En Amagá, Antioquia, las víctimas cuestionaron a alias "Ricardo", comandante del frente Suroeste de las AUC.
- Amagá está ubicado a 36 kilómetros de Medellín. Flickr-Rubí Flórez
“Combatir a la guerrilla, y acabar con las plazas de vicio y con las bandas de ladrones”. Esa fue la directriz que Rodrigo Alberto Zapata Sierra, alias “Ricardo”, le dio al primer comandante militar del frente Suroeste de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). La creación de esa estructura, que operó en Amagá, Titiribí, Angelópolis y otro municipios del Suroeste antioqueño, fue ordenada por el desaparecido jefe paramilitar Vicente Castaño, de quien “Ricardo” era hombre de confianza.
Hoy, “Ricardo” es el único hombre del clan de los Castaño que sobrevivió para cargar con la culpa de lo que pasó en esos tres pueblos, donde los paramilitares asesinaron a cientos de personas por motivos asociados a la “limpieza social”. Muchas de las balas que mataron a esas víctimas fueron disparadas por Daniel Alejandro Serna, alias “Kéner”, un sicario de Medellín que más tarde se convertiría en jefe militar de la Oficina de Envigado y que está preso desde 2008.
Jefe de finanzas del frente Suroeste y del bloque Pacífico de las AUC, “Ricardo” está siendo juzgado en Justicia y Paz por el asesinato de 67 personas y la desaparición forzada de 33 más. Por eso, a mediados de mayo pasado, fue llevado al Suroeste para que escuchara de boca de sus víctimas cuánto daño había causado y qué podía hacer para repararlo.
Cuatro mujeres de Amagá, un pueblo de poco menos de 30 mil habitantes que vive del carbón, a tan sólo 36 kilómetros de Medellín, le narraron paso a paso cómo los hombres bajo su mando asesinaron a sus padres, hijos y esposos. Lo confrontaron por sus crímenes y, tres de ellas, no lo perdonaron.
Estas fueron sus palabras:
Martha*
Soy esposa de Carlos, mamá de Cecilia y de Elizabeth. A mi esposo lo mataron porque hacía diez meses habían sacado de mi casa a mi otro hijo, Camilo, en presencia de nosotros. Se lo llevaron y, en Cuatro Palos, Cecilia lo cogió vivo y lo llevó a Medellín. No alcanzó a vivir, porque tenía diez puñaladas y tres tiros en la cabeza.
Mi niño falleció a las cuatro de la mañana. Llegó Carlos a la casa llorando, y yo le decía: “Carlos, por qué, por qué mi niño”, si ni siquiera vivía conmigo. Él vivía en Pereira, bajó un miércoles a refrendar el papel del DAS y se devolvía el jueves. No alcanzó a comerse sino un almuerzo en mi casa.
Ese día a las 11 de la noche fue sacado por 20 hombres armados, todos con insignias, porque ellos prendieron las luces. Me lo pararon al frente, y yo le dije (al jefe paramilitar):
—Señor, déjeme echarle la bendición a mi hijo
—No
—Señor, déjeme echarle la bendición
—No
Mi niño me miró y salió. Lo que yo alcancé a decirle fue: “Camilo, adiós, hijo mío, ya usted no me vuelve”. Y me volvió el viernes a las cuatro de la tarde en un ataúd.
Después de eso nos hicieron desplazar tres meses. Cuando volvimos, mi esposo se puso a trabajar en una empresa de transporte. Aguantábamos hambre como ratón de iglesia. Pero un lunes se emborrachó e insultó a un señor de esos… Es que quién no llora la muerte de un hijo…
En ese momento yo bajé a la plaza y le dije:
—Carlos, qué estás haciendo, qué estás haciendo, por qué insultaste a ese muchacho
—Nada, Martha, ya descansé
Al martes le dije: “Carlos, más lágrimas no tengo pa’ llorar. Carlos, usted por qué insultó a ese señor. Carlos, te van a matar, vámonos”. Pero él me decía: “No, Martha, yo de Amagá no me voy”.
