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Visitamos la escuela que prepara excombatientes para ser escoltas
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Visitamos la escuela que prepara excombatientes para ser escoltas

Juan Pablo Esterilla - agosto 16, 2018

En Facatativá, 235 miembros de las antiguas Farc se graduaron. Su misión será velar por la seguridad de los miembros de su partido desde la Unidad Nacional de Protección.

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“Yo porté dos veces un AK-47, después una Norinco calibre 223 y pues acá en la UNP (Unidad Nacional de Protección) vamos a portar la Glock 40, que es una pistola. Hay de 23 y 22 según el tallaje de la mano; mi compañero aquí, que tiene una mano bien larga, le toca una de 23”. Yerlis Ballesteros y Daniel Quejada se echan a reír. Ambos hacen parte del tercer grupo de excombatientes de las Farc que se certificaron como agentes escoltas de la UNP y que en los próximos días ya integrarán los esquemas de seguridad de los líderes del partido político que nació de la antigua guerrilla.

“Buenos días señor inspector, en defensa de la vida humana” saludan a viva voz, tan fuerte como si aquellos hombres y mujeres formados en un gran patio, de rostros cobrizos, negros e indígenas, quisieran que se les escuchase más allá de la explanada de la Escuela de Capacitación en Seguridad Privada SWAT, en Facatativá. El lugar, –de cinco hectáreas con una bandera de Colombia gigante que saluda al Cerro de Manjuay, la montaña más alta de la sabana de Bogotá–, se convirtió por dos meses en el hogar 24/7 de 182 hombres y 53 mujeres que dejaron los Espacios Territoriales de Capacitación y Reincorporación que dejó el Acuerdo de Paz para jugársela el todo por el todo por esta opción de reincorporación.

235 excombatientes se graduaron como agentes escoltas en el marco del tercer curso impartido por la UNP. Foto: Sebastián Comba.

Aquí, querer no siempre es poder. Casi un centenar de excombatientes anhelaban estar como Yerlis y Daniel ese día; compartiendo sentados en el verde de las montañas mientras mataban la ansiedad que les producía el esperar la hora de su ceremonia de grado. Sin embargo, no lograron un cupo.  “Nosotros vinimos como 14 y pasamos ocho. No todos estábamos preparados. A algunos les hicieron revisión médica y no pasaron”, me cuenta Daniel Quejada, un chocoano, de por lo menos 1.80, quien a los 14 años ingresó a las filas del frente 34 de las Farc, con presencia en Antioquia y Chocó.

Los nuevos agentes escoltas de la UNP sólo podrán integrar esquemas mixtos de seguridad de los líderes políticos del partido Farc. Foto: Sebastián Comba.

Del grupo en el que llegó Yerlis, que venía desde el Espacio Transitorio de Capacitación y Reincorporación (ETCR) de la vereda Santa Lucía en Ituango (Antioquia), solo cuatro de 17 no fueron aprobados para realizar el curso. “Uno entiende que esto es un proceso de selección, uno trae toda la ilusión de pasar, de ser un agente escolta, de ser un profesional. Los otros no lo lograron por problemas auditivos, me da verraquera porque tenía esa ilusión de que fuéramos todos, pero hay más oportunidades en la vida y acá no termina el camino”, asegura la excombatiente.

Este espacio, por el que la UNP le paga a SWAT para que imparte los cursos, cuenta con un laboratorio de tiro, 12 pistas, polígonos de metales, casa de tiro con fuego vivo, polígonos de armas largas y cuatro polígonos de armas cortas. Aquí, los excombatientes han vivido en carne propia los “de tripas corazón” que implica el iniciar un proceso de reincorporación, con todo y que la opción que escogieron para ganarse la vida después de la guerra no era la que, sobre el papel, exigía un mayor nivel de adaptación y de cambios drásticos.

Los alumnos del curso de la UNP vivieron por cerca de dos meses en Facatativá, municipio donde opera la Escuela de Seguridad SWAT. Foto: Sebastián Comba.

La alta exigencia del entrenamiento militar que se impartía en las Farc, reconocida inclusive por su contendiente, la Fuerza Pública, no fue sinónimo de que los excombatientes encontraran el curso sencillo y poco retador, pues tanto la dotación como el contexto en que de ahora en adelante la usarán, señalan ellos, es muy diferente: “Allá el entrenamiento era muy duro porque nosotros íbamos a manejar combates con el enemigo y a uno lo tenían que preparar psicológicamente y sobre cómo tener que ubicarse para combatir. Eso sí, portar un arma acá es muy diferente porque toca estar entre la población civil. Vamos a cuidar a un protegido donde habrá niños o ancianos atravesados, es un cuidado más profundo. La selva es muy diferente a la ciudad”, dice Yerlis con marcado acento paisa.

