Después del plebiscito, miles de colombianos se quedaron esperando el regreso de sus familiares a la vida civil.
- Ilustración: Melissa Vásquez
El 2 de octubre pasó lo impensable: ganó el No en el plebiscito. Quienes apoyaron el Sí se quedaron esperando la implementación del Acuerdo Final que el Gobierno y las Farc firmaron en Cartagena, mientras otros colombianos vieron aplazados los planes de regreso de sus familiares guerrilleros a la vida civil. Para muchos, la ilusión se convirtió en incertidumbre.
Esta carta fue escrita por una mujer que, como muchas, se quedó esperando a su compañero, un guerrillero de las Farc. La emisaria, que quiso compartirla con nosotros, prefirió mantener su identidad en secreto por razones de seguridad.
02 de octubre. Se desvanece un sueño
Cuatro menos 10 de la tarde. Ya no puedo trabajar, mi pensamiento se vuelve hacia ti constantemente. Querido mío, mi amado, en este momento no estás aquí, cerca de mí, pero toda mi alma está llena de ti, te abraza, te anhela, y ese anhelo se confunde con la ansiedad de conocer ya los resultados del plebiscito.
Es extraño, ninguna preocupación me aquejaba hasta este momento. Tal vez veía con certeza el panorama y esa certeza me permitió construir un proyecto de vida en la superficie incierta de mis deseos. No había sido consciente de ello, pero nuestro lenguaje se transformó. La situación empujó a la sociedad a hablar de paz, bien o mal, sabiendo o no. En cambio, nosotros dejamos el lenguaje político para hablar de nosotros, de ti y de mí, y de nuestra pequeña juntos.
“Nosotros”, una conjugación que no se nos permitía hasta ahora. En nuestro vocabulario predominaba el “yo”, el “tú”, “ella”, “él”, “ellos”, los otros, todos, la sociedad, el mundo, la humanidad, pero no “nosotros”.
Pero claro, los intereses de todos contienen también los nuestros, único consuelo al profundo dolor de la ausencia, a la imposibilidad de vivir lo simple tomados de la mano: el amanecer, el anochecer, el mar, la ciudad, el campo. Saborear el café, el helado, escuchar música. Pero por sobre todo, la posibilidad de apoyarnos mutuamente para construir la concepción del mundo que procuramos legar a nuestra pequeña. Verla crecer, jugar, reír, disfrutar juntos, con ella, el calor de nuestros abrazos. Mimarla, consentirla y que pueda vivir en carne propia el profundo amor del que ella brotó.
Pensé que el tiempo que faltaba ya no era mucho. Ahora mis cuentas no eran sumando, sino restando los días. La sombría oscuridad que embargó mi alma por tanto tiempo se vio iluminada con tanta luz, con la posibilidad del fin del conflicto, que era inevitable para los demás percibir la brillantez de mi mirada, la felicidad de mi espíritu. Me preparaba para el reencuentro. Las conversaciones en que se mencionaba a “papi” en la casa eran cada vez más cotidianas, como lo eran también tus mensajes, tus llamadas. ¡Qué alegría!
Cuatro en punto. La preocupación aumenta. ¿Se alcanzará el umbral de votos requerido para la refrendación de los acuerdos? Cierro mis archivos de trabajo y abro Internet para ver alguna emisión en directo del cierre de votaciones. Toda mi atención está puesta en los resultados, como está puesta mi esperanza en que esta eterna lejanía termine.
¡Por Dios, qué está pasando! Contra todos los pronósticos, y sobre todo contra los míos, mi panorama, ese que construí con certeza, se desmoronó. ¿Han sentido alguna vez el terror combinado con la angustia y el dolor? Sentí como un puñal se clavaba en mi alma y desgarraba mi corazón.
Me desvanezco, todo me da vueltas, no logro sostenerme en la silla, mi estómago está revuelto y siento que voy a vomitar. Sudo por montones, aunque un frío helado recorre mis huesos. Me siento caer en lo más profundo de un pozo oscuro, y lloro. Ríos de lágrimas expresaban el dolor más profundo del alma: cuando ves que se derrumban todos tus anhelos, cuando sientes que se abre una dimensión oscura que te atrapa y te aleja cada vez más de la luz que por unos días viste brillar como un faro, mostrándote un nuevo camino.
Tu cercanía, esa que añoro y cuya ausencia duele en cada molécula de mi piel, día a día, se había desvanecido como se desvanece el agua entre los dedos. Pude palparla y ahora…se ha ido de nuevo.
Me sentía desorientada y aturdida, pero debía salir. Como pude apagué todo, guardé mis cosas y me fui. Pero al salir, el estrépito de la celebración del lumpen del barrio, en sus motos, despotricando de los “malditos guerrilleros HPS”. Lanzan insultos a diestra y siniestra y al pasar por mi lado levantan los brazos en señal de victoria: “Ganamos, mami”, “ya no van a venir esos bandidos a decirnos qué hacer en lo que es nuestro”.
Respiro profundo y trago saliva para no hablar, para no soltar a gritos mi dolor. ¿Puede llamarse “bandido” a alguien que no teme dar la vida y que ha estado dispuesto a combatir y morir por los ideales de un nuevo mundo, de una nueva sociedad? ¿Bandido quien ha sacrificado lo individual en pro de los intereses colectivos? Pero bueno, al fin de cuentas se ha llamado “bandidos” a través de la historia a quienes han tenido la capacidad de enfrentar el orden establecido.
Pero, ¿quiénes son ustedes? Individuos capaces de arrebatar la vida por los intereses más ruines y egoístas, que se venden por un plato de lentejas. ¿Y estos son los que vienen a decirnos qué hacer en nuestros barrios, qué conducta y qué moral aplicar en nuestra sociedad?. Esas y muchas otras cosas atravesaron mi mente. Afortunadamente esa pandilla pasó frente a mí más rápido que mis pensamientos.
Pasan los días y no hay uno solo que no te recuerde, que no desee que acabe esta situación que nos mantiene alejados y podamos compartir juntos nuestras vidas. Ah, cercanía, ese es el tesoro más añorado en estos 14 años de angustias, de incertidumbre, de tristeza y lejanía. Cercanía no solo de tu cuerpo, de poder abrazarte sabiendo que al final no habrá despedidas, de poder ver cada mañana el brillo de tus ojos y susurrarte palabras de amor en el oído, sino también de tu voz, de esa que me hace emocionar por saber que aún estás vivo y que mientras sea así, sigue viva la ilusión.
Ahora, “papi” vuelve a convertirse en una palabra casi extinta en la cotidianidad de mi hogar. Los días vuelven a parecer años; duelen la piel y el alma al ver las caricias y los besos ajenos. Hablo mentalmente contigo o en voz baja cuando nadie me observa, aunque no me oigas ni puedas responderme. Como dice la canción, nos toca conformarnos con fotografías, hacer un álbum con las alegrías, ser coleccionistas de momentos que vivimos juntos, pintar las paredes (o las hojas) con tantos recuerdos y rayar la vida con ausencias y tanto silencio…
Quisiera volver a pensar que nuestro futuro es posible, ¡pero no!, ¡me niego a nombrarlo!, porque para nosotros pareciera que no existen sino dos conjugaciones del tiempo: el pasado y el presente. Alguien me decía alguna vez que para personas como nosotros el fatalismo no puede existir, porque somos optimistas por excelencia, y aunque hemos superado la desaparición, la tortura, la cárcel, el límite de la muerte, la enfermedad, la distancia, meses de ausencia y silencio, nuestro destino ya no está en nuestra manos, sino en manos ajenas …esa es nuestra desgracia.