Un paseo por la corrupción detrás del asesinato de Jaime Garzón | ¡PACIFISTA!
Un paseo por la corrupción detrás del asesinato de Jaime Garzón
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Un paseo por la corrupción detrás del asesinato de Jaime Garzón

Juan José Toro - marzo 28, 2016

El Corruptour es una obra de teatro que explica, a bordo de una chiva rumbera, todo el aparato criminal detrás de la muerte de Garzón. Hablamos con su directora.

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Foto: Festival Iberoamericano de Teatro
Foto Festival Iberoamericano de Teatro

 

Es un recorrido en un carro que da vueltas por una ciudad buscando los lugares que explican la historia de su corrupción. Lo llamaron Corruptour. La idea fue de Petr Šourek, un checo que, como muchas personas en muchos países, vio que había mucha tela por cortar a la hora de hablar de la corrupción en su país.

Como no era el único, otras personas en otros países vieron potencial en ese formato y el Corruptour se volvió casi una franquicia. Hace un par de años, Verónica Ochoa, una dramaturga colombiana, se sintió identificada con la premisa de Šourek: “Queremos vivir honestamente de la deshonestidad estatal”.

En Colombia la corrupción juega entre líneas. No está solo a nivel político sino que atraviesa las fibras de la sociedad. Además está la guerra, que no juega un papel menor a la hora de entender la estructura de la trampa y el complot. Verónica se alió con Felipe Vergara y entre ambos decidieron darle forma al tema desde la perspectiva local. Como la corrupción nacional es un monstruo grande y duro de entender, supieron que tenían que meterse con un tema que reflejara de la mejor manera el problema. La búsqueda, casi automáticamente, los dirigió hacia el asesinato de Jaime Garzón.

La muerte de uno de los personajes más carismáticos de la historia reciente del país terminó involucrando a miembros de grupos armados ilegales, a políticos, a funcionarios del Estado y a ciudadanos del común. El Corruptour arranca cerca a Corferias, en Bogotá, en el poste donde se estrelló su carro cuando lo asesinaron, pero luego atraviesa todos los lugares que muestran que no fue un simple sicario quien lo mató. La chiva voltea por Bogotá durante más de dos horas, desenfundando argumentos de un lado y de otro para probar su punto. Se remite al expediente judicial, revive los personajes de Garzón y construyen toda una narrativa en torno al viaje y a la historia.

Hablamos con Verónica Ochoa, directora y actriz del Corruptour sobre la historia de Garzón, los límites del humor para narrar tragedias y los miedos a los que se enfrentó cuando decidió escarbar en un caso que sigue sin resolverse.

¿Por qué escogió el caso de Garzón?

Era muy difícil hablar de toda la corrupción. Yo sabía que tenía que escoger un tema. No me tomó mucho tiempo determinar que el de Jaime Garzón era el caso que quería. Soy de la generación que, saliendo de la adolescencia y entrando en la vida adulta, fue testigo de la muerte de Jaime Garzón. Si bien habíamos presentado muchos magnicidios antes de ese, el de Garzón tocó fondo. Uno no sabe cómo se mueven esos duelos masivos pero claramente es una cosa que no hemos terminado de elaborar. Esa fue la motivación.

¿Por qué escogió la chiva, si le Corruptour en otras partes se ha hecho en vehículos normales?

Al principio lo escogí como algo completamente visual. La chiva me daba la posibilidad de un espacio escénico porque es una chiva rumbera. Pero me puse a mirar chivas por todos lados y me encontré con el eslogan “cuando Chivas Tours pasa, es Colombia la que pasa”, y pensé que podía alterar ese eslogan y decir “cuando el Corruptour pasa, es Colombia la que pasa”.

¿Cuál fue la forma de abordar una historia tan compleja como la de Garzón?

No quería hacer una biografía de Garzón ni mucho menos quería vivir de su tragedia. Quería vivir de los corruptos. Entonces empecé una investigación documental, leí varias veces el caso que los abogados me habían dado, entrevisté a Alirio Uribe, que en ese entonces representaba a la familia, y de ahí salió la columna vertebral de una de las líneas de la obra. Esa es la línea más densa porque trata de explicar cómo funcionó el aparato ideológico detrás del asesinato.

