A pesar de los problemas que atraviesan las cárceles colombianas, hay espacio para la educación y el arte.
- Más de 200 presos miran atentos hacia la tarima de un recinto grande y gris en la cárcel Modelo de Bogotá. Quien sube al escenario no es una estrella musical, no es una celebridad que los visita, no es un directivo que los regaña: es un dragoneante, un guarda de uniforme pixelado en escala de azules, un hombre que se ve igual a todos los otros que llevan su cargo en el Inpec: acuerpado, pelo corto y brillante, un bolillo colgando del cinturón. Ahí adentro lo conocen como “Sánchez”, a secas, aunque la etiqueta de su uniforme dice “John”.
Está allí parado, con 400 ojos encima, para presentar a un grupo de teatro y a varios grupos musicales. Sánchez es la mano creadora detrás de todo lo artístico en la Modelo. Con su supervisión, han nacido tras las rejas decenas de proyectos durante los últimos cuatro años. El último fue el lanzamiento de un disco, producido por el colectivo Mario Grande, que reunió a grupos de música popular, de rap y de vallenato para cantarle, según el dragoneante, “a la libertad”. También creó una emisora, un periódico y, hace pocas semanas, una Cátedra de Paz.
Pero toda su historia en el Inpec no fue así de próspera. Mucho menos así de sana. Desde que se graduó del colegio y prestó servicio militar, en esa misma institución, tuvo que aguantar tiempos difíciles. Le tocó una época negra del sistema penitenciario. Fue guarda en Cali y luego en Bogotá, y en ambas cárceles fue testigo de asesinatos de sus compañeros, fue víctima de amenazas y estuvo a punto de morir varias veces. Había guerras al interior de la prisión en las que él, hiciera lo que hiciera, era el enemigo. De la misma forma, para él todos los presos, sin importar el bando, eran sus enemigos.
Cree que no murió de milagro, pero aclara con firmeza que esa época ya pasó. Reconoce que el sistema sigue colapsado, que la misma Modelo tiene más del doble de presos que debería, pero asegura que “las condiciones son otras”. Es modesto, habla con el lenguaje pomposo que caracteriza a la Fuerza Pública y no reconoce directamente que si las condiciones en esa cárcel han mejorado quizás ha sido gracias a él. No tiene que decirlo: los presos lo quieren, los directivos lo quieren, sus colegas de otras cárceles lo llaman para pedirle asesoría.
Hablamos con él sobre la violencia de sus primeros años, sobre el cambio de mentalidad y sobre la idea de hacer la primera Cátedra de la Paz en una cárcel colombiana.
Actualmente la situación de las cárceles no es la mejor, pero está lejos de ser la de otras épocas. ¿Qué recuerda de esos años?
Uno llegaba, se levantaba y no sabía si iba a volver a la casa. En esa época había armas y muertos a todo momento. De un lado el mando lo tenía la guerrilla y del otro lado lo tenían las autodefensas. Nosotros éramos la parte del medio y no teníamos ese respaldo. Estábamos abandonados. Demasiadas personas fallecieron. Tocaba ver personas secuestradas dentro de la misma cárcel. Ver cómo extorsionaban y dejaban sin nada a las personas. Ver cómo a cambio de droga tenían que acceder a favores sexuales. Ver cómo degradaban la humanidad de las personas.
¿Nunca pensó en renunciar?
Varias veces. Una vez por allá en un motín que tuvimos en la cárcel de Picaleña, donde estuvimos dos días enfrentándonos con la guerrilla, que nos recibió a bala. Varios compañeros quedaron heridos. En ese momento quedamos atrapados y me tiraron una granada y casi pierdo la vida. Varias veces me secuestraron también. Me hicieron tres atentados para matarme.
La relación entre ustedes y los presos era imposible…
El solo hecho de tener este uniforme me convertía en un enemigo para ellos. Una vez descubrimos un túnel en la cárcel de Cali y por eso le colocaron una bomba a un sargento en la casa, mataron a unos compañeros y las otras personas que ayudamos a encontrar el túnel también quedamos amenazadas de muerte. Muchas veces decía yo: ¿qué hago aquí en esta vaina?
¿Qué fue lo que lo mantuvo en pie?
Yo sabía que esto en algún momento tenía que cambiar, que tenía que tener un buen rumbo. Gracias a Dios poco a poco se fue mejorando.
¿Cuándo notó que las cosas empezaban a cambiar?
Le voy a ser sincero: eso fue en el primer mandato de Álvaro Uribe. Ahí se retomó el control de nuevo. Se tomó la determinación de intervenir las cárceles, de sacar un montón de cosas, de trasladar gente, de cambiar el personal de guardia. Se empezó a tomar otro tipo de conciencia en la gente.
¿Cómo una retoma por la fuerza de la cárcel logra generar empatía entre usted y sus antiguos enemigos?
