El 8% de víctimas del conflicto armado han sido personas mayores de 60 años.
Por: Daniela Arenas
Agapito Barros Salazar, de 74 años, un hombre que vende frutas en la calle, va recordando cómo en medio de la reconstrucción de una parte de la ciudad, las balaceras surgían de repente y el conflicto afloraba en medio de un día cualquiera. Con esta imagen, el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) lanza el proyecto “Sin tiempo para olvidar”, una iniciativa liderada y desarrollada por la Corporación de Investigación y Desarrollo Social (CORPOIDES), en el marco de la celebración internacional del mes por el reconocimiento de los Derechos Humanos de las personas mayores.
Proyectada en las nuevas salas de la recién inaugurada Cinemateca Distrital, cerca a la Universidad de los Andes, Marlon Acuña, líder del enfoque diferencial de personas mayores del CNMH, y Paul Alzate, coordinador y realizador audiovisual de este trabajo, presentaron un arduo y largo trabajo de recolección de testimonios de adultos mayores que crecieron toda su vida en medio del conflicto. La vejez protagoniza la posibilidad de exploración de la memoria.
El evento abrió sus puertas con la muestra de 5 microdocumentales que desarrollan el recuerdo como impulso testimonial que se adhiere a la memoria colectiva. La capacidad de transmitir sentido se desprende, en este caso, del acceso a la identidad de personas que han crecido en medio del conflicto a lo largo de sus vidas. Su figura brota del tejido vivo de una sociedad y una cultura que continúa reafirmando la violencia como un mecanismo de defensa ideológica y política.
El trabajo conjunto de estas dos instituciones es el resultado del proceso de reconstrucción de memoria con enfoque de envejecimiento y vejez: una serie de cortometrajes cortos que relatan los testimonios de 24 personas mayores y evidencian la incursión de distintos grupos armados en el municipio de Barrancabermeja, en el departamento de Santander.
“Sin tiempo para olvidar” es un ejercicio de reconocimiento por la memoria, la identidad y el saber de estas personas: voces que reflejan y protagonizan las consecuencias de la violencia en Colombia.
Barrancabermeja es un puerto petrolero que desde hace más de 40 años recibe víctimas del conflicto. Barrios como Primero de Mayo, Pozo siete, Cristo Rey y Pablo Acuña, entre otros, están conformados por este tipo de población. Según cifras del Registro Único de Víctimas (RUV) con corte reciente del mes de junio de 2019, por lo menos 746 mil personas -el 8% de víctimas del conflicto armado- han sido personas mayores de 60 años. De estas personas, cerca del 70% han sido víctimas de desplazamiento forzado.
Los mayores dinamizan los discursos que atraviesan el conflicto y la paz. Hallar en ellos la base de un ciclo de formación para la paz es crear conciencia acerca de su lugar en el contexto actual, porque indudablemente son instrumentos de renovación y subsistencia entre las generaciones. Y en esa medida, a través de su trabajo, el CNMH y CORPOIDES impulsan e invitan a reflexionar sobre el rol que hoy en día juegan este tipo víctimas en la historia, pues sus experiencias son un verdadero legado para las próximas generaciones.
Se trata de aportar a la paz mediante un diálogo intergeneracional que permite conocer y aprender de los recuerdos; contribuyendo así a la construcción de una memoria colectiva, de una memoria incluyente y en movimiento.
“No se trata de salir de aquí pensando lo duro que fue para estas personas mayores vivir el conflicto. Se trata igualmente de llevarnos un ejemplo de fortaleza, la voz de estas personas no solo dice ‘somos víctimas del conflicto’, dice también ‘somos líderes y lideresas sociales que buscamos herramientas para hacerle frente a la guerra’”, afirma conmovido Acuña.
Al Magdalena Medio han llegado el ELN, las FARC, los paramilitares, y ahora está invadido por el microtráfico, otra guerra de los barrios en la ciudad que afecta a los desplazados. Estamos frente a una de tantas situaciones en donde las condiciones de vida vulnerables aumentan por la ausencia de estrategias y de programas enfocados específicamente a la atención y a la caracterización de las necesidades de la población. “Uno no se alcanza a imaginar cómo en esas variables de que hayan llegado los grupos armados a las comunidades y hayan arrasado con todo, las personas mayores cumplieron un rol en ese momento de la guerra: salir del territorio, escapar, desplazarse y llegar ahí”, cuenta Alzate. Y en este caso en particular, las personas mayores no sólo manifiestan la necesidad de ser escuchados, sino que “también necesitan tranquilidad y esa tranquilidad solamente se la da la indemnización del gobierno nacional”, continúa afirmando.
Como víctimas cargan con una responsabilidad adicional: con la reconstrucción de sus comunidades, del tejido social; porque más allá de sobrevivir en lo individual también están haciendo comunidad desde su propio lugar, en lo cotidiano. Y eso es, precisamente, lo que los cortos tratan de revelar: Melida Silva Macías en el barrio Cristo Rey, de 75 años, sentada en la entrada de su casa relata una vida de desplazamientos, la pérdida y el asesinatos de sus hijos; Diosmires Guerrero de 74 años, mientras recibía la limosna que pide diariamente cuenta cómo a lo largo de su vida tuvo que desplazarse por no haber cedido ante la ‘protección’ que le ofrecía la guerrilla; Josefina López de 62 años, preparaba su desayuno e iba contando cómo en su infancia su tía le pedía que se cuidara porque la guerrilla gobernaba ese territorio; y Eloisa Niño Bernal de 74 años, junto a su máquina de coser da también vida a la memoria de varios de sus compañeros y vecinos, asegurando que no cree en la paz.
Todas estas imágenes evidencian los recursos materiales y prácticos que estos adultos mayores debieron implementar para hacerle frente a la guerra. La relación con ellos se da evidentemente en el contexto de familia, son mayores que con el tiempo empiezan a ser relegados y que, a pesar de eso, son personas que continúan trabajando para subsistir y, sobre todo, para garantizar condiciones de vida digna a sus familias.
Envejecer en el marco de la guerra es una de las razones que impulsa a hacer memoria histórica de una manera distinta, a darle espacio a personas que tienen mucho por contar: fuentes de información que pueden proveer un conocimiento imprescindible para la construcción de paz.