En las redes sociales y en las calles se ha vivido la campaña, pero nada va a pasar si ese ambiente no llega a las urnas. Análisis de Dejusticia.
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Columnista: Daniel Marín López*
Nuestro rechazo como jóvenes al voto es entendible. En un sistema político demarcado por el clientelismo, donde las decisiones tomadas por los políticos nos terminan impactando desproporcionadamente, la idea de un cambio activo en la democracia simplemente no es una opción. Hay que vivir la vida, o, mejor, tratar de sobrevivirla. Si hay desempleo, nos jode a los jóvenes. Si hay hambre, nos jode. En cambio, si hay plata, esta no va a nuestras universidades públicas o a nuestra recreación. Nada va a mejorar la inserción laboral de muchos.
Todo eso es verdad. Por eso nuestra apatía al voto parte de la premisa de que ellos ––los políticos–– no nos representan. No piensan en nuestras dificultades de la vida diaria y se enfrascan en transacciones ––esas sí polítiqueras–– que se rindan a sus intereses.
Ante ese callejón sin salida hemos sucumbido y andamos la mayoría recorriendo la ciudad, trabajando y, bueno… viviendo. Es un arma de resistencia a la malparidez que da saber cómo muchos nos rompemos el lomo mientras otros, en las esferas políticas, están en la búsqueda de su tajada. Es una muestra de pragmatismo absoluto. Así somos los jóvenes urbanos de ahora: pragmáticos. Ante las noticias pesadas, mejor la sordera. Nacimos en estado de sitio, nos criamos con las balas, narcotráfico, paramilitares, guerrillas… Nos formamos políticamente durante la seguridad democrática, nos polarizamos o, mejor, ni nos dimos cuenta en qué momento nos polarizamos. Creemos ser apolíticos.
Esa ha sido nuestra desgracia, la del país entero: no hay tal cosa como un ciudadano apolítico. Por ser parte de una sociedad somos políticos. La muestra de hastío generalizado ante la actualidad política del país es una actitud tremendamente política. Cuando decidimos no salir a votar porque nos da igual quién es el gobernante de turno, sacamos nuestro ser más político. Es el estado de rechazo máximo a un sistema que vemos ajeno y distante. En Colombia no votan el 50% de los ciudadanos, la mayor parte jóvenes que cada dos años, domingo a domingo, dejan a otros las decisiones del país.
Gran parte de esta apatía se la debemos al conflicto armado. En una sociedad donde las discusiones políticas entran en una tensión tan fuerte en los círculos familiares y sociales, a veces es mejor callar. Ese silencio ante las injusticias que suele demostrarse en las urnas, creo yo, es uno de los peores legados que han dejado las generaciones que han vivido el conflicto a sus jóvenes. Por eso, la firma del acuerdo final el día lunes y la votación del plebiscito el próximo domingo parece ser una ruptura al callejón sin salida donde nos estancamos. Una pancarta que pude ver yendo a la plaza de Bolívar para ver la firma del acuerdo final me pareció acertada: “Ahora sí, los viejos podemos morir en paz y los jóvenes vivir en paz ¡viva Colombia!”
Santiago Rivas de Los Puros Criollos tiene razón en un video que se volvió viral en redes. Allí él dice que algo que hace que reconozcamos esta semana como un momento de quiebre en la historia parte de “entender que hay que dejar de vernos como enemigos y ser un país más justo en el que todos tengamos derecho a decir que pensamos y a vivirlo”. Para mí, esta es una invitación a los jóvenes. En la historia republicana de Colombia pocas veces se ha visto una oportunidad como esta. Quizá el caso más reciente fue hace 25 años, cuando los jóvenes de aquella época impulsaron un cambio constitucional en la séptima papeleta. Este impulso ha implicado cambios profundos en la sociedad que, sin embargo, no han del sido del todo realizados por la terrible sombra del conflicto armado.
Por un cambio del silenciamiento político que sufrimos los jóvenes debemos votar este 2 de octubre. Francia Márquez, líder del consejo comunitario de la toma en el Cauca, y víctima de desplazamiento, resumió en una intervención a sus paisanos lo que nos viene: “la paz no es la firma del acuerdo de paz, la paz va más allá. Implica transformaciones sociales hacia el bienestar de nuestras comunidades”. Este es nuestro voto decisivo hacia el impulso político de la juventud que nos llevará hacia una democracia incluyente, en la cual, concientizados, lograremos cambios más profundos. De nuestra movilización electoral dependerá que ese hastío generalizado se transforme.
En el Reino Unido los jóvenes no estuvieron a la altura de su momento histórico. Se dejaron vencer por el letargo y por el desprecio al sistema político. Al final vieron como otros, más viejos y con esa añoranza insulsa del pasado, terminaron tomando la decisión de salir de la Unión Europea. Los jóvenes que se movilizaron fueron pocos y nunca entendieron los beneficios de ser parte de Europa. Hoy, cuando quedó claro que los votos sí influyen, el Reino Unido salió de Europa y no hay espacio a la renegociación. Brexit es Brexit. Queda el dolor y la responsabilidad de su apatía.
En nuestro caso, el cálculo es el mismo. Si dejamos en otros más viejos y menos entusiastas la decisión, la paz del país puede ser derrotada por la añoranza de las balas. Por eso intercambiar el ruido de las balas por el de los jóvenes en las calles y en las urnas es nuestra apuesta. Y lo es, pues no permitiremos que nuestra apatía del pasado marque nuestro futuro.
*Investigador de Dejusticia
@marintencionado