#PROYECTOCOCA | Una investigación hecha por la Coccam y otras organizaciones deja ver que aún sigue siendo complicado que las familias cocaleras cambien hacia una economía legal.
¿Por qué sigue siendo tan difícil salirse del negocio de la coca? Las respuestas rápidas a esta pregunta son: falta inversión en infraestructura como vías y centros de acopio, sigue la presión de grupos armados ilegales que se benefician del negocio del narcotráfico y aún la presencia del Estado es escasa en territorios donde se siembra o se vive de la coca. Fin del artículo. Pero desde Proyecto Coca creemos que es necesario mirar a fondo cada una de estas respuestas. ¿Para qué? Sencillo: para entender las realidades de las familias cocaleras y así buscar soluciones al complicado proceso de pasar de una economía ilícita a una economía lícita, o de paz.
Dentro de la campaña ‘Rostros que siembra’, liderada por la Coordinadora Nacional de Cultivadores y Cultivadoras de Coca, Amapola y Marihuana (Coccam) y con el apoyo de otras organizaciones, se hizo una investigación con tres comunidades rurales dedicadas a la coca para identificar por qué puede ser difícil para ellas cambiar hacia otras maneras —más legales— de buscar un sustento.
Esas tres comunidades son: la Asociación Campesina del Valle del Río de Cimitarra (ACVC), localizada entre Antioquia y Bolívar; la Asociación de Campesinos del Catatumbo (ASCAMCAT), en Norte de Santander; y un grupo de familias de Tuluá que pertenecen a la Asociación de Trabajadores del Valle del Cauca (ASTRACAVA).
En cada una de ellas existe el interés de dejar la siembra o la recolección de hoja de coca por otras actividades como la ganadería, en el caso de la ACVC; el cacao, el negocio al que le quiere apostar la ASCAMCAT; y el café, un anhelo de las familias cocaleras de Tuluá adscritas a ASTRACAVA. Cabe anotar que las tres hacen parte de la Asociación Nacional de Zonas de Reserva Campesina (ANZORC).
Con cada una de las comunidades se hicieron diagnósticos, estudios y mapeos para construir esa ruta hacia economías de paz. Pero los resultados empezaron a mostrar las complejidades de ese proceso.
Complejidades
Vamos a enumerara cada una de esas complejidades. La primera que se identificó fue la falta de titulación de tierras para los campesinos y el modelo económico que existe en Colombia, basado en el extractivismo. “Los miembros de las asociaciones campesinas de las tres comunidades, en las líneas de tiempo entre el siglo XX y el presente, construidas participativamente, identificaron los problemas de tierras como la causa fundamental del conflicto armado y, aunque este se haya transformado en el tiempo, afirman que mientras no haya saneamiento y titulación de la propiedad, la tierra sigue y seguirá siendo un motivo de conflicto”, se lee en la investigación.
Si los campesinos no tienen propiedad sobre la tierra les queda difícil vivir de la producción agrícola. Entonces, ¿qué opciones les queda? Dedicarse a extraer recursos naturales, por los cuales les pagan mejor en comparación con la siembra de algún producto; o unirse a economías ilegales como lo es el cultivo de la hoja de coca. “De acuerdo con el Observatorio de Cultivadores y Cultivos Declarados Ilícitos, los productores interpretan que la coca les brinda un ‘margen de ganancia mayor que otros cultivos’, debido a que no se incluyen en los costos de producción su propia mano de obra. Al hacer sus cuentas, restan lo pagado por insumos y por mano de obra contratada y de esta forma se asume que el saldo corresponde a su ingreso económico libre, donde en la realidad no se está incluyendo dentro de los costos el valor de su trabajo, así como ocurre con cualquier tipo de actividad económica campesina familiar”.
