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Una paz con ciudadanía

Staff ¡Pacifista! - enero 8, 2016

OPINIÓN Un integrante del grupo de 60 víctimas que viajó a La Habana cuenta detalles de la reunión que sostuvieron las víctimas con el Alto comisionado para la Paz.

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Columnista: Juan Carlos Villamizar

A todos nos pasó lo mismo cuando recibimos una comunicación según la cual la ONU, la Universidad Nacional y la Conferencia Episcopal de Colombia habían considerado nuestro nombre para integrar las delegaciones de víctimas que viajarían a La Habana a participar en la discusión del quinto punto de la agenda. Como el colapso de un edificio: así cayó sobre nuestras espaldas el peso de esa responsabilidad. Suponía una exposición pública y mediática sin parachoques. Que los enemigos de la paz le pusieran rostro a los aupadores del “castro-chavismo” y a su vez que los amigos de la paz y otras víctimas del conflicto señalaran y pusieran en tela de juicio la idoneidad moral de quienes participaban. Para unos seríamos representantes del diablo, para otros seríamos figuras decorativas sin ningún tipo de representación. No fue fácil para ninguno de los integrantes dicha decisión, pero todos coincidimos en que se trataba de una responsabilidad mayúscula de país que era imperativo asumir.

Las 60 personas que integraron las cinco delegaciones de víctimas que estuvieron en La Habana no representan a las víctimas del conflicto armado, nada más alejado de esa pretensión, pero sí representan todos los hechos victimizantes ocurridos en el marco del conflicto armado colombiano. Lo indicó así el Alto Comisionado para la Paz en la reunión que sostuvo con las delegaciones el pasado 6 de enero:

“La tarea encomendada a la ONU, la Universidad Nacional y la Conferencia Episcopal era compleja: escoger a 60 personas de entre más de 7 millones de víctimas abocaba a la imposibilidad de un consenso. Al final, el hecho de que tanto el Gobierno como las Farc no hayan quedado a gusto con la composición de las delegaciones demostró la independencia y además los buenos oficios de estas instituciones. Ustedes representan los hechos que este país no puede volver a repetir”.

A esa reunión, convocada por la Oficina del Alto Comisionado, llegamos 46 de las 60 personas que integraron las delegaciones. Se trataba de recibir de manos de Sergio Jaramillo un informe detallado de los últimos acuerdos suscritos en la mesa de negociación y ver cuál es el papel que las víctimas deben y pueden cumplir en esta fase decisiva de la negociación.

El informe fue efectivamente detallado y se guiaba, según el Comisionado, por el principio de centralidad de las víctimas en el proceso. Nos contaba que en la fase secreta de los diálogos fueron las Farc las que apuntaron en el tablero, donde iban escribiendo las ideas centrales de la reunión, que era un proceso fundamentalmente para reparar a las víctimas del conflicto.

Anécdotas aparte, el borrador del acuerdo suscita muchas inquietudes que las víctimas se encargaron de desgranar frente a la delegación del Gobierno. Dudas, vacíos, menciones lánguidas en temas que a juicio de los asistentes debían tomar más relevancia.

En general, y no podía ser de otra manera, sobre lo sustantivo del documento hubo reparos y seguramente vendrán debates largos para complementar el acuerdo. Lo cierto es que por encima del detalle y de las carencias que se deberán enmendar en lo que queda de la negociación, todos reconocimos la importancia y el avance que significa un sistema integral de justicia transicional que se implementa en función de la verdad y la reparación de las víctimas. Las felicitaciones al Alto Comisionado extendidas a la mesa de negociación fueron mayoritarias.

Las víctimas toman la palabra

Fue unánime el llamado a las partes para que abrieran el proceso a la sociedad colombiana. La gente en la calle no sabe o no entiende lo que se está negociando en La Habana, decían algunos. Es el momento de informar, pero sobre todo de traducir al lenguaje de cada sector social, de cada territorio, de cada comunidad; trasplantar esa semilla para que germine en la cabeza de cada colombiano. En esa tarea las víctimas tienen la autoridad moral para liderar.

Uno de los asistentes reiteró el apoyo y la disposición a colaborar en la pedagogía para la paz; sin embargo, dejó claro que ninguno de los presentes se prestaría como “idiota útil” a los intereses de alguna de las dos partes, que el apoyo no significaba de ninguna manera renunciar a las demandas insatisfechas, a la crítica y a los reclamos que se deban hacer para conseguir en Colombia una reparación integral y la no repetición de los hechos. En últimas, que se puede apoyar el proceso y convertirse en un promotor o promotora de paz sin que ello implique estar de acuerdo en todo. Por el contrario, hacer una pedagogía de paz será sobre todo un ejercicio de información que le permita a la ciudadanía discernir sobre cada componente del acuerdo, opinar sobre ello, participar e incidir.

Quedó la tarea compartida de promover la participación ciudadana, no sólo para la firma de un acuerdo de paz entre las partes y la refrendación de lo pactado, sino que además, y fundamentalmente, para que la ciudadanía se apropie de la implementación de esos acuerdos de suerte que logremos el objetivo último de todo este esfuerzo: la reconciliación de todo un país.