Tres días en el campamento guerrillero de 'Uriel' | ¡PACIFISTA!
Tres días en el campamento guerrillero de ‘Uriel’ Todas las fotos por: Yann Decaumont
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Tres días en el campamento guerrillero de ‘Uriel’

Santiago Valenzuela A - octubre 26, 2020

El ELN se define como la última guerrilla activa de América Latina. En 2019 viajamos hasta el campamento de 'Uriel', su comandante más mediático y quien recientemente murió, para comprender por qué este grupo sigue con la lucha armada.

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Por: Santiago Valenzuela / Fotos: Yann Decaumont

 

Nota: el 25 de octubre de este 2020 el Ejército anunció que había dado de baja al comandante ‘Uriel’, tercer jefe del frente de Guerra Occidental del ELN, en un operativo en el municipio de Nóvita, en el Chocó. En 2019 viajamos hasta su campamento para charlar con él sobre el conflicto armado y entender las razones que tiene esa guerrilla para continuar en la lucha armada. De ese viaje salió esta crónica, que originalmente publicamos a finales de diciembre del año pasado.

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Los palafitos de madera, ocultos desde el cielo por la espesura de la selva, delinean fronteras sutiles en el río San Juan. Las casas, las canchas de fútbol improvisadas, los niños embera: todo este paisaje se ve en fotogramas de cámara lenta. Mientras la lancha avanza despacio hacia Istmina, esquivando algunos árboles caídos en el lecho del río, los palos enterrados en los precipicios de tierra que sostienen casas en las orillas del San Juan dejan de verse. Nos estamos quedando solos con la selva. 

Somos dos foráneos: un periodista y un camarógrafo francés. “Aquí no se pueden tomar fotos”, dice una mujer mientras la lancha toma velocidad en el silencioso río San Juan. El ruido del motor, el horizonte verde e indescifrable. Eso es todo. No hay militares. Vamos a encontrarnos con el Ejército de Liberación Nacional (ELN). 

Nos bajamos en un punto desconocido. Algunas casas de cemento, otras de madera, dos tiendas. Nos quedamos quietos, sentados en la orilla. Son las 12 del mediodía. En cualquier momento, dijeron nuestros interlocutores, nos recogerían en una panga pequeña, con un motor fuera de borda. Nosotros no conocíamos la cuenca del medio San Juan en Chocó, esa que aparece en medios cuando se habla de conflicto armado, de secuestros, coca y guerrilla. Es un territorio con mayorías étnicas embera-chamí  y wounnan. Viven, en una extensión de más de 600 kilómetros cuadrados, cerca de 13.000 personas. 

La humedad y el silencio. Las botellas de agua, los cigarrillos. El tiempo sigue pasando. La última lancha, rumbo a Istmina, pasa a las tres de la tarde. Son las dos y media. Devolvernos es una opción. No hay señal, no hay internet, dependemos de nuestra intuición. Quedémonos, le digo a Yann mientras él revisa los equipos. Llevábamos meses esperando este viaje y estábamos cerca del campamento. Pasó otra hora. El tiempo de la comunidad que vive en ese lugar era difícil de comprender. La lentitud y el silencio no nos dicen nada. Nadie dice nada. Estamos pasando por un momento de desaceleración, como lo vi en el río, que se movía en ese momento con un caudal casi imperceptible. 

Faltan 20 minutos para las cinco de la tarde. Yann escucha algo, sale corriendo hacia la orilla y me llama. A lo lejos se ve una panga pequeña con un hombre sentado en la popa. Se acercó y en ese momento supe que todo este plan era real. Una gorra verde con un estampado del Che Guevara y un fusil M-16 colgado en el pecho negro y descubierto. Se baja, saluda a los hombres que pasan la tarde en la orilla. Nosotros, en una escalera, lo miramos esperando un saludo. Lo hace y de inmediato nos pide que dejemos todos los aparatos electrónicos en una maleta. Nos cambiamos, nos ponemos las botas pantaneras y nos subimos en la panga. 

