Pasé una mañana en La Modelo y esto fue lo que me encontré | ¡PACIFISTA!
Pasé una mañana en La Modelo y esto fue lo que me encontré
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Pasé una mañana en La Modelo y esto fue lo que me encontré

Natalia Márquez - septiembre 25, 2018

#Divergentes | Recorrimos la cárcel de Bogotá que alberga a 8.000 hombres y sufre un hacinamiento del 45 %.

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Jonathan ha sido recluso de La Modelo en dos ocasiones. Fotos: Juan Sebastián Galeano ¡Pacifista!

Jonathan tiene 33 años y prefiere no revelar su apellido, pues es mejor así, “a secas”. Cuando le pregunto si es de Bogotá, entre risas responde: “Sí. Yo soy un Rolex endiamantado”. Cumple una condena de 22 meses ‘físicos’, como él mismo dice, pero lleva tras las rejas 15 meses y cuatro días por asalto en un transporte público. En el pasado ya había pasado por diez cárceles más por homicidio, delito que le significó una pena de nueve años. Actualmente vive en el Patio 4 de la cárcel La Modelo, en Bogotá, en donde ubica a los reincidentes y es catalogado por los reclusos como “el peor” de todos. El aseo es inexistente, el hacinamiento y la violencia son el pan de cada día.

Nos conocimos en un cuarto pequeño, aledaño a las aulas de educativas de La Modelo, en donde los reclusos llevan a cabo diferentes talleres. Como lo notaba curioso y nervioso al principio, intenté darle un poco de calma: “Esto es una conversación normal, nada formal”. A medida que se fue relajando, Jonathan comenzó a contarme su historia de vida. “Yo he tenido familia, así plan V.I.P, pero la cagué. Cuando salí por primera vez de la cárcel tenía una venda en los ojos. Esta es la universidad del crimen, necesitaba algo que me ablandara este denso corazón”.

El penal, ubicado en el barrio Puente Aranda (carrera 56 No 18 – 47), es un lugar que inspira respeto. Allí, las paredes, barrotes y patios albergan mucho dolor. Son diversas las ideas que surgen al pronunciar la palabra “cárcel” en Colombia: delincuencia, reincidencia, peligro, inseguridad y falta de oportunidades… Sin embargo, por momentos nos olvidamos de que los delitos o los errores que los reclusos pudieron cometer no les quita su condición de seres humanos.

Con esta intensión, de ver un poco más allá del sentir simple de que pagan por lo que hicieron, quise ir a la La Modelo. Esto fue lo que me encontré.

En el interior de La Modelo

Nunca había ido a una cárcel y menos a una de hombres, por lo que debo confesar que estaba nerviosa. Cuando le pregunté a una amiga que va frecuentemente por requisito de su universidad sobre algunas recomendaciones, lo primero que me dijo fue “ponte ropa holgada que te tape la cola”. Así hice. Era viernes, eran las 9 a.m. y, apenas llegué, para mi sorpresa no había una fila larga como esperaba. Afuera, en la calle, la señal de celular es nula. Esta es una medida de seguridad como muchas otras que existen tras cruzar la entrada que los ‘dragoneantes’ del Instituto Penitenciario Carcelario (INPEC) cuidan celosamente. Así les llaman a los guardias de uniforme con camuflado azul y botas negras que custodian a los reclusos. No tenía idea de eso.

Antes de entrar, me hicieron saber que ningún tipo de equipo electrónico es permitido allí.  Tampoco monedas, llaves ni dinero. Entre más sencillo uno vaya, mejor. Dos documentos de identificación con foto es lo que se debe llevar en la mano. Al entregar el primer documento me dieron una ficha roja que decía “visitante 127 cárcel modelo”. Luego, al continuar el procedimiento un guardia me dijo “descúbrase el brazo derecho”, y me puso un sello con tinta negra en forma de osito.

A medida que iba entrando junto a otras personas, los llamados ‘dragoneantes’ nos iban dividiendo a los visitantes por sexo: mujeres a un lado y hombres al otro mientras nos requisaban. En medio de la incomodidad, pensé en las esposas y mujeres de los reos quienes, semana a semana, pasan por esto al visitar a sus seres queridos.

