Divergentes | La polémica y provocadora escritora Catherine Millet explica su punto de vista frente al feminismo actual, que considera muy cercano al totalitarismo. Por: Lou Guérin.
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¿Quién es Catherine Millet? Escritora francesa, autora de La vida sexual de Catherine M, invitada de la FILBo, centro de controversias. En el mundo de la literatura se ha destacado por ser la autora de una obra cruda en la que una mujer, ella misma, cuenta sus relatos sexuales en la cúspide de una época de libertinaje. Se define como feminista a pesar de oponerse a muchas de sus pares. Su nombre suena cuando difiere con los temas que recientemente han unido a las mujeres del mundo.
Ha dicho que le “habría gustado ser violada para comprobar que se puede sobrevivir”. Fue la cabeza de un grupo de personalidades francesas que se opusieron al movimiento #MeToo bajo el argumento de defender la libertad sexual y el derecho de los hombres a coquetear. Así lo dejó escrito, como una de las firmantes, en un manifiesto público. Incluso ha llegado a oponerse a las leyes contra el acoso sexual en su propio país.
Esto fue lo que Catherine Millet conversó con ¡Pacifista!
¿Qué es el feminismo según Catherine Millet?
Es raro que me pregunte eso porque nunca me he hecho esa pregunta. Pienso que es ser consciente y estar dispuesta a intervenir sobre las problemáticas específicas de las mujeres, dándole prioridad a las problemáticas de carácter social. Cuanto más tiempo pasa más pienso que en otras cuestiones relativas a la intimidad, vinculadas a los sentimientos y a la sexualidad, hay que dejarlas al libre albedrío de los individuos.
En este momento, usted es invitada de un país que vivió más de 60 años de guerra en la que la violencia sexual fue un arma de guerra. ¿Cómo podría usted confrontar a esas mujeres víctimas y sostener, como lo ha dicho antes, que “le habría gustado ser violada para mostrar que se puede superar”?
Esta frase es de Catherine Millet, una mujer que vive en Francia en condiciones sociales muy diferentes a las de esas mujeres. Fue una frase polémica en un momento muy particular dicha para incentivar la resiliencia de las mujeres.
Yo estoy en contra de todos esos discursos feministas que encierran a las mujeres en un rol de víctima eterna. En la sociedad occidental, una mujer violada tiene muchos medios legales para defenderse y, sobretodo, puede hacer un trabajo en ella misma para persuadirse de que ella no fue la culpable.
El problema es que las mismas herramientas legales siguen siendo falibles
Son falibles pero pienso que uno tiene que esforzarse por corregirlas, sin ceder al western en el que cada mujer impone sus propios reglamentos como un fusilamiento en plaza pública, o sea, en las redes sociales. Lo que me parece indigno del #Metoo fueron las acusaciones hacia algunos hombres que no tenían cómo defenderse. En muchos casos, aún no se sabe si fueron culpables o no.
¿A cuáles hombres se refiere?
Los primeros textos que escribí para prensa los hice porque quería intervenir en esa polémica que veía cercana: hombres, amigos artistas, universitarios acusados en las redes sin poder defenderse. Cuando esas acusaciones son replicadas por la prensa es muy grave.
Pero eso era el punto de la acción, del #MeToo, que la prensa lo divulgue para sacudir a la sociedad masculina.
Sí, pero es condenable porque la prensa relata lo que está en las redes como una manera de alimentarse de los relatos sexuales de hombres famosos. A la prensa le encanta contar historias sexuales, sobre todo si puede acusar a los actores detrás para sacar dinero de todo esto.
Frente a su oposición y a la de varias mujeres contra el #MeToo, una de las críticas fue que no tenían conciencia de clase: eran mujeres intelectuales que no conocen el acoso en transporte público, por ejemplo, simplemente porque no lo usan.
Primero, nuestro manifiesto empieza con algunas frases que dicen que somos conscientes de los problemas que encuentran algunas mujeres en ciertos ambientes profesionales y sociales. No haber leído eso es juzgarnos de una forma que no merecemos. Además, en este manifiesto expresamos las voces de muchas mujeres que se reconocieron en nuestras palabras. De eso recibí muchos testimonios a nivel internacional, en España y Alemania, por ejemplo.
