Viajamos a Buenaventura y después a Timbiquí para hablar con los líderes sociales.
Este texto hace parte del Diario del Paro, una serie de textos sobre lo que está pasando en Colombia en estos días escritos en clave de diario personal. Para leer el resto de entregas haga clic acá.
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2 de diciembre
Tenía medio gramo de marihuana en el bolsillo del pantalón cuando la señora le dijo que había sido seleccionado para una requisa aleatoria y que por favor siguiera al fondo y se quitara los zapatos. Me cogieron, dijo en su cabeza. Pero al mismo tiempo ¿qué le podían hacer de llegar a encontrarle la bolsita de plástico con la flor de la mata? ¿Tráfico? ¿Porte? La vigilante ahora estaba pasando sus manos sencillamente por su tórax, su abdomen, sus costillas. ¿Y cuando llegue a los bolsillos? Pasó sus manos por una pierna, la otra y fue subiendo. Así terminan las cosas, pensó. Es con estos giros tan idiotas e inesperados (pero sobre todo idiotas) como cambia el curso de las cosas. ¿Por qué no dejó la puta bolsita en su casa? Ahora la señora le decía que se sentara por favor en la silla y se quitara sus zapatos.
Tenía unos tenis Nike que compró con la esperanza de empezar a trotar. Nunca los había usado con ese fin. Pero eran cómodos. Se quitó los tenis, primero el de la derecha, luego el de la izquierda y la vigilante fue a ponerlos en la cinta de los rayos x. ¡Rápido! ¡Mientras nadie mire! Agarre la bolsita ya y métasela en la pelotas, le dijo la voz de su conciencia. O de su inconciencia. Su amigo, que venía detrás suyo y ahora le tocaba pasar por el detector de armas contundentes, le lanzó una mirada que fue todo menos de tranquilidad. No se alcanzó a pasar ninguna bolsa porque ya estaba volviendo la vigilante con sus tenis Nike y se los entregó sin decir nada. ¡Lo saben todo!, siguió pensando y ya se estaba imaginando el resto de sus años viviendo en una mazmorra.
La palabra mazmorra le daba risa.
Un vigilante (otro, hombre él) lo señaló y le preguntó que si su maleta era esa, que si el era el dueño. Dijo que sí y entonces el vigilante (¡me agarraron, jueputa, ángel de la guarda, me agarraron!) le dijo que por favor abriera la maleta y sacará el corta cutículas. Él hizo lo que le pidieron. La vigilante mujer ya estaba ocupada en la siguiente víctima. Todo había pasado muy rápido. Su pulso no hacía sino despistarlo, hundirlo en el video de la mente.
No pasó nada al final. Pero él empezó a ver en las miradas de la gente (señoras del aseo, operarios de Avianca, vigilantes, aeromozas, tenderos de las librerías del terminal) un factor común; a interpretarlas bajo un mismo signo: estaban todos comunicados y sabían que él llevaba lo imposible en su bolsillo. Empezó a leer distinto las miradas. Si entraba al baño a orinar y una señora que iba a limpiarlo después le sonreía cordial, él juraba que ella estaba al tanto y que entraría al cubículo del inodoro a inspeccionar si había tirado la prueba. La paranoia era la matriz de esa lectura. La sospecha empezó a marcar el ritmo de su corazón. Ya en el avión, para aligerar la mente y espantar a la ficción, empezó a escribir los sucesos de la mañana en su diario.
Cali, Chipichape, Yumbo. Mediodía.
Almuerzo en el Barrio Popular con el noticiero de nuestra tele. Andrea Guerrero y Ricardo Henao se achicharran bajo el sol cartagenero mientras presentan su interminable sección. Mañana hay sorteo de la Copa América 2020. ¿Cómo ha influido la falta de partidos de la Selección durante estos días? Creo que fue una buena coincidencia esa falta. La Selección ha sido el único catalizador (¿a ver, cual más?) de los sentimientos de hermandad como nación. Lo que sea que esa mierda signifique. El Paro está acentuando unas emociones cercanas a la empatía y al goce, al estar en común, de las que el fútbol había tenido hasta ahora el monopolio. Un monopolio fracasado y triste, también, pero monopolio al final.
Carretera Cali – Buenaventura. Tarde.
Duque acaba de decir que dialogará con el Comité del Paro bajo la condición de suspender las actividades del Paro esta semana, entre ellas el Paro convocado para el miércoles 4.
