OPINIÓN | No es justo que uno de los mejores colegios de Medellín sea señalado como responsable de la violencia de una ciudad a la que han sobrado 'culpables'.
El tema de este jueves ha sido la riña que protagonizaron cuatro mujeres estudiantes a la salida de la Institución Educativa Inem José Félix Restrepo en Medellín. Un video, que apareció por todas las redes sociales, muestra cómo dos de las involucradas, cuchillo en mano, agreden a las otras. Una de ellas resulta con el pelo cortado y otra apuñalada. Véanlo ustedes:
Luego de que el video se hiciera viral, en Twitter empezó una tormenta. Varios comentarios condenaban a las agresoras, otros buscaban culpables y otros hacían burla de lo sucedido. Vean ustedes solo algunos ejemplos:
Varios tuiteros enardecidos llegaron incluso a culpar al Inem por el problema. La realidad de Twitter, sin embargo, es muy diferente a la que se vive en la Comuna 14 de Medellín, en la que se encuentra la institución educativa y El Poblado, uno de los barrios más exclusivos de la ciudad.
El Inem es un colegio público con alrededor de 6.000 alumnos. Lo que ignora buena parte del país es que en Medellín incluso las familias pudientes a veces prefieren esta institución sobre una privada, por cuenta de su reputación académica. Esto se constata con hechos tales como que el Inem fue, en 2016, el tercer colegio público del país con más estudiantes en el programa Ser pilo paga. Además, en las dos últimas mediciones de las Pruebas Saber ha obtenido calificación A, lo que –entre otras características–quiere decir que al menos el 65 por ciento de sus estudiantes están en el rango superior de calidad de educación.
De lunes a viernes al mediodía y a las 6 p.m., la Avenida de Las Vegas de Medellín se llena de sus miles de estudiantes que salen de clase para ir a sus casas. A algunos los recogen en carro, otros caminan hasta la estación Aguacatala del Metro y otros cuentan sus monedas para subirse a un bus. En esta zona de la ciudad, que además es central, converge población de todos los orígenes, lugares y estratos imaginables de Medellín.
Por eso, en este ambiente educativo –en el que para 800 cupos semestrales se presentan 5.000 aspirantes–, es difícil caracterizar a la población estudiantil. No se puede decir que en el Inem estudien “los ricos”, “los pobres” o los de determinado barrio. Pues al final, todos caben, más allá de las estigmatizaciones apresuradas de los tuiteros.
Lina Ríos, egresada del Inem, lo defiende: “Allí pude conocer a los mejores maestros, que me formaron como una persona respetuosa, independiente, tolerante y crítica”. Asegura también que las peleas son recurrentes en el colegio, pero que “por una persona que las provoca no se puede hablar de toda la institución, como está pasando ahora por el video”.
Aunque Medellín está lejos de estar ahogada por la violencia como en los años 90, aún hay cifras que confirman que esta todavía vive. El año pasado hubo 577 homicidios en la ciudad (40 eran menores de edad), y diariamente se registran, en promedio, 129 riñas. Que solo una, protagonizada por cuatro chicas, se convierta en todo un asunto de seguridad en la ciudad, ocasiona que se pierda la perspectiva de la violencia. El simple estereotipo que existe en Medellín de que caminar cerca al Inem es peligroso por los estudiantes que asisten, ya habla mucho de la ignorancia de ciertos pobladores que no han analizado el fenómeno de la inseguridad en su ciudad.
En Medellín, la violencia no está focalizada, ni dirigida, ni protagonizada por un solo grupo poblacional. Esta vez fue el colegio, pero como dice José David Medina, gestor social de la Comuna 13, “no es el Inem el espacio promotor de la violencia. Allí no enseñaron a utilizar el cuchillo, ningún profesor mostró en clase cómo torturar a otra persona cortando su pelo. Más bien se trata de una amarga coincidencia, de esas que no se explican, de esas con las que crecimos en Medellín. El colegio fue atacado, fue violentado: este espacio de pluralidades fue simbólicamente apuñalado por acusaciones ligeras. Fue cortado, así como el cabello de la niña”, asegura Medina.
El Inem hoy estuvo en el foco de atención, pero en otro momento cualquier otro espacio de la ciudad puede ser sede de eventos tan desafortunados como los del miércoles. En este sentido, más que buscar a los responsables del hecho lamentable (se podría culpar a las agresoras, a sus familias, a su colegio, al Gobierno…) necesitamos reconocer la violencia como un problema que no es selectivo y que definitivamente está vigente. Y más aún, tenemos que preguntarnos –por ejemplo– si nos equivocamos al satanizar un lugar por la violencia de quienes asisten él, en vez de cuestionarnos qué estamos haciendo mal como sociedad para que entre los presentes de la pelea no prosperara la idea de detenerla.
Como ciudadano de Medellín entiendo que a veces habitar la ciudad implica estar preparado para ver cualquier cosa y no solo ahora que existen las redes. Pero no expiemos nuestras culpas señalando a un colegio, porque responsables de nuestro carácter violento hay muchos en la historia.
Me quedo más bien con esos mensajes de solidaridad y de reflexión que muchos jóvenes se atrevieron a escribir cuando el trend era el bullying al Inem. Creer en la paz es indignarse con la violencia, pero también corregir y construir.