Lo lanzaron en Popayán, a donde llegaron después de recorrer las carreteras de medio país para apoyar la negociación entre el Gobierno y las Farc.
En una casa del barrio La Soledad, en Bogotá, 76 mujeres corrieron de un lado a otro el pasado martes 24 de noviembre, a las 4:30 de la mañana. Algunas apuraron algo de tinto con pan, mientras otras recogieron velones, castañuelas y el puñado de hojas en las que habían impreso una sentida declaración política. Unas cuantas más, enfundadas en sus abrigos, vestían los dos enormes buses de pasajeros que estaban aparcados frente a la casa con cuatro telas negras que rezaban: “Las mujeres paz haremos refrendando la paz”.
A las 5:00, cuando el cielo empezaba a teñirse de azul petróleo, las mujeres encendieron los velones. En círculo, cogidas de las manos, leyeron en voz alta: “Llevamos 15 años pronunciándonos a favor de la paz y contra la guerra, contra la militarización de la vida, contra el mercado de las armas y a favor de la negociación pacífica del conflicto armado. Por ello, en señal de cobijo al proceso de paz, nos dirigimos al Cauca”.
Después se acomodaron lentamente en los buses y emprendieron camino a Popayán, la capital del Cauca, el departamento donde las Farc y el Ejército se han atacado a mansalva, mientras los equipos negociadores de ambos bandos buscan llegar a un acuerdo definitivo en Cuba. Por eso, y porque ha sido un bastión de resistencia para indígenas, afrodescendientes y campesinos, las mujeres eligieron al Cauca como destino de su movilización nacional número 16.
Nueve horas después, a mitad de camino, los dos vehículos se detuvieron en la Plaza Victoria de Pereira, una ciudad intermedia enclavada en el Eje Cafetero. Por ambos flancos, la plaza estaba aprisionada por buses de distintos tamaños, cobijados con las mismas telas negras y el mismo mensaje. Eran las mujeres que venían de Chocó, Guaviare, Huila, Quindío y Caldas, y de distintos municipios de Risaralda, que acudían a este céntrico lugar de Pereira para cantar ‘alabaos’, entregar ofrendas y formar una caravana que, pasadas las 5 de la tarde, retomó su rumbo al Cauca.
Tuvieron que pasar 13 horas más para que los buses llegaran a Popayán. A las 2:30 de la mañana del miércoles 25 de noviembre, con la espalda destrozada y los huesos apretados por el frío, las mujeres se echaron sus maletas al hombro y caminaron lentamente hacia el coliseo del Centro Deportivo Tulcán, una mole de bloques de cemento con tres tribunas, propiedad de la Universidad del Cauca.
Allí, en varias hileras de carpas y colchonetas, dormían las viajeras de Antioquia, Santander, Cauca, Putumayo, Valle del Cauca, Caquetá, Bolívar y Nariño. Junto a las recién llegadas, que se repartieron silenciosamente entre el suelo y las graderías, formaron un grupo de poco más de 1.200 mujeres, que le daban al coliseo el trágico aspecto de un campo de refugiados.
Son el movimiento pacifista más grande de Colombia: la Ruta Pacífica de las Mujeres, una confederación de organizaciones sociales de distintos matices que se define como feminista y antimilitarista. Después de una década y media de exigir el fin de la guerra, llegaron a Popayán para anunciar que refrendarán el Acuerdo Final al que lleguen el Gobierno y las Farc en 2016. Es la dieciseisava vez que se embarcan en un viaje de estas proporciones, cuyo costo actual es de $1.200 millones. Se necesitan comités político, de arte, de revisión, de alimentación, de alojamiento y de seguridad para reunirlas a todas en la misma ciudad.
Desde el Chocó, uno de los territorios más azotados por la guerra, la pobreza y la corrupción, llegaron 208 mujeres. Algunas de ellas tuvieron que atravesar ríos, trochas y carreteras. Son profesoras, agricultoras, ‘barequeras’, pescadoras, aseadoras, comerciantes, cantantes, artesanas, costureras, vivanderas (vendedoras de frutas y verduras) y ‘evisceradoras’ (las que se dedican a extraer las vísceras del pescado). Pertenecen a organizaciones de víctimas, étnicas, barriales y juveniles, y han recibido formación en participación política, feminismo y derechos humanos.
Claudia Palacios, coordinadora de la Ruta en el Chocó, dice que “las mujeres han sido fundamentales para el proceso de paz, porque desde 1996 le estábamos pidiendo a los gobernantes y a los actores armados que se sentaran a la mesa de negociación”. Y agrega que “el hecho de que las mujeres nos movilicemos a favor de la refrendación es un mensaje importante para la gente, porque somos nosotras las que parimos, las esposas, las amantes, y las que más sufrimos por la guerra”.
Las 200 mujeres que llegaron del Putumayo también tomaron lanchas, motos y caballos en sus selváticas veredas, en 12 de los 13 municipios del departamento. En el casco urbano de Puerto Caicedo se encontraron las de San Miguel, Valle del Guamuez y Orito, que partieron a Mocoa —la capital— para reunirse con las de Puerto Guzmán y Villa Garzón. Allí hicieron un acto simbólico y salieron hacia Popayán, pasando por San José de Isnos y el pico de Paletará. Al mismo tiempo, las del Alto Putumayo bordearon el páramo de Bordoncillo y la laguna de la Cocha, y tomaron la vía Panamericana.