Una vez revisaron que no tenía nada conmigo, me pusieron otro sello, pero este era transparente y solo se podía ver con una luz ultravioleta que tenían los guardias en su mano. Se dice que este sello es de los más importantes, pues al ser transparente no hay claridad de dónde está y sirve para diferenciar al visitante de un eventual fugitivo. Después de pasar este estricto control, tuve que entregar mi otro documento y vino otro sello más. En este caso fue un sello de tinta negra en el brazo izquierdo con forma rectangular y tres círculos por dentro. Seguí caminando y me topé con un último control, aunque esta vez era una silla grande detectora de metales B.O.S.S en la que solo las mujeres tuvimos que sentarnos. Cuando pregunté – cual primípara – “¿eso para qué es?”, otro visitante me respondió “para evitar que las visitantes creativas entren caletas. Ya sabes, ahí”.

La entrada no fue complicada, así suene un poco enredada. He escuchado de las filas eternas que cada fin de semana se forman. Sin lugar a dudas ingresar con el grupo de prisiones de la Universidad de los Andes agilizó el proceso. Cada viernes, un grupo de estudiantes de último semestre de la Facultad de Derecho van a  La Modelo a “ayudar a la población reclusa mediante asesorías jurídicas, representación jurídica y capacitación en defensa” según señala la estudiante Camila Marín, la amiga de la que hablaba al comienzo. Los estudiantes, en compañía de sus profesores Libardo José Ariza y Mario Torres, realizan distintas actividades culturales como fotonovelas, talleres sobre Derechos Humanos y a su vez participan en la emisora Modelo StereoOtro proyecto que se lleva paralelamente es el grupo de teatro Abra Kadabra’, este no es gestionado por la universidad. El fin de estos en últimas es ofrecer alternativas de resocialización para disminuir el porcentaje de reincidencia y mejorar el débil sistema carcelario colombiano.

Una vez dentro la situación funciona con una lógica diferente a la de la calle. Existen códigos y jerarquías que la misma estructura espacial del centro penitenciario produce. Hay dos alas: sur y norte.

Hace unos años, entre 1999 y el 2002, la guerrilla controlaba el ala sur y los paramilitares la del norte. En la actualidad, en el ala sur se encuentran los patios 3 y 3A, de funcionarios públicos y extranjeros, y la 4 y 5, de reincidentes. Por su parte en el ala norte están los patios 1A y 1B – de abusadores sexuales–, 2A, 2B y Nuevo Milenio –de reclusos con VIH–, y ‘Piloto 2000’, para internos con discapacidad física. Si bien La Modelo es un centro penitenciario que no está catalogado como de ‘alta seguridad’, hace unos años hubo un pabellón que sí lo era. Allí, en donde alias ‘Popeye’ (Jhon Jairo Velásquez Vásquez, antiguo sicario de Pablo Escobar) residía, hoy no se ve sino un espacio vació que no está en uso pese al hacinamiento.

Luego de entender a grandes rasgos cómo se organiza esta cárcel capitalina espacialmente, justo en la entrada de los patios los estudiantes me empezaron a contar de la figura del ‘pluma’. Este es el “jefe” de cada patio, el que impone el orden. Adentro se hace lo que este dictamine y todos lo saben. No es sabio desafiar su autoridad. Karen Patiño, interna trans, me contó que “hay reclusos que se han tenido que trasladar porque ningún ‘pluma’ los quiere, hasta el punto en que le dicen a los guardias del INPEC: “o se va, o se muere”. También es importante saber que adentro a los reclusos los rigen los llamados “doce mandamientos”, que son normas, códigos de conducta y de supervivencia que todos guardan con recelo. En La Modelo se sobrevive, con plata todo va mejor. Jonathan, el recluso que prefiere no revelar su apellido, concuerda. “Acá todo cuesta”, me dijo.

La Modelo ha sido sujeto de denuncias y tutelas debido al hacinamiento elevado en el que se encuentra. Según el último informe del INPEC de este año, la sobrepoblación es del 45.7 %. Comprar una celda cuesta dos millones de pesos y está lejos del alcance del bolsillo de la mayoría. Por eso cada día los reclusos buscan dónde dormir, pero muchas veces fracasan en el intento. Entonces pasan la noche “en carretera”, es decir concilian el sueño en la mitad de los corredores de la cárcel donde también pasan ratas y las condiciones de salubridad son en extremo cuestionables. La situación, en resumidas cuentas, es deplorable.

