Bienvenida la opinión, pero cuidado con la Mesa | ¡PACIFISTA!
Bienvenida la opinión, pero cuidado con la Mesa
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Bienvenida la opinión, pero cuidado con la Mesa

Staff ¡Pacifista! - agosto 5, 2015

OPINIÓN Los diálogos con las Farc han suscitado diversas y encontradas opiniones. En últimas, de eso se trata una democracia. Pero para llegar a la firma de un acuerdo que terminará con cinco décadas de conflicto, las urnas y los barómetros no son buenos consejeros

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Columnista: Carlos Mejía Walker 

Si bien es cierto que la libertad de opinión es base de toda democracia, no es mandato constitucional hacer caso de todo cuanto se diga ni tener en cuenta a todo aquel que, ejerciendo su derecho, opine; menos aún cuando de negociar la paz se trata. Ni siquiera si quien lo hace procede de un organismo de control, de la “madre patria” o de una curul en el Congreso, por más que haya sido dos veces presidente. En cuanto a las conversaciones de La Habana, es entendible que la paciencia de muchos esté llegando a su límite, pero no debe ser política de Estado, ni criterio de negociación, guiar la Mesa por la impaciencia, tampoco por las encuestas. ¡Qué le vamos a hacer!, opinar es un derecho ciudadano, ser impaciente una posibilidad, pero negociar es y seguirá siendo un asunto entre partes.

Los diálogos con las Farc han suscitado diversas y encontradas opiniones, y en últimas de eso se trata una democracia: que la gente opine, se confronte sin matarse y tenga la posibilidad de disentir. Pero en el caso de sacar adelante una negociación de paz, o de llegar a la firma de un acuerdo que dará por terminadas cinco décadas de conflicto, las urnas y los barómetros no son buenos consejeros. Si se apuesta por la paz y se cree en la negociación, se debe estar dispuesto a asumir el costo político que ello conlleva. Como dicen por ahí, “untado el dedo, untada la mano”, y más aún después de tres años conversando.

“Que mucho diálogo y nada de acuerdo”, “que la suspensión de los bombardeos es un cese disfrazado”, “que los de las Farc no deben hacer política”, “que es impensable que no paguen ni un día de cárcel”, son aspectos críticos que generan enconadas opiniones y que, tal vez, deberán someterse a la voluntad popular, pero no antes de la firma del acuerdo. Hasta que no finalice la negociación toda opinión es bienvenida, pero cuidado con la Mesa.

Los esfuerzos deben centrarse en seguir negociando, en ceder y lograr acuerdos sin retroceder. Con la prudencia y la paciencia que se requieran, insistir en que la guerra sea cada vez más un asunto del pasado y que las comunidades que sí padecen las escaladas del conflicto sufran menos sus consecuencias, así quienes opinan pero no las sufren reclamen mayor confrontación. Prudencia para los negociadores y paciencia para todos aquellos que ya han puesto plazos perentorios.

Guste o no, Santos tiene las llaves de la paz. Y es él, como presidente, el llamado a seguir adelante con la negociación. Como mandatario, la Constitución lo faculta para “dirigir la Fuerza Pública”, “disponer de ella como Comandante Supremo” y “conservar en todo el territorio el orden público”, sea preparando la avanzada u ordenándoles a las tropas su retirada. Como ciudadano, tiene el deber de “propender al logro y mantenimiento de la paz”, así que ya habrá lugar para que suelte las llaves, entregue el llavero o saque los duplicados que se requieran.

Decisiones como las de cesar los bombardeos, coordinar misiones humanitarias y bajarle al fuego son asuntos del Presidente, de sus delegados y de las Farc como parte de la negociación. Si las mismas esconden o no un cese bilateral disfrazado importa menos que lo que se alcance con ellas. En últimas, con disfraz o sin disfraz, se trata de evitar que mucha gente muera, y eso es menos inconstitucional que insistir en la guerra.

Por más que tres años de negociación parezcan mucho, y por más lejos que pueda estar el acuerdo definitivo, cualquier intento de negociar es más deseable que sumarle años a la guerra. Cinco décadas combatiendo a las Farc no han supuesto su derrota, lo que enseña que debe ser otra la estrategia. Varios intentos fallidos de diálogos públicos –y publicitados– han dejado muchos libros, fotografías y memorias de los (auto) convocados, no así acuerdos firmados. Así que, también, debe ser otra la estrategia.

Por ahora, que los negociadores avancen, que se haga más pedagogía de lo que se acuerde y se defina allá, que se resuelvan las inquietudes que se tengan acá y que las decisiones a favor de la paz se blinden de las opiniones que reclaman más guerra. No en vano, dicen que “la clave del fracaso es tratar de complacer a todo el mundo”, y así como en la vida diaria, eso aplica en la política, mucho más en cualquier intento de buscar la paz.