“No puede ser que hayamos perdido un billón de pesos en ocho días”, fue la frase de Duque esta mañana.
¿Cómo establecer una diferencia precisa entre el cinismo y la estupidez? ¿Qué implicaría estar gobernado por un cínico? Y ¿qué implicaría estarlo por un gil de tamañas proporciones?
¿Y para qué nos sirve establecer esa diferencia?
Noche
Hace unos años el obispo de Buenaventura me decía que acá no habría paz hasta que no se cambiara el modelo de economía de enclave (el puerto) de la ciudad.
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Desde la Antigüedad hasta nuestros días, escribe Ribeyro, existe un denominador común en el hombre: la crueldad. Esta no ha disminuido en nuestra época , sino que se ha delegado y se ha hecho por lo mismo casi invisible. Ahora existen ejecutores oficiales de la crueldad (policías, torturadores, cuerpos de choque, etc) que la canalizan y practican en forma reglamentada y generalmente clandestina.
Quizás entonces la tarea —hoy, sesenta años después de las líneas de Ribeyro— sea necesario señalar con determinación la legalidad de la crueldad.
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Noche en el muelle y hay vida en la calle. Llegaron hace un rato seis tombos en parejitas de tres motos. (Cinco blancos y uno negro. Afrocolombiano, como dicen en la oficina). Se bajaron de sus patrullas y requisaron inmediatamente a un tipo que iba caminando por ahí (tez negra) y le pidieron su cédula, etcétera. No le encontraron nada al tipo, al parecer, y él emprendió la fuga caminando y alejándose de los policías. Los tombos se quitaron los cascos, se bajaron de las motos, sacaron de sus bolsisllos los aparatos y bajaron todos sus cabezas a sus respectivos celulares. No vinieron, como pensábamos, por nosotros, los consumidores de aguardiente y cerveza en la calle.
Puede que la forma en la que la crueldad se auto destruya sea a través de la banalidad. La inoperancia de un tombo con el cuello doblado mirando a su celular en su ratico libre.
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—¿Qué estarían viendo en su celular?
—Nidea: WhatsApp, Facebook. No sé a esa generación cómo le vaya con el Instagram.
—Tinder?
—No creo. Facebook seguro sí.
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Más noche y más trago después
Lo nuevo de Colombia no es el enfrentamiento entre los Pro Paro y los ContraParo.
La división ha existido siempre en nuestra historia. Lo nuevo es la alegría compartida.
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Mangle. Botellas de plástico hacen parte del paisaje que significa esta empresa llamada Buenaventura.
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Colombia, tan bonita la ijueputa.
Sin necesidad de que sea triste nada.
Triste ni nada,
Pobre bobo ese país que persiste en la tristeza y hace barra para que la tristeza siga.
Para que se sostenga en la idea de que la muerte y la violencia sean una forma de la vida.
Para que sea necesario creer en la amenaza de la vida cotidiana.
En la violencia de la vida.
En la fealdad de la vida.
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—Muy chistoso ese Franklin, ¿no?
—Edward.
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¿Por qué los colombianos no pueden esperarse a que la empanada o la pizza se enfríe pa tragar?
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El Concejo de Buenaventura tiene dos banderas. Una de Colombia y la otra, supone uno, la de Buenaventura. La de Colombia, lo que sea que signifique esa bandera, está tapada por una palma. La otra permanece caída frente al Palacio que da a la calle.
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Ah, la maravilla de descubrir que uno consume cervezas en un lavadero.
Ah, la maravilla de comprobar que uno en efecto sí vive en un país que produce más coca que café.
Amanecer del 3
Edward trabaja en el negocio de la seguridad. Vivía en Cali y hace unos días llego acá. Decía anoche que, cómo muestran las películas, la guerra es un negocio que lucra a algunos. Que este país no ha sabido conciliarse entre al menos dos bandos. Que en el siglo pasado los liberales hacían algo y luego llegaban los conservadores y borraban todo avance. (Acaba de estacionarse en el muelle un taxi que tiene la efigie de Pablo Escobar en sus guardabarros). Y decía Edward que este país es gigante y es hermoso. Y que está tan dañado por la guerra. Que él estuvo hace un tiempo en Bahía Solano y que ahí la repartición y la guerra por el territorio, por las rutas de salida de la coca, era brutal. Se había acercado Edward porque estábamos oyendo rap.