Reclusos de la Modelo asisten a talleres de Derechos Humanos.

 

Hablando con Jonathan entendí que él, al igual que sus compañeros, trabajan constantemente en la redención de su pena. Pese a que esta no es su primera vez en La Modelo, asegura que antes ni siquiera venían de afuera para ayudarlos. “La Modelo ha sido una pesadilla, pero por lo menos ahora vienen personas a escucharnos, antes no había eso. Ahora vienen personas de distintas partes como de los Andes y el SENA, a enseñarnos distintas cosas”. También afirma que antes no tuvo ningún descuento de pena como ahora que hace parte de estos procesos. Incluso, tras las rejas, Jonathan fundó su propio grupo de rap al que llamó Reincidentes, y ha sido, según lo explica, lo único que logró “ablandarle el corazón”. La música que compone la crea mediante ‘hechizos’, es decir graba la pista y la voz al tiempo con un radio y un celular. “Yo ahora creo que uno de los errores sí aprende, pues a la fecha me han descontado cuatro meses”, manifiesta. Después de conversar, compartió conmigo la canción insignia de su grupo titulada con el mismo nombre del grupo.

Según informa la Fundación Ideas para la Paz (FIP), el 21 % de la población reclusa es reincidente, en su mayoría por hurto, fabricación y porte de armas. Así mismo, el Departamento Nacional de Planeación (DNP) señala que “una de cada dos personas puede acceder a un programa de resocialización, sin embargo solo el 2.5 % de esta población se encuentra vinculada a programas con instituciones privadas”. Otro problema del sistema carcelario colombiano del cual La Modelo no escapa es la figura del sindicado, es decir la prisión preventiva de individuos que aún no han recibido una condena ni iniciado un proceso penal. El boletín de coyuntura del programa Bogotá cómo vamos señala que 3 de cada 10 reclusos están en esta situación.

Mientras salía del salón pequeño en el que conversé con Jonathan, una fila de al menos treinta reclusos se hicieron alrededor mío. Contrario a lo que pensaba, a las mujeres que visitan La Modelo las cuidan bien por el simple hecho de evitar que dejen de venir. Los reclusos son respetuosos.

Grupo La fórmula vallenata.

Seguimos caminando y entramos a la capilla en donde había distintos grupos de personas. Lo que llamó mi atención fue la música que sonaba a las afueras de la capilla hacia un jardín. Me encontré con el grupo vallenato La fórmula vallenata, compuesta por cinco presos quienes cantan sobre la experiencia en la cárcel al ritmo del acordeón. En la guacharaca está Miguel Alba, en el bajo Ronald Hernández, en el tambor Lewin Martínez, en el acordeón Sebastián Sarmiento y el cantante es Neil Rodríguez. Todos son de los patios 3, 1A, 2B. “La música nos distrae y nos pone a hacer algo productivo” dice Sebastián Sarmiento.

Luego de despedirme de este grupo vallenato volví a entrar a la capilla. A pesar del afán pude hablar de nuevo con Karen Patiño, la reclusa trans que me habló sobre los famosos ‘plumas’. Desde hace cuatro años está en La Modelo, cuando fue recluida no existía la opción de que fuera al Buen Pastor, la cárcel de mujeres de Bogotá. Hace parte de los 65 reclusos de la comunidad LGBTI de La Modelo y vive en el patio 3, el de los extranjeros. Al comienzo, cuando llegó, dice que fue “muy difícil”. “Los programas de acá han vuelto a las personas útiles. Antes, en Medellín, yo era esteticista. Acá sigo haciendo masajes y terapias. Si uno no se mueve, la cárcel acaba con todo”, me explicó cuando le pregunté su opinión acerca de los programas de resocialización. Fueron pocos los minutos que tuve para dialogar con Karen ya que había una guardia esperando por ella.

Karen Patiño hace parte de los 65 reclusos de la comunidad LGBTI de la Modelo.

Seguidamente entré al lugar en donde funciona Modelo Stereo: Libertad sin límitesla emisora de la cárcel que manejan los internos y que trasmiten para la población del penal. Es un cuarto pequeño en el que tres locutores reclusos junto a tres estudiantes universitarios llevaban acabo un programa informativo. Estaban promocionando la fiesta de las Mercedes, el día de la santa patrona de los reclusos. La decoración es alusiva a la música y la cárcel y se celebra cada 24 de septiembre. Había vinilos pegados en las paredes junto a consolas hechas aparentemente con material fomy, además de posters viejos de música y anuncios del INPEC que dicen “Desármate. Entrega tus armas. Rearma tu vida”.

