Fue guerrillero en Nicaragua y Colombia. No es un gran capo disfrutando de rentas logradas en la guerra, es un hombre clase media, trabajador, que disfruta de su familia.
Por: Juan Ricardo Díaz Ayure
El 19 de Julio de 1979 el Frente Sandinista de Liberación Nacional dio fin a la dictadura de Anastasio Somosa en Nicaragua. Los alzados en armas fueron apoyados por voluntarios guerrilleros provenientes de toda Latinoamérica. Entre los dispuestos a ofrendar su vida por la revolución que se gestaba en el país centroamericano estaba Fabio, un entusiasta joven colombiano proveniente de una familia campesina boyacense.
Con la excusa de viajar al exterior para aprovechar una beca de estudios que supuestamente había recibido, Fabio engañó a su familia y llegó a Nicaragua para incorporarse al movimiento guerrillero. Allí, por lo que él define como avatares del destino, sobrevivió, enfrentó la muerte de varios compañeros y atravesó todo tipo de experiencias dolorosas producto de la violencia armada.
Luego hizo parte de lo que define como la revolución bonita, La Cruzada Nacional de Alfabetización “Héroes y Mártires por la Liberación de Nicaragua”, que, entre otras cosas, logró reducir el índice de analfabetismo de ese país del 50% al 13%. Mientras el joven guerrillero colombiano participó en el proceso de alfabetización, tuvo la oportunidad de entrenarse en la pedagogía de la liberación de mano del brasilero Paulo Freire, uno de los más influyentes teóricos de la educación del siglo XX, quien acompañó esa exitosa campaña.
“Se ha prendido la hierba dentro del continente” dice la canción que Silvio Rodríguez compuso en honor al triunfo de la revolución nicaragüense. En efecto, esa hierba prendida, sumada al sabor de la mazamorra chiquita, la arepa y el olor de la guayaba, trajo de vuelta a Colombia a Fabio. La profunda creencia en que la revolución se extendería por cada uno de los países latinoamericanos alimentó sus deseos de sumarse a la lucha armada que varios habían iniciado años atrás en el país del Sagrado corazón.
Para ese momento el M-19 ya había saltado a la escena política nacional con una espectacular campaña publicitaria que, antes de concluir con el robo de la espada del libertador Simón Bolívar, ocupó las páginas de varios periódicos bogotanos. Con un discurso más nacionalista que marxista y una expresión de identidad más alineada con los criollos de la campaña libertadora que con las figuras de Mao, Lenin o Stalin, esta guerrilla sedujo a Fabio con su radical afirmación de “la revolución es una fiesta”.
El ambiente festivo del joven guerrillero, su formación en valores cristianos, más la historia del paso de Simón Bolívar por Socha, lugar donde creció, le impedirían integrar cualquier otro movimiento guerrillero.
Sobre Bolívar, él relata: “baja del páramo a Socha el 4 de julio de 1819 con su ejército derrotado por el frío, el hambre, la enfermedad y las necesidades de comer. Entre ese 4 de julio y el 7 de agosto, un mes después, libra batallas definitivas, no en la guerra, sino en la organización. Cómo así que ese hombre que baja con un ejército derrotado del páramo, el 25 de julio destruye la estructura militar del ejército español, ¿qué hizo?, ¿qué hizo Bolívar en 20 días? ¿qué paso? Ese es el Bolívar que está presente en nosotros”.
Con ese ánimo y ejemplo, buscando trascender en la historia del país, Fabio se convirtió en un fervoroso creyente y beneficiario de la cadena de afectos que promulgó Jaime Bateman, fundador del M-19. Sin más se apropió de La Ley del embudo, (vallenato grabado en 1976 por los Betos y escrito por Hernando Marin) como su himno, tal cual como siempre lo quiso Bateman para cada uno de sus combatientes. Su estrofa inicial dice: “Yo soy el cantante del pueblo, yo soy quien defiende a la población. Allá donde no llega el gobierno, allá es donde nace mi triste canción. Yo soy quien escucho su llanto y con ellos comparto su necesidad y mejor le pedimos a los santos porque el que está gobernando creo que eso es por no dejar. Como ellos lo tienen todo a la mano no les importa un carajo la perdida humanidad”.
Así es como Fabio vivió en la clandestinidad, lideró acciones ‘robinhoodezcas’ a favor de los más vulnerables, participó en la toma de barrios para llevar comida y construyó escuelas. Disfrutó de amistades muy intensas, que se consolidaron al calor de los “tropeles” que tuvo que enfrentar, especialmente, cuando fue parte de la milicia urbana. Amistades afianzadas en comandos donde se impedía saber algo más que el alias y las funciones que cada uno debería cumplir como parte de una operación militar. De esto recuerda que apenas logró conocer el nombre real de varios de sus compañeros después de desmovilizarse.
