¿Cómo se apacigua el daño emocional de la guerra? | ¡PACIFISTA!
¿Cómo se apacigua el daño emocional de la guerra?
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¿Cómo se apacigua el daño emocional de la guerra?

Juan José Toro - noviembre 25, 2015

El acompañamiento psicosocial a las víctimas se ha convertido, además, en una herramienta para la construcción de memorias sobre la violencia.

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Más de medio siglo de guerra forzó, quizás demasiado tarde, la creación de una ley que cobijara a las víctimas: la 1448 de 2011. Desde hace unos años, poco a poco, el país, desde el Estado hasta los ciudadanos, ha ido entendiendo que millones de personas han sufrido el conflicto y tienen necesidades: que les devuelvan sus tierras, que los indemnicen por sus pérdidas, que castiguen a sus victimarios. Pero la ley contempla otro derecho que a veces parece olvidado: el derecho a la rehabilitación por los daños psicológicos sufridos.

En 1990, mucho antes de que existiera la Ley de Víctimas, un grupo de psicólogos de la Universidad Nacional se juntó para concretar su interés sobre cómo la violencia, desde ese entonces ligada al paramilitarismo, a la insurgencia y al narcotráfico, había afectado la salud mental de individuos y comunidades enteras. Dos años más tarde crearon la Corporación Avre, que desde entonces da acompañamiento psicosocial y atención en salud mental a víctimas de la violencia política.

En Avre entienden que abordar a una víctima no es sencillo. Tienen claros sus objetivos y sus límites, porque saben que, al tratarse de un tema tan delicado como la salud mental, manejarlo de manera incorrecta solo empeora las cosas. Hablamos con Dora Lancheros, directora de la corporación, para tratar de entender las dimensiones simbólicas de la violencia, para ver la complejidad de un terreno que va más allá y puede ser más importante que castigar victimarios y entregar subsidios.

¿Qué entienden por violencia política? 

La violencia política está enmarcada en el uso del poder de manera inadecuada, donde se quiere reprimir, silenciar y que las personas dejen de participar y de exigir sus derechos. La violencia tiene tres características: no es aleatoria, hay una intención de causar daño y se traza objetivos específicos. Estas características se evidencian físicamente, por ejemplo en el despojo de tierras o la tortura física, pero la experiencia nos ha enseñado que todo esto va permeado por una intencionalidad psicológica de paralizar, de que la gente deje de hacer y de fracturar el tejido social.

¿Cómo se contrarrestan los efectos de esa violencia a partir del acompañamiento psicosocial? 

Una forma de hacer contrapeso es comprender por qué sucede, en qué contexto y qué implicaciones tiene para la vida individual, familiar y colectiva y de las víctimas. También tiene que ver con que todos tenemos recursos de afrontamiento que afloran frente a situaciones extremas como la violencia política. En algunos casos hay que ayudar a que esos recursos afloren. Para eso puede haber un apoyo externo, pero también creemos mucho en los recursos que tienen las mismas comunidades.

¿Cuáles podrían ser esos recursos de afrontamiento? 

Nosotros evidenciamos ahí la condición humana: todos tenemos recursos diferentes. Un recurso, por ejemplo, es buscar ayuda. La ayuda puede ser del psicólogo especializado, pero en muchos casos solo se trata de hablar con el vecino. Otro recurso, a nivel familiar, es abrir espacios para confrontar lo sucedido. Uno cree que es obvio que las familias hablan, pero cuando suceden hechos de violencia muchas veces hay silencio. A veces cada integrante prefiere quedarse en su mundo. A nivel de organizaciones, encontramos nuevos liderazgos: por ejemplo, la mujer que antes de la violación de derechos humanos no se caracterizaba por ser una voz fuerte, emerge.

¿Y cómo es el proceso que ustedes hacen para acompañar esas manifestaciones? 

Tenemos cinco líneas estratégicas. La primera es la atención terapéutica individual, familiar y grupal. La segunda es la construcción y socialización de saberes en atención psicosocial: creemos que dentro de las comunidades hay gente con grandes capacidades para ayudar a otros. La tercera es la de fortalecimiento organizativo, porque identificamos un impacto muy fuerte en las organizaciones, incluso similares a nosotros: hemos visto que muchas organizaciones de derechos humanos, a partir de su trabajo, empiezan a mostrar debilitamiento interno. La cuarta es la de acciones psicojurídicas, porque entendemos la importancia que tiene lo psicosocial dentro de los procesos de búsqueda de justicia: por ejemplo, acompañamos a las víctimas en las audiencias. La quinta línea es la de incidencia y participación política, que se refiere a poder trasladar esto que hacemos a los escenarios donde se define política pública, porque no tienen ningún sentido seguir haciéndolo indefinidamente sin que haya una responsabilidad estatal.