La segunda línea era el acontecimiento, todo lo que iba a pasar en la calle, que también era parte del escenario. Lo performático y teatral. Y la tercera era hacer el intento de traer de nuevo a la vida a los personajes de Garzón. Qué estaría diciendo Dioselina, qué estaría diciendo John Lenin, qué haría Inti de la Hoz en este momento de Colombia. Esa pregunta yo me la hacía incluso antes del Corruptour: viendo todo lo que pasaba en el país, yo siempre tenía un reflejo de pensar qué podría estar diciendo Garzón.

Usted investigó profundamente el caso. ¿Qué cosas le impactaron de lo que encontró?

Una cosa que me dijo Alirio Uribe: que existía una fórmula para el magnicidio. Una fórmula que garantiza la impunidad. Una fórmula infalible en la que nunca se puede llegar a los autores intelectuales de un magnicidio. Así fuera el de Galán, el de Lara Bonilla, el de Gómez Hurtado, los de la Unión Patriótica. Era como si funcionara desde tiempos de Gaitán. Y esa fórmula implica a tantos estamentos del Estado y a tantas personas al margen de la ley que arroja una conclusión imposible, porque son tantos los responsables que es imposible determinar quién fue.

¿Y pudo adaptar la teoría de la fórmula en la obra?

Nosotros en el Corruptour usamos ese ejemplo: este compró un huevito, este lo cocinó, este le puso sal, este lo peló y este gordo pícaro se lo comió. Son tantos los sectores implicados en un magnicidio que hay que usar una fórmula calculada, fría y aterradora.

Muchas veces esa fórmula de la que usted habla es tan evidente que no le hacemos caso.

En algún punto de este largo conflicto nuestro, a lo mejor por instinto de supervivencia, los colombianos tomamos la decisión de no pensar más. Eso es lo que Hannah Arendt denomina la banalidad del mal: que el mal no procede de una masa de determinadores maquiavélicos que están fraguando cosas sino de gente normal que renunció a la humanidad. Su responsabilidad no recae en la maldad pura sino en que no piensan. Nosotros todavía somos incapaces de redimir a un actor del conflicto. No podemos entender que es alguien que por sus circunstancias decidió no pensar más y volverse un instrumento de la gran máquina de guerra.

Foto El Espectador

 

¿Hasta dónde puede llegar la comedia cuando se habla de temas tan sensibles?

Ese es un territorio muy delicado, pero también es la gran paradoja. Cuando yo decido tratar a Garzón, escojo usar el humor como herramienta. Pero es que el humor es una cosa infinita. Por ejemplo, me gusta mucho mirar la conferencia de Garzón en Cali, donde están gran parte de sus ideas políticas, y ahí encuentro algo que luego me hizo ver Marisol Garzón, su hermana: Jaime no era solo un comediante, él era un proyecto político, hacia allá se proyectaba, y quizás por eso lo mataron. Para él, el humor fue una herramienta para abrir la conciencia de las personas. Su humor era un especie de vaselina: la gente se distensionaba y así se le podía meter las verdades que de otra forma no recibía.

Pero para eso tenía que ser muy afilado. ¿Se puede ridiculizar a un corrupto o a un actor armado de cualquier manera?

Esa es la diferencia que había, por ejemplo, con La Tele. Santiago Moure y Martín de Francisco, par de gomelos, salían a burlarse y a cagarse en una vendedora de arepas, en un payasito de la calle, mientras que Jaime Garzón salía y hacía lo mismo con el embajador de Estados Unidos, con los ministros, con los candidatos a la Presidencia. Eso le daba una dignidad y una valentía brava. Esa fue la gran conexión de él con el pueblo colombiano. Que hizo una especie de movimiento catártico. Cuando le cascaba con su cepillo a toda esta mano de pirobos, él hizo lo que todos los colombianos querían hacer: desahogarse contra los políticos, contra los guerrilleros, contra los corruptos. Estaba realizando un deseo de todos. No era el humor por el humor mismo, sino con proyección a largo plazo. El humor siempre será válido y es una herramienta muy valiosa pero uno puede acertar o desacertar.

