Capitalismo: De la nuez al fin del capitalismo | ¡PACIFISTA!
De la nuez al fin del capitalismo Ilustraciones por: Juan Ruiz
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De la nuez al fin del capitalismo

AdminPacifista - febrero 14, 2019

OPINIÓN | ¿Cómo imaginarnos un mundo sin miedo?

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Este texto hace parte de la columna: “Crónicas de la soberanía alimentaria”.

Otra vez voy tarde para la oficina: no me acostumbro a manejar los malditos tiempos de esta ciudad. El bus en el que voy viene extrañamente vacío. Tan vacío y tan extraño que me da la posibilidad de, no sólo sentarme en una silla libre, sino de escoger entre los puestos vacíos regados por el bus. Un tipo se sube y mira hacia atrás y hacia adelante. No se sienta. En cambio, se mantiene de pie, agarrado del tubo sudado, y comienza a hablar en piloto automático:

—Muy buenos días a todos y a todas. Qué bonito saludar y ser saludado.

Responde solamente un joven –toda la pinta de universitario: estudiante de ingeniería mecatrónica seguramente.

—Gracias por la amabilidad, mi nombre es Ernesto.

Ernesto dice que es oriundo del sur del Tolima y que recién ayer salió de la cárcel. Que se siente muy avergonzado de tener que estar subiéndose de buseta en buseta pero que no le queda por ahora otra alternativa. Que alcanzó a durar 450 meses preso, así es, señores pasajeros, un equivalente a 37 años de prisión y de manera injusta. Que un juez lo condenó por homicidio de su esposa y de su hijo.

Levanto la cabeza. Dice que necesita dinero para medicinas. No puede ser, pienso. No puede ser que alguien que lleva privado de la libertad durante casi 40 años decida, al día siguiente de recuperarla, salir a montarse entre un bus. Con estos calores que hace hoy en día. Y dice Ernesto –siempre en la misma voz, en el mismo tono pausado y cantado– que un amable bogotano le hizo el favor de acercarlo a la ciudad. Que no conoce a nadie. Y que, por supuesto, necesita dinero.

Los años no cuadran. A lo sumo Ernesto tendrá 30. Si es que Ernesto se llama Ernesto.

Pienso que no se lo merece, que nos está timando a los pocos pasajeros que vamos montados en el bus. Pero me arrepiento rápidamente. ¿Y qué si está mintiendo? ¿No miente acaso mucha gente todo el tiempo para conseguir dinero? ¿Por qué le tiene que caer a este pobre gil todo el peso de la verdad o de la justicia? Mienta o no mienta, el tipo también se está esforzando, está haciendo su trabajo de intérprete. Está gastando su energía y tiempo en intentar robarle dinero a la contingencia. Si fuéramos justos, él también merecería una compensación por su trabajo de actor. No es Marlon Brando, es cierto, (de hecho se parece a Robinson Díaz) pero cuando menos se merece unas monedas. Una mirada, algo de atención.

Yo bajo la cabeza al celular y me distraigo entre mensajes y aplicaciones. ¿Qué estaba pensando?

Veo el cuadradito verde de whastapp con una bola roja en la esquina. Me emociono. Lo oprimo (o, para ser exactos, lo toco). La aplicación se abre y muestra un chat que no he abierto pero que no me interesa abrir: es de un grupo del que hago parte y en el que nunca participo. Lo abro. Sale el siguiente meme:

Me río en silencio y empiezo a subir a los mensajes anteriores del chat. Veo un mensaje largote en el que no había reparado y que tiene muchos comentarios de los otros miembros del grupo. El mensaje lo mandó un amigo. Hace referencia a una conversación que tuvieron en una fiesta en la que no estuve. El mensaje dice lo siguiente:

“Respecto de lo que hablábamos el sábado en cuanto a que es más difícil imaginarse el fin del mundo que el fin del capitalismo, solo quiero agregar lo siguiente:

Es cierto, sí, que tenemos una crisis de imaginación y que el capitalismo es básicamente eso –crisis de fantasía. Pero pienso también que hay formas nuevas o intentos nuevos de pensar de manera distinta (lo que no quiere decir que esté todo resuelto: un intento es un intento y, como decía Gilberto el sábado, el homo sapiens que usó la piedra para romper una nuez no se imaginó nunca que con ese golpe de piedra estaba desatando una revolución metafísica más allá del mero golpe e iba a ser pieza fundamental en el desarrollo histórico y humano de lo que vendría luego: pieza clave en la llegada a la luna o eslabón fundamental en la creación y detonación de la bomba atómica, por ejemplo. De nuevo, no podía saber el simio ese lo que se vendría con ese golpe de piedra).

