Este fue un atentado contra los estudiantes, así de fácil, así de cruel | ¡PACIFISTA!
Este fue un atentado contra los estudiantes, así de fácil, así de cruel Foto: @EscuelaDCadetes
Leer

Este fue un atentado contra los estudiantes, así de fácil, así de cruel

Colaborador ¡Pacifista! - enero 18, 2019

OPINIÓN | En la Escuela General Santander murieron personas que encontraron en este lugar una oportunidad para crecer como estudiantes, como personas.

Compartir

Por: Sebastián Jiménez Herrera 

Lamento estar de acuerdo con el presidente Iván Duque, pero el atentado del pasado 17 de enero en la Escuela de Cadetes en el que murieron 21 personas fue, como él lo dijo en su alocución presidencial, un atentado contra un centro educativo, contra jóvenes que se estaban formando. En resumen: contra la educación misma.

Puede que para muchos no sea así, que ser policía no represente, en ningún sentido, al estudiantado. Sin embargo, no olvidemos que la Escuela de Cadetes General Francisco de Paula Santander está acreditada  como una institución de educación superior especial por Ministerio de Educación.

Su origen, de hecho, está intrínsecamente relacionado a la Universidad Nacional: fue creada en 1938, durante el gobierno de López Pumarejo, en el mismo paquete de medidas que dio forma a la UN moderna. No olvidemos que los primeros profesores que tuvo eran abogados del principal centro de educación superior del país.

Y, sobre todo, muchos de los que van allá —a la General Santander— a formarse, lo hacen con la misma intención que muchos de sus coetáneos en las universidades públicas y privadas: tratar de tener un futuro en un país en el que muy pocos lo tienen. ¿Qué hacemos si para muchos la única opción de salir adelante es ser policía?

Es cierto que serlo es algo mal visto por varios sectores por los excesos y arbitrariedades en los que han incurrido muchos uniformados. No se trata de negar la Comunidad del Anillo, pero hablando en plata blanca, los muertos por el atentado son en su mayoría jóvenes de todo el país; de Risaralda, Antioquia, Tolima e incluso de otros países —uno de los muertos era una estudiante de  intercambio de  Ecuador, Érika Chicó—. Ella perseguía una aspiración legítima, como las otras víctimas.

Muchos de ellos eran deportistas que a su edad —entre 20 y 25 años— ya se encaminaban  por una carrera deportiva a la que quizás no hubieran podido acceder si no es por su ingreso a la Escuela General de Cadetes. Es cierto, aunque duela, que muchos deportistas en Colombia no hubieran podido ser lo que son hoy en día si no es por su ingreso a las Fuerzas Armadas.

Precisamente, el día del ataque se celebraba en la Escuela una ceremonia de ascensos para alféreces y cadetes. Si el carro bomba hubiera llegado hasta el lugar del evento, los muertos hubieran podido ser muchos más. El caso es que el 17 de enero día iba a quedar en la memoria de los jóvenes como uno de alegría y superación,  pero quedó guardado como la peor en la historia de esta Escuela. La muerte en vida de quienes no fallecieron.

Es cierto que el conflicto, atizado por los poderosos de siempre, ha hecho de los estudiantes y los policías enemigos naturales. Pero los muertos del 17 de enero también eran estudiantes. Y uno de los pasos hacia el posconflicto es empezar a tratarnos entre estudiantes y uniformados  con respeto, no calificándonos mutuamente como ‘cerdos’ y ‘mamertos’. Tampoco digo que nos llenemos de abrazos, pero, por lo menos, no dejemos muertos.

Otro paso esencial en esa dirección es el desmonte del ESMAD y la consolidación de una fuerza profesional respetuosa de los derechos humanos. Esa, precisamente, era la consigna de una marcha convocada por los estudiantes para ese 17 de enero y que tuvo que ser pospuesta por el aleve atentado: otro golpe para la educación en una jornada nefasta.

Al final el conflicto se sigue ensañando con los mismos: los jóvenes. Jóvenes en la fuerza pública que mueren en la ciudad y en la selva, mientras los generales disfrutan en algún club en Bogotá; jóvenes en los grupos armados ilegales, destrozados por las bombas a las que se enfrentan como carne de cañón, mientras sus comandantes disfrutan de las rentas ilegales por las que luchan en realidad; jóvenes en las calles asesinados por defender nuestros derechos y otros tantos por cumplir con misiones que los sobrepasan. Para todos ellos debería haber educación y no muerte. Pero lo que hay, al final, son bombas desde todas direcciones.