***

Habían pasado menos de nueve semanas desde que el ELN había estallado un carro bomba contra la Escuela de Cadetes General Santander, en el sur de Bogotá. En ese atentado murieron 21 personas, 16 de ellas estudiantes de la Policía. Un integrante del ELN, de 57 años y con una enfermedad terminal,  entró en una camioneta y detonó 80 kilos de pentolita. Detonó los explosivos y asesinó a estudiantes de una institución que, si bien es de la Policía, está acreditada como entidad educativa por el Ministerio de Educación. 

¿Qué dijo el ELN? Que sí, que era de su autoría. Lo dijo el frente de guerra urbano en un comunicado muy difícil de digerir. Decía, entre otras cosas, que “el Gobierno Nacional se rehúsa a dar respuestas a las necesidades de la población, inventa excusas para no garantizar sus derechos (…) el Frente de Guerra Urbano Nacional en ejercicio legítimo del derecho a la rebelión, realizó la acción militar”. 

¿Quiénes son los pobres en la guerra? ¿En qué se asemejan los jóvenes que están en la guerrilla y son bombardeados y los jóvenes que llegan a la policía y son, de la misma manera, dinamitados? Era un momento sensible. Con la llegada de Iván Duque al poder, la mesa de diálogos con el ELN se cayó. El lenguaje de la guerra eclipsó lo que se estaba alcanzando con el Acuerdo de Paz: la humanización del otro, la posibilidad de dialogar por esos temas tan frecuentes, como la desigualdad y la pobreza. 

¿Qué diría Uriel, el comandante mediático del ELN y a quien conocería en unas horas, sobre el atentado en la Escuela de cadetes General Santander? 

Recuerdo que unos días después del atentado, él envió un audio por Whatsapp. 

“Lastimosamente la confrontación armada trae muerte. Nos acostumbraron a que los muertos siempre eran de una parte: que el bando popular ponía y sigue poniendo muertos (…) Los guerrilleros, los luchadores populares, todos somos seres humanos. Normalizaron las muertes del bando popular, y normalizaron que hay muertos de primera y de quinta categoría: muertos que duelen, muertos que se festejan, muertos que se lamentan y muertos que pasan desapercibidos. Estamos en la lógica que el gobierno planteó: hablar en medio del conflicto”. 

¿Quiénes están en el bando popular? ¿Es legítima la violencia frente a otros seres humanos distantes en clase a nosotros? Era difícil pensar en eso. Si condenas un falso positivo, eres un guerrillero. Si condenas un carro bomba contra estudiantes de la policía, un paramilitar. Cuando subimos a la panga pensaba en eso, en cómo podríamos hablar sobre estos temas tan delicados cuando nuestras vidas, como lo sabíamos, dependería por unos días de ellos. Solo suena un motor por lo ancho del río San Juan.

***

Eran las 5:30 p.m. Nos bajamos de la panga en algún punto del río San Juan. Nuestro acompañante, tranquilo, nos dice por dónde tenemos que caminar. Es una trocha  ligeramente definida por los pasos de otros seres humanos. Caminamos una media hora hasta que vimos el campamento: las bolsas de plástico, las hamacas, los palos que las sostienen, las armas apoyadas en algunos árboles. Nos ofrecen limonada, dejamos los equipos y las dos maletas y nos invitan a sentarnos. Un joven, nos dicen, está organizando los toldillos. Entregamos las hamacas, damos las gracias. 

– Soy Yesenia, mucho gusto. ¿Cómo les fue? 

– Bien, muchas gracias. Respondo. Yann le da la mano.

– Siéntense, por favor. 

– ¿Y el comandante Uriel? , pregunto. 

– No viene hoy, de pronto mañana. Está haciendo otras cosas. Les presento al comandante Santiago. 

Yesnia tiene el pelo corto, piel oscura y un perro labrador que la sigue siempre. Tendrá, a lo sumo, unos 40 años. Santiago, quien sería en la próxima hora nuestro interlocutor, es un tipo de unos 45 años, calvo y con gestos y ademanes militares, como acostumbrado a fruncir el ceño. Está tratando de sintonizar Caracol Radio. “Casi siempre escuchamos Hora 20”, me dice.