Y aun así creo, o imagino, que hay síntomas que muestran que de alguna manera esa crisis creativa y de imaginación está empezando a llegar a feliz término. Y no estoy pensando, cuando digo esto, en el Falcon Heavy, el cohete reutilizable de Elon Musk, que es capaz de aterrizar luego de haber orbitado en el espacio. Pienso, en cambio, en el hecho de que a un billonario se le ocurra poner uno de sus carros eléctricos en órbita con la canción de David Bowie sonando atrás a todo volumen. ¿Suena Starman en el espacio exterior? ¿Puede viajar el sonido a través del vacío negro? Quién sabe. Lo que importa es que ahora pensamos que puede que sí, y que gracias al ingenio humano (y a la piedra del simio) pudimos poner en órbita como especie sapiens una joya del rock y la belleza de los años setenta.

Si ese dato no es una prueba de que estamos pensando de manera distinta, imaginando maneras distintas de llegar al espacio, y que estamos hablando distinto, pensando distinto, conectándonos de manera distinta, usando whatsapp de manera distinta, no entiendo entonces qué es lo que pasa. Y me pongo feliz de no entender.

¡Qué viva la piedra del simio del siglo XXI y sigan ustedes con sus respectivos guayabos!”

Mi amigo es un idiota. O cuando menos un cándido. Celebro, claro, su optimismo y su ternura. Pero, como él mismo dice: el guayabo le estaba nublando el pensamiento en ese momento.

Si entiendo bien y en ese mensaje pomposo mi amigo insinúa que por mandar cohetes reutilizables al espacio, como hizo Elon Musk hace unos meses, estamos empezando a pensar por fuera del capitalismo, está muy equivocado mi amigo. El hecho de que viajemos a la Luna no nos hace libres de los mecanismos (económicos y de poder) que hicieron posible el viaje a la Luna.

Esto lo vio muy bien Ray Bradbury cuando escribió unos cuentos de la conquista de Marte y en esos cuentos los humanos repetían las mismas cagadas que los habían hecho abandonar la Tierra en primer lugar. El colonialismo, en ese caso, no va a ser distinto porque viajemos a galaxias impensablemente lejanas. Ese es el punto.

En todo caso, siento que el planteamiento mismo que los llevó a mi amigo y a sus contertulios a hablar de este tema es algo inútil. Imaginar el fin del capitalismo.

Hay un escritor argentino que decía que la economía actual funcionaba como en su momento funcionaba el destino para los griegos antiguos: aquello que define la vida del sujeto y que el sujeto no termina de entender bien.  Los héroes griegos no entienden lo que les dicen los dioses, y todo les sale al revés. Lo mismo con los sujetos contemporáneos a merced de la economía y del capital. Uno siempre va para el lado de la crisis, para el lado incorrecto de la historia.

La voluntad del sujeto soberano deja de importar cuando hay una baja precipitada en la Bolsa de Nueva York o cuando el gerente del Banco Central anuncia que subirá (o bajará, da igual) los intereses a término indefinido.

Estamos a merced del destino del capital. Es decir, ¿por qué estoy viajando en un bus a las nueve de la mañana cuando podría estar echado en un sofá rascándome el ombligo? ¿Por qué hay miles –millones– como yo en esta ciudad que van tarde a su trabajo? No entendemos muy bien pero en todo caso nos movemos en este desorden.

Empiezo a pensar en los Supersónicos y en especial en los Supersónicos como otro ejemplo que desvirtúa lo que dice mi amigo, cuando de pronto siento un frío a mi lado. Una sombra se posa sobre mi brazo izquierdo. Levanto la mirada y veo el tipo que estuvo 37 años en la cárcel por matar a su esposa y a su hijo. Me mira desde arriba. Me juzga. Y me pide con la mirada dinero. Luego su gruesa voz lo confirma:

—¿Me va a ayudar entonces para la medicina, hermano?

El tipo me bloquea el sol que entraba por Oriente, a ese lado de la ventana.

—¿Y bueno? –repite–. ¿Una monedita?

—No tengo –le digo y pongo boca abajo el celular.

¿Sabía el sapiens primero cuando chocó una piedra contra otra piedra que en ese choque de rocas prefiguraba el invento del fuego y de la rueda y la máquina a vapor, la revolución industrial, los asentamientos burgueses, los buses a gasolina, los buses eléctricos, los alcaldes pelmazos, los presidentes idiotas, los senadores malvados, los buses de diésel, los asesinos de esposas que mienten (y los que no), los celulares inteligentes con memes, las bicicletas, las dos tazas de tinto en las mañanas y las oficinas a las que hay que llegar siempre a tiempo al trabajo?

Él se da cuenta de mi gesto (y pienso incluso que me adivina el pensamiento) y me dice:

—Tranquilo, yo no he matado a nadie.

¿Cómo imaginarnos, no ya, un mundo sin capitalismo, sino al menos un mundo sin miedo?

***

Santiago aparece por acá.

Y el video de la quincena: