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Los migrantes cubanos se juegan la vida en la selva del Darién
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Los migrantes cubanos se juegan la vida en la selva del Darién

Juan David Ortíz Franco - agosto 4, 2016

Cientos de personas están saliendo de Turbo, en el Urabá antioqueño, para cruzar a pie la frontera con Panamá. Quieren evitar que Colombia los deporte.

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En esta bodega del barrio Obrero de Turbo se albergan cientos de migrantes que enfrentan el temor de una inminente deportación masiva. Foto: Enrique Mena

Durante meses se ha dicho que la crisis de migrantes que enfrenta el Urabá antioqueño ha tocado fondo. Puede que esa no sea la descripción más precisa, pero las amenazas de deportación lanzadas por el gobierno colombiano en las últimas semanas sembraron pánico entre los cubanos asentados en Turbo.

Cientos de ellos están abandonando el pueblo, aventurándose en la selva del Darién para llegar a Panamá y continuar su camino a Estados Unidos. Cobra vigencia la idea de que muchos prefieren morir en Colombia antes que regresar a su país.

La historia de los migrantes en Urabá no empieza con los cubanos varados allí desde el 9 de mayo, cuando el gobierno panameño ordenó el cierre de la frontera para los ciudadanos de esa nacionalidad. Desde hace décadas, Turbo es un cruce obligado para los indocumentados, muchos de ellos asiáticos o africanos, que aprovechan las regulaciones migratorias menos rígidas de algunos países suramericanos.

Desde Ecuador, Brasil o Venezuela pasan a Colombia de forma irregular. Varios de ellos contratan por algunos miles de dólares los “planes” que ofrecen los “chilingueros” –como son llamados los coyotes en la región– que incluyen el traslado hasta el Golfo de Urabá, albergues y el cruce hasta la frontera.

Antes de que Panamá ordenara el cierre, los cubanos atravesaban un control migratorio en el que las autoridades de ese país permitían su entrada y les entregaban un salvoconducto para permanecer durante algún tiempo en su territorio. En cambio, los migrantes de otras nacionalidades siempre han tenido que hacerles el quite a los controles y atravesar por la selva. Ahora, las condiciones son las mismas para cualquier migrante irregular.

Para todos, el tramo del viaje en Colombia es uno de los más costosos en dinero y esfuerzo. Por eso, anteriormente, muchos de quienes lograban cruzar la frontera se asentaban en campamentos improvisados o en casas de lugareños que les prestaban ayuda del lado panameño. Esperaban el apoyo de alguna autoridad, la solidaridad de alguien o un giro de un familiar que les permitiera continuar su camino.

En esa espera, algunos de ellos consiguieron a principios de este año ser incluidos en un puente humanitario entre Panamá y México: vuelos autorizados por ambos gobiernos para acercar a los migrantes a su destino. Sin embargo, esa situación se convirtió en una bomba de tiempo. Si bien de los migrantes dependía buena parte de la economía en los caseríos de frontera, el número cada vez mayor de indocumentados tomaba rostro de crisis. Fue así como el presidente panameño, Juan Carlos Varela, anunció el cierre; una restricción que calificó como “dolorosa”, pero necesaria. Entonces, la acumulación de migrantes se trasladó a Colombia y ha tenido su epicentro en Turbo.

“La guerra psicológica”

Un habitante de la región que ha acompañado a los migrantes recuerda que dos días después del cierre de la frontera eran 48 los cubanos que, en el atrio de una de las iglesias de Turbo, pedían que les autorizaran el paso hacia Panamá. En ese momento ya advertían que cientos de personas de su misma nacionalidad se encontraban camino a Urabá.

La cifra creció en poco tiempo y aunque los números oficiales hablan de poco más de 1.200 indocumentados, los cálculos de los migrantes indican que, hasta hace poco más de una semana, eran casi 4.000 los cubanos varados en Turbo. Algunos de ellos se ubicaron en una bodega que les prestó un habitante del pueblo, pero otros buscaron refugio en casas y hoteles.

La situación, que había caído en una especie de letargo, cambió en los últimos días con la advertencia de Migración Colombia de iniciar los trámites de deportación de las miles de personas asentadas de forma irregular en ese municipio. A eso se sumaron señalamientos en contra de quienes les prestan asistencia y el supuesto inicio de procesos judiciales en su contra por considerar que incurren en el delito de tráfico de migrantes.

Están saliendo cuatro o cinco pangas diarias para Capurganá por la guerra psicológica que está haciendo Migración Colombia.

Pese a la solicitud de los cubanos para que se exploren medidas similares al puente humanitario que implementaron México y Panamá, el gobierno colombiano aseguró que esa no es una alternativa. Christian Krüger, director de Migración Colombia, dijo que, de acceder a esa pretensión, cerca de 50 mil migrantes que tienen previsto ingresar al país podrían hacer la misma petición. Por tanto, llamó a los indocumentados asentados en Urabá a presentarse voluntariamente ante las autoridades antes de que se inicien las deportaciones por la fuerza.

Los anuncios han impulsado a cientos de personas a embarcar en Turbo rumbo a las costas de Chocó para, desde allí, iniciar un recorrido a pie por la selva del Darién hasta cruzar la frontera con Panamá. “Si antes salía una panga diaria con gente que decidía irse y cruzar la selva por estrés o por cansancio, ahora están saliendo cuatro o cinco pangas diarias para Capurganá por la guerra psicológica que está haciendo Migración Colombia”, dice un colombiano que desde hace varias semanas acompaña los reclamos de los cubanos.

Agrega que, solo el jueves, entre 200 y 300 personas abordaron lanchas para cruzar el Golfo e iniciar su travesía por la selva sometiéndose a los riesgos de una zona agreste. También, a las reglas impuestas por las Autodefensas Gaitanistas de Colombia, organización ilegal que antes se lucraba del negocio de la migración irregular, pero que ahora le declaró la guerra a esa actividad porque le genera dificultades en sus rutas de narcotráfico.

Antes de que empezara esta nueva desbandada, en la zona limítrofe se decía que la selva se convirtió en un gran cementerio que, con frecuencia, cobra víctimas de una travesía que muchos no logran superar. Ahora, el panorama es aún peor con cientos de personas que deciden probar suerte, pues son muy pocas las que están dispuestas a ser deportadas. Para ellas, su próximo destino es el Darién.