OPINIÓN Valdría la pena que discutamos sobre la paz con argumentos e información real.
Columnista: Efraín Villanueva*
Revisé el celular por la mañana y encontré ochenta mensajes de WhatsApp sin leer. Todos, del grupo de mis amigos del colegio. Somos siete. No es usual que escribamos tanto, así que supuse que se trataba, como casi siempre, de alguna discusión sobre fútbol. Quizás mientras yo dormía ⎯ellos viven en Colombia, yo en Alemania⎯ hubo noticias de James en el Real Madrid o del Junior. Pero no. Se trataba de una discusión sobre el proceso de paz. Primera vez que nos poníamos políticos.
El primer mensaje del hilo era un screenshot del estado de Facebook de un conocido en común, también de la promoción del colegio:
Quien posteó la foto comentó “esto me parece muy extremo” y recibió como respuesta: “Es cierto. El man tiene razón en muchas cosas”. No sé a cuáles muchas cosas se refería mi amigo porque el mensaje es uno sólo: quien lo escribe siente nostalgia por el poder disfrutar de paseos por carretera con seguridad (algo que, vale la pena aclarar, no ha cambiado en los últimos diez años) pero con una guerra que no se percibe porque ocurre en la lejanía, en la periferia.
“¿En qué cabeza cabe preferir la guerra que te dejaba viajar? ¡Absurdo!”, respondieron. Después de esto vinieron más réplicas de parte y parte entre dos bandos: tres participantes del grupo que evidentemente apoyan el proceso de paz y otro que está en contra. Los otros dos miembros no intervinieron. Mientras yo leía corrían las dos de la mañana en Colombia y eran ellos quienes dormían ahora. Leí y reflexioné.
“No se pasa [refiriéndose a la persona que escribió el mensaje en Facebook], está en lo cierto, somos uribistas”, decía quien está en desacuerdo con el proceso de paz.
¿Qué tiene que ver Uribe con la paz? La paz no le pertenece al expresidente o a Santos o a Navarro Wolf o a las Farc. La paz o la guerra no es asunto de ser santista o uribista, petrista o peñalosista, peterista o silvestrista. ¿Acaso los uribistas no quieren la paz?
Les pongo un ejemplo de cómo esta forma de pensar nos hace daño: una ciudad como Bogotá lleva décadas haciendo diseños de un metro que probablemente nunca se construya. Los alcaldes llegan a hacer lo que ellos creen que es mejor, nos polarizan con respecto al mandatario anterior; nos ponen a los unos en contra de los otros y, al final, terminan sus mandatos dejándonos sin nada. Vemos en el siguiente mandatario al salvador y, siempre, nos dejan sin un proyecto común en construcción. El ciclo se repite cuando descubrimos que el siguiente alcalde no es “La” solución.
“Yo quiero la paz, pero no bajo esos acuerdos: van a ganarse [los guerrilleros] $1.800.000 y tenlo por seguro que van a seguir en la vuelta, no van a pagar ninguna pena, pueden aspirar al Senado”.
En Internet descubrí un grupo llamado The Flat Earth Society (La sociedad de la tierra plana), que cree que la tierra es plana y que los grandes gobiernos y la NASA colaboran, por alguna razón que no me queda clara, en una conspiración para hacernos creer que es redonda. En esta época de información instantánea, hay que tener en mente el adagio de antaño que reza que “no se debe creer todo lo que se lee”. Hay que informarse, pero informarse bien. En los acuerdos que se han firmado hasta el momento no se habla de que los guerrilleros vayan a recibir ningún salario base y tampoco que no vayan a recibir penas por sus delitos. Lo mínimo que deberíamos hacer todos es leer los acuerdos que se están firmando.
Pero, además, ¿qué pasa si los miembros de las Farc tienen aspiraciones al Senado? Una vez entreguen las armas, los guerrilleros volverán a ser ciudadanos, civiles. Cualquier colombiano tiene derecho a practicar la política. Los que no quieran ver a exguerrilleros en el Senado o la Cámara ⎯como si se tratase de instituciones pulcras pobladas por lo más selecto de nuestro país⎯ tienen una solución sencilla: no voten por ellos ⎯yo sé que no lo haré–.
“Eso es una empresa ilegal, pero produce más plata que cualquier gran empresa de este país. Mueven droga, oro, tungsteno, migrantes, hacen de todo. Es más, estoy que me voy para la guerrilla”.
Entiendo el sarcasmo de la frase: la guerra y ser guerrillero es tan buen negocio que hasta valdría la pena mejor ser empleado de esa ‘empresa’ que de cualquier otra empresa legal. Pero, ¿por qué no usar la misma efusividad para manifestar lo contrario? Si lo que se quiere es continuar la guerra para acabar con la guerrilla sin necesidad de negociar, ¿por qué no se manifiesta el mismo ímpetu al decir “me voy al Ejército a hacer la guerra para acabar con esa empresa ilegal que desangra el país”? Pedir la guerra es fácil cuando los que mueren en ella son otros.
“No pienses que todo va a ser color de rosa. Esto es un idealismo que nos quieren vender. La paz no es firmar un papel”.
De acuerdo: la paz no vendrá con la firma de un papel. Los códigos judiciales de este país están llenos de leyes que no se cumplen, que nos pasamos por la faja. Pero, para bien o para mal, tenemos una constitución y unas leyes (papeles) que nos otorgan ciertos derechos, así algunas veces tengamos que pelear y exigir su cumplimiento. Con el Acuerdo de Paz, ya veremos, ocurrirá lo mismo. Desde ya puedo ver los titulares: ”La guerrilla denuncia que MinAgricultura da largas al proceso de entrega de tierras” o “Ejército descubre guaca de armas, drogas y dinero no reportados por uno de los frentes de las Farc”.
La firma no va a traer la paz de forma automática; de igual manera que ponernos la señal de la cruz en la frente durante el Miércoles de Ceniza tampoco nos hace personas limpias y renovadas. En este país, el escepticismo ante el Gobierno ⎯el de Santos, los de todos los que han pasado con anterioridad y los de los que están por venir⎯ no sólo debe ser esperado sino alentado. Incluso, puede ser mejor enfocado: el ahínco de quienes hoy apoyan y quienes están en contra del proceso de paz para defender su postura, debería ser el mismo con el que vigilarán el cumplimiento de los acuerdos en el futuro.
Al final de la discusión todos se despidieron. No se sintió como un debate porque cada quien expuso lo que pensaba sin detenerse a examinar el argumento contrario. Si eso ocurre entre amigos de toda la vida ⎯nos conocemos hace unos veinticinco años⎯ va a ser difícil que pueda existir una discusión constructiva entre los 45 millones de colombianos.
Todos ⎯víctimas directas o indirectas del conflicto, políticos o no políticos, soldados o civiles, ricos o pobres⎯ tenemos derecho a opinar, a criticar, a indagar, a sospechar cada detalle del proceso complejo que es la paz. Pero valdría la pena que estas discusiones por el Sí y el No se hicieran con argumentos e información real, no con sentimientos exacerbados o con mentalidades cerradas que no buscan un entendimiento medio sino la imposición de nuestras opiniones.
*Nacido en Barranquilla, Colombia (1982). Creación Narrativa de la Universidad Central de Bogotá (2013) y es MFA en Escritura Creativa de la Universidad de Iowa (2016).
@Efra_Villanueva