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Un amigo del colegio defendía frente a otro amigo a Duque. Y el argumento que daba era que Colombia no va a cambiar por un decreto o una política del Presidente sino por los mismos colombianos.
Ay. (Y él era punkero cuando éramos pequeños. Él era de los que leía a Bakunin y sabía en qué se diferenciaba un menchevique de un bolche).
Esa idea torpe —porque no nos sirve para entender sino al contrario empantana— esa idea torpe de que es con la verraquera de los colombianos que este país saldrá poco a poco adelante. Y ni decir de la todavía más mensa idea de que un Jefe de Estado no tiene agencia y que con sus políticas no va a afectar directamente al país al que dirige.
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Conciencia de clase. Conciencia del cuerpo. Conciencia del lenguaje. Conciencia de la información que se consume. De la que se retransmite. Conciencia de la desigualdad como base de un modelo. Conciencia de la muerte y la exclusión como discurso. Conciencia del otro. De lo otro. De un país en esencia diferente. Conciencia de la diversidad cómo potencia. Conciencia del miedo que hubo (y del que quizás todavía queda algo). Conciencia del popó que desechamos. Crítica de la ideología.
Noche del tres de diciembre, Timbiquí, Cauca
Llegamos esta tarde al pueblo luego de una abultada travesía que quizás después relate. Por ahora quiero decir que a Santa Bárbara Timbiquí se entra por el río, y al pueblo por unas grandes escaleras desde donde bajan niños y reciben la lancha, mientras señoras sentadas lavan ropa a la orilla y otros niños (de mayor edad que los primeros) se lanzan desde un barco pesquero al río dando vueltas en el aire.
Nomás desembarcar se acercó un señor, planilla en mano, y nos dijo que estaba haciendo una encuesta de transporte. Que la gobernación planeaba hacer una carretera de Popayán a Guapi pero que en ese trazado no se incluía a Timbiquí. Y que esperaban que en la fase 2 de la carretera incluyeran a este municipio.
“Ante la irracionalidad de la violencia, la irracionalidad del perdón”, dice en una placa del parque principal.
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—¿Cómo se ha sentido el Paro acá? ¿Qué dice la gente?
—Pues la verdad poco. La gente desconfía mucho de la institucionalidad y dice “si no nos escuchan nunca para las cosas importantes, qué nos van a escuchar para esto”.
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Las fiestas patronales ya empezaron. Mañana miércoles será el día más importante. Comenzará con la alborada y seguirá con la recogida de la virgen de Santa Bárbara río abajo en balsas. Por la tarde y noche habrá concierto. A esta hora (9:07pm) estalla pólvora cada 18 segundos. Suena salsa en el parque principal pero es como si tuviéramos la música aquí adentro en el cuarto del hotel. En este pueblo, quizás con una intensión desviada a la del Paro, hay también hoy fiesta.
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Está muy retórica esta prosa. Hay que ir al forúnculo de la cosa misma.
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Todo el pueblo sabe que llegamos.
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La complejidad de analizar los efectos de la guerra en las comunidades afro del Pacifico. Y a la inversa: cómo las dinámicas culturales negras han hecho que el conflicto armado (y este post acuerdo maltrecho) se configure de manera muy especial. Pensar en el patronazgo. Pensar en las fiestas patronales. Pensar en el viche, en la marimba.
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Mi respuesta tentativa es que hay más mala leche que ignorancia. Más cinismo que estupidez. La banalidad del mal, repite una profesora de filosofía recordando a Arendt.
Mediodía del 4
—¡Vea!, una negra quiere un pollo asado —grita ella desde afuera del restaurante bar donde adentro hay un libro: “La cuadratura del flujo del dinero”.
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Almorzamos bajo una carpa que dice todos unidos contra el paludismo y que tiene el escudo de la Gobernación del Cauca. No ha habido silencio estos dos días. Cada esquina y media hay una tienda o cantina con parlantes que ponen salsa o vallenato o Tego Calderón. Ahora mismo alistan la tarima en el parque central y hay una distorsión constante que no ha parado de sonar. Nos hemos acostumbrado al ruido.
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—Siento que este pueblo es todo hostil —dice Juanes, compañero en este plural mayéutico de la primera persona.
