¿Quién desapareció a José Mejía? | ¡PACIFISTA!
¿Quién desapareció a José Mejía?
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¿Quién desapareció a José Mejía?

Juan David Ortíz Franco - agosto 10, 2015

En febrero de 1986 desapareció José Mejía, líder estudiantil de la Universidad de Antioquia. Es uno de los más de 200 desaparecidos forzados que se registraron ese año. Algunos dicen que de su caso no se habla porque su victimario es la guerrilla.

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Foto archivo particular cortesía Jorge Mario Mejía Toro.

 

“Lo desaparecieron: así hay que decir ahora. Y en esa palabra neutra no habla la neutralidad, habla el temor de quienes no pueden nombrar públicamente a los agentes de la desaparición”.

Jorge Mario Mejía Toro, un filósofo de la Universidad de Antioquia, escribió esas líneas en un libro publicado en febrero de 1991. La paz sucia es el título, y en la portada se ve la imagen de su hermano, José, sonriente, sobrepuesta por alambres de púas.

En la contratapa aparece una mujer con collar y vestido de sastre. Va acompañada por un hombre joven y lleva una pancarta con una fotografía y un mensaje escrito: “Que alguien me diga si ha visto a mi hijo”.

Febrero de 1986

Un teléfono gris, de disco, sonó en una casa del barrio Caicedo, comuna 8, centro oriente de Medellín. Llamaba José Mejía para decirle a su amigo, Jorge Ignacio Sánchez, que se demoraría en Bogotá, que no podría asistir a una reunión política a la que estaban invitados.

“Llegó a Bogotá el 8 de febrero del 86 y me llamó a mi casa porque teníamos una cita al otro día. Íbamos a meternos con Héctor Abad Gómez para apoyar su aspiración a la Alcaldía. El mismo José tenía ganas de ser candidato al Concejo. Pero dijo que tenía algunos problemas, que se demoraba, pero que fuera yo a la reunión. Esa es la última llamada de la que se tiene noticia. El 15 ya lo estábamos buscando”, recuerda hoy Jorge Ignacio.

Había viajado junto a Danely Salas, una mujer que conoció en la universidad. Él, estudiante de Economía, decidió acompañarla en un viaje cuyas razones sus amigos todavía no se explican. Ella había llegado poco tiempo antes a la Universidad de Antioquia y se había presentado ante unos pocos como integrante del frente Ricardo Franco, una disidencia de las Farc que operaba en el norte del Cauca y estaba, además, conformado por unos cuantos estudiantes en algunas zonas del país.

José hacía parte del movimiento Pan y Libertad, una de tantas agrupaciones que se forjaron en las universidades públicas y que, para la época, actuaban bajo la influencia de los grupos revolucionarios que llevaron a la izquierda al poder en algunos países de Centroamérica.

Pero en esa idea genérica de “la izquierda”, siempre con matices y divisiones, se disputaban entonces las posturas de quienes defendían la participación electoral y quienes encontraban en la lucha armada el único camino viable hacia el poder.

José y sus amigos –dice Ignacio– promovían un discurso que los hizo impopulares en muchos círculos: “Para la guerrilla éramos unos mamertos y para la derecha, guerrilleros. Era un grupo muy pequeño porque creíamos que se podía hacer política sin matar a nadie. Hacíamos reinados en lugar de tirar piedra afuera, decíamos que era mejor movilizar a la gente que movilizar un ejército”.

Pero ese movimiento estaba en medio de un ambiente universitario en el que coincidían –o se contradecían– las ideas de agrupaciones estudiantiles con siglas numerosas y lealtades cruzadas. También de un clima de paranoia colectiva que condujo a algunos a ver infiltrados y enemigos hasta en sus compañeros más cercanos. Si esa era la situación en las universidades, mucho más dramática era en el monte.

El frente Ricardo Franco

“José estaba en un vértice extraño, entre Pan y Libertad y la gente de ‘Delgado’”, dice Norberto Ríos, director de la Escuela Nacional Sindical. Conoció a Mejía en los círculos políticos de mediados de los años 80 y estuvo cerca del movimiento que se conformó luego de su desaparición.