Son campesinas, docentes, ambientalistas y estudiantes que viajaron entre 20 y 25 horas para llegar a la capital del Cauca. Amanda Camilo, la coordinadora de la Ruta en Putumayo, dice que están allí porque ven “el proceso de paz con esperanza, con mucho entusiasmo, y porque reafirmamos nuestra postura sobre la necesidad de una salida negociada a los conflictos. Además, porque consideramos que estos tres años de avance deben terminar en la firma de un acuerdo, cuya implementación en los territorios se haga con la bases”.
Entradas las 4 :00 de la mañana, las mujeres empezaron a bañarse en las 36 duchas del coliseo. A esa hora, se hizo frecuente ver los cuerpos semidesnudos saltando de puntitas entre las colchonetas y a las 5:30 el murmullo de mil gargantas era ensordecedor. Muchas durmieron sólo una hora o pasaron la noche en vela.
Pero una vez hubo sol arrancó una jornada maratónica de baños y peinados, que terminó cuando todas estuvieron limpias y vestidas de negro, el color característico de la Ruta.
Fue sobre ese negro luctuoso que las mujeres contrastaron los colores del arcoiris. Alrededor de sus cabezas, amarraron brillantes pañoletas azules, por la reparación; amarillas, por la verdad; naranjas, por la resistencia; verdes, por la esperanza; y moradas, por la memoria. También se colgaron muñequitas de hilo, en señal de protección, y llevaron collares de maíz por la fertilidad de la tierra, la abundancia y la soberanía alimentaria.
Al son de la música de los indígenas, que ambientaron el patio contiguo a la piscina del Centro, Sandra Luna les daba instrucciones a las 120 mujeres de Santander, que estaban adornadas con mariposas de papel. Ellas viajaron desde el 23 de noviembre e hicieron una parada en el Parque de la Vida de Barrancabermeja, un símbolo de resistencia para los pobladores del Magdalena Medio santandereano. Es en esa plaza donde se han manifestado contra la guerra y donde el Ejército ha tenido que pedir perdón por sus alianzas con los paramilitares.
Sandra, que es la coordinadora de la Ruta en Santander, opina que con esta movilización “las mujeres le decimos al país que estamos comprometidas con la refrendación y que el plebiscito va a salir bien, porque lo estamos apoyando. También les estamos diciendo a los nuevos gobernantes territoriales que estamos listas para hacer parte de la implementación de los acuerdos”.
Según ella, el respaldo ciudadano a la paz con las Farc será, en parte, una conquista del movimiento de mujeres, que ha tenido importantes victorias en la mesa de La Habana: consiguió, por ejemplo, que varias académicas fueran incluidas en el equipo negociador del Gobierno, que se creara la Subcomisión de Género y que la Comisión de la Verdad tuviera un marcado enfoque diferencial.
Después de vestirse con sus símbolos, y de arrastrar el equipaje de vuelta a los buses, las mujeres se dirigieron a la vía contigua al centro comercial Campanario. Allí las esperaban otras 4.000, provenientes de distintos municipios del Cauca. En grupo, emprendieron una gigantesca marcha de dos horas hasta el parque Caldas, durante la cual gritaron que la guerra es una vergüenza y que no están dispuestas a parir más hijos e hijas para engrosar los ejércitos.
Bajo un sol desesperante caminaron las silenciosas mujeres Misak, con sus pequeños hijos a las espaldas o amarrados sobre el pecho; integrantes de las organizaciones populares de las comunas de Cali y de los barrios pobres de Bogotá; afiliadas a la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (ANUC) y a la Central Unitaria de Trabajadores (CUT); miembros del pueblo Nasa y de la guardia indígena del pueblo Coconuco; sobrevivientes de cáncer de seno; lesbianas; militantes del Congreso de los Pueblos y de Marcha Patriótica; víctimas del conflicto armado; afrodescendientes; embarazadas, y mujeres sin brazos o sin piernas.
Una vez en el Caldas, un parque colonial rodeado de caserones blanquísimos, las lideresas de la Ruta anunciaron que antes y durante esta multitudinaria reunión consiguieron 5.000 firmas de respaldo al proceso de paz. Y que con ellas elaborarán un voluminoso libro que les será entregado a los negociadores del Gobierno y las Farc, en una refrendación simbólica de lo acordado en Cuba. Pidieron, además, que el Eln se siente a negociar el pedazo de paz que les corresponde.
A las 7:00 de la noche, después de haber cerrado la movilización, las mujeres caminaron lentamente hacia las hileras de buses que bordeaban la Casa de la Moneda. Exhaustas, emprendieron el regreso a sus ciudades, y Popayán las despidió con luna llena. Son un potente ejemplo de la entereza que hace falta para buscar un país distinto, sin el efectismo y la sinrazón de las armas.