El sábado llegó por la noche, comió, se sentó. No sé si era que presentía la muerte, porque se despidió de mí de una forma horrible: “Martha, voy pa’ un viaje muy largo, muy largo”. Yo le decía: “Carlos, lléveme, lléveme que yo no me quedó sola”.
Al domingo madrugó a trabajar, se despidió de mí a las 5:30 de la mañana (…) En la tarde me llamó:
—Martha, la virgen te acompañe, no vuelvo
—Carlos, usted pa’ dónde se va
— Martha, yo me voy, cuídeme a mi nieta
A los cinco minutos me llamaron: “Martha, le cuento, acaban de asesinar a su esposo”…
Señor “Ricardo”, ¿sabe usted qué siento yo?
Cecilia
“Ricardo”, yo le quiero preguntar: ¿Qué le hicieron a usted nuestros familiares? Porque tanta culpa tiene quien presta el machete como quien mata la gallina.
Usted se imagina qué sentimos nosotros ahorita, al verlo ahí sentado de cuello blanco, bien planchado, bien organizado.
Yo soy una mujer y aprendí de mi papá lo que era trabajar. Me pregunto siempre qué hizo mi papá pa’ merecer lo que le hicieron. ¿Reclamar porque le mataron un hijo?…
Pero señor, míreme, que yo creo que a usted le enseñaron que cuando a uno le hablan uno mira…
- Al fondo y a la izquierda, Rodrigo Alberto Zapata, alias “Ricardo”. Foto: Sala de Justicia y Paz del Tribunal Superior de Medellín
Cuánta gente se le arrodilló a su gente a decirle: “No me mate”, como hizo mi papá. Y créame que, en la vida, yo lo perdono. Y lo digo a boca llena y aquí delante de la gente: ni en esta vida ni en la otra lo va a pagar. Ni con su perdón ni con su reparación. Porque dígame si usted con su plata me va a devolver a mi papá o le va a devolver a mi mamá la tranquilidad, la salud y la vida que tenía.
Pero si algo le pido es que piense un poquito en el daño que le hizo a la gente. Porque esta vida es un restaurante y de aquí nadie se va sin pagar lo que debe. Y a usted le va a faltar vida, tiempo, plata y espacio.
Qué lástima, qué lástima que aquí en Amagá tantos… Porque no fui yo nada más, fuimos muchos quienes lloramos los papás, los hijos, los esposos. Con qué nos van a reparar a nosotros ese daño. ¿Usted cree que con darle a la gente 25, 30 millones? Esa plata no le va a estorbar a nadie, porque dígame ¿a quién le estorba una casita bien bonita, digna de vivir, de utilizarla? Pero dígame con qué van a devolver lo que se perdió. Con qué me va a devolver a mi papá.
Simplemente le digo que ni usted ni los suyos tienen perdón de Dios. Y me disculpan, pero ya era justo que yo hablara después de 14 años, por lo que hicieron con ellos.
Inés
Soy la madre de Pedro. Todavía no creo que lo hayan matado a la edad de 18 años, empezando la vida. Me amargaron un 17 de diciembre; para mí ya no hay Navidad, ni la habrá mientras tenga vida.
Mis daños psicológicos y mis enfermedades se fueron despertando con la muerte de mi hijo. Él era mi alegría, mi vida, mi adoración. Me daba un respaldo económico, así fuera una bolsita de leche. Cuando lavaba un carro, compraba algo para la casa: un cuaderno, un lapicero para el hermanito.
A partir de ese momento mi otro hijo no quiso estudiar. Pero cómo iba a querer si el cementerio quedaba al frente de mi casa. Yo despedía ese niño para el colegio llorando y lo recibía llorando. Pero yo le decía que por su hermanito, por esa falta que nos estaba haciendo, terminara de estudiar.
Ahora tengo depresión, diabetes. Soy hipertensa. A veces estoy dormida y siento unos tiros, como que explota algo en mi cabeza. A cada rato me llevan al hospital por trastornos de miedo, entro en pánico de un momento a otro. Esa es mi vida y así es como la voy a terminar.
