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#CaravanaPacifista 7 de noviembre: sonidos que Toribío quisiera repetir todas las noches

Staff ¡Pacifista! - noviembre 7, 2016

Siga el recorrido de nuestros periodistas por el Norte del Cauca. Esta vez, en medio de la cultura y el folklore indígena.

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Concierto por la Paz en Toribío. Foto: Iván Valencia

Por: Nathalia Guerrero

Fotos: Iván Valencia

“A mí me perdonarán lo mal hablado, hijueputas”, nos decía una y otra vez Roosevelt Cabrera, miembro de la Guardia Indígena desde 2004, de cuna caqueteña y habitante de Tacueyó, en el Cauca. Las botellas de Yu´beka – el trago tradicional nasa – se iban apilando alrededor de él y su bastón –chonta– lleno de cintas y con un escudo del Nacional. Entre tanto, se desocupaba poco a poco el Polideportivo de Toribío, donde se celebraba el Concierto por la Paz de la semana cultural Álvaro Ulcué Chocué, donde Roosevelt debía prestar servicios de seguridad.

Llegamos al concierto como último destino de un viaje extenuante: iniciamos muy temprano en Corinto, luego estuvimos por Santander de Quilichao y terminamos aquí, en Toribío. Íbamos por el concierto, pero también buscando a Jhon Jota, un rapero nasa que a punta de sus versos en Nasa yuwe, ha ido conquistando el norte del Cauca y otros territorios del país, como Medellín.

Este es Jhon Jota. Foto: Iván Valencia.

Al Polideportivo llegó gente de Cali, de Corinto y de los tres resguardos de la zona (Toribío, San Francisco y Tacueyó). Inició con una unión entre las bandas municipales de San Francisco y Toribío y, poco a poco, se fue llenando de gente y de géneros musicales para bailar.

Cuando Jhon Jota se subió al escenario, el ambiente ya estaba cargado de fiesta. Ya habían sonado cumbia, bambuco, bandas marciales y otros ritmos. Los asistentes se agolparon contra la tarima para ver más de cerca al rapero de 17 años que nos habló en rimas del futuro, del medio ambiente, de la juventud nasa, de los medios, la marihuana, los animales y todas las problemáticas de su pueblo. JJ remató su concierto con un gesto apoteósico de artista popular: subió a su mamá al escenario para cantarle. La señora no paró de llorar y las lágrimas también emanaron del público.

John Jota y su mamá. Foto: Iván Valencia
Jhon Jota y su mamá en el escenario. Foto: Iván Valencia.

Después vino Alucx, la banda del director del CECIDIC –Centro de Educación, Capacitación e Investigación para el Desarrollo Integral de la Comunidad–, que mezcló música andina y cumbia, mientras la Yu’beka iba haciendo mella en las cabezas y las capacidades motoras de los asistentes, cada vez más efusivos. Las botellas del trago ancestral no paraban da salir de todas partes, sin romper la armonía del festival. Luego vino Kalamarka, una banda boliviana de sonidos andinos. Por casi dos horas la gente bailó, vitoreó, zapateó y alzó las manos, sintiendo los sonidos bolivianos como propios.

Cuando el concierto parecía haber acabado, salieron Los Chimborrios con su carranga movida. Eran sonidos perfectos para que el público, o lo que quedaba de él, se sacudiera ese frío de tres de la mañana –muy parecido al bogotano- .

Danzas folclóricas en medio de la verbena. Foto: Iván Valencia.

Mientras tanto, Roosevelt, el guardia, mirando fijamente con sus ojos claros, nos decía que esa música, junto con la llanera, eran los sonidos con los que lo habían criado. Su papá era de Pacho, Cundinamarca, y su mamá, una india caqueteña. Cabrera nos habló toda la madrugada de lo divino y lo humano, mientras una sombra etílica se iba delatando más y más en su mirada. Hablamos de su llegada al Cauca, de sus peleas a machete limpio con su suegro en el Tolima, de su mujer igual de recia a él, de sus diez hijos, sus tres mujeres, de la infidelidad, y hasta del matrimonio gay, el cual no condenaba.

Cuando llegó el momento de hablar de sus compañeros guardias caídos en medio de su resistencia y la guerra, esos mismos ojos se le encharcaron de lágrimas. Nos hablaba de amigos que habían caído por balas que pudieron haber sido para él. “Nosotros no ponemos las armas, ponemos el pecho. Esa siempre ha sido nuestra posición”.

Los jóvenes gozaron durante el Concierto por la Paz. Foto: Iván Valencia.

El frío se nos iba metiendo entre los huesos sin piedad. Uno a uno, los asistentes fueron dejando el Polideportivo desierto. Cabrera tenía que caminar hasta Tacueyo. En nuestro caso, debíamos llegar de alguna manera a Santander de Quilichao. Encontramos un bus en la plaza del pueblo. Nos regresamos helados y sucios, tratando de dormir entre las curvas de la carretera y las lucecitas del monte que alumbran los cultivos de marihuana.

Llegamos al hotel, después de una noche en la que Toribío, uno de los municipios más golpeados por la violencia, mostró que está dispuesto a cantarle a la paz toda una noche, y quizás todas las noches que sean necesarias.

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