Usted dice que, en casos de violación, se puede disociar el cuerpo y la mente. Sin embargo, las mujeres no reaccionan igual ante un acto de acoso, a veces incluso se quedan en estado de shock sin poder hacer nada. ¿No le parece que su argumento puede ser un poco moralizante con los casos de esas mujeres?
No es ser moralista, hay que enseñarle a las mujeres a lograr esa disociación. Si hablamos de una mujer víctima de violación, pienso que tenemos un interés en ayudarla a disociar su persona de su psicosis, a decirle que no toda su persona se encuentra en su cuerpo y que su psicosis puede tomar distancia de lo que le pasó a su cuerpo. Lo he estado pensando desde hace mucho y aprendí, después de que muchos terapeutas le aconsejaban lo mismo a las mujeres violadas.
¿Y por qué, entonces, no entender que el #Metoo era una puerta al empoderamiento de las mujeres?
El #Metoo no se lo inventó el feminismo, es una perversión del feminismo. Una perversión puritana de la manifestación del miedo ante la sexualidad de la mujer.
¿Por qué reprocharle a unas mujeres algo que usted nunca se atrevió a hacer: criticar un sistema patriarcal y una cultura de la violación en voz alta?
Primero, estoy en contra de esa expresión de “cultura de violación”. Es un cliché. Pienso, por ejemplo, a partir de mi experiencia personal, que ser besada por sorpresa es una cosa muy agradable, eso es lo que llamé “ser sorprendida en su sexualidad”.
¿Pero qué hacemos cuando no queremos ser sorprendidas?
No sé, si no queremos ser sorprendidas nos privamos de algo muy bonito. Algunas veces fui yo la que sorprendió a unos hombres, y creo que las mujeres de ahora lo hacen cada vez más.
Sigue habiendo muchas mujeres que no conocen su cuerpo: la anatomía femenina todavía es un tabú, igual que el periodo —que no lo muestran en la publicidad de tampones— y los pezones en redes sociales, por ejemplo. ¿Qué consejo le daría a una mujer joven que está descubriendo su sexualidad? ¿Le diría algo en especial?
Que tienen que abandonar las redes sociales si hay tanta censura. Solo déjenlas, en la vida real no es así. Le diría que se sienta libre. Pienso que precisamente las redes sociales le están impidiendo a la gente ser libre. Una parte del problema viene de las redes porque en nuestras sociedades hay una sacralización y un narcisismo del cuerpo femenino. Las jóvenes mujeres son muy temerosas en cuanto a todo lo sexual.
Por otro lado, no entiendo por qué se debería ver sangre en la publicidad. No es algo agradable.
Hace poco en Toronto hubo un ataque terrorista de unos hombres que reclamaban que las mujeres debían tener relaciones sexuales, y que negarse a hacerlo les arruinaría la vida. Y los atacantes querían que las víctimas del atentado fueran mujeres, ¿qué opina de que en 2018 se sigan dando discusiones en las que los hombres tratan de controlar los cuerpos de las mujeres (que fue, de hecho, una de las críticas del #MeToo)?
Sí, es condenable. Es una forma de serial killer contemporáneo y que sucede más con los hombres que con las mujeres. Tomar solo mujeres como víctimas es algo de serial killer. Sí me choca, pero lo que le reprocho al movimiento #MeToo es poner actos como el de Canadá y otras cosas extremadamente despreciables al mismo nivel de un hombre que le toca la cola a una mujer. Es grave que un movimiento se quede en una situación de victimización. En vez de ayudar a las mujeres a salir del trauma las estamos encerrando, el movimiento #Metoo tiene tendencia a eso. Elisabeth Badinter, escritora francesa, lo explica muy bien en uno de sus libros: el interés de los movimientos feministas reside en el hecho en que existen solo si hay víctimas.
¿Usted piensa que existe un feminismo extremista?
Sí, y para mí es comparable al estalinismo. Es un feminismo que busca darle una interpretación política a algo que concierne a los individuos. Que se inmiscuye en las relaciones íntimas de la gente sin tener en cuenta las diferencias. Eso es el propio de las sociedades totalitarias. Es un feminismo que admite los daños colaterales en nombre de un futuro mejor y que no duda en crear víctimas al difundir los nombres de algunos hombres y entregándolos, así a vindictas públicas.