En este departamento, las mujeres son las que administran las fincas productoras e incluso dirigen el trabajo de los hombres.
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Para nadie es un secreto que desde el pasado siglo las mujeres hemos venido asumiendo roles que tradicionalmente hacían los hombres. En asuntos laborales, educativos, de recursos y acceso a bienes hemos evolucionado de manera exponencial, y en términos de garantías para el disfrute y goce de los derechos la cosa no ha sido distinta. Aún así las brechas todavía persisten, sobretodo en sectores como el rural en donde el trabajo de las mujeres siempre ha sido muy limitado. En el campo generalmente han sido las encargadas de las labores de la familia, de la casa, el exclusivo cuidado de los niños, y los hombres de todo lo que tiene que ver con los cultivos. No obstante, en la última década la situación se ha venido transformando.
Buscando historias de mujeres que estén empoderando a más mujeres o que estén fomentando la equidad de género en el país me encontré con Marleny Mayorga, una campesina caficultora y agrónoma del Cauca que a partir del ejemplo de gestión sostenible que ha desarrollado en su propia finca ha incentivado a cientos de mujeres cultivadoras para que mejoren su producción y logren tener una mejor calidad de vida. Actualmente su territorio es uno de los que produce café de la más alta calidad y las mujeres no solo se encargan de la cocina. En los últimos años se han involucrado tanto que ahora son ellas las que administran las fincas agricultoras, manejan los costos de producción y en muchas ocasiones dirigen el trabajo de los hombres. Esta es su historia.
“Villa Sofy”, la inspiración
Marleny Mayorga nació en Rosas, un municipio cafetero del Cauca, en medio de una numerosa familia de campesinos. Desde muy pequeña heredó todos los dotes que se necesitan para llevar a cabo la labor de la caficultura, la cual desde tiempos inmemorables los ha sacado adelante pese a las difíciles condiciones en las que viven los agricultores en Colombia. Históricamente los caficultores han sido tratados con desidia y negligencia estatal, pues su gran mayoría habita en zonas alejadas de difícil acceso en donde la inversión social es mínima, las vías para el transporte brillan por su ausencia y la pobreza y falta de educación son protagonistas.
Mientras en las 13 principales áreas metropolitanas de Colombia la pobreza total es de 18 %, en los territorios rurales es del 47 %. Además, el precio del café en los últimos años ha sido muy bajo e intermitente: En el Cauca, por ejemplo, producir una roa de café cuesta alrededor de $56.000 pesos y el precio del mercado de fin de semana lo cobra a $69.000 pesos.
Pese a todo esto los padres de esta mujer humilde lograron que pudiera estudiar una carrera universitaria y se graduara de profesional. Sin embargo, esto no significó necesariamente que Marleny se alejara del campo. Todo lo contrario. En diálogo con Divergentes nos contó que ahora es agrónoma y que, gracias a los conocimientos técnicos que adquirió en su paso por la Universidad del Cauca, el retorno a su comunidad resultó ser más provechoso de lo que se imaginaba.
“Luego de salir profesional empecé a trabajar en mi territorio, me casé y tuve una hija. Yo también ya tenía mi finca, a la que llamé ‘Villa Sofy’ por mi chiquita. Sin embargo, en el 2010 conocí un programa que capacitaba a los caficultores para mejorar su producción y volver el trabajo del campo un trabajo sostenible y me uní”, recordó Marleny. El programa al que se sumó esta caficultora fue al AAA de Nespresso, que busca incorporar prácticas sostenibles en las fincas y los terrenos en donde se cultiva café desde 2003. Actualmente cuenta con 129 agrónomos de los cuales el 40% son mujeres, y asiste a más de 30.000 caficultores en todo el macizo colombiano. “Mi día a día es ir a las fincas, prestar asistencia técnica a los caficultores así como capacitarlos en diferentes temas sostenibilidad, productividad, cuidados con el medio ambiente y calidad de café”, agregó.
