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De victimarios a jueces

Staff ¡Pacifista! - diciembre 16, 2015

OPINIÓN El Gobierno, a través de los acuerdos que acabamos de conocer, se está haciendo un harakiri. Columna de la senadora Sofía Gaviria, víctima de las Farc.

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          Columnista: Sofía Gaviria C. 

A las víctimas de las Farc nos esperanzaba el hecho de que el Gobierno y esa guerrilla se hubieran tomado tres meses y medio adicionales para perfeccionar los acuerdos anunciados el 23 de septiembre, supuestamente porque iban a dar mayores garantías y mayor peso al punto de justicia y de víctimas, especialmente, a la reparación de estas últimas.

Sin embargo, ayer, al conocer el texto integral de los acuerdos pactados, lo que sentimos fue una profunda desilusión: lo que habría podido ser una oportunidad para, efectivamente, poner en el centro del proceso a las víctimas (aunque no hubiéramos sido tenidas en cuenta para la estructuración de tales acuerdos), lo que en realidad hizo fue ubicar en el centro a las Farc.

El Gobierno, como interlocutor que tiene la obligación de defender los derechos de todos los colombianos, en particular los de las víctimas, fracasó en el objetivo de que el acuerdo fuera sostenido por cuatro pilares: la verdad, la justicia, la reparación y la garantía de no repetición de los hechos victimizantes.  Al final, todo ha sido acomodado para que sean las Farc quienes lleven la batuta.

Según este acuerdo, las Farc serán la parte que imparta justicia.  Escogerán los magistrados que los juzquen: ¡pasarán de victimarios a jueces! Ante esto, cabe preguntarse si, para rematar, el tribunal que ellos elijan pasará a convertirse en la mano vengativa de las Farc.

Como si esto fuera poco, serán ellos quienes seleccionen cómo hacer la reparación de víctimas y cuáles serán las merecedoras de esa reparación. Serán quienes definan quién es bueno y quién malo en este país.  Son quienes determinarán la verdad.  Ya han comenzado a hacerlo, según deducimos del lenguaje eufemístico, retórico y siempre conveniente para las Farc, que ha sido utilizado en el comunicado y en el texto de los acuerdos. Y, sobre sus innumerables crímenes, ¿quién nos garantiza que las Farc, después de medio siglo de mentirle al país y al mundo, van a comenzar a decir la verdad? Y, como todos sabemos, si no hay verdad, nunca habrá justicia, y, si no hay justicia, será difícil la no repetición.

El anuncio de que unas personas sindicadas por delitos de lesa humanidad serán condenadas a unas “sanciones” que se alejan totalmente de la expectativa de la justicia internacional (a la cual se supone que Colombia tiene que acogerse, por mandato constitucional) es un nuevo golpe a la dignidad de las víctimas.  La “sanción” (que no pena) a crímenes dolosos contra la vida, contra la libertad o contra la integridad de los ciudadanos, será menor que la que se aplica a delitos mucho menos graves, que muchas veces no involucran daños voluntarios, ni son afrenta contra la humanidad entera, como en los casos de los crímenes de lesa humanidad.  ¿Cuál será la lección moral de las sanciones dadas a conocer ayer?

El sedimento cultural de vivir en un país  en el que se está pactando que delitos graves contra la humanidad reciban penas irrisorias, es caldo de cultivo para una sociedad muy distinta a la que todos queremos. Como decía el gran periodista Ryszard Kapuscinski: “Los únicos momentos en que siento la soledad verdadera son cuando me enfrento a la violencia impune”.

En lógica consecuencia, no habrá verdad, ni justicia, ni reparación, ni, mucho menos, garantía de no repetición. Por tanto, este acuerdo hace cada vez más lejanos los anhelos de paz, la tan buscada terminación de conflicto que queremos todos los colombianos.

En definitiva, a causa del afán del Gobierno por sellar un acuerdo, a marchas forzadas, sin tener en cuenta ni a las víctimas ni a la mayoría de los colombianos, y a causa del apetito desmesurado de las Farc y del aventajamiento de sus negociadores, el Gobierno, a través de los acuerdos que acabamos de conocer, se está haciendo un harakiri: el harakiri de que los colombianos no nos vamos a poder tragar este sapo y, en consecuencia, eso va a significar la muerte del plebiscito.