¿Cómo hablarles a los niños sobre la guerra? | ¡PACIFISTA!
¿Cómo hablarles a los niños sobre la guerra?
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¿Cómo hablarles a los niños sobre la guerra?

Juan José Toro - enero 3, 2016

A los pequeños sí se les puede hablar del miedo, del dolor y de la injusticia. Varios ejemplos en la literatura así lo demuestran.

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Foto: Santiago Mesa

 

Es “cruel”, “precoz”, o como se le quiera llamar, pero no se puede negar la relación que han tenido los niños con el conflicto armado. No sólo en Colombia, sino en el mundo entero. Han sido reclutados por la fuerza, han quedado huérfanos, han pisado minas, han nacido en cautiverio, han tenido que desplazarse o, como mínimo, lo han visto una y otra vez por televisión durante toda su vida.

Los adultos, por mucho tiempo, han querido protegerlos de algunos temas: la muerte, las drogas, el sexo. Pero el tiempo ha dado pruebas de que, aunque hay temas grandes y espinosos, los niños entienden cosas, se las expliquen o no. Es el caso de la guerra, que ellos ven por todas partes, pero que nadie se toma la molestia de explicar.

Por ejemplo, contadas las excepciones, la literatura sobre la guerra ha sido un tema para adultos. Casi lo mismo se puede decir del cine. La guerra era “el gran tema”, pero había algunas cosas que no se podían explicar. ¿Cómo explicarle a un niño qué era un campo de concentración en la Segunda Guerra Mundial?, ¿cómo hablarle del secuestro?, ¿cómo resumir la angustia de quien vive bajo las amenazas de un grupo armado?

Pero puede que la mejor opción tampoco sea maquillar la realidad. Aunque el tema sigue siendo de coger con pinzas: ¿quién puede decir con certeza, por ejemplo, que en la película La vida es bella el padre se equivoca al disfrazar la guerra de juego para que su hijo no tuviera miedo?

De un tiempo para acá, escritores de todo el mundo se han interesado en hablarles a los niños del miedo, del dolor y de la muerte. En Colombia también ha empezado a ganar importancia ese campo dentro de la literatura infantil y, aunque para el tamaño del conflicto la producción todavía es baja, hay libros que han tenido gran acogida.

“Eloísa y los Bichos”, de Rafael Yockteng y Jairo Buitrago.

En 1988, Yolanda Reyes fundó la librería Espantapájaros, especializada en literatura infantil. Reyes, escritora y educadora santandereana, creó un proyecto que fomentara la lectura entre los más pequeños, pero que lo hiciera reconociendo que son capaces de sentir, de pensar y de interpretar el mundo. La librería, además de clubes de lectura y talleres, dedicó una pequeña sección a libros sobre la guerra para niños.

Ella misma escribió una historia recordada por los colombianos: la del asesinato de Elsa y Mario, dos investigadores del Cinep, que salvaron a su hijo escondiéndolo en el clóset. Reyes parte de esa noticia que los adultos conocen bien para, a partir de la voz del niño, tratar de entender su duelo.

No hay una receta

En Asmir no quiere pistolas, un niño bosnio va a buscar a su amigo, el cartero, pero lo encuentra desangrado en el piso. No entiende qué pasó y coge las cartas para llevarlas a sus destinatarios. Tampoco lo logra: sus casas están destruidas y abandonadas. Quiere ir a jugar al parque, pero encuentra solo un gran cráter y niños tirados en el piso. Así cuenta Christobel Mattingley la historia de cómo un niño tiene que huir de su país por la guerra.

Rafael Yockteng y Jairo Buitrago escribieron e ilustraron Eloísa y los bichos, un libro colorido en el que una niña y su padre se tienen que ir a otra ciudad donde todos los habitantes les son desconocidos. Es una historia de desplazamiento, pero está explicada a partir de las emociones que puede sentir un niño cuando tiene que dejar su casa e ir a parar a un lugar ajeno.

En Las visitas, Silvia Schujer cuenta la historia de Fernando, un niño que tarda en darse cuenta de que su papá quedó preso en la dictadura. Hay una escena donde Sofía, la hermana de Fernando, pregunta por qué su papá está preso. Su madre le responde: “porque piensa distinto al gobierno”. Sofía se queda pensando cómo el gobierno puede saber lo que alguien piensa, y cuando va a dormir enrolla su cabeza en la cobija para que el gobierno no pueda entrar en sus sueños.

Así, no parece existir una receta para capturar la esencia de la guerra y transmitírsela a los niños. Y no tendría sentido, porque los niños son todos diferentes. Si se tiene en cuenta desde su edad hasta el lugar del mundo donde viven, pasando por sus creencias y su personalidad, no es lo mismo explicarles el secuestro en Colombia que los bombardeos en Siria.

Se trata, más que de buscar una fórmula, de entender que los niños están preparados para enfrentarse al reto de leer una historia, sin importar el tema. Sin embargo, si hay una regla, esa puede ser salirse de la lógica del adulto. Pensar en que hay metáforas que, en vez de reducir un problema a su mínima expresión, abren el camino para que el niño explore e imagine a partir de su propia experiencia.

Cortesía: Colectivo Educación para la Paz

El cliché de los niños y el futuro

Muchos niños, cuando cuentan o dibujan lo que entienden sobre la guerra, muestran una visión de buenos y malos, donde el conflicto es culpa de unos y otros son los “héroes” que deben salvar el mundo, como en las películas. Eso puede responder a que Colombia es un país polarizado, donde casi todo es derecha o izquierda, guerrillero o paramilitar.

Esa es una de las reflexiones que deberían plantearse cuando alguien dice que los niños son el futuro: que ellos, a diferencia de los adultos de ahora, deberían tener la oportunidad de entender la guerra. Para eso podría servir la literatura infantil sobre conflicto; para que entiendan que hay otras razones distintas a las que le escuchan a sus padres o al televisor, para que acepten las diferencias, para que crezcan con la disposición de escuchar y de proponer cambios.

Pero para que eso pase, primero hay que cambiar los esquemas clásicos de la educación. Este es, quizá, el mejor momento para hacerlo. Está naciendo, por lo menos, una nueva intención de creer que las cosas pueden cambiar. El Gobierno, el colegio, la familia y los medios de comunicación tienen la responsabilidad de que las nuevas generaciones no sean iguales a las anteriores. Y para eso hay que entender que los niños tienen derecho a saber.