Yann, por ser francés, llama la atención. Le hacen preguntas sobre las protestas de los chalecos amarillos en Francia, le preguntan por qué está en Colombia, etc. En unos cuarenta minutos, cuando comience a oscurecer, tenemos que ir a dormir, nos dicen. “Por los bombardeos, ustedes entienden. Y bueno, pues nada de luces, no pueden prender nada porque eso llama la atención de los aviones”. 

Silencio. 

-¿Ese golpe en Bogotá nos salió bueno, no?”, nos pregunta Santiago. 

Nos quedamos callados. Preguntamos si se refiere al de la Escuela General de Cadetes. Dice que sí. Nos miramos con Yann. El Estado, dice para romper el silencio, está incumpliendo los acuerdos firmados con las Farc, está asesinando a los líderes sociales, a los excombatientes; reprimiendo a los campesinos, a los indígenas, a las comunidades más pobres. Volvió la seguridad democrática, dice. 

– Y Maduro es un tipo muy verraco. Todo lo que ha aguantado, todos esos ataques del imperialismo… Ese tipo sí tiene pantalones. 

Es una suerte de monólogo en el que nosotros ocasionalmente intervenimos. 

– ¿Cuántos son acá? , pregunta Yann. 

– Son ocho unidades, nos cuenta. 

No son más de 20 personas. En cada rancho, como les dicen, duermen dos o tres. 

– Hay negros, indígenas, gente de la región, de todo, dice el comandante y nos explica que esta, la vida en la guerrilla, al menos garantiza tres comidas al día. 

Digresión. Las cifras de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) demuestran que para la población más vulnerable en Colombia es difícil tener tres comidas al día. 

Algunas de esas cifras: 

El 41 % del total de hogares colombianos manifiesta algún grado de inseguridad alimentaria.

Un 87 % de los hogares desplazados (más de 6 millones de personas)  se encuentra en franca situación de inseguridad alimentaria. 

Ese día nos preparan un plato de lentejas con arroz. Las cocina un joven de unos 18 o 19 años. Esa semana era su turno en la cocina.

– Quedaron buenas, dice el comandante Santiago. 

Después, antes de ir a dormir, le dimos las gracias al cocinero y le preguntamos si le gustaba cocinar. 

– Pues no mucho, pero acá nos toca hacer de todo. Eso es igual si usted es mujer o es hombre.

Las 20 personas que están en el campamento organizan con disciplina sus toldillos, sus hamacas, sus colchones, acomodados sobre un lecho improvisado de palos de la selva. A las seis, era en serio, todo el mundo tenía que estar acostado. A las cuatro de la mañana tendríamos que estar de pie. 

-Listo, para el rancho, nos dicen. 

Hacemos caso y prendemos la linterna unos segundos para ver en dónde están nuestras hamacas. De repente llega alguien corriendo. No vemos nada. Nos quedamos quietos. 

-Apaguen eso, no no no, no prendan más esa linterna, eso está prohibido. Los aviones pueden ver eso, nos dice un hombre que tiene que hacer guardia esa noche. 

Antes de dormir recuerdo la conversación con una de las mujeres del campamento que sobrevivió a un bombardeo porque sintió el avión, no sé, unos minutos antes. Ella decía que corrió por la selva y que con un compañero se salvaron dos por una suerte de intuición inexplicable. “Es que son kilos de dinamita, hasta 100 kilos pueden ser, ¿si me entiende? Usted abre los ojos y ahí ya todo se acabó, todo queda en cenizas, ese estruendo es horrible. Yo pensaba en mi familia que estaba en la ciudad cuando me salvé”. 

-Bueno, buenas noches. No prendan esa linterna, dijo el guardia. 

-Buenas noches, respondimos. 

Algunos pensamientos en esa primera noche: ¿Quiénes mueren en los bombardeos? Esa pregunta la ha resuelto tan fácil la guerra: los otros, los enemigos, los encapuchados. ¿Qué se siente en un estallido así? ¿Aniquila todo el cuerpo y después es imposible identificarlo? ¿Serán ellos, algún día, parte de los “NN” en Colombia? ¿Quién tira la bomba y qué sentirá cuando lo hace? ¿Cree el piloto que asesina al enemigo luchando por la patria cuando suelta esa bomba? 

***

4:30 a.m. Nos despiertan con la diana. Diana diana diana…. dice el guardia. Tomamos café con Yann. Con el amanecer se organizan militarmente para cantar el himno del ELN. 

