Continuamos con las charlas con directores de cine que están a pocos días de estrenar una nueva película sobre el conflicto en Colombia.
Continuamos con las charlas con tres directores de cine que desde la historia, el medio ambiente y la guerra están construyendo, en sus piezas, un espejo en el que los colombianos podemos vernos en función de la paz y la violencia.
Siempreviva es una película basada en la obra de teatro de Miguel Torres, La Siempreviva. Seis personas conviven bajo la misma casa: un señor de compraventa, quien es el que más plata tiene y menos afanes; un payaso (y su mujer) que trabaja a las afueras de los restaurantes y está en el rebusque del día a día y la dueña del lugar con sus dos hijos, a quienes sostiene sola. Su hija, graduada de abogada, únicamente consigue trabajo de mesera en la cafetería del Palacio de Justicia y desaparece en la toma por parte del M19.
Una pieza que está hecha de fotografías comunes que muestran cómo, en medio de la guerra, los habitantes de un país terminan reaccionando en sus situaciones internas de acuerdo con la cultura de guerra en la que están inmersos.
Un gran espejo para entendernos a partir de nuestra propia historia que ha sido una misma guerra que no hemos podido explicar.
PACIFISTA: El tema del presupuesto es jodidísimo. ¿La sacaron fácil?
Klych López: Bueno, antes hay que decir que este año es el año que más películas se han hecho en la historia del cine colombiano: 64. Ni sumando el número desde el 2000 hasta el 2014, alcanzan las de este 2015.
Esta película tuvo una coproducción con Francia. Venderla a una empresa privada era muy complicado porque el tema sigue siendo muy puntilloso para el país. Se hizo en diciembre y se deja lista en octubre porque la idea es empatar con los 30 años de la toma del Palacio, que se cumplen el 6 de noviembre.
Hacer una película es una cosa que nadie se imagina. Parir una película es duro. Pero a la vez es muy bonito porque es muy artesanal, es un bordado, realmente. Uno va haciendo un bordadito, poco a poco.
P: Rodaron la película en diciembre y la sacan en este noviembre. ¡Están volando con la edición!
K.L.: Es una película singular por la forma en que fue hecha, porque respeta mucho el tiempo real. Se adorna muy poco en términos narrativos de cortes y de pensar en arreglos de edición. Con ella yo no voy a demostrar “uy qué gran director soy haciendo planos y esas cosas”. Es una película muy discreta, tal vez por el tema que toca y por la forma en como debe concebirse.
Como le cuento, no tiene grandes cosas, entonces la edición es relativamente rápida. Como quedó, quedó. No hay puntos medios para decir: “Eso lo salvamos como sea”.
P: ¿Cómo adaptaron la obra de teatro a la película?
K.L.: La historia de Siempreviva, frente a La Siempreviva, que es como se llama la obra de teatro de Miguel Torres, tiene formas narrativas nuevas y diferentes. Yo no vi la obra, pero creo que es bien diferente.
Más allá del texto de Miguel Torres, en la película se refleja cómo vivimos en un país en guerra y eso ha afectado nuestro comportamiento cultural. Siento que funcionamos más entorno a la guerra que hacia la paz. Es más sobre cómo un país se comporta en guerra, cómo reacciona y por qué todo lo hacemos a punta de agresión.
P: Sí. En este momento estamos más en una cultura de guerra que de paz.
K.L.: La peli lo que hace es recordar las personas que nacieron posterior al 85. Se les habla de lo que ocurrió y de lo que significa el Palacio de Justicia.
Por un hecho de guerra se unen y cómo después esa vitamina se va a acabando y vuelven todos a la misma guerra, porque la pelada no apareció y vuelven todos a su cotidianidad y eso genera cambios internos y se deterioran relaciones y al final, pasado el tiempo, la niña no aparece, la vida sigue igual y el país sigue en guerra.
P: ¿Para escoger al elenco pensaron en personas que no fueran indiferentes al tema de la guerra y la paz?
K.L.: Fue definitivo. Ninguna era indiferente. De hecho en las charlas se percibía que la cosa no iba por ahí porque no les causaba mayor movimiento interno. Hubo una conviviencia muy especial con el grupo que logramos reunir porque todos tienen personalidades muy fuertes, entonces eso se complementaba con los temas internos a los que tenían que enfrentarse en la película.
Además, esta película es un compromiso de verdad con narrar algo que haga reflexionar. Lo digo, ojalá sin caer en la pedantería maluca, pero el cine colombiano está bien que entretenga, pero es hora de alguito más ¿no? Es decir, el entretenimiento está bueno, pero…
P: ¿Sí? ¿Tres películas de El paseo?
K.L: Sí, es necesario. Es que es un país que necesita entretenimiento y es lógico. Estamos en guerra. Pero también está bueno que haya otras que digan algo. Yo la verdad no tengo nada en contra de esas películas ni mucho menos. Pero sí debe haber otros que intentemos hacer un cine que diga algo más. Y no solo para el país, sino para que el mundo se entere de las cosas. Yo creo que cada país tiene el cine que se merece. Más allá de decir que está bien o mal, en Colombia el cine es el resultado de un país en guerra.
