Dos sociólogos estadounidenses nos hablaron de la importancia de la empatía a la hora de resolver conflictos.
- Fotos: Santiago Mesa
Imagine dos guerrilleros que acaban de ser capturados en medio de un combate a muerte contra militares. Póngase en los zapatos de los soldados que los capturaron. Esos guerrilleros pudieron haber matado a sus compañeros. Quizás lo primero que piensa es que los soldados deben odiarlos: son sus enemigos. Pero ahora póngase en los zapatos de los guerrilleros. Trate de ver a través de sus ojos, de pensar lo que ellos piensan. Imagine que posiblemente, cuando se despertaron en la mañana, compartían el mismo propósito de los soldados: salir a defender una idea. Posiblemente ni siquiera una idea propia. Ambos bandos tienen una razón por la que están ahí. ¿Puede, por un minuto, dejar al lado sus prejuicios y tratar de entender esa razón?
Cambiando cada vez los personajes de la historia, ese es el ejercicio de empatía radical que proponen Sam Richards y Laurie Mulvey, una pareja de sociólogos estadounidenses que recorre el mundo tratando de transmitir una idea: que no hay que juzgar a las personas por la etiqueta que llevan en la superficie sino ponerse en sus zapatos para intentar entender por qué hacen lo que hacen. Eso no acabará los conflictos, explican, pero sí les devolverá la dimensión humana, que es el primer paso para poder trabajar una solución.
Insistiendo en esa premisa, Richards logró tener una de las clases más concurridas en todo Estados Unidos y una de las charlas de TEDx con más visitas en internet. Hace algunos años creó junto con Laurie un proyecto llamado World in Conversation, que pretende dar más alcance a esas conversaciones. Aprovechan la tecnología para abrir debates con personas de todo el mundo. Por cuestionar los valores más radicales de los estadounidenses, Sam fue incluido en un libro donde lo ponían como uno de los profesores más peligrosos de ese país. Antes que frenarlos, ese episodio les dejó claro que están haciendo las cosas bien. Están convencidos de que cuestionar todo es la base para cambiar el mundo.
Sam y Laurie vinieron a Bogotá, invitados por la Universidad ECCI, para hablar de cómo su método puede aportar al fin del conflicto en Colombia. Hablamos con ellos sobre la importancia de ponernos en los zapatos de los actores de la guerra.
¿De dónde surge el concepto de empatía?
Sam: Empatía es un concepto central en sociología. Para ser sociólogo hay que ponerse en los zapatos de la otra persona. Cuando hay conflictos, para resolverlos es más importante ponerse en los zapatos del otro
Laurie: Si uno se pone a mirar cómo sería si viviera la vida del otro, es posible entender por qué hace lo que hace.
¿Por qué lo llaman “empatía radical”?
Sam: No me parece radical cuando es un conflicto muy suave. Pero cuando hay que resolver un conflicto, por ejemplo, con alguien que quiere matar, eso es radical. Y una cosa más: practicar la empatía es fácil, pero practicarla bien es difícil.
Laurie: Yo creo que siempre es radical. Podría ser fácil para mí ponerme en tus zapatos si me cuentas tu historia. Ahí, a simple vista, no hay ningún conflicto. Pero si tú y yo estamos peleando por algo, inmediatamente se vuelve radical, porque si yo me pongo en tus zapatos tendré que entender tus razones y ceder sobre nuestra disputa. Siempre hay que sacrificar algo y eso es realmente difícil. Se vuelve radical porque tienes que cambiar.
¿A qué se refieren con practicarla bien?
Laurie: Mucha gente confunde empatía con simpatía o compasión o caridad. Eso es no practicarla bien, porque la empatía requiere que veamos diferente. Hacerlo bien es ver a través de los ojos del otro. Si lo haces, necesariamente algo dentro de ti cambia. Y es un reto porque, cuando la persona que quieres entender te asusta o es una amenaza para ti, probablemente no vas a querer ponerte en su posición. Pero hay que hacerlo. También es difícil porque cuando lo haces te vuelves una especie de traidor para muchos.
De ustedes han dicho que son peligrosos. ¿Para quién puede ser peligrosa su propuesta?
Laurie: Cualquiera que cuestione las tradiciones, las creencias y los sistemas es peligroso. Cuestionarse es la base para el cambio. Es una amenaza para el status quo.
Sam: Los gringos pensamos que lo más importante es la bandera y la patria. Pero para mí no: yo soy un ciudadano del mundo. Indirectamente les transmito esas ideas a mis estudiantes. Eso es peligroso para los centros de poder. Ellos no quieren jóvenes que piensan, sino trabajadores y obreros. Yo quiero que todos se cuestionen: los de la derecha y los de la izquierda y los del centro.
Ustedes hablan de distintos niveles de empatía. Quizás ponerse en los zapatos de la pareja en una discusión no es igual que ponerse en los de un miembro de una guerrilla. ¿Hay un proceso para llegar a esos niveles más altos?
Laurie: Creo que hay niveles pero son personales. Puede ser muy simple para ti entender a un terrorista pero muy difícil entender a tu hermano. Se vuelve más difícil entre más te afecte a ti el conflicto. No es que en la sociedad haya categorías. Quizás para algunos no representa un gran reto entender cómo piensa un guerrillero porque no los afecta demasiado. Para otros sí. Depende de la distancia.