Es América el cimiento milenario

de Colombia y nuestra historia nacional

donde indígenas y esclavos iniciaron

las batallas contra el yugo colonial

Algunos se lo están aprendiendo. No cantan unas estrofas. Me dirían más adelante que se habían incorporado hace poco, que estaban en un proceso educativo, de formación. 

Adelante Simacota 

Son semillas que van sembrando la libertad

es el pueblo con sus luchas

señalando el sendero triunfal

En la formación, una  mujer indígena canta muy poco. 

-Hasta ahora está aprendiendo hablar español. Huyó de su comunidad por maltrato, me explicaron después. 

Simacota. Ese municipio nos remite inevitablemente a los orígenes de la guerrilla. El 7 de enero de 1965 ocurrió la primera toma del Ejército de Liberación Nacional en Simacota, Santander. Fueron 27 guerrilleros, incluyendo a Nicolás Rodríguez Bautista, alias Gabino, quienes llegaron a la plaza con escopetas y revólveres. Ese día gritaron la consigna que hoy repiten los jóvenes que vemos en formación: “¡Liberación o muerte!”. Tres policías y dos soldados fueron asesinados en esa toma. Los militares, justo en ese entonces, estaban ocupados en la operación Marquetalia.

Llueve. “La guerrilla se viene con la lluvia, con el golpe de la lluvia”, recordé esa frase de un libro de Silvia Monroy. Después de la formación, la comandante Yesenia dividió las tareas: organizar los ranchos, guardar la ropa, lavar la loza, preparar el almuerzo. En ese momento fui al rancho de unos chicos jóvenes, todos afro.  “Negro, mejor dígame negro”, me decía uno de ellos. 

-¿Cuánto llevas aquí?, le pregunté. 

-Tres meses. 

-¿Por qué te viniste? 

-Porque en Cali no tenía trabajo ni en donde vivir. 

-¿Y quién te habló sobre el ELN? 

-Un primo. 

-¿Por qué te gustó si estamos en medio de la selva? 

-Porque tengo comida y donde dormir.

-¿Y tu familia? 

-Esta es mi familia. Acá me siento en familia. 

-¿Qué sabes del ELN? 

-Muy poco. 

Hace 50 años, el ELN actuaba en grupos de pequeñas guerrillas, lejos de las grandes capitales. En los primeros años la guerrilla, que se autodefinía marxista-leninista, tenía áreas de influencia en Santander, Antioquia y Bolívar. Siempre fue eclipsada por las Farc por una diferencia importante en número de combatientes. El crecimiento del ELN, además, fue muy lento. Hoy, según información del Ejército, opera en 9 de los 32 departamentos, siendo fuerte en Norte de Santander, Arauca, Antioquia y en algunas zonas de Chocó, donde estamos ahora. 

¿Qué quiere decir que sea fuerte en una región? La respuesta más básica es que controlan ciertos territorios y desde allí ejercen su política: cobran impuestos, imponen o construyen reglas de convivencia con las comunidades, ejercen justicia y establecen límites en la vida diaria de las personas. El frente en el que estamos, el Frente de Guerra Occidental Omar Gómez, es uno de los más mediáticos en el país. Su comandante, Uriel, ha creado una estrategia de redes sociales para comunicarse directamente con los medios y difundir la ideología de la guerrilla desde ahí. Uno de los videos que subió en su canal de Youtube fue sobre celebraciones con los niños en Chocó. “Ellos bajan y les dan pizzas, hacen partidos de fútbol, tratan siempre de ganarse a la gente”, me contaba un líder social. 

-¿Pero aquí no te pagan, o sí? continúo preguntando.

-No, nada. 

-¿Por qué es que te quedarías? 

-Porque me gustan las armas. Porque en Cali aprendí de armas. Es lo que sé hacer. 