Independientemente del programa, Marleny se había trazado una misión: ayudar con su conocimiento a mejorar el rendimiento y la calidad de las cosechas y así garantizar un suministro sostenible de café y mejorar la calidad de vida de su comunidad. Lo que no se esperaba era la recepción tan grande que su trabajo iba a tener, en especial por parte de la población femenina.
Mujeres empoderadas en el campo
El 67% de las mujeres campesinas en Colombia participan en la transformación de productos agropecuarios y el 40% de la fuerza de trabajo empleada en la recolección del café es femenina, de acuerdo con un estudio rural de la Universidad Javeriana de 2005. No obstante, como se mencionó al principio del texto, su trabajo en el campo se había opacado sustancialmente, más aún durante los años más crudos del conflicto armado. Tal vez por eso cuando Marleny empezó a visitar las fincas caficultoras el interés de las mujeres en su trabajo fue especial.
“A raíz de las capacitaciones logramos atraerlas, generar esa confianza para que ellas quisieran participar más activamente. La situación ha ido cambiando pues hoy tenemos en nuestras labores grupales muchas mujeres interesadas y metiéndose de lleno en el cuento. Tanto así que ahora en las fincas son las esposas quienes se encargan de la parte administrativa. Los costos de producción ellas también los llevan. Han ido cambiando su rol de manera muy positiva, se integran más, son las que direccionan pero también encontramos mujeres cabeza de familia que hacen labores en campo y en casa. Ellas son las más valientes, pues lo hacen todo”, explicó esta profesional, quien trabaja por zonas que los cultivadores llaman “Distritos”.
Su labor es visitar las fincas y orientar buenas prácticas agrícolas, como sistemas para cuidar el agua residual producto del lavado del café, descontaminantes, entre otros. Si bien el trabajo de Marleny ha alcanzado cierto reconocimiento, no siempre fue así. Cuando empezó a capacitar a las mujeres y a su comunidad, paralelamente en su territorio el gobierno llevaba a cabo procesos de sustitución de cultivos de uso ilícitos por cultivos de café, por lo que tuvo que visitar diferentes zonas de conflicto. Marleny cuenta que, pese a que en su trabajo nunca se enfrentó con una situación particular con grupos armados, muchos compañeros sí vivieron ese calvario y la situación se volvía tensa con frecuencia.
Otro de los grandes retos a los que se ha enfrentado es al bajo nivel educativo de la zona rural, ya que muchas veces debe cambiar su léxico académico para que las capacitaciones sean entendibles para todos. Según ella, actualmente entre las agrónomas y las familias de caficultores se ha construido una relación particular: “Al principio había mucha resistencia, pero la situación ha ido cambiando. No solo procuramos transmitir recomendaciones técnicas sino servir también como extensionistas pues muchas veces nos convertimos en esa persona en la que los campesinos confían, la que tienen a la mano y hasta terminan contándonos cosas personales. Nosotros los escuchamos como amigos”.
Como si fuera ayer, Marleny recuerda una de las primeras fincas caficultoras en las que intervino. En ella vivían dos abuelos con su hija adolescente. Trabajaban el café, tenían su cultivo pero el beneficio en su casa era incipiente, no tenía buen desarrollo. El piso era de tierra y tenían su cultivo joven pero no mejoraban porque culturalmente no les interesaba trazar un proyecto de vida alrededor de su labor cotidiana. Cuando esta mujer entró a su finca como agente motivador, otra de sus funciones, la hija de los ancianos se involucró y hoy se dedica de lleno a hacer parte del manejo de su finca.
Eso fue hace seis años y hoy esta es un modelo a seguir en la región: aumentó su beneficio, construyeron su propia cocina, mejoraron su infraestructura y también su producción. “Esas historias son las que hacen ver que mi trabajo realmente está cambiando vidas. Contribuí a que alguien cambiara, construyera e hiciera realidad sueños y metas y eso para mí es suficiente”, concluyó.