Hoy, sin remordimientos por lo vivido, este exguerrillero y aún revolucionario afirma que fueron los vientos de la lucha por democracia, justicia e igualdad los que lo llevaron a tomar esa opción de vida. Tal vez fue una ensoñación colectiva, construida en la realidad y momento social que vivió, la que le exigió la confirmación de su apasionada praxis política a través del levantamiento armado. Simplemente bailó al son de la música de su época.
Torturas por agentes estatales por 27 días, cuatro pasos por la cárcel, un reconocimiento como muerto en la toma del Palacio de Justicia en 1985 sin siquiera haber estado ahí y haber sido objetivo militar de las Farc, son algunas de las amargas secuelas que le recuerdan a Fabio su militancia armada. Todas ellas están amarradas con una amplia cadena de tristes hechos y pérdidas que le siguen generando cuestionamientos: por ejemplo, la muerte de su madre durante su militancia clandestina sin que él se enterara. Sin embargo, no hay hecho que lo atormente más que la desaparición de su joven hermana, quien en un paso por Colombia –vivía en el exterior–, tomó el riesgo de visitarlo, con tan mala suerte que tras el encuentro clandestino nadie volvió a saber de ella.
Al dejar las armas, Hipólito –el alias de Fabio– intentó subsanar el bache que se abrió respecto a la vida de quienes fueron sus amigos de infancia. Al sumarse al proceso de reinserción encontró que sus contemporáneos ya tenían familias e hijos mientras él apenas reiniciaba sus estudios y encargaba su primer niño: “tenemos un bache terriblemente grande que es esa juventud que ellos continuaron viviendo, de trabajador, papá y hombre de familia”. Eso supuso el reto de: “volver a rescatar, a reconstruir, a resarcir, a volver a tejer el amor con los amigos, con la familia, incluso con las novias que quedaron en ese tiempo. Tenía que salir a pagar el arriendo y los servicios”.
Hoy Hipólito se mantiene con la idea de extender su cadena de afectos, esa idea que en los tiempos de clandestinidad lo cubrió para aferrarlo a la vida, para que pudiera dar su testimonio sobre una única guerra que desde diferentes facciones y escalas han vivido todos los colombianos. Ha trabajo en proyectos de vivienda social, también en gestión territorial y participación social. Su compromiso y apasionamiento político no se apagan y, al final, con un “todos los tiempos se acaban, la fiesta termina, a las 3 cierran la discoteca, el puente del fin de semana se acaba el lunes por la tarde”, afirma que su época, la de los revolucionarios armados, ya fue.
Nicaragua, luego del optimismo revolucionario, fue corroída por el fantasma de la corrupción, fenómeno que ni con la vuelta al poder de los sandinistas se vio alterado. El optimismo de los años de revolución contrasta con la negación de Silvio Rodríguez a entonar Canción Urgente para Nicaragua en un concierto realizado allí en el 2008. Al clamor y grito unísono del público, el gran exponente de la trova cubana respondió: “no me la sé,… es un canción con la que tengo mi problema,… como cambió la realidad,… espero que me disculpen”. Un gesto sin duda poderoso.
En cuanto al M-19, después de la dejación de armas el 9 de marzo de 1990, el nuevo movimiento político sufrió la muerte de varios líderes, se fraccionó tanto que varios de sus militantes terminaron en las corrientes políticas que antes juzgaron y criticaron. En este vaivén, varios soñadores como Fabio hoy aceptan que cometieron un error, no por pelear por lo que pelearon, sino por usar como método la guerra; por confundir la guerrilla y la violencia con la revolución. Como él mismo lo afirma: “la guerra es una acción de la mediocridad de la humanidad” y “cuando la revolución se revuelve con la guerra, se enredan las cosas”.
De aquel puñado de jóvenes que asumió como compromiso de vida y muerte una causa colectiva, erróneamente valorada a través de las armas, hay que valorar su voluntad, entrega y dedicación. Actualmente ‘Hipo’, como le dicen sus amigos más cercanos, no es un gran capo disfrutando de las rentas logradas en la guerra, es un hombre clase media, trabajador, que disfruta de su familia y amistades. Hoy señala que para vivir en paz hay que ser más fuerte, arriesgado y valiente que para afrontar la guerra.