El chip que le meten a uno es que ellos son el enemigo. Nosotros teníamos acá un dicho: “preso es preso y su apellido es reja”. Pero para esa época hubo oportunidad de acercarse más y empecé a ver que detrás de ellos hay circunstancias, motivos por los que llegaron a la cárcel, que tienen familia, que muchos quieren cambiar, que la mayoría nunca fue escuchada.
¿En qué momento se dio cuenta de que usted los podía ayudar en vez de tratarlos como rivales?
Yo soy pianista y un día le dije a un subdirector que me diera la oportunidad de sacar un grupo musical. Él me dio la oportunidad de hacer casting para buscar personas que cantaran, que tocaran un instrumento, que supieran de poesía o de composición, de arte. Ahí vi que hay unos que realmente son muy buenos. Además por ellos hacer eso tienen una redención, un descuento.
¿Algo le sorprendió en ese primer acercamiento en buenos términos con los presos?
Se me empezaron a acercar personas y me decían cosas como “comandante Sánchez, le agradezco mucho, yo antes de coger un fusil o una pistola siempre quise tocar guitarra”. Y a muchas personas se les dio esa oportunidad y lo hicieron muy bien.
¿Cómo inició el proyecto de Cátedra de la Paz al interior de la cárcel?
De la dirección me mandaron a hacer un curso sobre la Cátedra de la Paz. Hice también un diplomado en derechos humanos. Y entonces vi que era muy chévere eso que me enseñaban y quise implementarlo acá en la Modelo, porque todo el mundo afuera decía que era la peor cárcel. Ahora tengo dentro de un recinto, reunidos, a guerrilleros, autodefensas, bacrim, delincuencia común. Y veo que se empiezan a dar cuenta de que la embarraron y quieren cambiar.
¿Cómo funciona la clase?
No es obligatoria sino que nace de la necesidad de esas personas de querer cambiar. Obviamente el espacio es reducido y no le puedo dar la Cátedra a los 5 mil. Pero me propuse iniciar con 100 personas y ya tenemos 300. Y todavía hoy quería inscribirse más gente pero por el momento no es posible. Estamos trabajando de 9 a 11 todos los días.
¿Cuáles son los temas que aborda?
Son muchos. Vamos distintos expositores y les enseñamos sobre leyes, sobre derechos humanos, les enseñamos historia, reformas agrarias, recursos naturales. Y también, pensando en que hay tantos guerrilleros, les enseñamos sobre los acuerdos de La Habana, porque muchos de ellos no entienden qué es lo que se ha negociado y cómo los afecta. También tenemos espacio para analizar lo que pasa afuera desde la perspectiva de la cárcel.
¿Usted cree que ese modelo serviría en el resto de cárceles?
Yo espero que lo de la Cátedra de la Paz se replique en todo lado. La gente ya está mamada de tanto problema. De tanta riña en los patios. De tantos líos de convivencia. Los grandes problemas son de tolerancia y con eso sí podemos ayudar.
Evidentemente hay gente que quiere cambiar, pero me imagino que siguen estando los que no dejan, los que se rehúsan y se vuelven un obstáculo. ¿Cómo lidia con eso?
Al principio era más difícil. Imagínese: si hay bullying afuera, ¡cómo será acá! Muchas veces se la montaban a los actores de las obras o a los cantantes. Que por maricas. Pero ya la gente va entendiendo que todo lo que se hace es muy profesional. Claro que todavía pasa, pero ya es mucho menor. Igual, la persona que quiere venir solo a aprender mañas, acá las tiene todas. Esta es la universidad del crimen: aquí llegas sabiendo de hurto y si quieres puedes salir con una maestría en traquetear. Pero el interno que quiere rehabilitarse tiene todo el apoyo y lo hace.
Usted le ha enseñado un montón a esta gente. ¿Qué siente que ellos le han enseñado a usted?
Uno aprende a valorar lo que tiene, a la familia. Y en todo este proceso también se aprende lo valioso que es el tiempo. Ellos decidieron ponerse a hacer algo para no desaprovecharlo y uno ve que eso es verdad, que el tiempo se va rápido. También aprendí que la gente puede cambiar si quiere hacerlo. Incluso nosotros cambiamos: antes siempre nos veíamos como los que andábamos con las armas y punto. Nunca pensé que esto fuera a trascender de esta forma. Pero en el camino muchos casos me marcaron y me hicieron cambiar.
¿Qué cree que le hace falta a las cárceles para hacer más viables propuestas como la suya?
El Gobierno hace políticas y leyes para encarcelar y nuevos códigos de policía para multar, pero no tenemos sitios para rehabilitar, para resocializar. No tenemos espacios para que la gente que la embarró sienta que sí se puede mejorar. Hay que cambiar la política criminal de este país.
¿Usted ve que el resto del personal del Inpec se mueve en la misma dirección que usted?
Pues esa es mi intención, tratar de cambiar el chip. La nueva generación de guardianes tienen que ver que esto ya cambió, que esto ya es otro cuento. Lo que vivimos nosotros ellos ya no lo tienen que volver a vivir.