Hablemos de la primera línea. ¿Cómo es la atención terapéutica con víctimas de la guerra? 

En algún momento hubo una gran discusión, incluso desde las víctimas, sobre la necesidad de un psicólogo o un psiquiatra, bajo el argumento de que ellos no se habían vuelto locos. Entonces, desde la base, empezamos a trabajar sobre la importancia que tiene al menos considerar una ayuda especializada. Desde lo práctico, empezamos a identificar en la gente cuáles son las manifestaciones que ameritarían una atención especializada. Cuáles son las manifestaciones recurrentes que les hacen pensar que lo que vivieron tiene consecuencias.

A nivel terapéutico, consideramos esencial que la persona identifique cuál es el problema que le está causando un malestar emocional. Luego, juntos, construimos la forma de afrontar esa situación. Pero nosotros no nos metemos de lleno con “la terapia”, sino que identificamos las consecuencias a partir de la violación de derechos humanos. A partir de ahí también damos un acompañamiento que sirva para prevenir futuras afectaciones a la salud mental.

¿Ustedes buscan a las víctimas o al revés? 

Nosotros tenemos un principio fundamental: no abordar a la víctima directamente. Si vamos a atender a alguien, la persona ya llega aquí con ciertos niveles de confianza, porque la remiten organizaciones amigas que ya han trabajado con ellos. En las regiones siempre entramos a través de la organización que los ha acompañado directamente.

A veces se puede empeorar el daño si se aborda de manera incorrecta a una víctima, ¿cómo evitan eso?

Hay un imperativo ético: si no vas a poder contener a la víctima, no abras lo que no podrás cerrar. Yo no te voy a abrir el espacio para conversar sobre algo en lo que no te puedo acompañar. Lo otro es el enfoque de acción sin daño. Nosotros tenemos muy bien delimitado cómo lo hacemos, hasta dónde podemos llegar y eso nos hace ser muy responsables con la recolección de testimonios.Cuando no se aborda de manera correcta a las víctimas se puede caer en la revictimización. Y esa es una situación donde la víctima quiere hablar y hablar y hablar, y luego llorar y llorar, para que quien lo escucha valide su experiencia. Pero eso no tiene ningún sentido si no pasa nada más en sus vidas, si nadie los acompaña en ese camino de reconstrucción del pasado.

Muchas víctimas se estancan en el miedo porque no han tenido quién valide su historia y quién las acompañe a entenderla.

Eso es lo que no se debe hacer. ¿Cuál es la manera correcta o al menos la que ustedes utilizan?

Nosotros no entramos de una a preguntar qué fue lo que pasó, sino con conversaciones sobre lo cotidiano, sobre quiénes son, y que sean las mismas personas las que vayan construyendo su propio análisis de contexto. Lo que hacemos es empezar a complementar. La ventaja que tenemos, en ese sentido, es que podemos hacer cuantos encuentros sean necesarios para que se genere confianza. No estamos contrarreloj: nuestro tiempo lo pone la misma gente. Luego empezamos a identificar las situaciones que las víctimas consideran que las han afectado. Tratamos de no hacerlo directamente sino, por ejemplo, a través de un dibujo o herramientas por ese estilo. A partir de ahí tratamos de entender qué han hecho a nivel individual, familiar y colectivo frente a esa situación.

Tengo entendido que a veces las terapias son individuales y a veces grupales, ¿cómo deciden de qué forma hacerlo y cómo se complementan esos dos escenarios? 

Lo grupal, de unos años para acá, ha cogido mucha fuerza, porque la gente quiere validar su experiencia con alguien que pasó por una situación similar. Eso es supremamente valioso. En lo grupal se logran niveles de recuperación porque finalmente el trauma no es solo individual sino social. Nosotros trabajamos a nivel grupal, sí, pero siempre validando la experiencia individual, que es lo más enriquecedor. Y viceversa: en las narraciones individuales siempre buscamos las tensiones que tienen los hechos en relación a su familia, a su comunidad.

¿Qué diferenciación que hacen entre las poblaciones? Puede que no sea lo mismo hablar con un niño desvinculado, con una mujer víctima de violencia sexual o con un anciano desplazado de su tierra.

Para nosotros, el tema de enfoque diferencial se resume en que creemos que nos estamos sentando con el ser humano. Nos conectamos con la narración. Obviamente si eres negro, indígena, niño, madre, tú narración tendrá algo diferente, construyes la vida de forma diferente. Pero desde el enfoque psicosocial no nos conectamos con la diferencia sino con la esencia del ser humano. El esfuerzo está en que la persona o el grupo que tenemos enfrente se sienta comprendido en sus marcos de referencia de cara a la situación que ha vivido.