Hace 20 años el ELN tenía, según el Ejército, cerca de 5.000 combatientes distribuidos en siete frentes de guerra con 38 divisiones rurales, siete frentes urbanos y 38 compañías móviles. A finales de 2018, el Estado sostenía estas cifras: el ELN tiene 1.300 guerrilleros, distribuidos en 26 divisiones rurales, un frente urbano y 13 compañías móviles. El comando central (Coce) de esta guerilla sigue siendo el mismo desde 1998: lo integran ‘Pablo Beltrán’, ‘Gabino’, ‘Antonio García’ y  ‘Ramiro Vargas’. El máximo jefe de la guerrilla, Manuel Pérez, murió ese año. 

Ellos, los líderes del ELN, estuvieron sentados con el gobierno en Quito, Ecuador, desde el 16 de marzo de 2016 hasta el 1 de agosto de 2018. En ese lapso, dice la Fundación Paz y Reconciliación, se redujo la actividad bélica de la guerrilla en un 65%. Con la llegada de Iván Duque al poder estos diálogos terminaron. Hubo, incluso, un cese bilateral de 100 días y estaban avanzando en audiencias para sacara adelante el primer punto del acuerdo: participación de la sociedad civil.  

-Es que el Estado nunca cumple, nunca ha cumplido. No le creemos nada, me dice la comandante Yesenia. 

-¿Y con el cese? 

-Nosotros cumplimos, pero después mire lo que pasó con los compañeros de las Farc, los comenzaron a matar. El Estado no cumple. 

Yesenia les dice a los jóvenes qué deben hacer, si necesitan entrenamiento militar, los aparta del campamento; a otros los pone a hacer ejercicio. Ella es la autoridad en ese lugar y siempre la acompaña un perro labrador, ‘coronel’. Lo tiene a su lado hace unos años, después de un combate con la Armada. 

-Él cambió de bando después de eso. Éramos 13 contra 100, murieron cuatro compañeros y yo me llevé al perro.  

Por ‘coronel’ el Ejército ofreció recompensas de millones de pesos. En ese escenario de la guerra, en el que Yesenia me contaba que inevitablemente estaba apartada de sus familiares, el perro es el ser vivo más cercano. 

Preguntar por los hermanos, por los padres o los primos a veces resulta ridículo. De eso nos dimos cuenta en el primer día. “Nuestra familia son ellos”, respondían y señalaban a sus compañeros guerrilleros. En la tarde, tranquilos, hablamos con algunos combatientes. La historia de uno de ellos, quien tendría unos 35 años,  me dio luces sobre lo que entendía por familia desde su propia historia: 

-Yo estaba en un caserío y nos emboscó el Ejército. Me salvé de que me mataran pero me dieron un tiro en la pierna y salí corriendo. 

-¿Qué pasó después? 

-Por el tiro en la pierna me dio gangrena. El Ejército me tenía, me querían dejar morir pero ya la Cruz Roja sabía que me tenían. Me dejaron con la pierna así varios días hasta que la perdí. Estuve siete años en la cárcel. ¿Sabe quien me cuidaba? La organización. 

-¿La guerilla? 

-Sí, me ayudaron con los abogados y con gente en la cárcel. En esos siete años la organización estaba muy pendiente de mí. Gracias a los abogados me dieron prisión domiciliaria. Estuve con una familia campesina en Quibdó y después volví acá al monte. 

-¿Por qué? 

-Porque esta es mi familia. Esta es mi vida. 

Cuando cae la tarde, y mientras los hombres preparan costillas de res con arroz, una de las mujeres del frente me cuenta que tiene a sus hijos en una ciudad capital porque en la selva, donde es frecuente el dengue, el paludismo y el leishmaniasis, es difícil que un bebé sobreviva. Cerca al campamento hay un río. Allí se bañan, se cepillan los dientes y se miran en el reflejo del agua. 

-No dejan de ser mis hijos, dice. 

Los visita cuando la guerra no es tan intensa, y a veces, si las condiciones no son hostiles y la ruta está despejada, sus hijos pueden venir al campamento a visitarla. Ser hijos de un campamento es, por razones obvias, recortar el horizonte de vida: los bombardeos, los enfrentamientos militares, la ausencia de agua potable en muchos lugares. Lo mejor, me decía ella, es enviarlos con sus abuelos, con sus tíos y, en esta época, hablar con ellos y verlos por redes sociales. 

Existe, por eso mismo, una regulación de la reproducción, de la vida sexual. 