Y es que precisamente en la selva y más en los meses anteriores a septiembre de 2012 –fecha en que se dio inicio formal a los Diálogos de Paz–, la presión del Ejército sobre las estructuras de las Farc en todo el país venía siendo asfixiante, razón por la cual era prioridad en los frentes el tener la mejor preparación física y experticia en manejo de armas posible. “Nos preparaban para saber cómo reaccionar en caso de una aviación o emboscada, mientras que el cuidado con el arma acá es muy diferente y más con la Glock porque el seguro es el dedo, en cambio en las Farc ella tenía su seguro. Si uno no manipula bien la Glock, saca el arma y puede matar a alguien. El mecanismo de esta pistola es distinto al del fusil”, reitera Yerlis.

Entre los cambios que se les avecinan a los nuevos agentes escolta de la UNP está el uso de una vestimenta a la cual no están acostumbrados. Cuando les pregunto si deberán utilizar un uniforme durante el ejercicio de sus funciones, Jerly comenta: “ ¿Cómo es que se llama? (pasan segundos) (…) Con traje, con corbata, entre más tapada el arma mejor, debemos tener una buena presentación personal, decentes”.

Daniel, en cambio, atina a decir que, de llegar a ser integrado a un esquema de protección en Bogotá, le tocará estar “bien ubicado con su ropa”, mientras que si su trabajo llega a ser cerca a una zona veredal no habrá nadie que lo haga deshacerse de sus botas pantaneras.

La vida después de la guerra

Reconocer que el curso para ser escolta les resulta retador a pesar de su experiencia como combatientes no quiere decir que se deje de tener en cuenta que sí tienen cierto terreno ganado. ¿Por qué? la disciplina con el reglamento y la solidaridad con los compañeros es algo fundamental para este aprendizaje. Estos factores han sido claves para conseguir la unión entre instructores –todos hacían parte del antiguo DAS– y los excombatientes: la implementación de los acuerdos permite esas postales de reconciliación.

“Yo creo que no han cambiado los roles. Por ejemplo, en las Farc mujeres y hombres buscábamos la leña; las mujeres íbamos a los combates y los hombres también. Acá hemos hecho lo mismo, los hombres hacen aseo en el baño, los hombres recogen la basura al igual que nosotras las mujeres, eso roles han seguido igual que en la organización y a mí me parece perfecto porque dentro de la sociedad machista en la que hemos vivido eso no se ve”, asegura Yerlis, quien decidió ingresar a las Farc cuando tenía 19 años y ya tenía dos hijos. Hoy ya tiene 30 años a sus espaldas.

Jairo Barragán, coordinador operativo de la UNP confirma que cada uno de los ahora 632 excombatientes de las Farc que se han graduado de alguno de los tres cursos que la UNP ha abierto desde junio del año pasado, han recibido clases de conducción, armamento, y defensa, y que a la postre les servirán –por ejemplo– para hacer una correcta “retirada” en caso de que se produzca un atentado contra sus protegidos.

Quienes han dirigido los cursos son inspectores e instructores que en gran medida se han convertido en el primer actor de la sociedad civil con el que los excombatientes han tenido un contacto permanente, toda vez que antes de llegar a este sitio en la vereda Puebloviejo de Facatativá, cada uno de ellos se encontraba en los ECTR de sus antiguos frentes.

“Por eso se llama reincorporación. Nosotros venimos acá a aprender de los instructores e inspectores que fueron buenos compañeros durante las clases. Para mí fueron buenos profesores porque ni en donde estaba lo trataban a uno así. Incluso, las mismas comunidades no lo tratan a uno como lo tratan aquí” menciona Daniel, quien durante sus años en la organización guerrillera alcanzó a ser secretario del frente 34.

Yerlis, quien se ha convertido en una gran amiga en las clases, agrega: “Para mí la relación que hemos tenido ha sido muy bonita, nos hemos sentido como en familia, en el comedor compartimos ideas. Los instructores y los inspectores son los mejores, de verdad para mí es un orgullo haber estado en esta capacitación con personas comprensivas, nos han brindado su gran apoyo, nos hemos sentido respaldados y es un orgullo estar en la UNP”.

En total, se espera que, entre excombatientes y personas de confianza de los excomandantes de la antigua organización guerrillera, se gradúen 1.200 personas como agentes escoltas de la UNP. Ellos estarán habilitados única y exclusivamente para hacer parte de los esquemas de seguridad de personas del partido político de las Farc que requieran mayor protección.