Alias ‘Javier Delgado’, José Fedor Rey Álvarez, el hombre de quien habla Ríos, se convirtió en un mito a finales de 1985. Comandaba, junto a Hernando Pizarro Leongómez, el frente Ricardo Franco, el mismo del que, según cuenta Ignacio, hacía parte Danely Salas.

Esa agrupación había surgido luego de la Séptima Conferencia de las Farc, en 1981. Se dice que luego de ser acusado de divisionista en el encuentro guerrillero, “Delgado” escapó con cerca de un millón de dólares y varios hombres. Conformó un comando guerrillero al que, años más tarde, él mismo ordenó exterminar.

Fue “Delgado”, quien en medio de la guerra que libraba contra el Ejército y contra el grueso de las Farc, forzó a sus subalternos a torturar y asesinar a por lo menos 125 integrantes de su propia organización a quienes acusaba de ser infiltrados de fuerzas de seguridad del Estado. Ese episodio, que se conoce como la Masacre de Tacueyó, dibuja el vértice al que se refiere Norberto Ríos y que involucra a José Mejía.

“En ese contexto José era más romántico que muchos de nosotros. Creía que era fácil conversar y que un guerrero entendía una razón”, dice Ignacio Sánchez. Esa capacidad de dialogar, incluso con los hombres y las mujeres de la guerra fue, a juicio de algunos de sus amigos, lo que lo acercó a Danely Salas.

Para entonces ya corrían los primeros rumores sobre la masacre. Ella había sido convocada a Tacueyó por sus comandantes, temía a la “justicia revolucianaria”, pero al tiempo trataba de explicar las posturas del frente Ricardo Franco en los círculos universitarios. También huía de las Farc que la perseguían por desertora.

Esa contradicción es otra de las preguntas sin resolver. Danely desapareció junto a José en su viaje a Bogotá que, según recuerdan algunos, entre muchas otras hipótesis, emprendieron con la idea de reunirse con alguien de la vida pública que facilitara un contacto con el Secretariado de las Farc.

De acuerdo con esa versión querían, por medio de la cúpula guerrillera que combatía al Ricardo Franco, interceder para que, de alguna forma, se detuviera la matanza de hombres mujeres y niños que cometía “Delgado” en las selvas del Cauca.

Pero las preguntas no resueltas, la falta de certezas dieron paso a los rumores. Que se volvió guerrillero y terminó en el monte, que lo desapareció el Ricardo Franco, que lo desapareció el Estado, que lo desapareció las Farc.

Alonso Salzar, el exalcalde de Medellín, escribió sobre José hace algunos días. Dijo que la historia de esa desaparición está olvidada porque sus victimarios fueron guerrilleros, que todos los indicios indican que a Danely y a José los desaparecieron las Farc.

“Gente de la militancia ­–dice el libro de Jorge Mario Mejía al recoger una conversación de hace años– supo desde el principio que a tu hermano lo mataron, andaba con una pelada a quien un grupo guerrillero buscaba por desertora e inteligencia militar por guerrillera”.

 

“QUE APAREZCA VIVO MI AMIGO ‘JOSÉ MEJÍA’ DESAPARECIDO EL OCHO DE FEBRERO”. Esa expresión así, en mayúscula sostenida, que es difícil de leer si no es a modo de consigna, encabeza un comunicado del 4 de marzo de 1986.

Lo firman “Los amigos de José” y, en esencia, es una manual de instrucciones para la búsqueda que se inició luego de varios días sin recibir noticias sobre el destino de Danely, de José y de lo que ocurrió en ese viaje a Bogotá que iniciaron casi un mes atrás.

“No desconocemos ­–continúa el texto– que esta desaparición está inserta en un problema social general que día a día se agrava y por lo tanto llamamos a los demás familiares y amigos de los desaparecidos a que enarbolen sus nombres y acompañen sus campañas con las nuestras”.

Las acciones se dividieron en tres momentos para dar a conocer a José como líder social, pero también como hijo, hermano, amigo y estudiante. Luego, el plan pretendía aprovechar la coyuntura electoral y la visita a Colombia del papa Juan Pablo II en ese turbulento año de 1986.