-Acá somos claros: pueden tener las relaciones con sus parejas pero es necesario usar anticonceptivos. Claro que hay casos de embarazo y ahí se pueden tomar medidas, como que las mujeres estén fuera del campamento un tiempo a salvo, continúa contándome. 

-¿Y si las parejas quieren vivir en el mismo rancho?, preguntamos con Yann. 

-Primero tienen dos meses de prueba como novios, después ya pueden vivir juntos. 

-¿Las relaciones tienen que ser con las personas del mismo frente? 

-No. Puede ser con personas de otras comisiones, de otras unidades. 

-¿Cómo se sostiene lo católico que ha caracterizado al ELN? 

-Muchos son ateos y no hay problema con eso. En lo que sí insistimos es en que las labores sean por iguales, que no sean machistas con las mujeres. Acá tienen un entrenamiento militar muy parecido. 

-¿Ves a tus hijos en Navidad? 

-Sí, cuando podemos nos reunimos con las familias por aquí, preparamos buñuelos, natillas, bailamos. No todo el tiempo estamos pensando en los aviones. 

La mujer indígena que cantaba por momentos en la formación, se llama Aleida. Tiene unos 17 o 18 años. En la mañana, una mujer mayor le enseña  a escribir las vocales. Cuéntale por qué estás aquí, le dice Uriel. Ella, tímida, intenta explicarme cómo llegó al ELN. 

“Yo estaba con mi mamá en la casa. Me dijo que me fuera a trabajar, que me fuera afuera pero ella se quedaba sola con mi hermana pequeña y yo no quería irme porque pensaba que le iba a hacer algo malo y mi mamá me dio machete para que me bajara y me tocó bajarme y yo sabía que le iba a hacer eso malo pero me fui y cuando volví vi que ella sí había hecho eso malo”. 

Aleida se quiebra, llora. Una amiga la abraza.  Yann y yo nos alejamos y le preguntamos a Yesenia qué está pasando.  Nos cuenta, después de caminar unos metros, que eso malo  es la ablación del clítoris, una práctica que subsiste, aunque no tan públicamente, en las comunidades embera. A la hermana de Aleida le quemaron el clítoris, eso fue lo que pasó, eso fue lo que nos contaron. La única forma de rebelarse fue, entonces, huir con las personas que ostentan la autoridad en ese territorio: la guerrilla del ELN. 

 

***

 

“Estamos en las selvas chocoanas, en la jurisdicción del Frente Occidental Omar Gómez del ELN”. 

Habla Uriel. Llegó la segunda mañana de repente, sin la balaclava que siempre usa en los videos, sin el fusil. 

-¿Entonces qué muchachos? ¿Todo bien? ¿Qué cámara es esa hermano? A ver. 

Deja la ropa y las maletas en un rancho que le prepararon. Saluda a los muchachos, habla con Yesenia, “la flaca”, como le dice, trae algunas revistas y las entrega. 

-¿Cómo se llama ese perro? Le preguntó a Yesenia y señaló a uno pequeño, amarillo. 

-Comando. 

-Ah no, ese es mucho nombre para tan poco perro. 

-Bueno muchachos, ¿hacemos la entrevista o qué? Aprovechemos pues esa luz. 

Uriel se acomoda el micrófono de solapa, se tapa la cara, se cuelga el fusil. Su forma de hablar cambia. Ahora es el comandante Uriel. Las anécdotas que cuenta todo el tiempo y la curiosidad por las cámaras quedan a un lado.  

-¿Qué pasó con los diálogos de paz?, le pregunto. 

-El gobierno no tuvo voluntad política. El estancamiento de los diálogos es de exclusividad del gobierno. Los compañeros en Cuba siguen manifestando su voluntad de paz.

-¿Qué sentido tiene seguir en la lucha armada en el siglo XXI?

-Un compañero me decía: en América Latina hubo vientos de cambio. ¿Por qué a la presidencia de Bolivia llegó Evo Morales ? ¿Por qué a Venezuela pudo llegar Chávez? Por una razón muy sencilla: porque estaban vivos. En Colombia, cuando alguien levanta una voz diferente a la del status quo, es perseguido, acallado, asesinado. En este proceso hemos encontrado que una forma de ser escuchados es teniendo las armas. 