Usted también se valió del humor para contar, como con vaselina, una historia macabra. ¿Siente que su trabajo ha servido para sacudirnos y recordarnos la importancia de ese caso?

Cuando entré en contacto con los hermanos de Garzón, ellos me hicieron caer en cuenta de que lo que yo estoy haciendo es importante, así no tenga el nivel de difusión que uno podría esperar. Ellos me decían: “En este país no basta con asesinar a alguien, también el nombre quieren borrarlo de la historia, y nuestra lucha no es solo contra la impunidad sino contra el olvido”. Y entonces uno ve la cantidad de cosas que han salido alrededor de Garzón en estos años: que era primo de Romaña, que apoyaba a la guerrilla, que se lucraba de la liberación de los secuestrados. Esa cantidad de infamias me parecen casi tan graves como el asesinato. Incluso después de matarlo, tienen que seguir apuñalando su nombre incesantemente. Hacer el Corruptour es limpiar ese nombre, suturar esa herida y volver a traerlo al presente.

¿No la desanima ver tanta maldad?

Yo soy una vieja muy pesimista. Siento que este país no tiene arreglo. Pero cuando toco fondo de pesimismo, vuelvo a esa conferencia de Garzón en Cali. Lo he hecho todos estos 16 años. Siempre lloro en los mismos puntos, me río en las mismas partes. Y cuando se termina, vuelvo a pensar que todavía podemos chancletearle a esto, que todavía algo se puede hacer. Nunca he sido una pesimista pasiva.

¿Cómo ha sido la reacción de la gente? Usted dice que no es pesimista pasiva, pero la gente, al ver la obra, podría sentir que no hay nada que hacer y quedarse quieta.

La reacción del público pasaba por todo, por el llanto, por el empute, por la gratitud hacia él, por el deseo de volver a ver sus videos, de recordar sus ideas. Esa para mí es la cosecha más importante: que quede sembrada una inquietud por recordar a Jaime Garzón y a sus ideas políticas.

La estructura de la corrupción es un tema que hay que coger con pinzas. ¿Le han llegado críticas o regaños por decir lo que dice?

Hubo una crítica muy aguda, que fue más allá de los aplausos, y puso en cuestión el enfoque que tenemos en la obra con el Club El Nogal, que es donde localizábamos a los actores ideológicos. A mí me pareció una gran crítica y lo replanteamos. Nos hizo notar que estábamos siendo ligeros en cosas que decíamos.

¿Alguna vez sintió miedo de estar metiéndose con quien no debía?

Uno tiene más miedo del que debería. El Corruptour me demostró que ese miedo es basura que nos impide pensar. Pero no lo puedo negar: cuando yo estaba escribiendo y componiendo todo el capítulo del DAS, leyendo todo lo que ellos hicieron, cómo intimidaban, cómo actuaban, sentí mucho miedo. Un abogado del caso de Garzón me hizo advertencias, me dijo que era con las mujeres con las que se metían, porque ellos siguen pensando que somos el sexo débil. Ahí me tocó plantearme una balanza y mirar qué era peor, ¿que me pasara algo o que el miedo lograra inmovilizarme como creadora? Estoy segura de que me asustaba más lo segundo.

¿Qué significó para ustedes que el caso se declarara crimen de Estado?

Fue muy satisfactorio. Cuando nosotros estábamos en el montaje pasó lo contrario. No conozco el término jurídico pero básicamente habían declarado que no era crimen de Estado y podía prescribir. Para nosotros eso era una derrota. Luego, que las cosas se empezaran a mover tanto de manera positiva, para nosotros fue una especie de sinergia. Era como que se estuviera moviendo el cosmos a la par de lo que hacíamos. Y es que cada día que una víctima pase sin justicia, es un día más que triunfa el verdugo. Cada que nosotros hacemos el Corruptour sentimos que estamos dándole a Garzón la justicia que el Estado no le ha podido dar. Si ellos no hacen justicia, acá viene el arte a decir cómo son las vainas.