Ambos han trabajado con combatientes, militares e insurgentes en conflictos alrededor del mundo. ¿Qué han aprendido de esa experiencia?
Laurie: Que la mayoría de ellos no están motivados por el odio, sino por el miedo o la inseguridad. Incluso si sus acciones son violentas. Para algunos, sin embargo, por sus experiencias y sus traumas, es imposible alcanzar a desarrollar la empatía. Pero son muy pocos.
Sam: Es cierto que hay momentos donde las cosas sencillamente tienen que parar. Hay tanta destrucción y tanta violencia que hay que detenerlos. Como dice Laurie, son muy pocos esos casos. Pero a veces es legítimo usar la fuerza. Sin embargo, en la mayoría de casos, incluido el colombiano, da la impresión de que la no violencia y el diálogo pueden tener mejores resultados que la fuerza. La gente suele apresurarse mucho al decir “no lo entiendo, entonces hay que usar la fuerza”.
¿Cómo ayuda la empatía a solucionar conflictos cuando a pesar de comprender la visión del otro persiste el desacuerdo?
Laurie: Empatía no significa estar de acuerdo sino entender una perspectiva. Lo más importante de ese entendimiento es que, incluso en medio del desacuerdo, ya no deshumanizamos al otro. Y eso hace que podamos empezar a colaborar entre ambos. Todos los asuntos tienen un rango y no hay que estar en ninguno de los dos extremos: justamente se trata de colaborar entre las dos partes para poder trabajar en medio de la tensión.
Una forma de transmitirle a la gente la utilidad de la empatía puede ser mostrarla desde la experiencia. ¿Qué grandes ideas han visto revaluadas dentro de este proceso?
Sam: Una vez conocimos un soldado iraní. Quise que hablara por videoconferencia con mis estudiantes. Pero no lo puse a hablarles a todos sino a charlar con los soldados estadounidenses que hay en mi clase. Enfoqué la cámara en ellos. Y él empezó a hablarles de sus experiencias en la guerra. Contaba unas historias que no quisieras escuchar. Es impactante porque en la superficie ellos son enemigos. Pero en el fondo tienen esa cosa en común que nadie más en la clase entendía: ambos eran parte de la misma guerra. En un punto él está contando sus experiencias y rompe a llorar, y los soldados gringos se conmueven y le dicen “todo va a estar bien, hermano”. Aún cuando el mundo supone que deben odiarse. Ese fue un increíble momento de empatía.
Laurie: Recuerdo también cuando hemos llevado a nuestros estudiantes a las cárceles, a hablar con personas que están sentenciadas a muerte. Todos han matado o cometido crímenes horribles. Pero, incluso con eso, hemos visto que es posible generar empatía. Los estudiantes entienden que detrás del asesino puede haber una persona con sus motivaciones, con sus miedos, con sus ilusiones.
¿Cuáles podrían ser los argumentos para explicarle a un civil cómo piensa un actor del conflicto para aproximarse a entenderlo?
Sam: Creo que el problema ni siquiera empieza por los actores de la guerra. Empieza porque no se entiende a los campesinos. Se trata de entender que sus vidas son tan valiosas como las de un civil urbano de clase media o de quien sea. Hay que aprender que la gente en el campo también tiene conocimiento y valor. Y a partir de ahí uno puede empezar a comprender por qué hacen lo que hacen.
Para muchos quizás todavía hay una distancia muy grande entre ponerse en los zapatos de un campesino y ponerse en los de un asesino. ¿Cómo se podría comprender eso?
Sam: El viernes nos reunimos con unos miembros de las Farc. Todos eran campesinos. Lo que queremos es entender, en cada caso, qué lo llevó a convertirse en guerrillero. Nosotros creemos que todas las personas, dentro de determinadas circunstancias, pudieron haberse convertido en un combatiente. Es decir, todos somos propensos a sufrir una situación que nos lleve a tomar una decisión así. Hay que comprender que un terrorista, antes de serlo, era un campesino o una persona con problemas o era pobre o tenía en su vida una situación difícil. El punto es que no aporta nada juzgarlos como monstruos desde la distancia.
Puede ser que esas ideas sean puestas en marcha más fácilmente por civiles, que no están amarrados a grandes intereses. ¿Cómo hacer para que un político practique la empatía?
Laurie: Creo que a esos niveles tan altos la empatía no es una herramienta que ellos quieran usar. Y eso está bien. Finalmente, más allá de las grandes decisiones políticas, esas discusiones se deben dar en la base de la sociedad, que es donde se presentan los conflictos. Claro, en un mundo ideal los políticos practicarían la empatía, pero creo que tenemos que aprender a vivir con que eso no va a pasar fácilmente.
¿Cómo hacer, entonces, que esas discusiones sí se den en la base de la sociedad y no solo en círculos académicos o clases de sociología?
Sam: Creemos que la gente misma tiene el poder de hacer eso. Cuando se dan cuenta de que algo cambia al entender al otro, van a querer transmitir su experiencia. Solo se trata de charlar, que es algo que hacemos siempre.