-Pero…¿Quién es el enemigo? 

-El enemigo sigue siendo el mismo, el modelo económico, ese de acaparamiento, exclusión, concentración de riqueza. Y lo predijeron los clásicos: el imperialismo es la fase superior al capitalismo. Ah que neoliberalismo, que globalización económica, el modelo sigue siendo el mismo de exclusión. 

Uriel es, para los jóvenes, una suerte de guía. “Como nos dice el comandante Uriel…”, “como cita el comandante Uriel…”, “Como dijo el comandante en radio…”. Estas referencias son frecuentes. Y él, Uriel, es un tipo alto, de unos 40 años, con conocimiento en cámaras fotográficas, computadores, canales de Youtube, artículos de Amazon. Intenta, como nos dijo, traer la “revolución” al mundo actual, con sus modos y herramientas. En el día, los jóvenes del campamento hicieron ejercicio con un youtuber de gimnasia. En la tarde, a veces, ven películas. 

-Ustedes pedían participación de la sociedad civil en los diálogos, pero no toda la sociedad civil los apoya… 

-La relación con el grueso de la sociedad civil se ha visto afectada por la matriz mediática que ha impulsado el establecimiento. Se aprovechan de cuando hemos cometido errores para denigrar y deslegitimar más. Y sí, la dinámica de la guerra en muchas ocasiones nos ha impedido estar más cerca de las comunidades, pero acá nos quieren. Y con los diálogos lo que decíamos era: más allá de la guerrilla hablar con un gobierno, pueblo háblele a ese gobierno que lo tiene abandonado, que no le responde. 

-La ofensiva militar ha sido fuerte y ha afectado al ELN…

-El ELN es una expresión de resistencia popular. ¿Nos han matado compañeros? Sí. ¿Nos seguirán matando? Sí. ¿Cualquier día moriremos acá? Sí. Pero no por eso se acaba el ELN ni por eso se acaba la resistencia popular. Mientras haya pobreza, habrá gente que se levante para combatirla. Mientras haya opresión, habrá resistencia. 

-El ELN se ha visto opacado por las voladuras de oleoductos. Hablemos de eso. 

-Desde el quinto congreso hemos hecho conciencia del tema: tenemos un eje sobre hábitat y medio ambiente. El pensamiento verde ambiental (no Fajardista), puede ser una de las piedras angulares en el cambio de pensamiento a nivel global. Pero necesitamos acabar con el modelo de ganancia y acumulación para pensar en el ambientalismo. Lo de los oleoductos es una contradicción tanto afuera como  dentro del ELN. Nosotros estamos actuando en contra de la acumulación de capital de las transnacionales. Y hemos tratado de hacer cambios: hacer abolladuras y menos voladuras. ¿Y sabe algo? En 35 años accionando contra la infraestructura petrolera hemos logrado parar lo que serían 10 años de bombeo. 

La última noche, Uriel nos dijo que habláramos a oscuras, que no nos fuéramos a dormir tan temprano. Nos sentamos con Yann y otra mujer del campamento en medio de la selva. Nos preguntó por nuestra ideología, habló de los medios de comunicación y nos pidió algunos detalles de nuestra historia personal. Nos contó anécdotas de la guerrilla, cuando a duras penas podíamos verle la cara, iluminada tenuemente por una vela. Siempre, nos dijo, le gusta hablar con gente nueva que llega al campamento. 

-Y las afectaciones…

-El discurso ambiental tiene una doble moral. Nos parecen catastróficos los daños ambientales que ocasiona un derrame y no el hecho de sacar petróleo. El movimiento ambiental se matiza para pronunciarse sobre las sequías en los llanos por el agua que usan las multinacionales para sacar crudo, hay que hablar del desequilibrio ambiental que eso genera. 

-¿Qué piensa de que les digan grupo narcoterrorista? 

Es un discurso de doble moral. Nos acusan de narcotráfico, pero el ELN no es narcotraficante, no tenemos rutas. Nosotros lo que hacemos es que cobramos impuestos a toda cadena que podamos. Si en nuestra zona producen pasta, cobramos, si hay cocina, cobramos, si hay salida, cobramos. Hay impuesto a todas las actividades económicas. ¿Y quién realmente se lucra del narcotráfico? El que manda la coca para afuera puede ganarse 15.000 dólares por kilo. A nivel global en la banca pueden circular 700 mil millones de dólares anuales por el narcotráfico. ¿El ELN qué tiene que ver con eso? Es el sistema capitalista que se lucra. 