P: De no haber tenido la obra de teatro previamente escrita que se enfocó en la situación con el M19, ¿qué pedazo de la guerra colombiana hubieras escogido para una película?
K.L.: Mire, yo tengo una película que se llama Retrovisor, que es tremendamente política y muy del conflicto. Con el guión de esa película fuimos escogidos para viajar a Oaxaca, en un laboratorio donde se reúnen diez guionistas de todo el mundo a discutir sobre las películas. Allá intenté explicarles el conflicto colombiano a los participantes. Y de ahí sacamos algo muy acertado y es que en Colombia se nos dificulta narrar nuestra historia porque aún no la comprendemos. No hemos encontrado al culpable, no sabemos cómo explicarle a la gente políticamente qué es lo que ocurre en el país porque no lo hemos comprendido. Nadie lo tiene claro.
Entonces, sentarse y escribir sobre algún pedazo de la guerra es difícil. De todas maneras, algo curioso que ocurre con Siempreviva, es que sigue ocurriendo.
P: ¿A qué se refiere?
K.L.: Claro. Lo que ocurre en Siempreviva, casualmente, sigue sucediendo en la actualidad. Creo que es por el tema del poder. En este país, especialmente, el poder está lleno de tentáculos y no se le puede atribuir un hecho a un mismo presidente. Finalmente, los presidentes no son los que tienen el poder en un país sino todos los tentáculos por detrás y eso se está repitiendo día a día.
Políticamente y socialmente Colombia es la misma, en términos de guerra.
Hay nuevas maneras de acercarse a las nuevas generaciones y aún en ellas, por ejemplo en las letras de sus canciones se ve que la inspiración es la misma.
Bueno, aunque hay que decir que no a todos les ha tocado el conflicto, no todos lo reconocen, sobre todo en las principales ciudades.
P: Yo estoy de acuerdo con eso, pero también pienso que todo el mundo en este país, de alguna manera, es víctima. Claro, hay personas que la han visto a los ojos, que la han vivido en carne y hueso pero, también, creo que todos estamos relacionados con esta guerra.
K.L.: Y de alguna manera también somos victimarios.
P: Por eso me parece que es muy peligroso decir que no haberlo visto de frente significa que quienes no la han vivido no la reconocen.
K.L.: Sí. Tal vez. Pero mire usted que vivimos en un país de dos canales de televisión. De dos periódicos. De algunas revistas. Hoy por hoy, creemos que estamos mejor informados, pero nos guiamos por los 140 caracteres del Twitter y ahí tomamos partido o no, y eso es maluco.
Yo estoy de acuerdo con lo que usted dice pero esta guerra tan rara hay que entenderla desde allá adentro. Hay que entender lo visceral para lograr dimensionarlo. Ni siquiera en cuanto a víctimas y victimarios, sino de entender qué es lo que despierta la vaina de la guerra.
El cine tiene que tomar partido, ahí sí, en las personas individuales.
P: ¿La película toma partido?
K.L.: En definitiva no. Porque algo interesante en la peli es que cada pequeño universo de las personas que viven dentro de la casa, representa una cotidianidad de algún colombiano. La madre cabeza de familia que se las rebusca para pagarle la universidad a su hija, el hombre de la compraventa que está cada día en el juego del empeño, el man que se la guerrea y tiene que pedir el dinero prestado y que a la vez le pega a su mujer. Todos, tienen internamente guerras del día a día, respecto al arriendo, la comida, la falta de plata. Y en cada uno de los personajes se puede identificar el colombiano de la vida real.
P.: Son retratos de las guerras cotidianas colombianas…
K.L.: Pero paralelo a eso está presente la gran guerra del país, porque mientras ocurren estas guerras internas en la casa, sucede lo del Palacio de Justicia. Y la niña de la dueña del lugar consigue un trabajo, no como abogada, sino como cajera en el Palacio de Justicia y es cuando ocurren los acontecimientos y ella desaparece. A partir de ese hecho de guerra, la familia que estaba en guerra, se une para encontrarla. Al no hacerlo, desisten y vuelven a sus mismos conflictos y otros que se generan a raíz de la desaparición.
P: ¿Cómo ves el futuro de Colombia en cuanto a la paz? Lugar común, lo sé, pero es necesario preguntárselo.
K.L.: Mire, esa palabra se politizó totalmente. Me cae gordísima. Nuestro presidente actual se abanderó de ella como caballo de guerra. El tema de la paz no consiste solo en desarmar un grupo y decirle: “Sentémonos a negociar”. Primero está el tema del posconflicto que es lo más difícil de las negociaciones de paz. La paz se firma pero el tema del posconflicto es el más serio, el más difícil. Mire lo que pasó con Pizarro.
La sociedad civil no perdona porque tiene pegados los rótulos del juicio en la cabeza.