Otra complejidad que se enuncia en la investigación es el difícil acceso a la financiación formal de los campesinos. En los diagnósticos que se hicieron con las tres comunidades, se encontró que en ocasiones la única fuente de apoyo económico son las organizaciones de cooperación internacional. Aunque también, y vale la pena tenerlo en cuenta, la coca ha creado un propio sistema financiero: algunas familias cocaleras intercambia pasta base u hoja de coca por otros productos esenciales para ellas.
Ahora, una tercera complejidad para lograr ese cambio, de acuerdo al estudio, es la mentalidad de una economía de la guerra que aún persiste en el campo, lo que dificulta acceso a mercados y a la construcción de paz. ¿Por qué continúa esa mentalidad? Además de la desconfianza que existe entre las comunidades con el Estado —que se basa en incumplimientos históricos—, también hay una desconfianza con intermediarios, empresas privadas y otros actores económicos y del mercado.
“Por ejemplo, como lo mencionaron los campesinos del Valle del Cauca, para la década del ochenta del siglo pasado, la presencia de multinacionales era cada vez más notoria y como iniciativa privada surge el Banco Cafetero y la Federación Nacional de Cafeteros, cuyos resultados han sido percibidos positivos para algunos y negativos para otros. Trayendo de manera generalizada, según lo mencionado, problemas medioambientales y un incremento en la deuda agregada de los cafeteros, lo que se tradujo en el despojo de tierras como medio de pago y la convocatoria de movilizaciones campesinas con el objetivo de reivindicar sus derechos de manera cohesionada”, menciona el documento.
La investigación resume así estas tres complejidades: falta de presencia estatal, de acceso a tierra y de oportunidades económicas. “Una economía de guerra no se refiere solamente a la presencia, acceso y participación en una economía ilegal, sino al conjunto de factores y causas estructurales de la marginación y la pobreza en un contexto de guerra que llevan a una economía ilegal o legal tener éxito con base en sus propias normas”.
Soluciones propias
¿Cuál ha sido entonces la solución de las comunidades cocaleras de estas tres zonas del país ante esas complejidades? La adaptación. El estudio muestra que los campesinos dedicados a la hoja de coca se han organizado en comités y asociaciones —por ejemplo, la Coccam, la ACVC y otras— para generar gobernanza (a falta de un Estado), permanencia en los territorios y defensa de los derechos humanos.
“Gracias a la formación de estas estructuras organizaciones campesinas, se ha desarrollado la cohesión social en las comunidades facilitando la coordinación entre los actores y, en consecuencia, la acción colectiva por un mismo interés”.
La adaptación también ha sido económica. A la ausencia de modos de subsistencia legales, la economía de la pasta base de coca se convirtió en un medio de vida. De acuerdo con la investigación, el valor agregado de este negocio se comporta de igual manera al de la ganadería, el café o el cacao, solo que la pasta base ha tenido mayor éxito entre las tres comunidades debido al contexto de conflicto en el que viven. Los grupos armados ilegales son quienes compran y comercializan la pasta base.
Además, en la cadena de producción de la pasta base se encuentran diferentes puestos que pueden ocupar las familias campesinas: provisión de insumos, mano de obra, siembra de la hoja de coca, procesamiento, alimentación, transporte, entre otros.
“Los jóvenes y las mujeres también han encontrado un espacio en la economía de la pasta base. En una de las comunidades se encontró que los jóvenes participan en el comité de recolectores encargado de regular la actividad de recolección de hoja de coca; y las mujeres participan en casi todos los eslabones de la cadena como administradoras de las cuentas de la producción, se encargan de la compra y cocina de los alimentos para los trabajadores de los lotes de coca y de los cambullones (lugares de construcción básica y barata donde se procesa la pasta base) y administran los lotes de coca controlando los volúmenes de hoja producidos”.
Pueden leer la investigación completa y conocerla en detalle aquí.
‘Rostros que siembran’ es una campaña creada por la Coccam y otras organizaciones con el propósito de que los colombianos conozca la realidad de al menos 230.000 familias que dependen del cultivo de la hoja de coca. Desde Pacifista! y Proyecto Coca nos unimos a la campaña.