Integrantes de las Farc y del ELN detenidas en El Buen Pastor hablaron de sus expectativas con los diálogos de paz.
- Reclusas participan en el Buen Pastor de la Conversación Más Grande del Mundo. Foto: Minjusticia
“¿Qué debemos hacer la sociedad y el Estado para que las futuras generaciones no tengan que pasar por lo que ustedes han pasado?”. Esa fue una de las preguntas que el Ministerio de Justicia les hizo a 40 mujeres detenidas en la cárcel El Buen Pastor, de Bogotá, donde conviven más de 1.800 reclusas. Alrededor de mesas con flores, papel y crayolas, guerrilleras, exparamilitares y presas comunes se sentaron en la capilla del penal a responder ese y otros interrogantes, en la primera jornada en cárceles de la Conversación Más Grande del Mundo, una iniciativa gubernamental que busca generar pequeños diálogos simultáneos sobre los retos de construir la paz.
Entre las invitadas a esa conversación estuvo Blanca Garzón, una guerrillera de las Farc nacida en una familia campesina de San Vicente del Caguán (Caquetá). Ella cuenta que entró a la guerrilla por motivos políticos, pero “más que todo por la pobreza”, que no le permitió ir a la universidad para hacerse criminalista. Por eso, su respuesta a la pregunta de qué puede hacer el país para que historias como la suya no se repitan es simple: “Que haya igualdad”. Y asegura que cuando salga de la cárcel quiere “luchar” en el nuevo movimiento político que creen las Farc para que “no haya unos viviendo bien, derrochando la plata del Estado, mientras los campesinos que trabajamos duro seguimos en la miseria”.
Otra de las invitadas fue Luz Peralta, quien lleva 16 años militando en las Farc, y tres y medio detenida. Es egresada de la Universidad Católica de Colombia y fue criada en Engativá, una localidad del occidente de Bogotá. En 2000 ingresó a las Farc, primero como guerrillera del frente Antonio Nariño y luego de los frentes 1 y 34.
Según Luz, su decisión estuvo motivada porque no está de acuerdo “con que en Bogotá haya tanta desigualdad, con que las mujeres no tengamos las mismas oportunidades que los hombres ni con el hecho de que para tener un buen trabajo haya que tener determinado parentesco, nombre o compadrazgo”. Sin embargo, dice que en las Farc tampoco pudo ascender en los cargos de dirección, porque “allá toca empezar desde abajo y el que es estudiado es considerado enemigo e infiltrado”.
Después de haber sido condenada a 40 años de cárcel por rebelión, homicidio y otros delitos, la militancia de Luz en las Farc tambalea. Ella, a diferencia de Blanca, dice que no planea hacer parte de la organización política que surja del proceso de paz, porque “igual va a ser un movimiento revolucionario y no quiero seguir respondiendo a esas jerarquías y a esa forma vertical de operar que tienen las Farc”. Su historia tampoco se repetiría, dice ella, si el “más débil tuviera la mismas oportunidades que las personas con dinero y poder”.
- Foto: Minjusticia
Sin embargo, para que estas guerrilleras puedan abandonar el Buen Pastor y materializar sus ideas sobre el futuro, deberán primero recibir una amnistía o pasar por la Jurisdicción Especial para la Paz, de acuerdo con lo acordado en La Habana, según la gravedad de sus crímenes. De momento, sus opiniones, junto con las del resto de detenidas que participaron en la conversación, serán usadas para seguir alimentando la bolsa de ideas con la que el Gobierno pretende tomar nuevas decisiones para ponerle punto final a la violencia política.
Catalina Díaz, directora de Justicia Transicional del Ministerio de Justicia, dice que lo que se busca con estos diálogos es “tener en cuenta las voces de muchas personas, entre ellas las de quienes están privadas de la libertad, para construir políticas públicas y definir qué tenemos que hacer como Estado para responder a la construcción de la paz, además de los desarrollos institucionales y legales que debemos crear para implementar los acuerdos de La Habana”.
Pero entre las voces que se escucharon en la cárcel, también estuvo la de uno de los mayores retos del Gobierno para parar la guerra. Allí, conversando con las otras mujeres, estaba Yeimi Rozo, una guerrillera del frente Domingo Laín del ELN, nacida en Tame (Arauca). Con 12 de sus 25 años de vida en la guerra, dice que el ELN —cuya mesa de diálogos se encuentra estancada— “sí quiere sentarse a negociar, pero para que haya cambios, democracia y solidaridad en Colombia”.
Yeimi también recuerda que en Arauca el ELN mantiene una relación estrecha con las comunidades, por lo que el Estado deberá redoblar sus esfuerzos para llegar a esa zona durante el posconflicto con las Farc. Asegura que “nosotros trabajamos permanentemente en las veredas con el pueblo y arreglamos con ellos carreteras y puentes. No estoy diciendo que la gente de los campos sea guerrillera ni que nosotros la obliguemos a ser ‘elena’ o ‘fariana’, pero sí que organizamos las comunidades y que nos relacionamos con ellas para contarles por qué luchamos y cuál es nuestro objetivo”.
Espera que el ELN y el Gobierno se sienten a negociar lo más pronto posible la agenda pactada en Caracas (Venezuela), porque “si no hay diálogos seguiremos en guerra, unos en la cárcel y otros en el cementerio”.
Durante las próximas semanas, el Ministerio de Justicia seguirá realizando conversaciones en cárceles con distintos actores del conflicto para preguntarles cómo se imaginan la paz y qué pueden hacer para construirla en los territorios. Sus ideas se sumarán a las de víctimas,comunidades rurales, estudiantes, empresarios, periodistas e integrantes de otros sectores sociales.