CoronaBlog | Día veintitres: los muebles siguen moviéndose  | ¡PACIFISTA!
CoronaBlog | Día veintitres: los muebles siguen moviéndose  Ilustración: Juan Ruiz
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CoronaBlog | Día veintitres: los muebles siguen moviéndose 

Lina Tono - abril 8, 2020

Qué extraño se siente cambiar de casa sin haber salido de ella. Qué raro usar las mismas llaves para abrir tantos apartamentos.

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Este texto hace parte del CoronaBlog, una serie escrita por periodistas, escritor@s, artistas y bloguer@s que intentará registrar el día a día de la pandemia, de la cuarentena y de las noticias alrededor desde una mirada muy original en primera persona. Para leer otras entregas de esta bitácora, haga clic acá.

 

He tenido al menos cinco mudanzas desde que empezó la cuarentena. Todas en la misma casa. He movido sofás, corrido bibliotecas, guardado mesas, he cambiado el orden de los adornos, el puesto de las plantas y hasta he descolgado cuadros, y desplazado escritorios, butacos, tapetes. En el intento de convertir mi apartamento en un espacio donde mi esposo, mi hijo, mi perro y yo podamos convivir jodiéndonos la vida lo menos posible, he revolcado la casa más veces que Úrsula Iguarán.

Desde que comenzó el aislamiento obligatorio, nuestro apartamento se ha estado transformando con el paso de los días. Ahora es la oficina de mi marido y también la mía, y es el césped imaginario donde le lanzamos el juguete al perro para que lo traiga de vuelta, y la sala de juegos, gateo y primeros pasos para mi hijo de un año. Todo en uno. La casa ha agarrado un estilito medio ecléctico: es parte oficina del distrito y parte estudio de producción musical, toda atravesada por un reguero salvaje de juguetes, figuritas de foami, trozos mordisqueados de banano y cubierta con una capa de pelo que vamos dejando caer los cuatro animales que vivimos aquí. 

Qué extraño se siente cambiar de casa sin haber salido de ella. Qué raro usar las mismas llaves para abrir tantos apartamentos: el de anteayer, que tenía media sala desbaratada, el de ayer, que sumó una estación de trabajo sobre el piano y el de hoy, que se ve tan diferente al de ayer y que no será igual al apartamento de mañana. 

Por un lado, vivir en un lugar en constante remodelación ha sido refrescante. Llevábamos tanto tiempo con los muebles dispuestos de la misma forma, que moverlos nos ha llenado de ideas y nuevos planes. Por ejemplo, tirarse de espaldas a cualquier hora del día sobre el piso casi vacío de la sala es un plan nuevo y, por qué no, reparador. 

Pero por otro lado, ha resultado hasta peligroso. Más de una vez, durante esta cuarentena, he estado a punto de perder un meñique contra la esquina de una mesa recién reubicada. Hace unos días, faltó muy poco para que me fuera de cabeza con el niño en brazos, por culpa de un asiento atravesado en el corredor que antes estaba vacío. Y cómo contar los pequeños infartos que he tenido algunas madrugadas cuando voy a la cocina a buscar un tetero y tropiezo con el caminador de mi hijo, un carrito-perro de plástico que estalla en luces de colores con solo rozarlo y grita “¡Lo hiciste, estás caminando!” sin consideración alguna por el sueño de las personas ni la delgadez de mis nervios. 

Por estos días, a los muebles les ha pasado lo mismo que a mí: han tenido que adaptarse para sobrevivir a las nuevas exigencias. Hay butacos que ahora son mesas, maletas grandes que se convirtieron en barreras para no dejar pasar bebés y una mesita que terminó por ser “el lugar donde dejas los zapatos untados de Coronavirus a la entrada de la casa”. En cuanto a mí, he tenido que desarrollar nuevas habilidades, como dividir mi campo de visión y mi atención en dos. Con un ojo miro la pantalla del computador y el otro lo desvío para vigilar que el niño no se rompa la cabeza contra el suelo intentando dar sus primeros pasos, ni se lleve los juguetes del perro a la boca (batalla que vivo perdiendo). 

A todas luces, la mudanza también ha sido interna. En estos días de aislamiento me ha tocado desplazar las preocupaciones menos triviales para hacerle campo a todas las que llegaron con el virus: evitar la muerte por Covid-19, conservar mi trabajo, cuidar a mi familia al tiempo que intento no perderme a mí misma en la configuración de este nuevo orden y, por supuesto, mantener bien llena mi botella de agua con Clorox. Más allá de los trastos, los corotos y los chécheres, lo más difícil ha sido mover horarios, ceder, negociar, reprogramar hasta el momento de dormir. En pocos días he transformado tantos hábitos que ya hasta tengo uno nuevo: todas las noches me tomo una copa de vino, o de cerveza, o un trago de lo que haya para sacar de órbita a la incertidumbre, así sea por un ratico, y para no terminar como una vajilla mal empacadas: rota por el trasteo. 

Siempre he ‘vivido’ aquí en mi casa, pero mientras pasa el encierro he entendido que hasta ahora vengo a usarla para lo que, creo, realmente significa ‘vivir’: habitar el presente. Estar aquí todo el tiempo y no solo los restos, las migajas del día y la noche. 

 

Lina es periodista y escritora. La pueden seguir leyendo acá.