Por segunda vez en tres meses, los habitantes del Uraba lamentan la muerte de un criminal.
Por segunda vez en menos de tres meses, los habitantes del pasillo que comunica a las montañas de Antioquía con el mar Caribe salieron a la calle para despedir los cadáveres de tipos que se encontraban en la lista de los diez más buscados por la Policía.
La primera vez fue el pasado septiembre: el cuerpo de Roberto Vargas, alias Gavilán, segundo al mando del clan del golfo, fue acompañado por una caravana aguardientera y velado con el himno nacional de fondo frente a una tribuna repleta en el corregimiento de San Pedro de los mulatos, en Turbo, Antioquia.
Semanas después, el sábado pasado, el ataúd de Luis Orlando Padierna, alias Inglaterra, también fue recibido por una caravana, esta de vez de motos, que lo acompañó con trago y corridos desde Carepa, Antioquia, hasta el corregimiento de Piedras Blancas, donde fue sepultado.
“Aquí en todo lo que hay entre Carepa y Apartadó, él (alias Inglaterra) era muy conocido”, me dijo por teléfono Benjamín Acevedo, director del portal Urabá Noticias.
“Sobre todo en la parte rural lo querían mucho”, afirma el periodista, que lleva veinticuatro años trabajando en la región. Más o menos el mismo tiempo que alias Inglaterra y Gavilán llevaban patrullando el Urabá vestidos de camuflado.
Al momento de morir, ambos hombres pertenecían a las Autodefensas Gaitanistas, un grupo también conocido como Clan del Golfo, que ha reciclado combatientes de dos procesos de paz: el que desmovilizó al EPL en 1991 y el que hizo lo propio con las AUC durante el gobierno de Álvaro Uribe.
Gavilán, que tenía treinta y nueve años al momento de su muerte, llegó a usar los tres uniformes durante su carrera criminal de veintitrés años. Inglaterra, de treinta y ocho, también se había desmovilizado de las AUC en 2005.
“Estos no son pillos que vinieron de otra región a imponer su ley, esta es gente que creció en el Urabá y que tiene un arraigo muy fuerte en la zona. Ellos siguen siendo hijos, sobrinos o amigos de infancia de algún conocido. Por ejemplo, la mamá de Otoniel (máximo comandante de los gaitanistas) es una mujer campesina, común y corriente”, me dijo Juan David Ortiz, profesor de periodismo de la Universidad de Antioquia que también ha cubierto el conflicto en Urabá.
“Estos no son pillos que vinieron de otra región a imponer su ley, esta es gente que creció en el Urabá y que tiene un arraigo muy fuerte en la zona”
Pero los vínculos de sangre y vecindad no terminan de explicar el aprecio que algunos habitantes del Urabá han demostrado por estos capos en sus funerales. “Estos son tipos que a lo largo de los años han logrado construir una base social a punta de plata del narcotráfico”, dice Ortiz.
Fiestas y mercados, y populismo criminal
En Turbo, a cuarenta kilómetros del lugar en que fue enterrado Inglaterra, Benjamín Acevedo me contaba cómo alias Inglaterra “organizó varias fiestas, regaló mercados y aportó para construir alguna cancha” en la zona rural de Carepa.
Según Juan David Ortiz, aparte de su nómina de soldados y personal de tiempo completo, las autodefensas gaitanistas también emplean a una amplia red de informantes que completan su base social: “En la región se les conoce como ‘puntos’ y son el eslabón más bajo de cadena. Son vendedores ambulantes o personas del común, no reciben mucho dinero, pero reciben algo y se sienten beneficiados”.
En parte, el trabajo de esta red de colaboradores explicaría por qué tras más de dos años de ser lanzada, la operación Agamenón no ha cumplido con su principal objetivo: capturar o dar de baja a alias Otoniel, máximo comandante del grupo.
“Eso no significa que haya que estigmatizar a la población y decir que la gente de Urabá en general apoya este grupo”, aclara Ortiz. “Por ejemplo, para el funeral de Gavilán se esperaba algo mucho más grande, pero mucha gente no fue”.
Según el profesor, la convocatoria relativamente escasa para el funeral de Gavilán se debe a la presión militar y al trabajo de inteligencia que las autoridades suelen adelantar durante estos funerales.
Ya en enero de 2012, cuando Juan de Dios Usuga, alias Giovanni, por ese entonces el máximo comandante de ese grupo, fue dado de baja por las autoridades, El Tiempo advirtió que “el clan combinó la estrategia del terror con el modelo social de Pablo Escobar y por eso el entierro de Giovanny en Necoclí fue todo un acontecimiento”.
Cinco años después, en el Urabá hay gente que usa camisetas para “guardar para el capo del Clan del Golfo un lugar en sus corazones”.