-¿Y usted cree en la democracia? 

-Creo en la democracia participativa, en la participación y el poder del pueblo. Nosotros no estamos buscando que nos den una curul en el congreso a cambio del fusil, sino que hablemos sobre el futuro, sobre la participación de los excluidos, sobre la transformación de las condiciones que han dado origen al conflicto. La democracia no es ir a marcar un papel cada cuatro años. Con democracia real, la guerrilla desaparecería por sustracción de materia. Pregunte quién se atreve a armar una guerrilla en Suiza. No lo hacen y eso tiene que ver con las condiciones. 

Uriel desconfía. En los últimos tres años pasó de ser un desconocido a ser la voz pública del ELN en el país, así no esté en el Coce. El gobierno ofrece recompensas millonarias por él, el Ejército ha hecho inteligencia para ubicarlo y últimamente han llegado civiles al medio San Juan, supuestamente, a buscarlo. Nosotros tuvimos que dejar los celulares en un pueblo. 

-La última vez me querían meter un chip (con GPS) en una de esas, y señaló la batería que usa Yann para las cámaras. 

-Niños en el ELN. ¿Qué se puede decir? 

-El ELN tiene un código de ética que establece los 16 años de edad para la incorporación. Se han presentado excepciones y hay mucha crítica de la comunidad internacional. Nosotros no justificamos que vengan niños, pero la comunidad europea debe entender las condiciones. Estamos hablando de sectores marginados de la sociedad, de niñas que les toca ser madres y estar condenadas al hogar y que no tienen estudios. Acá están las tasas de mortalidad infantil más grandes del país, no hay escuelas, no hay juguetes, usted a lo sumo consigue una pelota. Si tuvieran todo lo necesario en sus casas, no vendrían al ELN. 

 

***

En este frente se mueven cada tres o cuatro días. La guerra, los bombardeos del Ejército, lo ha llevado a eso. A veces, me dice una de las guerrilleras, tienen que caminar 14 días, cargando lo básico para subsistir, recibiendo gusanos, cocos; lo que las comunidades indígenas les puedan ofrecer. “Anoche soñé con una guagua”, me dice ella. La guagua, vería después, es un manjar en la región, es un roedor que cada vez que ven, cazan. 

– La gente acá es pobre porque el Estado no invierte. La única salida es la coca. Cultivando pueden ganarse hasta dos millones de pesos al mes, eso no se los ofrece ningún otro trabajo, dice.

Al día siguiente, toda la comisión se iba. Nosotros también. A las 3 de la mañana, como se estaba volviendo usual, me desperté a pensar, ahora sin tanto miedo. En los días en el campamento intenté hablar con una mujer de unos 16 o 17 años. Me dijeron que venía de Venezuela, que se había ido a vivir allá con su familia buscando trabajo pero que regresó a su lugar de origen, Chocó, hace unos meses. En la entrevista que intentamos hacerle con Yann solo hubo silencio. 

Amanecer en la selva.

 

-¿Cómo te llamas? 

-Guris. 

-¿Por qué estás aquí?

-…..

-¿Hace cuánto llegaste? 

-…..

-Nos dijeron que estabas en Venezuela…

-Sí. 

-¿Viviste mucho tiempo allá? 

-….

Nos detuvimos, como en otras entrevistas. Y entender a los jóvenes que luchan en un campamento es difícil. Algunos foráneos, como nosotros, intentan extraer sus testimonios y fracasan. El silencio, como dice el antropólogo Alejandro Castillejo, muchas veces se traduce como “el fracaso del lenguaje para ‘describir’ o ‘transmitir’ la intensidad del sufrimiento humano y las atrocidades del pasado en su ‘magnitud real”. En silencio, con el sol reflejándose en el despejado y ancho río San Juan, regresamos a ese punto desconocido al que llegamos hace unos días. De las vidas de esos jóvenes solo quedaría el enigma.