Falleció una mujer que luchó por la liberación de los colombianos en cautiverio. Un ejemplo de reconciliación.

- Hay un ser que lo da todo sin esperar nada, que es capaz de entregar su vida por nosotros y que, aún abatido, se afana por cuidarnos. Un ser que, sin pensar, nos acerca sus manos para ayudarnos en cualquier momento. Un ser incondicional, luchador y que nos comprende desde que nacemos. Ese ser no puede ser otro que una madre.
Clara González de Rojas se erigió, por su entereza y perseverancia, en la madre de todos los secuestrados por las Farc. Desde el 22 de febrero de 2002, cuando su hija, Clara Leticia Rojas, fue plagiada por la guerrilla, consagró sus días a la lucha por la libertad de las personas en cautiverio. No solo reclamó al Gobierno y a las Farc un acuerdo humanitario que liberara a su hija, sino que demandó, con tesón, el regreso a casa de todos los colombianos prisioneros en la selva. Sus peticiones siempre las llevó a cabo con prudencia.
A pesar de la fatiga y los achaques de su edad, doña Clara González, viviendo la séptima década de su vida, fue una diligente activista por la paz. En medio de la guerra, y como víctima, llamó a la cordura. Pidió, a través de la espiritualidad y alejada del foco mediático y las movilizaciones, el fin del flagelo del secuestro. Convocó, además, a muchos colombianos, conmovidos por su dolor, para que se unieran a ella en oración. Los llamó la ‘comunidad de dolientes’. Aprendió a usar internet para contactarse con todos ellos.
La noticia del secuestro de su hija Clara, fórmula vicepresidencial de Íngrid Bentancourt en los comicios presidenciales de 2002, transformó su vida. Dejó la casa de campo donde vivía en Útica, Cundinamarca, y se mudó a la residencia de su hija en Bogotá. Desde allí, combatió la soledad y trabajó por seis años, a su modo, en pro del regreso de los retenidos a sus hogares. Fue una mujer valiente.
Luego del secuestro de su hija, doña Clara González se movió por la paz y, al tiempo, buscó comprender las causas de la guerra y de sus victimarios. “Intento comprender su crueldad. Creo que intentan hacernos vivir y sufrir los que ellos mismos han vivido y sufrido”, aseguró.
Clara Leti, como llamaba doña Clara a su hija, era la única mujer de cinco hermanos. En julio de 2002, el país recibió la primera prueba de supervivencia de ella. Fue en un video. En él se la vio, en silencio, junto a Íngrid. En 2003 llegó un segundo video que renovó la esperanza.
“!Qué profundo dolor ver las pruebas de Íngrid! Las familias ya no resistimos más intentos, necesitamos la libertad de los secuestrados. Esto ya sobrepasó todos los límites. Estoy cansada de ver cómo dilatan cualquier posibilidad de solución. Estoy cansada de que digan acuerdo humanitario y no avancen nada. Estoy cansada de las trabas y más trabas. Como si no fueran vidas humanas las que están en juego. Por eso exijo que me los devuelvan. Una prueba de supervivencia no es suficiente. Los quiero aquí, ahora”, expresó doña Clara.
En 2006, por medio del libro Últimas noticias de la guerra del periodista Jorge Enrique Botero, el país, y de paso doña Clara, conoció la historia de Emmanuel, un niño que Clara Rojas había tenido con un guerrillero estando en cautiverio. La noticia dejó en vilo a Colombia. En su momento, no se supo si era ficción o realidad. Lo cierto es que desde que supo de la posible existencia de su nieto, doña Clara intensificó su lucha por la liberación de los secuestrados.
Finalmente, el drama familiar de los Rojas González empezó a aclararse el 19 de diciembre de 2007, cuando las Farc notificaron su decisión de liberar a Clara Rojas y a la política Consuelo González de Perdomo. Y luego, por esos mismos días, cuando el expresidente Álvaro Uribe informó que el Instituto de Bienestar Familiar (Icbf) tenía bajo su custodia a Juan David Gómez Tapiero, el niño que, después de pruebas de ADN, sería confirmado como Emmanuel.
El 10 de enero de 2008, luego de que el difunto presidente de Venezuela, Hugo Chávez, lo anunciara, doña Clara supo de la liberación de su hija y la llegada de su nieto Emmanuel.
A pesar de la resistencia que por años demostró el expresidente Álvaro Uribe de llegar a un acuerdo humanitario con las Farc, en el contexto de las liberaciones, doña Clara afirmó que el Presidente merecía “todo el respeto y toda la consideración”. Asimismo, declaró que el guerrillero padre de su nieto era “un ser humano y a cada ser humano que se acerca a un miembro de mi familia, yo lo considero un ser de mi familia”. Ambas declaraciones fueron un ejemplo de que el perdón es posible.
Doña Clara, finalmente, pudo reunirse con su hija, Clara Leti, y con su nieto Emmanuel que, desde que supo de su existencia, quiso conocer. “Yo nunca he odiado y procuro no odiar. Mi vida está más tranquila y estoy en paz. Si odio a alguien, la más afectada sería yo”, sostuvo doña Clara en una entrevista radial.
Después de recomponer su familia, doña Clara vivió una vida de bajo perfil junto a los suyos hasta este 7 de septiembre cuando, tras quince días en cuidados intensivos, falleció en Bogotá. La fortaleza, la lucha y la sensatez la constituyeron en un ejemplo de reconciliación y le valieron reconocimientos como la Legión de Honor, la más alta condecoración francesa, y el título de Personaje del Año 2007 por parte de la Revista Semana. Ella, a pesar de vivir en carne propia la guerra, supo perdonar a quienes la afligieron por tantos años.