Ese boceto de la campaña, que más tarde se puso en marcha, fue la génesis de un búsqueda que duró meses y que, según Norberto Ríos, constituye una de las primeras acciones colectivas que enarbolaron el discurso por la defensa de los derechos humanos en Antioquia.

Y es que solo en 1986, el año en que desapareció José Mejía, se registraron más de 200 casos en Colombia. Desde entonces la cifra fue en ascenso hasta llegar a los cerca de 2.000 desaparecidos forzados que se contabilizaron en 2002, cuando el paramilitarismo convirtió esa práctica en uno de sus mecanismos de terror predilectos.

Pese a que el primer registro en Colombia data de 1977, con el caso de Omaira Montoya, solo con la promulgación de las Constitución de 1991 se consignó en el ordenamiento jurídico colombiano el derecho a no ser desaparecido y apenas desde el año 2000 se encuentra la desaparición forzada tipificada como delito en el Código Penal.

“Fue un trabajo de solidaridad y de búsqueda. Un pequeño núcleo que empieza a reivindicar el derecho a no ser desaparecido, a la conservación de la memoria y a presionar al Estado para que buscara a José. Sin embargo, las acciones sin resultados siempre desgastan y no contaban con el aparataje para una iniciativa de ese tipo porque el movimiento de derechos humanos solo logra consolidarse luego de la muerte de Betancur y Abad”, explica el director de la Escuela Nacional Sindical. Ese espacio de la escuela, en el centro de Medellín, fue justamente el lugar donde se reunieron durante meses Los amigos de José.

Esa referencia de Ríos a los asesinatos posteriores de dos de los líderes más visibles del naciente movimiento de derechos humanos en Medellín, vuelve al caso de José Mejía, pues fue el propio Héctor Abad Gómez quien, por solicitud de familiares y amigos del desaparecido, se puso al frente de la movilización para su búsqueda.

El 6 de marzo de 2008 coincidieron en una marcha por las calles de Medellín las reivindicaciones por el asesinato de Héctor Abad Gómez y por la desaparición de José Mejía. Foto archivo particular cortesía Jorge Mario Mejía Toro.

Es más, el boceto de las acciones que luego emprendieron los Amigos de José está en una de las carpetas del archivo personal de Abad Gómez, donado por su familia a la biblioteca de la Universidad de Antioquia. En ella también aparecen varias cartas firmadas de su puño y letra, como presidente del Comité Permanente de Defensa de Derechos Humanos, en las que pide a otras organizaciones sociales e incluso al procurador de la época acompañar el reclamo por esa desaparición.

El tiempo

En su libro, Jorge Mario Mejía cuenta la historia de un partido de fútbol de barrio. Los jugadores quedaron mal repartidos, reclamó el equipo que iba perdiendo. “Les damos a José”, dijo su hermano gemelo. “Todos reímos, poco tiempo había pasado desde la desaparición”.

El libro es una mezcla de realidad con ficción, tal vez más de la que debería, reconoce hoy Jorge Mario, profesor del Instituto de Filosofía de la Universidad de Antioquia. Pero cierto o no, en ese pasaje relata cómo la división de los equipos para ese partido terminó en una sarta de humor negro que involucró acuchillados, baleados, desaparecidos; todos ausentes.

“En nuestro caso, bromear con la desaparición de José, aparente humor negro salido de tono, era la esperanza de su pronto retorno sano y salvo, la esperanza de que no estuviera muerto o en malas manos”, dice Jorge Mario.

La escena se repetía en la mesa del comedor, quedaba un puesto vacío. En las celebraciones aparecían las bromas. José está castigado; debe almorzar solo. Tocaban la puerta; llegó justo a tiempo para la torta. Sonaba el teléfono; llama a decir que no alcanza a llegar.

Pero la esperanza –relata su hermano­– se fue diluyendo y a uno de esos chistes le siguió un silencio, una risa incómoda. Luego, las cosas que estorbaban en alguna parte de la casa terminaron arrumadas en el cuarto de José.