Se rumora que los paramilitares merodean por las noches, sin hacer ruido, y luego se alejan.
Hace nueve años, el 8 de enero de 2008, 247 familias regresaron a Tanguí, Chocó, después de haber salido de su tierra por la persecución de las Farc, el Eln, y los grupos paramilitares. A pesar de una aparente calma, aún persiste el temor de que una nueva guerra los desplace de nuevo. Se rumora que los paramilitares merodean por las noches, sin hacer ruido, y luego se alejan.
Los habitantes, tras dos meses de vivir de la caridad en Quibdó, luego del desplazamiento, decidieron volver a sus casas y empezar de nuevo, pues, como dice Rodrigo Rodríguez, uno de los habitantes desplazados, “No hay mejor tierra para vivir que la que uno ha trabajado”. Desde 2008 a 2017 el pueblo ha crecido. Tiene vías de acceso, que antes no existían, y el acueducto está en construcción al igual que la escuela. El miedo, que ha sido una constante, no ha impedido que sueñen con unirse, todos los pobladores, para crear la empresa panelera más grande del Chocó. Rodrigo recuerda que desde la infancia ha visto cultivos de caña panelera en la región, pero ahora las ambiciones son más grandes, y espera que haya paz para ejecutarlas.
Un caso similar se vivió en San Carlos, un municipio del oriente antioqueño de donde salieron 800 familias, por asesinatos selectivos, desapariciones y masacres entre 1998 a 2010. Pero, gracias a la intervención de organizaciones de víctimas lograron retornar 300 en 2011.
Uno de los desplazados de Tanguí afirma que el miedo se empezó a sentir en 1999 cuando llegaron las Farc, luego tropas del Eln, y grupos de Autodefensas. Por la fatalidad del destino, Tanguí se encontró en medio de estos tres grupos armados. Los paramilitares acusaban a los habitantes de guerrilleros, los guerrilleros de paras, y los elenos de ser de los bandos contrarios. Tras cuatro años de tensión pero sin acción, las Farc dio el primer golpe matando a dos personas. La comunidad entendió que la guerra había llegado, y un 43 por ciento de la población huyó tras los asesinatos.
Durante casi cuatro años se vivió una cierta tranquilidad debido a que los enfrentamientos sucedían en el campo, y los habitantes los escuchaban escondidos en sus casas. En 2007 la violencia regresó a Tanguí cuando encontraron a una señora asesinada, sin saber quién la mató o la razón, y un hombre fue torturado. A finales de agosto de ese año, las Farc secuestraron a Rodrigo y a su madre, Juana Padilla, quien en ese entonces tenía 52 años, por ser familiares del alcalde de Medio Atrato. Después de un cautiverio de ocho días, de los que no quiere hablar, empezó a considerar la idea de abandonar su tierra. Tras el secuestro, un líder de la población recibió amenazas de muerte. Los habitantes prendieron las alarmas, se reunieron en la sede comunal, y concluyeron que no iban a permitir que otro miembro de la comunidad sufriera las consecuencias de una violencia ajena, pero que podía terminar en una masacre.
Decidieron marcharse. Según Rodrigo Rodríguez, 247 familias alistaron maletas y en canoas navegaron durante una hora y media por el río Atrato, hasta llegar a Quibdó. Todo el pueblo se marchó, menos un viejo que se rehusó al afirmar que prefería morir que salirse de su casa. Según la Agencia de la Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), entre 1997 y 2013 se han registrado más de 5 millones de víctimas de desplazamiento.
“En la capital chocoana pasamos dos meses de señalamientos, estigmatización, e incluso confrontación de la gente que nos señalaba como guerrilleros o ladrones”. Las familias que no tenían personas cercanas en la capital chocoana se instalaron en la sede del Consejo Comunitario Mayor de la Asociación Campesina Integral de Atrato (COCOMACIA), en el barrio Escolar. La sede era insuficiente, no tenía agua, y muchos niños y adultos mayores se enfermaron. A parte de las condiciones físicas, empezaron a sufrir de depresión. La nostalgia de su pueblo y una ciudad que se tornaba hostil, contribuyeron a ello. Después de sesenta días, prefirieron regresar a Tanguí, pero con el acompañamiento de ACNUR, que los ha venido apoyando desde antes del desplazamiento.
Han pasado nueve años y en ese tiempo no han sufrido ningún incidente con algún grupo armado. “Con el proceso de paz ganamos tranquilidad porque las Farc fue el grupo que más nos persiguió, nos amenazó y nos hizo daño… Ahora, aunque no hemos visto ningún tipo de violencia, vivimos con la incertidumbre de que vuelva. Tenemos sueños en el pueblo y no queremos que nos los vuelvan a arrebatar” concluye Rodrigo.