Atardecer
Las fiestas patronales ahora están en modo reinado de belleza. Ya hubo eucaristía, ya hubo un reconocimiento a los defensores de derechos y líderes afro en Timbiquí, Guapi y López de Micay (la razón por la que vinimos).
Acabamos de hablar con Manuel Montaño, líder afro del consejo comunitario de en el río Saija. Montaño participó en el proceso que permitió el artículo transitorio 55 de la Constitución (que reconocía a las comunidades afro como sujetos de derechos). Y luego, mediante delegados nacionales, participó en la construcción de la Ley 70, que reglamento este artículo (y que tuvo como principal efecto la titulación de tierras colectivas para las comunidades negras en el Pacífico). Montaño, muleta en mano, dice que el Acuerdo de Paz fue lo mejor que les pudo haber pasado (a pesar de que no tuvieron participación en el Proceso) pero que ese matrimonio se rompió y ahora hay situaciones de violencia igual o peor que antes.
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No sé si vivamos en dos países (en realidad vivimos en muchos y no hay sino que estar en la costa pacífica caucana para darse cuenta de eso y entender que hay que construir uno en el que las negritudes sean ese país y también lo sean los indígenas y lo sean los campesinos así como lo han sido históricamente los que viven en la ciudad) pero al menos sí hay dos canales ampliamente distintos que están informando sobre ese país.
Hace media hora estuve en Twitter viendo videos y fotos de las marchas del paro de hoy en las grandes ciudades. La guardia indígena, en reemplazo del Esmad, cuidó las marchas en Bogotá. Pero ahora, media hora en el futuro, cuando estamos comiendo y sintonizan Caracol Noticias, hay un país distintísimo al que leí y miré en las redes sociales hace nada: “vándalos”, “heridos”, “encapuchados” son las palabras más frecuentes en la nota de la periodista. ¿Quién esta viendo Caracol y quién se está intercambiando información por Twitter, Instagram o Facebook? La respuesta tiene que ver con la edad. Pero intuyo que no es únicamente “cosa de los jóvenes” lo que está pasando.
Noche
Apoyamos el Paro, nos acaba de decir N. en su cuarto de hotel. No hubo manera de hacer la entrevista en otro lugar y tuvimos que hacerla sobre una cama doble. N. es lideresa en su comunidad en López de Micay (uno de los tres municipios del Cauca sobre la costa pacífica). Apoyamos el Paro, decía ella, pero no de la misma manera que en las grandes ciudades. Allá cierran las instituciones, dejan de trabajar. Acá no hay instituciones.
¿Cómo va a haber Paro —se pregunta uno— si no hay qué parar?
El Gobierno cree que militarizado el pacifico soluciona el problema del pacifico. Y se equivoca, dice N. sobre una sábana ahora destendida. Los problemas del Pacifico se solucionan con presencia del Estado: cumpliendo derechos y dándole las mismas oportunidades a los negros que las que le da a quienes viven en la ciudad ¿Cómo es posible que en zonas rurales de donde yo vengo no haya cobertura de celular? ¿En estos tiempos en que vivimos? ¿Cómo es posible que compañeras mías sea esta la primera vez, oiga, la primera vez que salen de donde viven y conocen Timbiquí? ¿Cuando es un municipio del mismo departamento? Entonces pues claro que apoyamos el Paro, pero lo apoyamos desde donde podemos.
Cuando le preguntamos sobre los efectos del Acuerdo de Paz en su territorio ella dice que de eso sí se abstiene. Y prefiere no hablar de eso por la misma razón por la que pide que no pongamos su nombre.
Para seguir defendiendo a nuestras comunidades, tenemos que conservar la vida, dice.
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(La misma razón por la que tenemos que pedir permiso para volar el dron).
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(La misma razón, una de tantas, por la que la gente está en Paro).
Diciembre 5. Media mañana
El sol no se nos oculta. Mientras pasamos por su lado los pelicanos —esa forma de vida que tomó caminos distintos en la aventura de la evolución— se lanzan en picada con precisión de kamekazees.
Hay comida para todos.
El río nos devuelve por donde nos trajo. Vamos hacia el sur. Atrás quedan los mangles. Atrás los pueblos. Atrás los bosques y la gente.
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Santiago aparece por acá en caso de que quiera ver o leer o escuchar lo que retuitea o comenta en estos días de Paro Nacional.