¿Por qué es tan difícil convencernos de que se puede negociar con las Farc? | ¡PACIFISTA!
¿Por qué es tan difícil convencernos de que se puede negociar con las Farc?
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¿Por qué es tan difícil convencernos de que se puede negociar con las Farc?

Staff ¡Pacifista! - mayo 2, 2016

OPINIÓN Se ha construido la idea de un enemigo con el que no compartimos nada de la interpretación del mundo.

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Columnista: Max Yuri Gil Ramírez  

Son muy diversas las razones para el escepticismo, la desconfianza, la polarización y, en ocasiones, el rechazo absoluto al proceso de paz. Hay un sector, conformado por quienes se declaran enemigos de las Farc, que defienden la postura de que el primer paso es el exterminio para luego adelantar la única negociación que ven posible: una que gire sólo en torno a las condiciones de su sometimiento.

Este sentimiento de odio se hace extensivo al presidente Santos, presuntamente, por “estar entregando el país al castrochavismo”. La propuesta de ese sector, entonces, es que el país retome el camino de la guerra total. Aunque en esa guerra ellos no van a participar ni están dispuestos a pagar impuestos para financiarla. Su idea es esperar que la confrontación armada se mantenga alejada de sus trayectos de vida y que se desenvuelva en la distancia.

Ese sector ha olvidado que al final de los ocho años del gobierno de Álvaro Uribe y en los dos primeros del primer gobierno de Santos, las Farc habían recuperado la iniciativa de combate en algunas zonas del país y se habían adaptado a acciones ofensivas del Gobierno, como los planes Patriota y Consolidación. De esa forma, habían vuelto a una moderada actividad de guerra de guerrillas en algunos territorios.

Precisamente, la decisión de negociar de las dos partes no es el resultado de un equilibrio militar o de que ambos bandos estuvieran al mismo nivel, pero sí del reconocimiento de que, a pesar de la asimetría entre un Estado poderoso militarmente y una organización guerrillera pequeña, no era posible una victoria para ninguno de los dos en el corto plazo.

Dado que el Estado no era capaz de someter a las Farc y forzar su rendición, y que la guerrilla estaba lejísimos de la toma del poder por la vía armada, las partes tomaron conciencia de que sería mejor una negociación digna, medianamente satisfactoria, que permitiera el establecimiento de una paz militar en lugar de una guerra aún más larga, degradada y destructora.

Hay otro sector de la población que dice ser enemigo de la guerra, pero para el cual los acuerdos que han logrado el Gobierno y las Farc no son adecuados, y sostienen que son partidarios de la paz, pero no a cualquier precio. En algunos casos hay mucha desinformación, pues se suelen repetir mentiras al estilo de ‘le van a dar la mitad del país a las Farc, medio congreso, o la dirección de la Policía’, o ‘los guerrilleros, una vez desmovilizados, van a recibir un sueldo de $1.800.000’.

Sin embargo, cuando hay cuestionamientos concretos al proceso, las objeciones se concentran sobre todo en tres temas en relación con la guerrilla: su participación política, que puedan tener beneficios jurídicos y la reintegración a la sociedad en territorios poblados.

Estas resistencias se pueden explicar porque alrededor de la imagen de las Farc se ha construido la idea de un enemigo absoluto con el que hay una relación antagónica, con quien la sociedad de bien no puede coexistir en el mismo territorio porque hay diferencias esenciales, con el que no compartimos nada de la interpretación del mundo.

Es como una reedición de la idea del polítólogo estadounidense Samuel Huntington sobre el choque de civilizaciones, con la que explicaba el conflicto entre el gobierno de Estados Unidos y Al Qaeda. Según este autor, es la expresión de una contradicción insalvable entre occidente y el Islam, entre los civilizados y los bárbaros.

Desde antes de la ruptura del proceso de paz entre Andrés Pastrana y las Farc, durante los ocho años del gobierno Uribe y aún al comienzo del primer gobierno Santos, sectores de las élites gobernantes, de la comunidad internacional y de los grandes medios masivos de comunicación se dedicaron a construir la imagen de ese enemigo despiadado. Si su exterminio implicaba la muerte de inocentes, era un daño colateral que habría que asumir en aras de un beneficio mayor.

Las guerras se libran tanto en el campo de batalla como en la lucha por las mentes y los corazones. Esa imagen de las Farc se basó, claro, en numerosos y sucesivos crímenes cometidos por la guerrilla, que despreció tanto a la opinión pública como a sectores de la sociedad civil que proponían la importancia de incorporar el Derecho Internacional Humanitario, “humanizar el conflicto” como un gesto que podría contribuir a acercar a las partes.

Pero también hubo una construcción sistemática de una imagen del enemigo por parte de las élites colombianas, que preparó el terreno para el triunfo del uribismo y su política de guerra. Esta labor estuvo basada en tres elementos Primero, la eliminación del estatus de combatientes para los integrantes de las Farc y su asimilación con el terrorismo y con el narcotráfico. Eso se vio reforzado después del 11 de septiembre de 2001, de tal modo que las Farc se convirtieron en la versión colombiana de Al Qaeda.

Las guerras se libran tanto en el campo de batalla como en la lucha por las mentes y los corazones

Lo segundo fue la atribución de todo tipo de crímenes de manera automática a las Farc, sin mayor comprobación sobre su responsabilidad. Recuérdese, por ejemplo, el caso de la señora Elvia Cortés de Pachón, quien fue asesinada junto a un agente antiexplosivos que trataba de retirarle un collar bomba en junio del 2000. Este hecho se atribuyó de inmediato a la guerrilla, y aunque las investigaciones posteriores demostraron que fue un acto de la delincuencia común, en el imaginario quedó la noción que fue un crimen de las Farc.

La tercera, fue el trato diferenciado a las víctimas, según quién fuera el victimario. Mientras las víctimas de las Farc todas tenían historia, rostro y familia, las víctimas del paramilitarismo y del Estado o bien eran solo una cifra, un número sin rostro y sin historia, o eran sospechosas, pues ‘por algo sería’. “No estarían cogiendo café”, como manifestó el expresidente Uribe sobre algunas víctimas de ejecuciones extrajudiciales a manos del Ejército.

Esta imagen del enemigo está en el fondo de las objeciones de muchos sectores que no admiten a las Farc en la actividad política legal, tampoco que sus delitos sean objeto de beneficios en la Jurisdicción Especial de Paz, o que se reintegren y vivan con el resto de la población.

Ojalá los últimos trabajos periodísticos de medios tradicionales como El Espectador, Semana e incluso El Colombiano, que han mostrado el rostro humano de los combatientes de las Farc, contribuyan a la transformación de la imagen del enemigo absoluto. Pero eso, con toda seguridad, pasará mucho más despacio de lo que requieren las angustias por la falta de apoyo al proceso y al mecanismo de refrendación.

Hoy, las élites que se preocupan por la resistencia a los acuerdos están cosechando lo que ayudaron a construir durante más de 12 años.