En peluquerías, fiestas y con campañas de colores, encontramos gente que trabaja por la inclusión social.
- Robinson Chaparro, uno de los fundadores de la Fundación Huellas Diversas Divhues. Foto: Sara Kapkin
“Muchos piensan que la homosexualidad es una maña, una moda. Pero que me digan quién quiere elegir vivir una vida llena de discriminación y de exclusión; que me digan a quién le gustaría una vida así. No le cuento historias porque me pongo a llorar”, dice Robinson Chaparro, uno de los fundadores de la Fundación Huellas Diversas Divhues. La primera y hasta ahora única organización de los sectores sociales LGBT del Guaviare.
El tema ha sido un tabú, no solo en el Guaviare sino en muchos departamentos del país. Se habla poco, si es que se habla, y reconocerse LGBT resulta en muchos casos un acto de valentía. “Montar una fundación era una idea descabellada. Cuando sales a la calle y aceptas que eres gay es muy complicado porque tienes que salir del closet y convertirte en un referente para todas las instituciones y los chicos. Te conviertes en un centro de información”, dice Robinson.
Huellas Diversas empezó hace cinco años, en reuniones en peluquerías, en fiestas, entre amigos, trazando objetivos, estableciendo prioridades y compartiendo preocupaciones. Hasta el año pasado se consolidó como fundación. Su nombre destaca sus pretensiones: abrir camino y dejar huellas por donde puedan transitar con menos dificultad las generaciones que vienen. “Esta es una idea constituida y organizada por gente que se sintió orgullosa de ser LGBT, porque somos tan naturales como los colores de la piel”, dice Robinson.
Dentro de sus prioridades, Divhues procura promover procesos de inclusión social y participación política, visibilización del sector, la no discriminación, la defensa de los derechos humanos, fomentar un educación sexual responsable, prevenir y reducir el consumo de drogas y transformar positivamente los imaginarios y las prácticas culturales. La fundación se ha apropiado de manera espontánea la responsabilidad de ayudar a la gente del departamento a reconocerse y a aceptarse como son, es decir, a salir del closet.
Para facilitar el proceso, se idearon una manera sencilla de identificar a quienes se interesaban en hacer parte de la fundación, por colores. Hay miembros amarillos, es decir, visibles; y verdes, que son totalmente reservadas. En solo un año de existencia, la fundación cuenta con 782 personas adscritas, de ellas, el 82% son verdes.
Como señala el libro Aniquilar la diferencia, Lesbianas, gays, bisexuales y transgeneristas en el marco del conflicto armado colombiano, del Centro Nacional de Memoria Histórica, un factor determinante “de la situación de los sectores sociales LGBT, en general, y de las víctimas del conflicto armado de estos sectores, en particular, son las violencias que sufren en sus escenarios más próximos: la familia, la escuela, la comunidad, la iglesia”.
Cuenta Robinson que son muchos los chicos que no pueden o no se atreven a decirle a sus padres que son gays y tienen que resignarse a ser ‘actores’, “a actuar que son hombres, heterosexuales, porque es lo que aquí se considera normal”. Esa es su guerra. Más allá de lo afectados que se puedan ver por otro tipo de violencias, su problema empieza por no poder ser.
La violencia no es solo que me peguen, empieza cuando me llaman marica. Yo no sé si a la gente le genera placer o qué mierda
Para facilitar el acercamiento con la población del Guaviare, Robinson y sus compañeros crearon Yo soy Diverso, un programa radial, -también el primero en atreverse a hablar exclusivamente de temas LGBT en el departamento-, en el que debaten abiertamente temas como el matrimonio homosexual, la adopción de parejas del mismo sexo, pero sobre todo, en el que abren un espacio para que los niños, niñas y jóvenes LGBT de la región entiendan lo que sienten, lo que les está pasando. Un espacio que les permita identificarse sabiendo que eso ni es malo, ni contagioso, ni nada malo. Que no tienen que ser lo que no son y que la violencia contra ellos no es normal.
“Estamos cansados que en los colegios digan que promueven la igualdad, pero ven la homofobia en los mismos salones y los profesores no hacen nada, o la defienden con sus argumentos religiosos. O que salga el niño de estudiar y en la esquina le digan: ‘adiós loquita’, ‘mujercita’. La violencia no es solo que me peguen, empieza cuando me llaman marica. Yo no sé si a la gente le genera placer o qué mierda”, cuenta Robinson.
Para enfrentar y desnaturalizar ese tipo de violencias, Divhues ha echado mano de la investigación. Este año publicaron el Diagnóstico de Referencia Investigativa con Enfoque Diferencial, en el que evidenciaron, por ejemplo, que el 37% de las 782 personas adscritas a la fundación son víctimas del conflicto armado (desplazamiento y amenazas), y que quienes más los discriminan como grupo poblacional son: la Policía, los grupos religiosos, los planteles educativos (colegios o universidades), y los taxistas.
- Los líderes de la comunidad LGBTI denuncian discriminación en San José del Guaviare. Foto: Sara Kapkin
El problema es profundo y arraigado. Con el diagnóstico se dieron cuenta también de que muchas víctimas están en un encrucijada, sobre todo los jóvenes en los colegios, pues son víctimas de discriminación pero no pueden denunciar porque en sus familias no saben y, en caso de enterarse, es común que aparezcan más hechos violentos, que les peguen o los echen de la casa; que les den la espalda.
Tanto Robinson como Karen, una mujer trans, fundadora de Divhues, reconocen que la discriminación en San José del Guaviare, la capital del departamento, ha bajado de una manera notable, pero sigue lejos de desaparecer. “Si hacemos un mapeo simple pensamos que la discriminación se acabó, pero muchos factores nos indican que todavía existe. Es como un veneno que tumba la hierba pero deja la raíz y vuelve a salir”.
Su idea, por ahora es seguir trabajando, ambos desde la fundación, Robinson con su programa de radio y Karen en su salón de belleza. “Dicen que los gays tenemos un caparazón de oro para protegernos de tanta discriminación y tanto abuso, de esa violencia constante que tenemos que soportar. Yo formé un caparazón para resistir. Sin él, la autoestima se viene abajo y el suicidio o las drogas terminan por convertirse en una salida. Pero no es un caparazón para esconderse, es para protegerse y salir adelante”.