“La emisora comenzó en el 2013 con un porta CD’s y dos bocinas, todo era muy básico” cuenta Oscar Bello, uno de los locutores más antiguos del lugar. Por las mismas dinámicas carcelarias, el resto de los locutores originales, los han trasladado o dado de libertad. El dragoneante John Sánchez los ayudó y buscó recursos para conseguir los recursos con los que hoy cuentan: dos computadores, tres micrófonos, una controladora de sonido y la consola. Además de Oscar, Felix Locarno y Manuel Garay trabajan en la emisora.

Óscar, Felix y Manuel son los locutores de Modelo Estéreo.

A un costado de la pequeña habitación se puede ver el tablero con la programación semanal de la emisora. A las nueve de la mañana, todos los días hay un noticiero. De ahí en adelante la oferta varía día a día. Música cristiana, andina, para planchar, reggaetón, rap, tango, vallenato y rock son algunas de las opciones más solicitadas. El último programa comienza a las dos de la tarde y con ese finalizan un día común y corriente en la emisora Modelo Estéreo, en donde también ponen canciones hechas por los reclusos y algunas que se relacionan con la experiencia de la cárcel.

Para Felix, esta actividad funciona “como medio canazo”, es decir media condena. “La emisora nos distrae, nos saca del encierro. Por eso tratamos de pensar en todos cuando diseñamos la programación. Aquí incluimos el pedido del rapero, el salsero, el del Pacífico y el del viejito”. Los locutores cumplen los pedidos de sus compañeros a través de las denominadas “ordenanzas”, que son los anunciadores que hay en los patios y se encargan de recopilar los pedidos de los presos.

“Yo antes era constructor, no sabía qué era una consola y aquí he aprendido. En medio de las rejas también puede haber libertad. De hecho, esta se la da uno mismo si uno se dispone”, agrega Óscar. Por su parte Manuel, quien además hace parte del grupo de teatro comenta que “aquí no hay delincuentes, hay personas. Somos víctimas del sistema y de nuestros errores”.

En la cárcel La Modelo hay tantas cosas que ver y por hacer que el tiempo se hace corto, a decir verdad. Fueron solo unas pocas horas las que pude estar adentro, pero fueron más que suficientes para percatarme de que son más las voces e historias que esperan ser contadas que las ideas erradas que existen apenas se pisa una cárcel. El sistema carcelario está colapsando y se debe hacer algo al respecto. La respuesta debe partir desde la practicidad y empatía hacia el otro, como lo hicieron hace cuatro años un grupo de amigos – en ese entonces estudiantes– que comenzaron un documental con el fin de resaltar la dura vida en la cárcel.

Sergio Durán, José Luis Osorio, Jorge Gallardo, Álvaro Rodríguez y Nicolás Gómez le apostaron a filmar la realidad de este centro penitenciario buscando mostrar la cotidianidad humana de este lugar. El documental, llamado Modelo Estéreo, tuvo su preestreno el pasado 12 de septiembre y este lunes fue lanzado en Señal Colombia. El primer acercamiento de estos jóvenes surgió después de que Nicolás Gómez, graduado de derecho de los Andes, se preocupara por las “medidas paliativas que no terminaban por ayudar a cabalidad a los internos”. Así lo relata Sergio, uno de los productores.

“Mario Grande” como se hace llamar este grupo de amigos, hace alusión a uno de los códigos más conocidos allá dentro. Cuando se viene una “rascada” (una requisa), los reclusos gritan “Mario grande” para alertar a los demás del operativo. La elección de este nombre deja entrever la complicidad y vínculos que se forjaron con los presos durante el rodaje. Este acto de reconocimiento hacia la experiencia dura y difícil de la cárcel, dicen los realizadores, no es condescendencia. Contrario a ello, tal vez solo sea el simple pero poco recurrente acto de reconocer que para entrar en un mundo ajeno hay que conocer sus normas y bajar la guardia para establecer un lazo de igualdad.

*Este es el trailer del documental Modelo Estéreo, que se estrena hoy.