También soy ciega, y con esta ceguera no puedo observar al señor Rodrigo Zapata. Pero con los ojos del alma es como si lo viera, y lo perdono porque perdonar libera. Es difícil, pero lo perdono de corazón. Busqué mucho en Dios para poder sentir este perdón y le digo a él que Dios permita que nunca le suceda algo similar a lo que nos pasó a nosotros. Porque como católica que soy, y como habemos muchos acá en Amagá, sé que Dios no autorizó a nadie en la tierra para empuñar un arma y quitar una vida.
¿Qué le pido al señor Rodrigo Zapata? Que nos repare, porque vivimos muy precariamente. Si yo tuviera a mi hijo en este momento, el me daría dos pedazos de panela, hasta sería mi bastón para subirme a un andén, pero no lo tengo.
Quiero sacar a mi segundo hijo adelante, ya que al otro no pude porque se le adelantaron a la muerte.
Remedios
Soy la mamá de Juan Pablo, víctima de 16 años, estudiante del Liceo de Amagá. Cursaba el año décimo cuando lo esperaron a que saliera del colegio y le dijeron que hiciera el favor de subir a Minas, donde a las 3:30 de la tarde me lo mataron.
Yo le pregunto aquí a este señor quién mató a mi hijo. Él dice que fueron otros paramilitares, entonces me hubiera gustado tener aquí en frente al verdadero asesino.
Le pregunto, señor, por qué mataban las personas aquí en Amagá, por qué mataban a nuestros hijos menores de edad, estudiantes.
- Menos de la mitad de la población de Amagá vive en la zona rural del municipio. Foto: Flickr-Rubí Flórez
Pero no solamente me mataron a ese hijo, sino que en 2004 dieron la orden de matar a mi hijo mayor. Subieron 11 paramilitares a mi casa, muy cerca de aquí de Amagá. Estábamos durmiendo cuando tocaron: “Prenda la luz, abra la puerta”, como cuando ocurre un terremoto.
Iban por mi hijo, pero en vista de que no estaba dieron la misma orden: que subiéramos a Minas para matármelo allá.
Yo lo acompañé, y le dije (al jefe paramilitar): “Vea, señor, ¿usted va a matar a mi hijo aquí? Máteme a mí, como la mamá que soy, pero no mate a mi hijo, señor comandante ‘Kéner’. ¿A usted no le duele matar tanto las personas aquí en este pueblo por malas informaciones, por versiones que no son verdaderas?”. Sin embargo, se detuvo con su arma…
Yo me le arrodillé y le dije: “No me mates a mi hijo”.
La orden fue que se fuera de Amagá por cuatro años. El comandante “Kéner” dijo: “Si mañana veo que sigue en Amagá te lo mato, no te perdono más, señora, te lo mato”.
Pero sí me mato al menor. Yo me pregunto, señor, por qué me mataron al menor, un muchacho que estudiaba, que era simplemente un niño al que le gustaba el ‘micro’; esa era la afición de él. Él no se mantenía haciendo cosas ilícitas hasta que aparecieron los paramilitares y fueron embaucando a estos niños, con mentiras de que si se metían con ellos les daban dinero y podían darle a la mamá para que no careciera. Me embaucaron el mío, hasta que él se fue metiendo por los bordes con esta gente.
No he podido superar la muerte de mi hijo, porque a cada momento lo llevo en mi mente y en mi corazón. Estuve hospitalizada en una clínica mental, entonces póngase en ese lugar, señor, que usted hubiera tenido que pasar por clínicas mentales. Y no me recuperaré hasta que me muera, porque he sido una de las mamás que ha sufrido mucho aquí en Amagá con toda esa violencia que pasó.
De todas maneras, señor, yo le pregunto: ¿Quién le dio ese poder a usted, a los demás, para que mataran tan cruelmente a mi hijo, a estas víctimas de Amagá?, ¿cómo querés que uno te perdone?
*Todos los nombres fueron cambiados para salvaguardar la identidad de las víctimas