En el centro de capacitación hay 4 cuatro dormitorios para los excombatientes, unos son para hombres y otros para mujeres. Foto: Sebastián Comba.

El miedo

Los excombatientes que están iniciando sus procesos de reincorporación, ya sea desde la conformación de esquemas asociativos conocidos como “Ecomun”, dedicándose a ejercer tareas de desminado humanitario, liderando emprendimientos turísticos o integrando esquemas de seguridad de la UNP para la protección de líderes del partido político de las Farc, se enfrentan a una cruda realidad: los están asesinando no solo a ellos sino a sus familiares. Según Manuel Garzón, integrante del partido Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común (Farc), 60 excombatientes de la guerrilla desmovilizada fueron asesinados desde la firma del acuerdo de paz en noviembre de 2016.

Yerlis Ballesteros, excombatiente del frente 18 de las Farc se visualiza en 10 años como líder política de la antigua guerrilla . “(En la selva) Pasábamos bien bueno, no vamos a decir que todo fue tan duro, hubo tiempos buenos y malos. En los tiempos buenos, a final de año, aprovechábamos, hacíamos buñuelo, natilla, prendíamos un equipo, rumbeábamos y sí así se fueron pasando los años en la organización y aquí estamos”Foto: Sebastián Comba.

Así pues, exguerrilleros como Daniel y Yerlis son conscientes que la dejación de armas que realizaron no es sinónimo de que ya no tienen enemigos, sino de que, por el contrario, pueden ser vulnerables. “Podemos ver que no hay seguridad para nuestros familiares y para las personas que piensen diferente. Sí sentimos temor porque vemos que están matando excombatientes, campesinos, líderes. Uno no sabe en qué momento llegan a hacerle daño a tu familia porque al ser excombatiente lo pueden llevar en la mala a uno”, reitera Daniel.

Hoy, la gran fuente del temor de los excombatientes proviene de lo que ellos denominan “el incumplimiento de los puntos fundamentales de los Acuerdos de Paz”, factor que además estaría incidiendo en que algunos de sus compañeros opten por unirse a disidencias y otras estructuras armadas ilegales, en vez de seguir el camino de la reincorporación. “A mí me parece que el incumplimiento de los acuerdos ha hecho que personas vuelvan a coger las armas. Nosotros esperábamos algo diferente. Yo exijo que el Estado nos cumpla los acuerdos que es algo muy serio, exigimos cumplimiento”, dice Yerlis. Según Daniel, el incumplimiento del gobierno es tan evidente que el Punto Transitorio de Normalización  que estaba en Vigía del Fuerte, en la vereda El Vidrí, ya fue cerrado.

Daniel Quejada perteneció al Frente 34 de las Farc. “Uno allá dormía parado; uno no va a negar que uno pasaba momentos difíciles y pensaba ‘de esta no voy a salir’. Todos los días uno tenía que estar preparado para lo que se viniera, si quedaba uno ahí en combate pues sabía que estaba luchando por un país”. Foto: Sebastián Comba.

¿Y el futuro?

El embarcarse en una opción de reincorporación que les implicaba alejarse de sus compañeros e instalarse en la escuela para dos meses de aprendizaje intensivo en el SWAT, siempre tuvo una razón de ser para los excombatientes: convertirse en las personas que sueñan ser. “Para mí no fue difícil tomar la decisión de venirme a hacer el curso de agente escolta porque yo sé lo que quiero, hacia dónde me quiero proyectar, entonces me preparé. Quiero ser alguien en la vida, di el paso de combatiente a excombatiente y ahora doy el paso a ser un agente escolta. Entonces yo dije: yo soy capaz de enfrentar esto, fui capaz de hacerlo, y ahora también doy el paso a esto.  Lo hago por mis hijos y no es una oportunidad que no se presenta a diario. Me dije ‘soy capaz’ y  acá estoy parada”,  asegura Yerlis, quien durante 11 años no vio ni a su mamá, hermanos e hijos. Aún hoy en está en mora de compartir más con ellos.

Entre tanto, Daniel se visualiza siendo un escolta profesional, con casa propia, universidad asegurada para sus hijos y para él también.

Visitar la Escuela de Capacitación en Seguridad Privada SWAT da la sensación de que la paz sí está andando: 235 excombatientes recibieron sus diplomas entonando a viva voz el himno de una institución del Estado, anhelando que el país los dejé reincorporarse y que la reconciliación no sea letra muerta y una palabra vacía que repiten los políticos.