OPINIÓN | Conocer el cerebro social nos ayudaría a disminuir las cifras de homicidios en Colombia.
Lea aquí la primera entrega de ‘¿Por qué los humanos asesinamos?’.
La agresividad y la violencia son comportamientos que quisiéramos controlar, mientras que el altruismo y las conductas gregarias son utopías o proyectos que imaginamos propios de sociedades más justas o al menos ideales. ¿Cómo reducir las cifras de asesinatos y conductas violentas en un país como el nuestro? Seguramente ciertas características identifican a quienes viven en un territorio particular, pero el cerebro humano, tal y como lo conocemos actualmente, no es singular a una nación.
Como el cerebro de cualquier ciudadano del mundo es igual al del colombiano, las altas cifras de homicidios en Colombia dependen, seguramente, de variables no propiamente biológicas. Sin embargo, creo que, aunque parezca extraño, conocer qué es y qué sabemos del cerebro social ayudará a enfrentar el desafío que todos los países del mundo tienen frente a la reducción de homicidios y conductas violentas. En otras palabras, comprender qué es el cerebro social, y porqué no funciona en casos muy puntuales, se puede convertir en una herramienta útil para el reto anunciado: disminuir las cifras de homicidios.
Hay dos momentos muy importantes en los estudios actuales del cerebro que nos van a ayudar a plantear lo propuesto, y son investigaciones que parten de hallazgos casi que exclusivamente celulares.
En primer lugar, conocimientos muy básicos de la empatía cobraron relevancia a partir de unas investigaciones de Giacomo Rizzolati y sus colegas de la Universidad de Parma, en Italia. En la década de los años 90 del siglo anterior, observando la conducta motora de los chimpancés macacos, Rizzolati y su grupo informaron que los monos tienen células cerebrales especiales que funcionan no sólo si el mono agarra un objeto con su mano, sino también si simplemente mira a otro hacer lo mismo.
Los estudios fueron replicados también en humanos y dado que estas células se activan tanto por hacer, como por ver a otra persona hacer, se les dio el nombre de neuronas en espejo. El cerebro de quien observa funciona como espejo del cerebro del que hace. Parecería entonces que formas complejas de empatía, durante el desarrollo del ser humano, así como a través de la evolución de las especies, surgen de procesos elementales como las neuronas en espejo.
Las neuronas en espejo impulsaron muchos estudios, desde lo biológico, del mundo social de ciertos primates, en especial del ser humano: la adquisición de conductas mediante la imitación, la comprensión intencional de otros, el sentir lo que otro siente desde “la propia neurona” o mecanismos básicos relacionados con el poder ser empático. La empatía probablemente evolucionó en el contexto del cuidado parental típico de los mamíferos junto con otras conductas complejas como el apego y la cooperación.
Trabajos posteriores dieron cuenta de que no solo la inferencia de la acción del otro dependía de los procesos cerebrales en espejo, sino que estos mecanismos estaban presentes en los sitios cerebrales reguladores de las emociones o aquellos que funcionan cuando siento y digo “puedo sentir tu dolor”. Si así funciona el cerebro, algo le pasa a quien, aparentemente, no siente el dolor del otro cuando asesina.
El segundo evento relevante, menos conocido fuera del ámbito académico, son las llamadas neuronas Von Economo. Estas células fueron identificadas, más por su forma y ubicación en el cerebro que por su función, por el científico austríaco Constantin von Economo en los años treinta del siglo pasado. Lo particular de estas neuronas es que estudios recientes [1] encontraron que solo las tienen primates con comportamientos sociales complejos; que la densidad o el número de neuronas en cierta parte del cerebro es mayor en la medida en que el primate exhiba comportamientos sociales más complejos.
Algo pasa en el cerebro de quien, aparentemente, no siente el dolor del otro cuando asesina.
En los seres humanos, las neuronas Von Economo inician a formarse al final de la gestación, con un pico de mayor producción a los ocho meses de edad. Solo terminaremos de tener el total de estas neuronas alrededor de los cuatro años, cuando justo desarrollamos capacidades empáticas sólidas. Es decir, cuando podemos comprender las intenciones de los otros. Cuando es posible reconocer los estados mentales de otros y alcanzamos a realizar ciertos juicios morales, por ejemplo, es cuando ya tenemos las neuronas Von Economo que tendremos hasta nuestra edad adulta.
El simpático chimpancé bonobo tiene una de las mayores densidades de neuronas Von Economo en el área anterior del cerebro. Siendo uno de los últimos grandes mamíferos encontrados por la ciencia, además de tener comportamientos sociales complejos, el bonobo otorga un papel a las relaciones sexuales distinto al de procrear: resolver conflictos, disminuir la agresividad y la tensión entre machos y hembras de sus grupos. Una hembra bonobo da a luz una cría cada cinco a seis años, a pesar de conductas sexuales muy frecuentes. Comparte esta especie con la nuestra, la posibilidad de separar el sexo y la reproducción.
El bonobo tiene el 98 por ciento del perfil genético de nuestra especie, lo que lo hace tan cercano a un humano como lo es un perro y un lobo. La distancia entre el bonobo y el humano es más corta que con el resto de mamíferos por ese mundo social descrito, y su cercanía a los humanos se mide objetivamente por la densidad de estas células en la corteza anterior de su cerebro.
Igualmente, hay neuronas Von Economo en el cerebro de mamíferos con comportamientos sociales sorprendentes, como en el delfín, que cuando va a morir decide apartarse de su grupo; no sabemos si, queriendo proteger a los suyos, decide reservar para sí un momento singularmente privado. También los elefantes con conductas complejas de apego con su madre, al momento de nacer, y con su clan a lo largo de su vida, cuentan con neuronas Von Economo, por enumerar unos pocos ejemplos.
Hoy se sabe que la destrucción selectiva de estas neuronas es típica en enfermedades neurodegenerativas que afectan la capacidad natural de percibir y ser sensible a los estados emocionales de los otros. Estudios recientes estudian las anormalidades en las regiones anatómicas donde están estas células en los psicópatas, sociópatas o quienes tienen un trastorno antisocial grave. Ciertas particularidades en relación a las neuronas Von Economo han sido descritas en los niños autistas, quienes tempranamente tienen limitaciones para relacionarse con otros, así como en otras enfermedades psiquiátricas en las que profundizaré en la tercera entrega de esta columna.
En suma, las neuronas, los genes y los procesos intracelulares ayudan a explicar cómo funciona el cerebro humano, en relación a las conductas sociales. Lo que las ciencias sociales han debatido por muchos años no significa que esté en contraposición a lo que se discute en las neurociencias. Estas dos orillas pueden, y deben, confluir en tanto recordemos que la complejidad de la conducta, en particular la social, es ambigua. Los hallazgos recientes de las neuronas en espejo y las de Von Economo se tornan necesariamente relevantes; no sólo porque de allí nacieron en parte las neurociencias sociales, sino porque comprendiendo su funcionamiento podremos proponer qué hacemos cuando no funcionan.
[1] Trabajos publicados por Nimchinsky y Alleman, investigadores de los laboratorios de Neuropatología del Instituto de Mount Sinai en Nueva York y la división de Biología del Instituto de California en Pasadena. Por ejemplo, Nimchinsky EA, Gilissen E, Allman JM, Perl DP, Erwin JM, Hof PR. (1999). A neuronal morphologic type unique to humans and great apes. Proc Natl Acad Sci U S A. 96:5268–5273.
*Diana L. Matallana E. es neurocientífica y profesora titular de la Facultad de Medicina de la Pontificia Universidad Javeriana.