“En la medida que olvidamos el horror pasado, permitimos el horror futuro”. Devolverles la dignidad de las víctimas: el mandato que propulsa la obra de Doris Salcedo.
Ser escultor en Colombia implica moverse, viajar, no solo geográficamente por los territorios donde las historias de la Colombia oculta esperan que alguien las encuentre, sino también viajar –atreverse a viajar– por los recuerdos de quienes ocupan esos lugares, en su mayoría atados a pasados violentos.
Son colombianos que lograron sobrevivir a las masacres, las violaciones, al vigor de la violencia que se ha dedicado con saña a llegar a las montañas, los pueblitos y las llanuras de este país. Ese país de agujeros democráticos ha consumido por años a las comunidades. Hasta esos rincones, los geográficos y metafísicos, ha llegado la artista Doris Salcedo, otra colombiana con su propia historia y su propia geografía que capturó en esculturas un sentimiento palpable, movible, uno que puede instalarse en las plazas y los museos de las principales ciudades del mundo.
Aquí les dejamos cinco obras imperdibles de una artista que narra la Colombia que solo existe en la memoria: la que sobrevive en los recuerdos de las víctimas, los sobrevivientes.
Plegaria Muda
La memoria de los jóvenes caídos, vestidos con prendas militares y botas –algunas mal puestas– sobreviven en esta, una obra que reconoce la intimidad, la individualidad de la vida humana, recordada y expuesta en una instalación de 162 piezas que se compone de una mesa encima de otra, solo dividida por arena –que no es arena sino concreto pintado color arena– y representa el dolor del entierro. ¿Y el pasto?, la esperanza, la germinación que solo promueve la vida, lo que aparece entre los ruidos prematuros en una sala de parto y se arrebata entre gritos, en ejecuciones extrajudiciales, en una sala de tortura.
“Las heridas de mi corazón están tan grandes… Mi hijo era un ser que no se podía defender por sí solo, pero a pesar de su discapacidad, era muy importante y especial”, así recuerda Luz Marina Bernal, Lideresa del Colectivo Madres de Soacha, a su hijo, un joven de 26 años desaparecido y presentado por el Ejército Nacional como jefe guerrillero caído en combate.
La casa viuda
Esta es una serie de obras, como todas las de Salcedo, cargadas de carácter colectivo, pues las familias que han desaparecido a causa de las masacres en Colombia han sido –algunas– enfrentadas por viudas que impregnaron su dolor en los objetos –cortinas, armarios, sillas, pedazos de ropa– de lo que algún día concedió el sueño de muchos colombianos: el hogar.
Esta no es una obra sobre alguien que atestiguó la desaparición, es una obra sobre la imposibilidad, la que solo florece en la ausencia, una obra que está contenida en cemento y que inunda la intimidad de esos, unos muebles que algún día adornaron el hogar de algún colombiano.
Yolanda Pinto, esposa del exgobernador de Antioquia, secuestrado y asesinado por las Farc en 2003, expresó en un emotivo discurso en la Maratón de la Pedagogía por la Paz, en la Comuna 13 de Medellín: “El dolor no lo borramos, ni lo vamos a olvidar, pero estoy segura que lo mejor que pudimos hacer fue perdonar”.
A Flor de Piel
Una obra frágil, delgada y minuciosamente construida con pétalos de rosa. Uno a uno, Salcedo y su equipo, cocieron con hilo “la piel”, los pétalos, conformando un solo fragmento, un trozo de piel que se degrada y aparenta la piel maltratada de, en este caso, una mujer hecha a golpes por el crimen de la violencia sexual.
Según el Centro de Memoria Histórica, entre 1997 y 2005, cuando el paramilitarismo se expandió y tuvo mayor poder territorial en Colombia, se registraron 8.242 casos de violencia sexual contra la mujer.
Fragmentos
Las armas no se monumentalizan, pues abrazan el peso de la guerra, contienen traqueteos y estallan en luces que ciegan, por eso no se exaltan. Doris Salcedo las fundió. Fueron 37 toneladas de lo que alguna vez fueron fusiles de las antiguas Farc convertidas en metal líquido, pasadas por un horno gigante que chispeó las luces de una paz fragmentada, una paz incompleta. Esta obra colectiva puso a las víctimas a golpear y dar forma a láminas que quedaron de los fusiles, láminas que se convirtieron en el resultado de una obra que integró víctimas y victimarios en un diálogo, el que solo es capaz de hacer el arte.
Atrabiliarios
Vitrinas falsas y nichos que apenas dejan ver su contenido, eso es atrabiliarios, una obra que desnuda el horror de la desaparición. Zapatos contenidos en una caja al vacío, cubiertos con una capa de fibra animal. Y como si la muerte no fuera suficiente, adentro, el dolor y la desdicha del peor de los sentimientos humanos: la intranquilidad de no llegar a saber, la que solo se conoce cuando un ser querido desaparece.