Hip hop y agricultura, parecen mundos contrapuestos pero "el AkA" demuestra lo contrario.
Por: Esteban Montaño
A primera vista, no existe ningún motivo para pensar que este hombre cuya ropa es varias tallas más grande de lo necesario, que adorna sus orejas con grandes candongas de metal, que cubre su cabeza con una pañoleta azul y la corona con unas gafas de sol, es un avezado agricultor. Pero la sabiduría popular indica que las apariencias engañan. Y aquí esta Luis Fernando Álvarez, mejor conocido como “El AkA”, para corroborar con creces la validez de un lugar común.
“El AkA” es un rapero paisa que no solo conoce los secretos de la siembra y la cosecha, sino que lidera un proyecto que él llama de resistencia y de acción a través del hip hop y la agricultura. La pregunta que surge de inmediato es, ¿cómo se conjugan estos elementos que parecen sacados de dos mundos contrapuestos? Y la respuesta pasa necesariamente por entender el origen de “el AkA” y la forma cómo la violencia ha moldeado su trayectoria.
Nacido en el seno de una familia campesina antioqueña, el AkA creció en el corregimiento de San Cristóbal, en el noroccidente de Medellín. A pesar de que desde muy temprano asumió el rap como un estilo de vida gracias a la influencia de un grupo de amigos de la escuela, nunca perdió de vista sus raíces. Él fue uno de los que no quiso vender su parcela para evitar que el crecimiento desmesurado de la Comuna 13 acabara con el carácter rural de su pueblo. Al contrario, empezó a organizar a los vecinos alrededor de la recuperación de las fincas como alternativa ante la expansión urbana.
Sin embargo, esta iniciativa fue insuficiente para contener la magnitud del fenómeno que hizo que gran parte de San Cristóbal se convirtiera en la periferia de Medellín siguiendo las mismas dinámicas de las principales ciudades del país. Miles de desplazados construyeron sus ranchos, sus acueductos y sus vías sin ningún tipo de planificación ni apoyo del Estado, lo que permitió, entre otras cosas, que allí los llamados Comandos Armados del Pueblo se erigieran en la autoridad legítima de esos territorios y que las guerrillas encontraran un espacio abonado para expandirse.
El “AkA” intentó seguir con su proyecto, pero pronto se percató de que tenía que sumarle más elementos para vincular a la población que estaba proliferando a su alrededor. Así comenzó una experiencia de intercambio que se movía en la frontera entre lo rural y lo urbano. Como explica “el AkA”, “tuvimos que salir de la finca para generar escenarios de encuentro entre todos esos nuevos barrios que se formaron. Montamos eventos de cine al parche en los que se mostraban películas en cualquier cuadra y se organizaban convites para hacer las obras comunes”.
Así nació agroarte, un concepto cuyo punto de partida es la siembra pero que se combina con otras actividades como la pintura, el dibujo y el hip hop. Bajo esa premisa empezaron a difundir su trabajo por los barrios de la comuna 13. Hasta que en octubre de 2002, la controvertida Operación Orión no solo le arrebató el dominio a los grupos guerrilleros, sino que masacró y expulsó a miles de personas inocentes. Aunque el “AkA” logró sobrevivir a esta primera arremetida, tuvo que huir después de que lo amenazaran por denunciar que muchas de las víctimas habían sido enterradas en una escombrera para evadir la acción de la justicia.
“Ahí entendimos que si nos movían de un lugar, nosotros generábamos proceso en otro. Que no éramos solo de la Comuna 13 sino de todo Medellín y que con la idea del hip hop agrario podíamos generar transformaciones sociales”, recuerda “el AkA”. Esos cambios a los que se refiere pretenden revertir la deshumanización que ha causado la violencia, la cual se manifiesta en la visión del otro como un enemigo y nunca como una promesa. En pocas palabras, “el AkA” busca sanar la ruptura de las relaciones sociales que hace posible que personas que se ven obligadas a vivir tan cerca ni siquiera se tomen la molestia de conocer el nombre del vecino.
Y en ese propósito es fundamental la conciencia de la tierra. Por eso el agroarte parte de una frase que se repite como un mantra: “Si el hip hop es calle, debajo de la calle hay tierra. Y esa tierra contiene la memoria de nuestras luchas y de nuestra historia”. Desde esta perspectiva, la tierra se convierte en el elemento articulador de la identidad colombiana en la medida en que todos tenemos un pasado rural que, en medio del vértigo de la vida urbana, tiende a ser olvidado.
“Esa es la razón por la que se necesita sembrar para aprender a rapear. Porque cuando siembras reconoces tu historia y la historia de tu país. Y eso te hace sentir parte de un mismo conjunto”, explica “el AkA”. Luego acude a una analogía para profundizar en el sentido de su pensamiento: “Nosotros somos plantas que nacemos en un territorio, y a medida que vamos creciendo necesitamos quien nos abone y eso nos lo da la gente cercana. Además, ninguna planta puede sobrevivir sin un sistema de raíces, que en el caso de las personas es la relación con el otro, eso es lo único que nos mantiene vivos”.
“El AkA” es consciente de que este discurso repleto de símbolos no tendría ninguna importancia si no se tradujera en acciones concretas. Por eso han creado los cuadros verdes y los jardines resistentes de vida. Los primeros son muros verticales en los que la gente siembra una planta en honor a sus muertos y los segundos son territorios que estaban abandonados o vetados y que fueron recuperados a través de la siembra de plantas aromáticas y medicinales. En estas actividades participan desde los ancianos que quieren recordar su pasado campesino hasta los niños que son atraídos por la simple curiosidad.
Al mismo tiempo, organizan conciertos de rap en los barrios y promueven nuevos artistas como “el Fliper”, un muchacho de 17 años que ya grabó su primer disco como solista. “El Fliper” admite que al principio le daba mucha pereza el asunto de la siembra, pero que con el paso del tiempo fue comprendiendo su importancia en todo el proceso creativo. Gracias a ello, por ejemplo, le surgió la inspiración para componer el tema “Seguridad”, en el que critica al presidente Santos por haber negado la existencia del paro agrario y se queja del maltrato que recibieron los campesinos por parte de la fuerza pública en medio de las protestas.
Más allá de que personas como Fliper reconozcan que el hecho de participar en espacios como este les ha permitido mantenerse aislados de la violencia que caracteriza su entorno, “el AkA” es enfático en que la función del agroarte no es sacar a los jóvenes de la guerra. Para él, alrededor de la paz se ha construido un discurso que es utilizado de forma oportunista por políticos y organizaciones para venderse como los salvadores de la humanidad. “Acá es muy jodido hablar de paz mientras la gente se está muriendo de hambre, mientras te amenazan y te obligan a huir de tu barrio”, afirma “el AkA” con vehemencia.
A él le parece muy contradictorio que mientras se habla de paz el Gobierno profundiza la militarización de la sociedad adquiriendo más armamento para controlar las protestas. “En un lugar donde hay muchas armas hay pocos sueños”, dice, y entonces aclara que su propósito es fortalecer los lazos familiares y comunitarios para que algún día los colombianos hagan catarsis y puedan superar la división que ha generado una historia repleta de violencia. “Nuestro discurso es trabajar en el tejido social, luego cada uno de los participantes decide qué es lo que quiere hacer con su vida”, concluye.