción de cocaína, como lo demostró Insight Crime, ha crecido: Colombia pasó de producir 1.053 toneladas de cocaína en 2016 a 1.379 en 2017.
Con ‘Guacho’ por fuera de la ecuación, el Estado podría olvidarse –una vez más– de Tumaco, lo mismo que los medios de comunicación. De ser así, esa realidad tal vez se convierta en un respiro para el Cartel de Sinaloa.