Sin embargo, sí hay distintas formas de afrontar una violación a los derechos humanos. Una de ellas, por ejemplo, es que muchas veces las víctimas sienten culpa.

La culpabilización es un efecto de la violencia que tiene que ver con las estructuras de poder. Un ejemplo que puede graficarlo bien es el tema del paramilitarismo. A un pueblo llega el militar de la mano del encapuchado, diciéndole a la comunidad que es culpable de colaborar porque por ahí pasaba la guerrilla. El militar simboliza la institucionalidad, que es quien debe proteger, y llega a sugerir que la comunidad hizo algo mal. Es como si llegara mi papá a señalarme de algo. Es una figura de autoridad que tiene el poder de instalar sentimientos de culpa. Además, si este tipo de señalamientos salen en público, en los medios, legitimando el mismo mensaje, pues es mucho más grave.

¿Y como hacen para contrarrestarlo? 

Trabajamos de manera exhaustiva el análisis del contexto. Traemos muchas experiencias de otros lugares de Colombia para que la gente entienda que eso también les pasó a otros. Tratamos de desinstalar la culpa. ¿Cómo se desinstala la culpa? Primero, que comprendan que no causaron lo que sucedió. Segundo, que comprendan dónde está la responsabilidad. Muchas veces la gente manifiesta que sí intuía cómo pasaban las cosas, pero nunca pudieron preguntarlo y decirlo. También ayuda mucho que la gente vea que hay otros, ya sea el Estado, las organizaciones como nosotros, la sociedad, que están afuera respaldando lo que alguien siente como víctima.

Otra forma de afrontar una victimización podría ser pensar en vengarse. 

Simple: cuando a uno le hacen algo, le dan ganas de vengarse. De manera fáctica y de manera simbólica. Lo simbólico son las imágenes que se puedan crear o las figuras que se puedan poner en la imaginación para materializar en algún sentido el deseo de venganza. Hay deseos que quedan ahí, atropellando, como una respuesta al daño que se ha hecho. Pero esos deseos de venganza suelen estar alimentados por la impunidad: si hubiera una justicia veraz, proporcional, acorde al daño, esos deseos disminuirían.

Por el contrario muchas víctimas terminan olvidando o reprimiendo lo que pasó. ¿Cómo trabajan esos casos? 

Eso se llama olvido psíquico. Hay experiencias que por su nivel extremo no quedan registradas, se reprimen. Es como cuando algo se cae y se quiebra: normalmente un pedazo se pierde. Los procesos de memoria deben ayudar a que se encuentre, a que vuelva, aunque sabemos que no va a ser igual. La solución va por el lado de que si alguien me da el testimonio y hacemos una narración, que complementamos con otras similares en la comunidad, el hueco que había se va llenando de contenido. El olvido se llena y pasa a otro plano cuando se ayuda a reconstruir.

¿Cómo puede ayudar el enfoque psicosocial a la construcción de memoria en el país?

Para nosotros es la esencia. En la medida en que las personas, las familias, los grupos, las comunidades lleguen a comprender los daños causados en lo emocional, se van a crear condiciones distintas y a disponernos de una manera diferente para hablar de lo que pasó. Pero si no tramitamos eso difícilmente esas víctimas van a encontrar comodidad en un escenario de paz. Y mucho menos van a poder contribuir. En eso faltan bastantes esfuerzos.

Eso pasa por un concepto muy manoseado y es el de la verdad. Después de todo, ¿quién tiene la verdad?

La verdad para nosotros es lo que nos cuentan las víctimas. Por la manera en que trabajamos, nunca está de por medio el incentivo de una reparación material. Lo que las víctimas ponen sobre la mesa es lo que quieren contarnos para sentirse mejor. No tenemos un interés más allá de acompañarles y ellos no tienen uno más allá de contar sus historias. La verdad fluye de una manera completamente natural. Tenemos acceso a comprender la intimidad de las personas y las comunidades, con todo lo que ello significa. Ese concepto tan grande, “la verdad”, es lo que trabajamos a diario: tenemos la verdad de las víctimas. Una Comisión de la Verdad va a reconstruir lo que pasó de manera general, mientras que nosotros tenemos las minucias.

¿Cómo hacer para articular todo el trabajo que ustedes hacen con las leyes que se han ido creando para las víctimas? 

El gran balance que hay que hacer en este momento es qué tanto ha cambiado la situación de las víctimas. En Avre, nosotros celebramos la existencia de las leyes, pero celebramos mucho más la apropiación que han tenido las víctimas con sus procesos. El hecho de hablar como hablan de su situación, que sigan insistiendo en sus procesos organizativos, que se estén pensando desde hace mucho tiempo la paz desde lo local, que ellos mismos hayan tramitado conflictos con armados y desmovilizados. Ese lugar de seguir persistiendo es indispensable y no lo cambia una ley.